jueves, 26 de junio de 2008

Pero sí pero no pero siempre


El nuevo poemario de David Coll, Amándote en la ausencia (Sevilla, C&M, 2008), con elegante prólogo de Francisco Gutiérrez Carbajo, invita a volver sobre la paradoja central de la poesía amorosa: la huella de la amada ausente es cicatriz y firma, déficit y plusvalía, sed y agua (que, tras calmarla, da más sed: endulzada o salobre). A la poética de Garcilaso (y cuanto yo escribir de vos deseo / vos sola lo escribistes, yo lo leo, / tan solo que aun de vos me guardo en esto) es poco lo que puede añadirse: quizá sólo la maldición que, tras 42 años de amor, cierra Valorio 42 veces: y falsos todos sin ti / los versos que te hacía.

En 50 sonetos, clásicos y artesanales, David Coll declina en todos sus nombres la verdad (y la duda) de esa presencia imposible. No hay en ellos anécdota; ni siquiera recuerdo en sentido estricto. El soneto 27, excepción, confirma la regla, con su paso de la retina a la Caverna:

Después de ver tus ojos increíbles
su divino recuerdo resplandece
en mi altar interior, y crece y crece
con gloriosos fulgores imposibles.

Ese crecer de la Amada recuerda el de los barcos fantasmas, mayores en cada avistamiento. En el mundo interior, la imagen evocada cobra vida: todo es presente (estás sin estar) y futuro (imposible, inconcebiblemente, volveremos a estar juntos de otro modo, en el mismo plano). La búsqueda de la Amada se convierte en una tarea interior, órfica (Ecce Eurídice: Y tu recuerdo queda siempre atrás). La mano de la Ausente conduce, sin remedio, al Hades (Y en la Muerte mi llama se eterniza). La Amada, fantasmal, está muerta en vida (por tal se la da, al renunciar a su realidad exterior, corpórea: Mi amor nace del alma y sólo en ella) y es muerte viva, cumpliendo los preceptos de Poe (Tu recuerdo, raíz de mi dolor, / es la Muerte que fluye por mis venas).

A la objeción inevitable (al convertir la imagen de su Amada en el contenido central de su alma, lo que el poeta acaba amando es más ésta que aquélla: su amor es una forma de amor propio, narcisista) sólo cabe oponer la lección junguiana: lo más íntimo de cualquiera es una segunda exterioridad, algo que está en nosotros pero sólo en préstamo o de visita, algo en fin en lo que estamos o hacemos pie, pero que en modo alguno nos pertenece. En este mundo de entrañas extrañas, la Amada late como un corazón que nos regala su sangre imposible. Somos Ella en la medida en que no somos (sólo) nosotros.

Es difícil elegir entre esta cosecha de sonetos uno que dé la medida de la capacidad del autor. Procede un disclaimer: en los versos de Coll hay siempre algo desafiantemente antañón, un desafío a la moda vigente, que a mí me resulta simpático (Yo merezco el infierno de quererte), pero puede dificultar (pienso) el entendimiento con lectores de otro talante. Por otro lado, en este poemario al menos, la depuración en la elección de las rimas, huyendo de cierta opulencia modernista que practicó en el pasado, le lleva a preferir los consonantes más sencillos (infinitivos, participios), adoptando una musicalidad mate. Nada de esto le impide hablar y decir lo suyo. Quizá este soneto (del que cambio, licencia del copista, dos minucias) lo muestra mejor que otros:

Aunque en la soledad por siempre estoy
soñando tu mirada tan presente,
tu recuerdo me sigue donde voy
y acompañado estoy entre la gente.

En tu recuerdo vivo siempre hoy
y en un jamás que brilla tristemente,
que tu mirada es todo lo que soy
y soy en tu mirada eternamente.

Jamás de ti me siento abandonado
ni a estar sin ti consigo resignarme,
porque me encuentro ya tan despojado

que si la soledad no ha de faltarme,
por tu mirada soy acompañado
y por siempre tendrás que acompañarme.


domingo, 22 de junio de 2008

Lucidario, de Luis Valdesueiro


Los libros de aforismos son un género de lindes contrarias, un café de posos negros, orientales y arcaicos (el hombre es un mendigo cuando reflexiona), bendecido sin embargo por la espuma y su ligereza, siempre inmediatas (acrobacias, tropos, greguerías). No es un camino que haya frecuentado, aunque salí quemado de algunas zarzas: Heráclito, Eclesiastés, Gracián, Nietzsche, Weil, Cioran. También perpetré alguno: con el tiempo lloras menos —pero te vuelves inconsolable.

