viernes, 29 de abril de 2011

Vals azul


Azul por el blues: aunque es un tema en modo mayor, juguetón, tiene cierta pereza resignada. Pocas composiciones me han dado tanta calda, como decimos por aquí, como este vals, que para la ocasión ha cambiado de tono, de estructura, de letra y de timbre. Ahora va en la mayor, con una introducción para violín y dos estrofas que canta el oboe. De paso he corregido errores de medida y añadido algunas cosas que faltaban. Y ahí la tienen, tan contenta. Gracias a Fátima, por encapricharse del tema, y a Álvaro por ayudarme con la partitura.



Un pequeño bonus track:

sábado, 23 de abril de 2011

Oscar Wilde en Semana Santa


Solamente aquel que es íntegra y plenamente él mismo podrá decir que vive una vida semejante a la de Cristo. Y lo mismo podrá ser un gran poeta, que un gran sabio; un estudiante mozo de una universidad, que un adolescente apacentando su rebaño; un dramaturgo como Shakespeare o un teólogo como Spinoza, que un niño jugando en el jardín o un pescador arrojando sus redes al mar. No importa quien sea con tal de que realice la perfección del alma que lleva en su interior. Toda imitación, tanto en la moral como en la vida, es un error. Según dicen, existe hoy en Jerusalén un loco cuya demencia consiste en pasear por sus calles con una enorme cruz de madera sobre sus hombros. Él es un símbolo de las vidas echadas a perder y desvirtuadas por la imitación. El padre Damián fue semejante a Cristo cuando se fue a vivir con los leprosos, ya que, en esta empresa, realizó con toda plenitud lo mejor que había en él. Pero, de todos modos, no fue más semejante a Cristo que Wagner cuando este último realizó su alma con la música, o que Shelley cuando realizó la suya con la poesía. No existe un arquetipo único en la vida del hombre. Hay tantas perfecciones como hombres imperfectos.

(Oscar Wilde, El alma del hombre bajo el socialismo, Madrid: Público, 2010, p. 29).

martes, 19 de abril de 2011

El nombre de la fosa

Una anécdota de la infancia. El niño tendrá seis o siete años. Es su cumpleaños. Hay tarta y toda la familia se ha reunido para celebrarlo. Llega la hora de soplar las velas. El niño está exultante, muy nervioso, pero de un solo soplo da cuenta del momento. Entonces habla el Abuelo. Ahora, un niño bueno habría ido dando un beso a todos y deseándoles un buen día. Silencio total. El niño tarda unos segundos en replicar (tampoco nadie le ayuda). Acierta a decir: Claro, lelo. Ahora mismo lo hago. Entonces, el Abuelo frunce el ceño. No. Ahora no. Tenía que salir de ti. Y la puerta, kafkiana, se cierra. Pasarán muchos años antes de que tope, en algún manual, con el nombre de la celada.

sábado, 16 de abril de 2011

Vals azul


Las primeras piezas de música clásica que recuerdo haber elegido, de las que mi padre iba poniendo a mi alcance, eran todas valses: el Valse triste de Sibelius, las Gymnopedies de Satie, los valses de Chopin... He perdido ya la cuenta de cuántos valses habré ido componiendo desde que empecé, hace un año y pico, a desentrañar la escritura musical. Éste es de los más serenos: tiene ecos, o yo los imagino, de algunas piezas de los 80 (Enola Gay, Bizarre Love Triangle) y de una de las canciones de Dani que más me gustan (Cuaderno de dibujo). Temo que sea un poco aguda para los gustos del caballero Gharlhahath; pero, por su amistad inquebrantable, se la dedico igualmente.



Estos días le ha ido creciendo una letra. Completa, dice así:

No mirar atrás
por si quisieras quedarte,
desaparecer:
del carbón al diamante,
todo es encontrar
formas para despejarte.
Sin dudar,
se van
las tardes:
soplos cobardes
que me llevarán
a buscarte.

