martes, 29 de junio de 2010

Qué guapa era Carmen


No me toca juzgar lo que pueda haber enseñado, pero en estos años de docencia he aprendido, y cómo, de mis alumnos. En especial, siempre que les he animado a adentrarse en el folklore, hurgando en su memoria o en la de sus mayores, he salido maravillado, como en esas expediciones que solíamos hacer de pequeños, a lo Breton, en busca de piedras.

De vez en cuando, me vuelven a la memoria algunas de las canciones que recogimos para el Cancionero y Romancero del Campo Arañuelo. Ésta es una de las más bonitas, interpretada por Sara Llanos Álvarez, del pueblo de Mirabel, nacida en 1928, y recopilada por Sara Cabezón Sancho.


¡Qué guapa era Carmen,
qué rubia era Elena,
Matilde, qué buena,
qué alta Salud,
Emilia, qué guapa,
Pilar, qué bonita
y qué bien Sarita
tocaba el laúd!

jueves, 24 de junio de 2010

Parecidos razonables


(Que diría Rafa Corega)

Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.

(Leopoldo María Panero, Así se fundó Carnaby Street)

*



Por la casita encantada
no te has dejado caer.
Los dulces se están perdiendo,
está volviendo a llover.
Regalos amontonados,
Hansel y Gretel están llorando.
Las hadas buenas ya se han marchado.

La pequeña bailarina
por ti ha vuelto a preguntar.
Sentados los dos al fuego,
cuenta cosas de su capitán.
Te echamos todos de menos,
no han vuelto a dar cuerda a la caja musical.
¡Qué tristes parecen las burbujas del champán!

¿Y en qué he vuelto esta vez a fallar?

Se van quedando dormidos
en cada rincón del hogar,
los corazones de trapo
están muy lejos de la realidad.
Dejo entornada la puerta,
de un momento a otro puedes cruzar el umbral,
aferrado a tu retrato...

No das señales de vida,
yo ya empiezo a envejecer.
¿Te acuerdas de la casita?
Pues ahora han construido un hotel.
Regalos amontonados,
Hansel y Gretel están llorando.
Las hadas buenas ya se han marchado.

martes, 22 de junio de 2010

¿Soy yo quien anda esta noche?


Antonio, que tanto nos falta, tenía mucho que contar sobre la sensación de extrañeza que provoca (al parecer) el aura epiléptica y que él consideraba almendra tanto de su propia sensibilidad como de la de JRJ. Al hilo de esos razonamientos, le pregunté una vez por este poema, y estuvo a punto de contarme lo que pensaba, pero llegó la aurora o alguna otra transeúnte y la conversación cambió de tercio.

Se trata de un romance incluido en Jardines lejanos, de 1904. En una de sus versiones, dice así:

¿Soy yo quien anda, esta noche,
por mi cuarto, o el mendigo
que rondaba mi jardín,
al caer la tarde?... Miro
en torno y hallo que todo
es lo mismo y no es lo mismo...
¿La ventana estaba abierta?
¿Yo no me había dormido?
¿El jardín no estaba verde
de luna...? El cielo era limpio
y azul... Y hay nubes y viento
y el jardín está sombrío...
Creo que mi barba era
negra... Yo estaba vestido
de gris... Y mi barba es blanca
y estoy enlutado... ¿Es mío
este andar? ¿Tiene esta voz
que ahora suena en mí los ritmos
de la voz que yo tenía?
¿Soy yo, o soy el mendigo
que rondaba mi jardín
al caer la tarde?.... Miro
en torno.... Hay nubes y viento....
El jardín está sombrío....

Y voy y vengo.... ¿Es que yo
no me había ya dormido?
Mi barba está blanca y todo
es lo mismo y no es lo mismo...

1. En su fragmento más famoso, escribe Heráclito que «en unos mismos ríos entramos y no entramos, estamos y no estamos» (fr. 63 GC, 49a D-K). En la reconstrucción que hace García Calvo del libro de Heráclito el fragmento inmediatamente anterior dice casi lo mismo que el poema de Juan Ramón: «todas las cosas, las mismas y no las mismas» (fr. 62 GC, A7 D-K). «No ha cambiado casi nada, / pero nada sigue igual

2. Las mareas del yo, el sentimiento oceánico. Y voy y vengo, dice Juan Ramón. Aquella otra canción griega: φεύγει ο καιρός, καράβι και μας πάει πίσω μπρος («huye la edad: / su barco nos lleva adelante y atrás»). «Porque la vida es un barco / y todo se mueve

3. Aunque el paso del tiempo no sea la única clave del poema, sin duda abre algunos de sus cerrojos. En la caja de los ecos, este poema tradicional japonés, que trae García Martín en sus particulares jardines lejanos:

¿Por dónde ha entrado
el viejo que me mira en el espejo?
De haber sabido
que venía tras mis pasos,
le habría dado con la puerta
en las narices.

