martes, 29 de enero de 2013

Angostura


La angustia es un lugar donde hace tiempo
que estamos cayendo
—algo como perder el equilibrio
y aferrarse a su copia en un espejo
que se quiebra.

domingo, 27 de enero de 2013

Del túnel el tren (again)

Con la ayuda del  maestro Aníbal, estuve revisando la versión instrumental de una de las canciones de Valorio 42 veces. Así suena ahora, para melotrón (con registro de flauta), sitar y percusión.

miércoles, 23 de enero de 2013

La barquichuela


Vuelvo de los sonetos (que no de la nieve) a los cantos de Valorio 42 veces. La música del que sigue me ha salido esta tarde con cierta sorpresa, porque no es un palo que yo haya tocado otras veces, al menos que recuerde. Hace un juego curioso con la letra. Ahí va.


XIII

Mira: aunque me veas
que de la orilla
desamarro un día
la barquichuela
y abro la ancha vela
y te beso y digo
«Adiós para siempre»,

sábelo: aunque un día
mirando al cielo
coja aljaba y arco
y al cielo marche
a cazar el sol
y en silencio os deje
a ti y a los niños,

tú confía, hermana:
vendrá otro día,
marzo aún vendrá,
y una mañanita
volveré a cortarte
para tu santo
algunas violetas.

1955

martes, 22 de enero de 2013

Poesia.com


Recuerda en su comentario Antonio del Camino los ratos memorables que pasamos en su día varios de nosotros en el foro Poesia.com. Resulta un tanto melancólico comprobar en Google que no queda ningún sector visitable de lo que fue hacia el año 2000 un sitio web fertilísimo, ni siquiera referencias que recuerden que lo hubo. Nosotros habitábamos fundamentalmente los foros de sonetos y décimas (formas cuya relativa dificultad y carácter anticuado ejercían una curiosa selección de personal), pero había muchos más, concurridísimos en su mayoría. 

Ateniéndonos a nuestro mester favorito, si alguien llevara la estadística de la composición de sonetos en español, no me extrañaría que en los meses en que aquello alcanzó su mejor momento se apreciara a simple vista en los diagramas más de un pico, a cuenta del pique que nos traímos todos a ver quién daba con la rima más natural y menos obvia o se adentraba más audazmente en las lindes del género experimentando con los metros, los acentos, los enfoques, las mañas. 

Toda reunión de este tipo acaba generando un espíritu tutelar, lo que los romanos llamaban el genius loci, de modo que sin perder cada uno su manera de obrar, acaba detectándose en todos (en unos más que en otros) un cierto aire de familia, que atestigua el aprecio mutuo y la riña amorosa entre unas propuestas y otras. A pesar de la distancia, lo percibo con claridad en estos sonetos isabelinos que me ha visitado estos días, entre dadaístas y sentimentales, que no serían seguramente como son si uno no hubiera leído a Antonio, Norje y demás cofrades. Para todos ellos (y para todos los lectores del blog), un gran abrazo.

I

Un soneto me manda que me achante,
que detenga en ayunas mis palabras
y las eche en la cárcel que tú abras
al efecto en el filo de un instante.

Con la pericia propia de un amante
de lo ajeno, resuelvo abracadabras
y avanzo sin temor por las macabras
argucias de tu amor desinfectante.

Por mucho que me quieras, sé que no
puedo ser quien buscabas esta tarde,
quien borre la desilusión que arde
cuando esperas la vida y llego yo.

Amargo repostar; crujir de vuelta
de mi vuelo fugaz en ala delta.

II

Amar lo que se acerca, lo que pasa
en un pispás las lindes del soneto:
la gracia de dormir fuera de casa
o la música insomne de un secreto.

Soplar, como ceniza de una brasa,
la niebla que protege con su reto
el alba que, noctámbula y escasa,
arriesga su candor hasta este ghetto.

Quererte sin pensar qué significa
dentro del gran esquema de las cosas
asirme de tus manos temblorosas,
regalarte un ciempiés o una canica.

Tenerte y no saber por qué te tuve.
Pasar de contrabando tu ITV.

lunes, 21 de enero de 2013

Fake Plastic Trees


Para una edición corregida (y aumentada) del Devocionario Pop

Tu amor es una cárcel de cristal
en la que me mantengo prisionero,
una fuga de luz que en pleno enero
me inunda con su angustia tropical.