No pensar en más
que en abrasar este instante,
revolucionar:
del latín al romance,
todo es encontrar
formas para derramarte.
Sin dudar
se van
las tardes:
rastros probables
que me llevarán
a tu calle.

viernes, 15 de abril de 2011

Canción del cerdo de Giulia


Otro instrumental melotrónico. Tenía desde hace tiempo la idea de construir una pieza sin acordes (o con éstos implícitos). Las trufas son, este caso, blue notes: bluseras y mixolidias.

jueves, 14 de abril de 2011

Siempre cambian las mismas cosas


Desde que aprendí a distinguirlo, el melotrón es seguramente mi instrumento favorito en la música de los últimos 60 y primeros 70, y en especial el sonido de flauta que utilizaron los Beatles en Strawberry Fields For Ever. Un timbre así pide modulaciones, contrastes entre estados de ánimo. La miniatura de hoy, creada con una copia virtual de ese registro, tiene algo de eso: pasa de do mayor a fa sostenido menor, y de ahí a si mayor, si menor, mi, re... Una aproximación a una incógnita que nunca llega a resolverse, salvo en la acumulación de disonancias del acorde final. Lo que puede valer de la pieza es que, con todo eso, es eminentemente tarareable —aunque no les garantizo que no les miren raro si lo intentan.

*

Edito. La versión revisada corrige un error de medida, el timbre del piano y el acorde final, que era un sindiós. Mejor así, creo.

martes, 12 de abril de 2011

Moda de las muchachas asesinadas


A veces siento que los amigos ausentes quieren hablar. Así ahora Antonio (Hernández Marín) sobre el tema de las mujeres maltratadas (y a menudo asesinadas) en canciones o poemas, siempre en medio de un cierto glamour que atenúa lo odioso de la escena. Esto escribió él en su día en el blog de Félix de Azúa:

MODA DE LAS MUCHACHAS ASESINADAS

Sin que las feministas o, simplemente, las mujeres, hayan protestado jamás, que yo sepa, entre nuestros poetas más cercanos en espacio y tiempo viene divulgándose el tema del maltrato a mujeres, siempre desde un contexto erótico, plenamente asumido y entendido como derecho natural de la libertad creadora, y tal y cual, etc... No niego que cualquier escena de horror límite pueda ser obra de arte. Depende sólo del artista. Lo que vuelve sospechoso el fenómeno es cuando se convierte en una moda. No es posible andar matando, o violando, por el capricho de una moda. Difícilmente podrían admitirse como obras plenas de arte todas las ocasiones de asesinatos a que la moda dé lugar. Tal vez algunos sí; otros, no.

Como síntoma social no deja de tener relevancia. Tras el empacho del Romanticismo, que se prolonga en el Cine hasta la mitad del s. XX, con su ideal azucarado, viene una sensibilidad desgarrada y metálica, que se complace en las series negras y en el sutil atractivo de las chicas asesinadas. No pretendo exponer la solución de este problema. Ya me gustaría poder exponer, siquiera, el problema. Porque problema hay. Lo hay desde el momento en que se generaliza el tema, se trivializa y degenera en la truculencia del peor gusto.

Veamos, por citar, unos pocos ejemplos (demasiado pocos; pero flotan, en la memoria de cualquier lector, tantos y tantos más...):

De Gimferrer, La muerte en Beverly Hills, 1967:

En las cabinas telefónicas
hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir...

Versos inmortales, de pura música, de dulce compás, sobre los que airea una brisa modernista, irónica, nueva y de siempre. El poeta no las mata aquí en el colmo de un dramón para padres de familia. Las mata por estética, porque está 'bien', queda más cínico, más desgarrador y más suave... Los versos son demasiado bellos; parecen haber salido de raíz. El lápiz de labios combina con el escote ensangrentado. Y las chicas, con toda seguridad, van vestidas de rojo.
Hay arte, dominio de la escena. Porque se trata de la primera vez. Y los versos suenan con la frescura de entonces, en la era del pop de fresa. Después... el tema no puede sino degenerar.

De Ferrer Lerín, Ciudad Propia:

Crucé la habitación y hallé desvanecida a la mujer de mi amigo. Tuve el valor suficiente y registré sus prendas más íntimas: no llevaba nada que me interesara. Luego, en la cama matrimo­nial, la poseí: no volvió en sí hasta el final. Me miró y dijo: “Soñaba precisamente en ti”. Me separé y, tranquilamente, busqué, entre mi ropa desparramada, el tacto suave del arma. Sólo un disparo, y el vientre adquirió la rigidez precisa: descargué sobre la muerta, una lluvia de golpes, y no concluí hasta que su piel tomó un color harto desagradable. Odio el amarillo.