4. Sucede que John C. Wilcox escribió un artículo, probablemente esclarecedor, sobre este poema. He esquivado leerlo hasta escribir estas notas, para que no condicionara mi deriva. Ahora me daré (y a ello les invito) el gusto.

lunes, 21 de junio de 2010

Vd. no sabe quién soy yo (y yo tampoco)


Curado a la fuerza de ciertas adicciones, he vuelto a leer, en papel y en cantidad apreciable. No tanto a escribir: estoy más receptivo que otra cosa, con el intelecto en barbecho, como solíamos decir entonces. El caso es que de vez en cuando da uno con párrafos que te obligan a reaccionar, aunque sólo sea para celebrarlos y darles dos vueltas. Me pasó con la defenestración del heavy metal de MacDonald, pelín injusta pero ingeniosa, y ahora leyendo un libro, muy recomendable, sobre los contraculturales de hoy y sus paradojas. En un momento, cita el autor a un tal Giddens, y dice éste así:

Si se analiza el trabajo en Psiquiatría, en Psicoterapia, se observa que la mayoría de los terapeutas dicen que si bien hace una generación la mayoría de los problemas que tenían que tratar eran neurosis, patologías de la conducta, hoy día la mayoría de los problemas que tratan son problemas de identidad, problemas de personas que dicen no sólo «no sé quién soy», sino incluso «siento que no existo». La personalidad «esquizoide» parece estar emergiendo como la personalidad patológica de finales del siglo XX.

Anthony Giddens publicó su ensayo en el 99. Treinta años antes, King Crimson abrían su primer disco con 21th Century Schizoid Man. Los años de la exploración psicodélica fueron sin duda pródigos en crisis de identidad. Piensa uno en otras canciones, ajenas (Country Joe and the Fish: Who am I?, Incredible String Band: The Half Remarkable Question, Supertramp: Logical Song) e incluso propias («Ya no sé quién soy; tal vez una sombra»; «Yo no sé cuál es mi nombre, / quién se esconde dentro en mí») que abordan el tema, con formulaciones idénticas o casi, y asombra que lo espontáneo, 'lo que le sale a uno', resulte, levantando la lupa, obediencia casi mecánica a la canción de los tiempos.

Puestos a dudar, ni siquiera se decide uno a declarar la duda como mórbida o saludable. Yo me inclinaría, con el maestro Agustín, por lo segundo; pero me inquieta pensar que la duda sobre la propia identidad y las medidas drásticas para afirmarla formen un paquete, como la anorexia y la bulimia, y la duda, al menos cuando cursa con angustia, acabe abonando la conversión, el golpetazo contra la mesa y la exclusión radical de lo que inquieta al sujeto. Medítenlo Vuesas Mercedes, si les place; y cuéntenme qué les parece.

miércoles, 16 de junio de 2010

El timo de la estampita


En este caso, el timo de la 'estampa a demanda'. La idea no puede ser mejor: coger textos interesantes que llevan años descatalogados, y son en muchos casos de dominio público, y digitalizarlos, de forma que puedan incorporarse a una base de datos e imprimirse por poco dinero.

El problema, claro, viene por la codicia y las prisas. Para empezar, el libro no vuelve a maquetarse, sino que se 'respeta' el original ofreciendo un facsímil que en realidad termina siendo un sucedáneo cutre, pues no se mantiene el tamaño original de las páginas, y al reducirlo queda una letra de hormiga. No hay, pues, tal respeto, sino voluntad de abaratar costes, evitándose un trabajo necesario (el de pasar el texto, cuando convenga, a una fuente más adecuada y legible), ahorrando papel a expensas del lector y ahorrándose también el trabajo de añadir un prólogo, o siquiera una contraportada, que sitúe adecuadamente la obra en su contexto cultural, indicando su fortuna posterior y su posible utilidad actual.