Ayuno de lo más elemental,
escarbo en tu cariño traicionero,
adicto compulsivo y usurero
de tu calor sonámbulo y mortal. 

En ti sembré mi asombro, mi inquietud,
mis manos siempre frías, mi esperanza
de ser alguna vez quien tú quisieras;

por ti he desenvasado la virtud,
soñado este rubor que ya me alcanza,
rumiado esta verdura de las eras.




domingo, 20 de enero de 2013

Cinco puntos de luz


Me llegó esta semana por David Coll (¡sean con él la paz y gloria!) noticia de un juego poético propuesto por José Alcalá Zamora, historiador y poeta, nieto del que fuera presidente de la II República, y autor (José), entre otros sonetos, de este:

Este punto de luz breve que soy


Este punto de luz breve que soy,
chispa en negro universo desmedido,
se apaga lentamente oscurecido
por un presente donde ya no estoy.

Serenamente, de quien fui me voy,
mi rostro va quedándose dormido
mi corazón detiene su latido,
vuelvo a la noche, dejo de ser hoy.

Escultura de tiempo derruida,
mi química acelera las permutas
y devuelve mis átomos al mundo.

El complejo artilugio de mi vida
se descompone en piezas diminutas
y en el negror del Cosmos me confundo.

Consiste el desafío en tomar el verso que da título a su soneto y fabricarse uno al gusto: un gambito imposible de declinar al que el propio Coll hizo justicia como sigue:

Este punto de luz breve que soy,
Fantasma que se ahoga en el pasado,
Cadáver de un amor nunca alcanzado
Que arrastro hacia la Noche a la que voy…

Este ayer sin mañanas y sin hoy,
Nostalgia donde soy crucificado,
Laberinto de fuego enamorado
Donde no sé jamás en dónde estoy…

Este dios con tristezas de payaso
Que lucha contra el mar del tiempo impío
Y a quien ni las locuras hacen caso,

Este esqueleto inútil y sombrío
Donde crujen los huesos del fracaso
Se hunde en las tinieblas del Vacío…

Y no, yo tampoco pude resistirme. Así sonó mi intento:

Cum semel occidit brevis lux

Tan pronto se nos va la breve luz,
nos queda por dormir la noche eterna.
(Catulo)

En la noche mi cuerpo se entristece,
torpe fábrica orgánica de aliento;
como verbo abrumado por su acento,
su ritmo se demora y oscurece

hasta hacerse un latido que decrece
revertido hacia el centro donde, lento,
me agrío, me enveneno, me impaciento
soñándome infinito. Me parece

la vida tan veloz como pequeña:
una luna funesta que se adueña
golosa de mis días. No me voy

(¿adónde?) y ya ha pasado mi horizonte:
se extingue en la pupila de Caronte
este punto de luz breve que soy.

Pero la cosa, felizmente, no acabó ahí. Por Twitter, extendí el reto y a él acudió Josu Gómez, el gran Eleder, con este soneto de cabos agudos:

Este punto de luz breve que soy, 
este hilo plateado que ya fui,
contemplan lo que tienen ante sí
desde el reposo trémulo del hoy.

¿Cómo unirán la historia del ayer
con el mañana incierto que será?
¿Qué destinos oscuros les traerá
el tiempo que aún ahora está por ser?

Silencios esperando alguna luz,
sombras mostrando irónicas su faz,
viento soplando un hálito feroz,


o bien el eco eterno de tu voz,
tus ojos regalándome la paz,
tu mano, amor, salvándome en la cruz.

¿Puede una serie así tener final? Seguramente, no: sabemos que el ínclito Luis Alberto de Cuenca también ha cedido a la tentación, aunque las pruebas no hayan trascendido de momento —y lectores tiene este blog capaces de darnos a todos los anteriores ciento y viento desde la sección de comentarios. Pero en lo que se lanzan ustedes, consideren también este de Rafael Herrera y concédanme que es complicado dar mejor remate a la entrada:

Desafiaba el nieto de Niceto
con cuatro rimas y una línea (este
punto de luz breve que soy):  «Apreste
su pluma y estro quien acepte el reto».