Es tan desagradable como misterioso. Nos lleva hasta los límites. Su rareza, la sensación de extrañeza que logra desprender, mantienen este 'texto', poema, o lo que sea, por encima de modas y circunstancias (aunque sea cierto que también forme parte de ellas y las refleje). Puede no gustarnos; podremos lamentar que el arte se haya ido a fijar en un objeto tan poco gratificante. Pero el arte puede hacerlo. Sólo depende, como siempre, del artista. Y, aquí, el artista lo ha logrado. Aún así, le aconsejaríamos que visitase este blog y refinase sus construcciones verbales: Se dice 'sueño CONTIGO' (como se dice 'pienso en ti'). Y ninguna licencia poética puede contra la regla de naturalidad del lenguaje. Le pongo una multa.

Luis Alberto de Cuenca, La Vida en llamas, XXVII Premio Ciudad de Melilla, 2006:

La Mujer sin Cabeza

Encontré tu cabeza en el lavabo.
No perdí yo la mía. Marqué el cero
noventa y uno. 'Policía al habla',
dijo una voz cansina al otro lado
del teléfono. Dije: 'Yo no he sido,
pero hay una cabeza de señora
recién decapitada en mi lavabo'.
'No toque nada. Vamos para allá.'
Colgué. Tenía sólo unos minutos
para hacer lo que debe hacer un hombre
que quiere a una mujer cuya cabeza
ha sido seccionada limpiamente
del resto de su cuerpo de un hachazo:
besar tu boca, que por vez primera
en muchos años no me torturaba
con su insípida charla, darte un breve
pellizco cariñoso en la mejilla,
decirte adiós e ir a pegarme un tiro
antes de que llegasen los maderos.

El mítico e incomparable Luis Alberto, artífice supremo, maestro de elegancia, de la línea, detalles y conjunto. De acabado perfecto. Revelación progresiva de la trama, avance bien mantenido, sorpresa final. Toda una historia de la serie negra resumida en una escena en la que cada verso ocupa su lugar.

Sin embargo, la maestría formal (que Luis Alberto tenía ya en los talones al escribir este poema) no puede ocultar cierto vacío en los planteamientos. Es que no hay planteamientos. La mata porque sí, porque era suya, por nada, por una moda repetida ad nauseam. El planteamiento bebe de las mismas fuentes que el primero de los ejemplos citados (Gimferrer). El autor también la mata aquí por estética. Sólo que ya no alcanza a conmover ni por su cinismo, crueldad, extravío, etc... Y el poema acusa la truculencia de una escena de género de asesinato en los lavabos (y tampoco nos deja entrever si el autor se ha suicidado o lo han pillado a tiempo; y cómo podría haber escrito el poema en caso contrario; coherencia por la que no deberíamos preguntarnos, ya que el poema no la ha buscado). Es porque el género se ha vuelto viejo.

Por favor: dejen de asesinar mujeres (que quienes puedan lo digan de mi parte a cualquier autor que encuentren: —Deje Vd. de asesinar mujeres en sus guiones).

No creo que Félix de Azúa haya jamás asesinado a ninguna mujer por moda y costumbrismo. Creo que lo habría encontrado primitivo e irracional (pero puedo equivocarme; aquí hay gente muy leída: me gustaría saber si existe algún ejemplo en Félix).

Yo también lo creo así. ¿Cuestión de gustos...?

Saludos.

Grifo

domingo, 10 de abril de 2011

Lady Aurora


Asocio la música modal a mi amigo Alfonso, que nunca acaba de irse. No sabría decir si él me descubrió esas viejas escalas medievales, los modos, si me enseñó a utilizarlos o simplemente me retó a intentarlo. El caso es que sigo ensayándolos. Entre los que más me gustan está el modo frigio, al que a veces se alude, simplificando mucho, como el modo flamenco. En realidad, no tiene por qué sonar flamenco, ni siquiera andaluz. Tocado de otra forma, tiene una sonoridad arcaica solemne, muy especial, que a mí me sugiere esa quiet desperation de la que hablaban Pink Floyd.

Huella de Pink Floyd (de Hey you, concretamente) hay bastante en esta canción, cosecha del 92, más o menos. Al orquestar ahora la versión instrumental me las he visto y deseado para establecer la medida: rebosa síncopas por todas partes, y calculo que aún faltarán (o fallarán) unas cuantas. Parte de la melodía (el solo que empieza en 1:37) no es mía: la improvisó otro amigo, Juan Carlos, a la guitarra eléctrica, y así se ha quedado en mi memoria. Espero encontrar en algún momento la grabación que hicimos entonces y poder subirla.