Debo a la generosidad de Juan Poz un ejemplar del Lucidario de Luis Valdesueiro (Madrid: Poesía, por ejemplo, 1997), oráculo manual cuyo enunciado contiene un juego: se diría que el título evoca en anagrama al autor [Lucidario / Lu(c)i-d-eiro], sellando la correspondencia entre ambos.

De los dos componentes precisos (el otro es la sorpresa), Valdesueiro se inclina por el acervo. Hay poca pirotecnia. El autor logra, en cambio, enfocar lo obvio (siempre borroso) y hacerlo visible.

Más que reseña (paráfrasis), el libro pide una muestra: saludar directamente al lector. En homenaje a las raíces, juego al decálogo:

1. APARIENCIA Y REALIDAD. La apariencia, si engañosa, también es realidad. Por momentos, la única.

2. EL TIEMPO siempre vuelve, no se va; nos arrastra hacia la eternidad sin horas.

3. EL PERDÓN: aceptar que no somos como creemos; creer que los demás no son como son.

4. EL CAPITÁN Ahab, animal herido, persigue infatigablemente a la ballena blanca. Reniega de su libertad en aras de la venganza. A veces encontramos en el odio la fuerza que el amor nos niega.

5. MUJER de Lot: el pasado petrifica.

6. LA MUERTE consiste en sólo tener pasado, todo el pasado del mundo.

7. NIEBLA: el ojo ve lo que nos impide ver.

8. PESE a las altas olas, el mar, en lo profundo, permanece tranquilo.

9. UN AVE cuya gravidez le impidiera el vuelo. Ese es el sino del hombre trágico: vivir relegado a la miseria del vivir.

10. EL MIEDO es, en la distancia, infinitamente terrible. Por eso, cuando rozamos aquello que lo provoca en nosotros, un asomo de verdadera valentía, inimaginable antes, nos sorprende. Tal es el poder de la realidad: disuelve el miedo que pulula en los aledaños de la imaginación y preludia otra cosa. Y, al final, terminamos siendo más valientes en la tozudez de los hechos que en las cárceles de la imaginación.

sábado, 21 de junio de 2008

El alma siempre gana


οτι ψυχή δεν έχει,
το χρόνο δεν αντέχει


No me considero inmune a casi nada, pero me ha sorprendido encontrarme enganchado a Virginia Maestro, esta muchacha irregular y traslúcida, capaz de visitar con acierto la canción más trillada de los Beatles (qué pena que no sepa ver que en la raíz de sus amados Cardigans está la ñoñería inteligente de Pic-Nic o Nico. El encargo de Por qué te vas, que vivió como encerrona, era en realidad una lección de heráldica). Lo suyo en Operación Triunfo es la eterna victoria del Yin sobre el Yang: de nada sirven coaliciones y encerronas contra la mansedumbre aviesa y recalcitrante. Está claro que esos profesores de la Academia, mercenarios y desalmados, no pueden enseñarle nada bueno —pero es divertido ver que tampoco logran adocenarla debidamente. Lección del cuento: el ogro (en este caso el tal Risto) es feo de cojones, pero sabe apreciar la belleza.


lunes, 16 de junio de 2008

Bicicletas blancas


Los esotéricos fantasean con un grupo de iniciados que anónimamente, desde la sombra, animan y vertebran cuanto de bueno sucede en el mundo. Gracias a la biografía de Joe Boyd, Bicicletas blancas, descubro que este productor norteamericano cumple de forma inmejorable las condiciones: casi adolescente, descubre a artistas negros de blues totalmente olvidados, los rescata de trabajos sórdidos (casi forzados) y los lleva a triunfar al campus universitario; después, parece estar donde quiera se cueza un prodigio: anima a Eric Clapton a grabar Crossroads, prueba sonido con Dylan en Newport, descubre a Fairport Convention, Pink Floyd, la Incredible String Band, Vashti Bunyan, Nick Drake, las Voces Búlgaras y hasta Abba (!), organiza el duelo de banjos de Deliverance, compila el documental definitivo sobre Hendrix, graba con Silvio Rodríguez...

