sábado, 25 de agosto de 2012

Estudio en escarlata


Raíz de lo que viene,
amor de lo que pasa,
burbujas de colores
para inundar tu casa.
Sentir que todo empieza
donde mi voz acaba,
soplar sobre tus brasas:
estudio en escarlata.

La tarde se desliza
como un salvapantallas,
patitas invisibles
arañan la mirada.
Qué pronto pasa todo
cuando no pasa nada;
qué tarde, qué deprisa
caducan las palabras.

Iglesias emergidas,
redobles de guadaña,
derrama sus favores
la muerte subterránea.
Te eché tanto de menos
que a veces me abrumaba
tu ausencia en todas partes,
lo mucho que me faltas.

El IVA de los sueños
en esta temporada
rebasa en cinco puntos
la avilantez del alma.
Promesas empapadas
en agua de borrajas:
gobiernos en ayunas
patrullan la mañana.

La princesa está triste,
¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan
de su boca de fresa
que ha perdido la risa,
que ha perdido el color
y en un vaso, olvidada,
se desmaya una flor.

lunes, 20 de agosto de 2012

Ariadna

Lectura del Fedón o de Juliano,
mal llamado el Apóstata:
había en aquel tiempo en Galilea
(o tal vez era Atenas) una mano
capaz de recorrer todas las páginas
hasta estrujar la nuestra.
Hijo de la Penuria y el Ardid,
el Héroe (o el Amor) cortó la lengua
y dejó abandonada la cabeza.
El texto nos aguarda: un laberinto
formado por los hilos 
de sangre que se escapan.

domingo, 12 de agosto de 2012

Bruma de agosto


Rescato otra canción del concierto que dimos el sábado 21 de julio en El Jardín de las Delicias, en Gargantilla del Lozoya. Esta canción de Dani es una de mis favoritas, todo un clásico cientovolandero (tiene sus años, vaya), pero apenas la habíamos tocado en vivo hasta ahora: esperaba su momento, que ha llegado con la formación actual del grupo, con Luli al bajo y Benja a la batería.

Así dice el cuento:

No sé si fue esa bruma de agosto
en su pálido rostro
o era algo más normal; 
pero cuando se acercaba la tarde 
a pasitos cobardes 
y dejando en la arena 
sus pisadas calientes 
que borraban las penas, 

nos sentábamos sudando y sin fuerza 
en la tapia de piedra 
 y veíamos pasar 
con los ojos de un poeta extranjero
las mujeres primero, 
meneando el trasero, 
y eran hadas valientes 
cuya magia aún se siente. 

Y la noche se acercaba y de lejos 
susurraba consejos 
que no supe escuchar 
y veíamos pasar 
los últimos reflejos 
sobre nubes volando
mientras iban cantando: 

«Para ver el otoño, 
 hay que ser diferente, 
para que ella te mire, 
hay que ser diferente. 
Guarda horas felices 
en lo más profundo de ti.» 

En las noches oscuras, 
fuimos aventureros, 
la ventana enrejada 
de la dama de fuego, 
su rostro en penumbra 
y ella más hermosa que nunca. 

Iban dando ya las últimas notas 
de aquella canción rota 
con sabor a cristal 
y el otoño enemigo 
iba abriendo camino, 
nuestros sueños alados 
quedaron en tierra 
y mayo siempre me recuerda su olor.

Para el curioso de esos temas, no hay dos estrofas musicalmente iguales (muy danielero eso) y el estribillo, a la manera romántica, conserva el tono (re) pero cambia de modalidad (de mayor a menor). En el arreglo, si no en la canción en sí, se nota el aire de la época en que surgió: como el oyente avisado ya sabrá, son los años de En algún lugar de Duncan Dhu y Buena chica, de Los Secretos :)

lunes, 6 de agosto de 2012

Juventud, divino tesoro

En su Autobiografía, se sorprende Rubén Darío de que su poesía, tan musical, apenas se haya musicado, incluso en casos como la Sonatina, que, desde el título, llama a ello. Aún hoy, por la razón que sea, no son muchas las canciones que conozco basadas en textos de Darío. Paco Ibáñez hizo una versión preciosa de este poema, la Canción de otoño en primavera; la nuestra, que nos acompaña desde hace ya tiempo, es una lectura blusera, más áspera. Así sonó el otro día en el Jardín de las Delicias de Gargantilla del Lozoya.