Es canción de personaje, como El príncipe de Beukelaer o Don Zana, aunque en este caso se trata de una criatura menos popular: una dama echada a perder que vive en un ático, jugando con sus muñecas. Por si la necesito, diré en mi defensa que era la época de Embrujada, de Tino Casal; y de Lady Halcón. Hubo quien entendió que se refería a la aurora personificada, pero (a falta de poder preguntárselo al Alejandro de entonces) no creo que llegue la cosa a tanto, aunque la letra juguetea con ese equívoco:

Rápida la mañana se ha caído en un balcón
y una falda destrozada que acaricia dulce el sol.
Ella es Lady Aurora, está tan sola esta vez,
sólo un poco de espuma a sus pies.

En busca de algún amante mira hacia su habitación
y una vieja muñeca le sonríe en un rincón.
Recuerdos de algún amigo que se fue sin avisar
y ella no va a ponerse a llorar.

Ella es Lady Aurora, está tan sola otra vez,
a veces parece que va a enloquecer.

Llaman a la puerta y Lady Aurora no va a abrir:
sabe que la suerte tardará mucho en venir.
Quizá sea la portera, hoy debe ser dos de abril.
Será mejor encerrarse, ella no sabe mentir...

Rápida la noche se ha caído en un balcón
y en su falda destrozada se ha ocultado muerto el sol.
Ella es Lady Aurora, está tan bella esta vez.
Y la soledad está a sus pies.





sábado, 9 de abril de 2011

Paisajes alérgicos

La fama la tienen ganada a pulso. No es que pase siempre, pero casi la mitad de las veces que me pongo a ensayar algo con la guitarra vienen ellas a enredar, sugiriendo arpegios e intervalos que acaban envolviéndome. Ésta es probablemente una de las piezas más extrañas que me han traído nunca. Surge de dos acordes disonantes que se van repitiendo sin piedad: sobre ellos el melotrón canta una melodía aún más bizarra, que se pasea por donde quiere sin hacer demasiado aprecio de escalas o modalidades. A mí, ahora, me gusta (ya veremos mañana por la mañana...)

*

Pues me sigue gustando. Tanto que le he sacado una versión extendida, con percusión y un prólogo modal que retorna cuando uno menos se lo espera.

viernes, 8 de abril de 2011

No era temporada de moras



— Dezid, hija garrida,
¿quién os manchó la camisa?
—Madre, las moras del çarçale,
las moras del çarçal, madre.
—Mentir, hija, mas no tanto,
que no pica la çarça tan alto.

Probablemente no haya asesinato que se haya mirado con mayor comprensión y hasta elogio que el del hombre que mata a su pareja infiel (a veces, también al amante de ésta). Con él comienzan Las mil y una noches, el discurso de Lisias por la muerte de Eratóstenes y la lacrimógena mexicanada del preso número 9. El madrigalista Gesualdo, Jimi Hendrix (Hey Joe) y Led Zeppelin (Your time is gonna come) también podrían cantarnos unas letrillas sobre el tema. Las viejas leyes griegas y judías no se limitaban a autorizar la matanza: prácticamente la exigían, con las consecuencias más o menos imprevistas que nos cuentan obras como La Regenta (donde el marido cornudo, ya viejo, se ve forzado a retar al seductor de su mujer para recuperar la honra —y muere en el intento) o Crónica de una muerte anunciada (donde son los hermanos de la chica los que cargan con el penoso 'deber', llevándose por delante al seguramente inocente Santiago Nasar).

Sobre esa montaña de materia grumosa, a menudo valiosa desde el punto artístico, se ha subido Salvador Sostres a echar su penúltima cagarruta, provocando una reacción muy comprensible pero que amenaza, pienso, pasarse de rosca. Y en esto siento que mi paso va cambiado respecto a la gente que me rodea y valoro: a mí no me parece que podamos ni debamos sin más restaurar la censura o el delito de opinión, o que sea coherente aplicarla a lo que se dice hoy sin tener en cuenta que lo que se dijo ayer sigue sonando aquí y ahora. Abrir la puerta a la persecución de las opiniones (de personas 'reales'; la persecución de un autor por las opiniones que puedan expresar sus personajes, o las acciones de éstos, me parece tan increíble que ni entro en ello) es abdicar de la libertad de expresión: como comer y rascar, censurar es cuestión de empezar. Hay límites ya trazados (la injuria, la calumnia) al discurso público y no creo que sea hora de desdibujarlos, menos aún en caliente. Con todo, si alguien se pone a ello, que no se sienta solo: los fundamentalistas cristianos y musulmanes estarán encantados de acompañarles en la persecución de artículos, libros y películas que hieran la sensibilidad ajena. Ríase Vd. del expurgo del cura y el barbero.