En el caso concreto que me lleva a escribir esto, la chapuza es completa. Se trata de un libro clásico de Ludwig Laistner sobre la Esfinge y su enigma, publicado en 1899, que influyó en Freud, Róheim y otros estudiosos del tema, y que recoge muchísimos materiales valiosos del folklore alemán sobre la Pesadilla, las Damas de Mediodía y otros fantasmas de pro.

La cagada la perpetran una compañía llamada Bibliobazaar, que al parecer vive de imprimir libros escaneados gratuitamente por otros, y otra llamada Bookdepository, que los distribuye. No habría nada que reprocharles si pusieran cierto esmero en la tarea.

Muy al contrario, el libro que he comprado, para empezar, se ofrece en la página web de Bookdepository y en la portada como si fuera el texto completo escrito por Laistner; pero basta abrirlo para ver que se trata del segundo tomo de los dos que publicó don Ludwig, que recoge sólo las dos últimas partes (III y IV) del estudio (para más inri, el análisis de la esfinge y su enigma que promete el título no está incluido en estas secciones).

Si a eso le sumamos que han 'respetado' la letra gótica del original, pero reduciendo el tamaño de la página, el resultado es un churro ilegible. La desidia es tan grande que el índice de palabras y nombres propios que cierra el tomo se interrumpe en la O, probablemente porque el encargado de escanearlo tenía prisa por irse a merendar y no hubo nunca un encargado de comprobar la integridad del texto.

Por este camino, consiguen que uno se lo piense en adelante diez veces antes de volver a confiar en Bibliobazaar, en Bookdepository y en cualquier otra empresa por el estilo. Si mi entrada contribuye a evitar que otros pequen de confiados, bien estará.

(A todo esto, hay a la venta una edición completa, o al menos, mayor. Frente a las 470 de la de Bibliobazaar, ésta de la Universidad de Michigan tiene 772 páginas. O eso dicen. Cualquiera, ya, se fía.)

jueves, 10 de junio de 2010

Helter Skelter


Con los años he ido cayendo en el vicio de leer bastante sobre los Beatles. Hay libros de todo pelaje, pero los que más me gustan son los que van recorriendo canción a canción del repertorio, aportando información diversa sobre el origen de la composición, posibles influencias, el proceso de los arreglos, la grabación y el lugar que ha acabado teniendo la pieza en el canon.

El mejor trabajo de todos es gratuito y está en la Red: el músico Alan W. Pollack ha escrito un ensayo sobre cada una de las canciones, analizando la estructura musical, los timbres y los arreglos. Siguiendo el índice alfabético, se llega en segundos a cualquiera de ellas.

La editorial madrileña Celeste ha publicado al menos dos libros de este tipo: Guía completa de canciones, de W. J. Dowlding, y The Beatles. Revolución en la mente, de Ian MacDonald. Los dos son una mina, pero MacDonald, además de estar bien informado, es un escritor sólido, y tiene filias y fobias muy bien razonadas, que no siempre convencen.

Uno de los temas que MacDonald masacra es Helter Skelter. A estas alturas no creo que mucha gente le niegue la genialidad, y su capacidad para inspirar versiones variopintas, algunas memorables.

Lo interesante es que para llevarse por delante la canción MacDonald hace una exposición memorable sobre lo que supuso el paso del pop sesentil al rock duro. Ojo con ella.

El idioma heavy metal de los años setenta tuvo su origen en el cambio acaecido a mediados de los sesenta del habitual cuarteto pop de bajo volumen al super amplificado power trio de rock, un cambio de formato en que el redundante guitarrista rítmico se sustituía subiendo el volumen del bajo, sonorizando la batería con los micros más cerca, y añadiendo una serie de efectos de distorsión a la guitarra solista. Liderado por grupos como The Who, Cream y la Jimi Hendrix Experience, este paso fue, hasta cierto punto, consecuencia inevitable de los mejores y mayores amplificadores y altavoces diseñados para locales más grandes y rentables. Pero la pérdida del arte del guitarrista rítmico empezó a sentirse pronto en una degradación en la textura y un declive en la sutilidad musical en general. Los guitarristas rítmicos solían ser compositores, y la variedad de articulación y las técnicas de acentuación que utilizaban también daban forma a sus composiciones. El power trio medio, carente de este cerebro musical, era en realidad una excusa para sustituir las canciones por riffs y descartar el matiz en favor del ruido. Cuando aparecía un segundo guitarrista, era sólo para reforzar el riff, mientras el guitarra solista se lanzaba a unos solos prolongados e invariablemente estridentes. Más bien un deporte de contacto sonoro que una experiencia musical, el heavy metal se hizo inmensamente popular y, con distintos disfraces, ha dominado el rock para todos los públicos desde mediados de los años setenta.