El título del libro alude a una canción que Boyd no produjo pero supo apreciar. El grupo inglés Tomorrow (donde se desbravó Steve Howe, el futuro guitarrista de Yes) se inspiró en una iniciativa de los provos de Amsterdam: sembrar la ciudad de bicicletas blancas, sin dueño, para que la gente pudiera cogerlas y abandonarlas a su gusto y conveniencia. Durante un tiempo, resultaba posible moverse de una parte a otra de la ciudad cogiendo una de estas bicis y dejándola luego donde otro pudiera cogerla a su vez y dar con ella una vuelta.

La melodía y los arreglos captan y eternizan la electricidad de aquel momento en que la ciudad floreció cual Bucólica de Virgilio. Hay revoluciones traicionadas, pero en algún sentido misterioso, necronómico, ninguna está muerta.


domingo, 15 de junio de 2008

Raga-rock: Guinevere (Donovan)

Reunión de notables: Donovan, Shawn Phillips, Pete Seeger y el Reverendo Gary Davis. En directo y en la tele (imposible parece), las galas de Ginebra: terciopelo, seda y encaje.


domingo, 8 de junio de 2008

Bendición

Para Sergio, que se detuvo a compartir su regalo



Bendición

¡Oh amor maduro al fin, oh amor maestro,
que es desear tener lo que ya es nuestro!
(Agustín García Calvo, Valorio 42 veces)

Desear lo que uno tiene
es, tal vez, amor maestro:
sentir, en la sombra, nuestro
cada momento que viene
sintiendo que se detiene
para besar al que espera
la insólita primavera
que en todo tiempo prosigue.
Feliz aquel que consigue
rozar esa luz primera.


sábado, 7 de junio de 2008

Tú, cuya mano

¡Maravilla! Chicho Sánchez Ferlosio recita Tú, cuya mano, de García Calvo, en La Campana de los Perdidos, Zaragoza, 1999. Bajo licencia Creative Commons por cortesía de J. A. Rodicio y Rosa Jiménez.

lunes, 2 de junio de 2008

Ella nunca se pierde las fiestas


Es curioso que la zozobra cotidiana me arroje de vuelta a los géneros que más aprecié en mi adolescencia (a qué engañarnos; como cantan Los Piratas, 'Mi infancia ha sido tan larga / que nunca acaba de terminar'). Cómics, ciencia ficción, terror y fantasía acuden a arrullarme después de cada día de desasosiego. No hay como el terror cósmico de Lovecraft y sus monaguillos, estético al fin y al cabo, para desengrasarse del hastío pavoroso que le producen a uno mentiras, conciábulos y abajo firmantes.

La Factoría de Ideas ha publicado una serie muy apañada de libros que agrupan relatos dispersos de los mitos de Cthulhu, congregados en torno a un eje o tótem: el Necronomicón, Hastur, Cthulhu, Nyarlathothep. En el tomo dedicado al Libro Maldito, con el que estoy ahora, hay un poco de todo: relatos, reconstrucciones fallidas del grimorio y consideraciones posestructuralistas del antólogo, Robert M. Price, que a veces se pasan de vueltas pero resultan siempre curiosas. Hasta ahora la mejor pieza es La víbora, un relato de Fred Chappell que nos revela el modus vivendi (et necandi) del Necronomicón: cuando entra en una biblioteca, succiona la vida de los libros que lo rodean, robándoles sus palabras y hasta la encuadernación. Lo que llegó como una vulgar agenda con una transcripción chapucera e incompleta del texto árabe puede en pocos días, en compañía de una edición barata de los poemas de Milton, convertirse en una traducción esmerada al inglés, con hechuras de pergamino. Mientras, no sólo el ejemplar de saldo que alguien puso junto al libro maldito, sino todas las ediciones de estos versos, donde quiera que se encuentren, van perdiendo sentido, reducidas a un sonsonete ininteligible y blasfemo...

Como no hay (para mí) lectura sin banda sonora, expresa o elíptica, me he sorprendido tarareando aquella canción de Bauhaus sobre la Dama que nunca falta a las fiestas. La Muerte, creo yo (et in Arcadia ego), Señora de la Máscara Roja —aunque la letra, bastante ambigua, permite pensar en alguna actriz de películas de terror, o incluso en el suicidio de Marilyn Monroe. Hay ligereza (y fosforescencia) pop en esta pieza de época, pródiga en claroscuros, voces brumosas, épica sadomilitar y peinados imposibles. Hongos de Yuggoth, sin duda —qué lástima que el mago Hoffmann no pueda ya analizarlos y arrancarles su fórmula secreta.