¡Oh rigurosas leyes del soneto,
 y el ingenio del Fénix! ¡Oh celeste
coro del Helicón! O cuncti adeste!
Prestadme vuestro auxilio y yo prometo

darle vueltas al verso, que este punto
de luz breve que soy, cuando se mueve,
cambia la rima al punto que le doy.

¿Se apagará este punto de luz breve
que soy, si al fin lo escribo todo junto:
este punto de luz breve que soy?

sábado, 19 de enero de 2013

Jose la Bella


La canción de hoy, la número XXIX de Valorio 42 veces, es una de las pocas en que la amada recibe nombre: Jose la Bella (Yosefe en la VIII; en la número I se habla de san José, jugando quizá con la homonimia). Así me sonaba hoy (con algún error en la letra, como siempre, y una tos importuna):


XXIX 

Entre tu cuello y tu hombro
hay un nido de besos,
Jose la Bella. —Ay,
los pájaros volaron,
los vientos se llevaron las briznas.
Y sin embargo,
yo sé
sé dónde es.
El nido trina en mi recuerdo.

En el cuenco de tu mano,
una rosa de sueño,
Jose la Bella. —Ay,
ya nadie la regaba,
hormigas sus cenizas robaron.
Y sin embargo,
yo sé,
sé dónde es.
Tiembla la rosa en mi recuerdo.

En la comba de tus corvas,
un rebaño de ciervos,
Jose la Bella. —Ay,
vino el tiempo de caza,
por sotos y por valles huyeron.
Y sin embargo,
yo sé,
sé dónde es.
Pace el rebaño en mis recuerdos.

Y en lo alto entre tus piernas,
una casa con pozo
y fuego en invierno. —Ay,
hubo una larga guerra,
arrasáronla los negros caballos.
Y sin embargo,
yo sé dónde es,
Jose la Bella.
En su hogar viven mis recuerdos.


1971

viernes, 18 de enero de 2013

No son estas violetas


No lo comprendo, pero pasa. Miro alguna de las canciones de Valorio 42 veces y de repente se me abre, voy recorriéndola con la mirada y escucho el giro musical que da sentido a los versos, por irregulares que hasta entonces me parecieran (y, por fortuna, la versificación de estas canciones es casi siempre irregular: huye del sonsonete octosílabo como de la muerte). Incluso en los escollos, que los hay, se trata de detenerse a escuchar mejor, más que de decidir nada.

Otra cosa es la interpretación, ante la grabadora. Ahí pocas veces me he sentido tan torpe, tan retén de una tropa que ha partido y me dejado a cargo de las telecomunicaciones, para que me las componga en lo que llegan los refuerzos. El subconsciente, aliado hasta entonces, se complace en trabucarme las palabras, esconderme las notas, complicarme las vueltas. Tocar tiene un pase: hasta cierto punto, lo hace otro mientras yo observo, como quien se ve andar —pero cantar me cuesta un mundo, y es difícil que mis enemigos tengan peor opinión sobre este punto que yo; pero es lo que tengo, como quien camina con el pie torcido porque no tiene otro y precisa hacerlo. Hay prisa.

La canción es la antepenúltima del libro, la XL (muy propia para mis circunstancias). El poeta se dirige a la vez, si eso es posible, a la amada de hace 40 años y a la extraña que el tiempo ha hecho a partir de aquella. Imposible decirlo mejor:


No son estas violetas
que por ti le robo a la orilla
del arroyo perdido,
no son las mismas
que aquéllas que el año pasado
corté o que el año primero traía.
Y sin embargo, míralas:
son también las mismas.

No, ni es ésta aquel agua
que una vez los pies te lamía,
tú conmigo descalza:
no, no es la misma.
Pero ¿oyes que vuelve y murmura
y dice de nuevo palabras antiguas?,
que no sé cómo, que es verdad
que es también la misma.