martes, 8 de junio de 2010

A la huelga

Huelga y holganza (y aun folgar) son términos hermanos, pero bien distintos. Uno hace huelga sabiendo que pierde dinero y quizá también el tiempo; pero convencido de que cumple su deber. En tiempos de crisis, suelen caer las caretas. El juego es bastante descarado: quienes nos han arrastrado a este escenario pretenden que los demás paguemos sus piruetas especulativas, y consiguen (lo que es realmente lamentable) dividir a los trabajadores, animando a los del sector privado a sentir alegría maligna por el recorte que sufrimos los funcionarios. Una maniobra, además de miserable, falaz, pues no hay que ser un genio para ver que los recortes que sufrimos hoy unos influirán negativamente en los convenios colectivos de otros.

No comparto casi nada de lo que escucho o leo en estos días sobre los sindicatos, que, mejores o peores, son nuestra defensa ante las arbitrariedades del patrón, privado o público. El precedente está claro: la abominable Thatcher logró hundir a los sindicatos durante la crisis de finales de los 70 (cuando más falta hacían), y la derecha (ese brazo retórico de la injusticia) pretende lograr lo mismo esta vez, privando a los trabajadores de la capacidad para responder organizadamente a las agresiones que sufren y colándonos la monserga de siempre: que sólo su modelo (el mismo que nos ha llevado al desastre) es realista y viable.

Pues bien: lo 'real' es que un colectivo sin capacidad de presión está sujeto a lo que otros más poderosos dispongan para él. De ahí que se intenten cargar el movimiento sindical. Las críticas a los compromisos de los sindicatos con el poder o sus insuficiencias siempre son oportunas; pero no deberían impedirnos reconocer que si nos dejamos pisar, nadie apreciará la nobleza de nuestro gesto. No les demos ese gusto.

*

Sobre los liberados sindicales. Cualquier parecido del discurso cavernícola sobre los mismos con los hechos es pura coincidencia.


domingo, 6 de junio de 2010

Cuando el RIO suena


La operación no es inocente. Mucho más eficaz que prohibir el uso de un término es alterar su significado, sustituyéndolo por otro inocuo. Como si se tratara de un homenaje perverso a Orwell, que trató la cuestión en 1984, el villano de su novela pasó a dar nombre a un pan y circo televisivo. Si hoy buscas en Google "Gran Hermano", 9 de diez resultados te alejarán de Orwell. Por algo será.

Con RIO sucede lo mismo. Nos atruenan estos días con Rock in RIO, el festival 'de madres e hijas' (sic), lleno de rockeros macizorros y divas neumáticas, y empujan hacia el fondo de Google aquel otro RIO del año 78: un movimiento musical que agrupó al ala más vanguardista del rock progresivo en un momento en que las casas de discos sólo estaban interesadas en el bote de Colón y similares. Como el megaterio que nos aturde, el RIO de los 70 nació también como una celebración: Henry Cow, una banda inglesa, invitó a cuatro grupos europeos a acudir a Londres para tocar en un festival llamado Rock In Opposition (RIO). Se trataba de oponerse, como siempre, al principio de realidad, es decir, al intento de reducir cualquier iniciativa o inquietud a un producto inocuo, intercambiable por dinero, como cualquier otro.

La organización material del RIO duró poco (para el 79 se daba el movimiento por finiquitado), pero el planteamiento y el estilo no se han dejado borrar tan fácilmente. La entrada de la Wikipedia inglesa informa bien sobre sus idas y venidas.

Aunque el RIO nunca ha sido mi estilo predilecto, no viene mal recordar hoy a su grupo más representativo, Henry Cow. Así sonaban en directo arrancándose por Phil Ochs (!), con la bella Dagmar Krause al micrófono.


viernes, 4 de junio de 2010

¿Para qué volver?


Antes de que Spielberg soñara las bicis volantes de ET, Panero las vio alejarse (1970). Años después, La Buena Vida les dedicó una gimnopedia pop (1993).

El rapto de Lindberg

Al amanecer los niños montaron en sus triciclos, y nunca regresaron.

(Leopoldo María Panero, Así se fundó Carnaby Street).