jueves, 7 de abril de 2011

Los ojos de sus amores verdes


Cuando estudiaba Mitología Clásica en la Complutense de Madrid (con un profesor estupendo: Carlos García Gual), pasamos algunas sesiones dándole vueltas a los términos básicos del asunto: mito, mitologema, mitema… Me di cuenta entonces de algo que, quizá de puro obvio, no he encontrado escrito en ninguna parte: si un mito es una historia verdadera, es decir, tenida por tal por una comunidad, es imposible que dicha comunidad se avenga a colocar sus mitos en la misma categoría que los de otras; o, dicho de otro modo, que acceda a distinguirlos, siquiera metodológicamente, de la Verdad. Se sigue de ello que, una vez establecido el sentido general de mito como un tipo de relato detectable en diversas religiones, a un mito digno de tal nombre se le reconocerá en seguida por su resistencia denodada a aceptar su propia naturaleza. Los no creyentes leemos la historia de la Creación que nos da el Génesis y reconocemos desde fuera que se trata de un mito, es decir, de una ficción que en algún momento se ha considerado cierta; para el testigo de Jehová, el mito funciona como tal, en sentido inmediato y primario —y, por eso, precisamente, jamás aceptará que ‘reduzcamos’ o ‘malinterpretemos’ la Palabra de Dios como un mito, colocándola en la misma categoría que el nacimiento de Venus.

Por supuesto, el planteamiento se tambalea si consideramos que la creencia literal en la veracidad de los mitos y su descarte como ficciones completamente falaces no son las únicas opciones, ni lo han sido nunca. Pero me sigue pareciendo que el asunto tiene cierta miga, en el sentido de que descubre un mecanismo digno de tenerse en cuenta. Hay cosas (quizá los mitos no sean el mejor ejemplo) que sólo pueden ser lo que su definición afirma (o serlo en sentido pleno, fuerte) mientras no se las marque como tales: parece claro en el caso de la ingenuidad y la inocencia (no deberíamos atribuírselas a nadie que presuma de participar en ellas, o sea, siquiera, capaz de enunciarlas), y no está muy lejana la noción de secreto (que, si no deja de serlo al revelarse su existencia, pierde al menos un grado de intensidad, al asomar la patita). El maestro Agustín García Calvo, en su largo poema Sermón de ser y no ser, reivindica la misma condición para el amor: sólo quien ya se ha desenamorado alguna vez que otra, o ha dejado de amar con la intensidad necesaria, puede reconocer en lo que siente una enfermedad común, algo que ya le ha pasado antes a medio mundo y cuyas causas, efectos y fases han sido explorados ya del derecho y del revés por los expertos del ramo. Nombrar así lo sentido como amor supone declararlo, desde una distancia impasible, como cosa sabida, condenada a seguir la ruta regular que va de la exaltación a la trivialidad, de la excepción a la estadística. Merece la pena recordar los versos (1326-1346):

Estamos tú y yo como el muchacho
que mirando está los ojos de sus amores verdes
y la voz le tiembla bajo la dulce tarde, solo
con sola, y aleteando están los corazones
de los dos y sin embargo no se atreve nunca,
no puede, a pronunciarlas las palabras justas,
bien que las conoce demasiado y demasiado
sabe que se esperan esas. Pero por eso mismo
se resiste como asnillo sin domar; y tiene
su miedo su razón; pues cuando al fin susurre
«Te quiero», en el momento de decir la propia
verdad habrá jurado la mortal mentira,
y a prisión mohosa habrá por siempre condenado
la amenaza de libertad que acaso en sus amores
florecía; conque así, sintiéndolo turbiamente,
tiembla como vara verde y balbucea y busca
en los ojos de la otra desesperadamente
la inteligencia, y los minutos en la fuente
caen gota a gota en tanto y los vencejos chillan
por el cielo y todavía sigue sin poderlo
decir.


miércoles, 6 de abril de 2011

Pero el lobo tenía un plan


No importa con qué aguja
repases hoy la herida,
con quién tomes apuntes
del curso de tu vida...

Pues eso. Sigo trayendo apuntes, más o menos afortunados, para los que huis, con buen criterio, de las redes sociales. La mayoría las he ido dejando en Twitter, pero hay alguna del Facebook.

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Ser raro es tan normal que es tontería darle (darse) importancia.

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Manuel Vicent (o un imitador) en Twitter: 'La revuelta de los países árabes tiene una estética de botellón.'