No, tampoco tú eres
la que ahí los labios abría
y cerraba los ojos:
no eres la misma.
Se habrá o quemado o podrido
el banco de allí que tu nombre sabía,
y tú te has vuelto otra, tú
mil y mil distintas:

hijas, nietas, biznietas
y otras más de ti que se crían
tu sonrisa repiten:
no son la misma.
¿O sí? ¿O si tú fueras muchas?
¡Si tantas que copian tus cejas altivas,
tu boca humilde, tus andares,
son también la misma!:

tú. Ah tú, si quisieras
no ser una y sola, mi vida,
si tú no te empeñaras
en ser tú misma,
serías las mil y las tantas
y toda la sarta sin fin de las niñas
que nacen al amor. Y ya
nadie moriría.


1982

martes, 15 de enero de 2013

Con los piquitos

Pues... sí, todavía otra canción más, para mi asombro, de la serie que me persigue estos días. Esta exige un cantante de lo más silviático, rico en matices y firme en agudos; pero, en lo que aparece, como siempre me ha tocado a mí dar el pego. Para los curiosos de esas cosas (que lo notarán sin que yo lo diga), la mayor parte de la melodía está en el viejo modo frigio, que ya se me había insinuado en otra ocasión (en la venerable, si no decrépita, Lady Aurora). En total hay cinco acordes —y ninguno es mayor.



XVI

Con los piquitos
las golondrinas de ayer
repican, amor,
a los cristales de tu ventana:
ábreles, ¿no?

Porque te dicen que ya no llueve,
que ya pica el sol,
que puedes ya salir a la calle
sin capa, sin medias,
sin condición,
y ¿por qué no?

¿Qué haces ahí tras esos cristales
tan pálida, amor?
¿No sales? ¿No la dejas en lágrimas
fundirse Ia escarcha
del corazón?
Y ¿por qué no?

¿Quién te retiene ahí con hechizos,
tan clara prisión?
¿No sabes? ¿No? ¿Ni con la cabeza
me dices siquiera
si sí o no?
Y ¿por qué no?

¿No oyes las golondrinas de antaño
que el frío mató
treinta años hace? ¿Las oyes, tantas
que tañen al alba
por tu balcón?
Y ¿por qué no?

Aunque tú estés
del lado de allá del cristal,
escucha, amor,
cómo repican en tus oídos:
ábreles, ¿no?


1984 para 1958

lunes, 14 de enero de 2013

Qué pena


Estaría bien poder bajar por la canción del día como uno baja a por el pan. Por raro que parezca, así está siendo estos días: cada uno ha ido trayendo consigo alguna música nueva para las canciones de Valorio 42 veces. Esta es la última, al menos de momento. Tiene un aire bastante distinto a sus hermanas —y yo diría que no es la peor del lote.

Así va (nótese que el verso penúltimo, ¡qué solo estaré tú y yo!, aparece así en el original; dado que el texto es de 1957, pienso que el juego del maestro con los pronombres se anticipa aquí a sus investigaciones posteriores sobre la prohibición de sintagmas como *me amamos o *nos amo):


XV

¡Qué pena
que el agua corra turbia!
Que el viento quiebre la lluvia
¡qué pena!

¿Dónde están las manos amigas
que nos consuelan?
Solos los dos estamos,
mi compañera,
al pie del arroyo,
bajo la nube negra.
¡Qué pena!

Tan juntos cobijados
en la junceda,
que ya no somos dos,
Adán y Eva,
sino uno solo, el solo
que llora y piensa
«¡Qué pena
que caiga la lluvia rota,
que el agua corra revuelta!»

Un beso. ¿Qué puede
venir de fuera?
Pasará la vida como una
borrasca de primavera;
y después, como ahora,
¡qué solo estaré tú y yo!
¡Qué dulce pena!

1957

domingo, 13 de enero de 2013

Del túnel el tren


Pues algo quedaba, sí: aún otra canción de Valorio 42 veces, que se ha hecho casi sola mientras repasaba el libro con la guitarra al lado, no fuera a ser que. Y lo fue.

Esta canción está fechada en el año 59. Por el contenido, parece uno de los momentos bajos de la relación amorosa: quien nos habla es consciente de que pierde ya la mano de su amada, que se va de su lado tras jugar sus cartas con alguna trampa que otra. A pesar de todo, cierra el texto con una confesión de amor ('jamás, amor, te quise tan dulce y tan bárbaro') que recuerda la crecida de la pasión que se seguía, inopinadamente, de la victoria de la rutina en uno de los sonetos anteriores, del 44: Cuando iba ya a quedarse en nuestras manos.