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El pasado no tiene otro formato que el de 'resto': un cúmulo presente (y mudable).

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La izquierda suele corromperse, es decir, se derechiza. La derecha es la corrupción organizada: su brazo legal.

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Leyendo novelas realistas del XIX. Aquí sí que se cumple que el medio (la ambientación) es el mensaje. La trama es sólo una excusa.

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Lo que realmente quiero hacer: música para gente que no madruga al día siguiente.

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Vocación fatal: confieso que de adolescentes, cuando jugábamos a la ouija, le he afeado las faltas de ortografía a más de un espíritu.

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Cristo: el prototipo de esos novelistas que deciden incluirse dentro de su obra, reservándose las mejores réplicas y un final espectacular.

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Clase de sintaxis: 'En el principio era el Verbo'. Acoqui, Tesnière.

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Como canta Sabina, hemos llegado a ese momento en que 'por las autopistas de la libertad / nadie se atreve a circular sin cadenas'.

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La era del simulacro. 'Sacó un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Eso sí, sin encenderlo. Era solo para hacerse la ilusión de que fumaba.'

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Me he enterado estos días de que Victor Hugo fue un entusiasta del espiritismo. Incluso publicó un libro con los poemas que tuvieron a bien dictarle los muertos; que resultaron idénticos en forma y contenido a los del resto de sus libros.

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Acabo de leer Bajarse al moro (vi, hace años, la película). Me parece agradable, pero poco más. Los estudiosos que la editan en Cátedra intentan desesperadamente otorgarle una profundidad que ni tiene ni necesita. No suelo recomendar a mis alumnos que se salten la introducción, pero en este caso sería defensa propia.

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'Pero el lobo tenía un plan'. También la madrastra de Blancanieves. En los cuentos infantiles, sólo los malos maquinan, arrastrados por deseos que se han convertido en ideas fijas. En los romances de ciego viene a pasar algo parecido: cuando se habla de que algún personaje quiere 'lograr su intención', ésta suele ser violar o matar a alguien. Frente a eso, tenemos a personajes que actúan de manera desconcertante, pero que se revela a posteriori sabia: el sastrecillo valiente, un suponer, que se lleva un queso y un pájaro, sin que sepamos (quizá él tampoco) de qué podrán servirle. Una suerte de serendipia o azar objetivo.

sábado, 2 de abril de 2011

Hojas de Twitter caídas (II)

En clase de literatura universal entramos en terrenos pantanosos: los de la novela realista del XIX. Terra, para mí, un tanto incógnita, aunque algo se puede decir por descarte. Hay una línea concisa que arranca de Súmer y los presocráticos -todo en casi nada. La gran novela va en dirección opuesta -lo que pueda decir importa poco. Lo que nos ofrece es instalarnos un mundo y habitarlo durante algún tiempo, una versión pionera de la realidad virtual que desborda lo sensible, incluyendo acceso a pensamientos y mareas íntimos. De ahí que leerla resumida, reducida a su anécdota, sea menos que nada.

En cuanto a la máxima concentrada, tras Gracián y Cioran desemboca hoy en Twitter. Sigo tanteando ese terreno -aquí va una segunda muestra.

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Aquellos versos sin autor. 'Y nos hicimos bosques / para poder perdernos'.

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Mallarmé: 'He leído todos los libros'. No digo tanto —pero qué pocos hay que no repitan, con mayor o menos fortuna, apuestas ya amortizadas.

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Llegar tarde no es tan grave: supone que aún hay a dónde.

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'Estar en lo cierto' le puede pasar a cualquiera, y a nada compromete. 'Tener razón' es otra historia.

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Las palabras muerden, pero nunca ladran.

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El que se busca a sí mismo ha olvidado de quién salió huyendo.

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Para nosotros, la verdad será siempre algo verde, incipiente. Más que una vereda, un puente levadizo.

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Lo mejor de la enseñanza es el concepto etimológico: el docente como hierofante que va quitándole velos a Ishtar.

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Las cosas que parecen ciertas pueden serlo, pero mosquea el gasto extra. Lo que es no necesita aparentar.

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Ahora que tantas cosas se van al carajo, asombra lo lograda que estaba la ilusión de permanencia.

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Los que atacan la literatura escapista han olvidado que el deber de todo preso es huir. Al plano astral, si es preciso.

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Vaya. La literatura rusa es de tal magnitud que las autoridades se sienten incapaces de impartirla.

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Tristan Tzara: 'Sólo el contraste nos enlaza con el pasado'.