Así va:


Del túnel el tren:
de los álamos susto de pájaros.
¡Adiós, amor,
por el valle dorado!

¿Quién dijo «tú, tú»?
¿Quién dijo «tus trémulos párpados»?
Adiós, amor.
No hay amor sin engaño.

Al mar me voy:
me voy a los cierzos del páramo.
¡Adiós, amor,
y con el mazo dando!

Ni tú ni yo
ni violetas al pie del carámbano.
Adiós, amor,
que me voy de tu lado.

Jamás, amor,
te quise tan dulce y tan bárbaro
como hoy, que ya
se me pierde tu mano.


1959

Edito para añadir una versión instrumental de la canción, con sugerencias muy enriquecedoras del maestro Aníbal:


sábado, 12 de enero de 2013

Algo queda


Debiera (y espero hacerlo) pulirla un poco, pero no resisto la tentación de compartir, con placenta y todo, la canción que acabo de musicar, la última (XLII) de las que componen Valorio 42 veces.  Así dice:

¿Queda algo de lo que pasa,
amor? Algo queda.

De las estrellas de anoche
que borró la mañana
huellas hay entre la yerba,
no sé qué letras de plata,
para que tú las leas.

Algo de lo que pasa,
amor, algo queda.

La rana misma que ahora
ha saltado a la charca,
zas, se fue, pero nos deja
onda tras onda en el agua:
nunca sabrás la cuenta.

Algo, algo de lo que pasa,
amor, algo queda.

Al aire, apenas decirla,
se voló la palabra:
eco y eco de ella ruedan
sin fin perdiéndose tras las
nubes y las estrellas.

Algo, amor, de lo que pasa,
algo queda.

Y del amor que en tus labios
una vez palpitara,
eco y onda y clara seña
laten y alientan y granan
donde ni tú lo sepas.

Algo queda de lo que pasa,
amor, amor, algo queda.


1984

Y así suena en versión instrumental, para dos melotrones, guitarra y cello:

viernes, 11 de enero de 2013

Priamela


La priamela es una vieja forma clásica: el poeta recuerda ordenadamente los gustos ajenos, de manera aparentemente objetiva o comprensiva —para finalmente exponer el suyo. Si gustan...

El hachís
it's what it is,
el alcohol,
sangre del sol;
la maría,
fuente fría
y el café,
lumbre sin fe.

        En llegados al asunto,
        yo prefiero un micropunto...

Sé de prosa
esplendorosa,
de novela
que revela;
más de un cuento
suculento
y un ensayo
sin desmayo.

        Llámenme, si quieren, retro:
        yo prefiero rima y metro...

Son los sintetizadores
cyberpájaros cantores
y los pedales de efectos,
Jesucristos resurrectos;
cabe en un sampleador
toda la plata y el or
y una buena batería
virgo es de Sancta María.

        Me diréis: «Le falta garra».
        Yo me abrazo a la guitarra...

Que el marxista,
honrado, insista;
llegue a cano
el buen vegano;
que el okupa
fuerte escupa
a los pies
del buen burgués
y que lama el musulmán
las pepillas de Satán.

        A la nada yo me voy
        sin deciros "esto soy".

        "Lo de siempre" —me diréis.
        Y es así
        —si así lo veis.

miércoles, 9 de enero de 2013

Como la niñera...

Otra canción que siempre quise musicar de Valorio 42 veces. He intentado (sin mucho éxito) darle un toque de música folk o antigua inglesa. Reconocerán que, como propósito, mola.


Como la niñera
que al tiovivo
lleva al hijo último
de la casa
(ya en el caballito
lo ha montado
y ya le ha metido

en el breve puño
la monedita,
y ella fiel delante
del torbellino
de los espejuelos
está mirando,
y a cada vuelta

le hace seña y una
sonrisa blanca,
cada vez la misma),
así a los giros
de este carrusel
de las estaciones
—soles y nubes—

quieto te aguardaba,
mi amor, mi niña
de los ojos turbios,
y a cada marzo
te traía algunas
violetas y unos
pocos de versos,

que decían siempre
lo mismo: «Deja
que la nieve ruede
desde tus hombros
a la negra tierra,
y de tu cabello
deja que arrastre

vendaval del Tiempo
la fronda de oro:
más allá del Tiempo
y de las trompetas
del Juïcio, allí
de mi niño está
mi brazo derecho

sosteniendo el peso
de tu cintura
que se le derrumba
entre las juncedas
de un arroyo seco
de un bosque que
llamaban Valorio...

lunes, 7 de enero de 2013

La canción que cantábamos juntos


Repasar de principio a fin Valorio 42 veces, mi libro favorito de Agustín García Calvo, me ha servido para recordar muchas canciones que siempre había querido musicar. Esta es una de ellas, la XXIII; hay ya una versión de Luis Ramos, que al decir de Ana Leal suena como 'una canción de toda la vida', y que por lo logrado del empeño disuaría de intentarlo a alguien más prudente. No es mi caso. Mi interpretación es muy precaria, como siempre, pero espero que dé una idea de por dónde puede ir la cosa, sesentil y tal.



La canción que cantábamos juntos
en el aire me suena,
amiga mía nueva,
mi viejo amor.

Cuando voy por las calles bullentes
y en un árbol de pronto
tres hojitas apuntan, entonces
en el aire me suena,
amiga mía nueva,
mi viejo amor.

Cuando estoy de discursos y parlas
asordado, y acaso
abre un breve silencio la tarde,
ella suena en el aire,
amiga mía nueva,
mi viejo amor.

Cuando, echado en la espesa mazmorra
de la ley, hasta el catre
entra un soplo de día, ella sola
en el aire me suena,
amiga mía nueva,
mi viejo amor.

Y entonces voy yo a repetirla,
y la voz se me quiebra
de sentir que estoy solo y no suena
tu voz junta en el aire,
amiga mía nueva,
mi viejo amor.

Y maldigo las plazas y el ruido
y el tiempo y su cárcel,
que de mí te han llevado y no dejan
que en el aire me suene,
amiga mía nueva,
mi viejo amor.

Pero escucho tu voz del recuerdo,
juvenil para siempre,
que me dice que nunca se pierde
lo que suena en el aire,
amiga mía nueva,
mi viejo amor,

y que allá tras la última estrella
hay un río y un bosque
de Valorio, y tú estás a mi lado
y cantando conmigo,
amiga mía nueva,
mi viejo amor.

domingo, 6 de enero de 2013

Valorio 42 veces: Soliloquio para final



Celebro que, gracias al Padre Navidad, vuelvo a tener escáner (lo que se echan de menos estos artilugios) volcando este poema del maestro Agustín, que cierra de manera inolvidable su Valorio 42 veces y que más de una vez había buscado en vano por la Red. Recuérdese que ese estraño y otras grafías semejantes obedecen al propósito del autor de escribir como se habla

 
SOLILOQUIO PARA FINAL

¡Qué estraño que parece el mundo sin ti!
Quieren seguir las cosas siendo
las mismas que eran antes alrededor,
y sin embargo,

cada una tiene ahora un cuño de ley
de experto que declara «Falsa.
No soy lo que parezco: mírame bien».
Pues, por ejemplo,

ese azulejo, donde el rayo de sol,
ya me está haciendo como un guiño
de desengaño. Y ese huevo de ahí
de vidrio blavo

tiene una pinta negra en el corazón
que está diciendo "No está ella".
Y aquella nube como rosa de allí
—¿lo ves?— de pronto

se queda como helada en el aire azul
en grito mudo de tu falta.
Y aquí en el fondo del tintero se ve
como una veta

de raro iris, que me escribe «Se fue,
y ya florida está la nada».
Y hasta ese espejo, si me voy a asomar,
se cubre todo

de telaraña, y esos ojos ya son
dos bolas ciegas de resina,
puesto que saben que jamás te verán.
O si a la mesa

la hogaza parto y pruebo un muerdo de pan,
sabor de sésamo y ajeno
me dice «No», que no es aquello que tú
comiste un tiempo

conmigo. Y de los lilos por el jardín
sube un olor desconocido,
que es el aroma de la sombra de ti.
Que es que en las cosas

tú en cada cual estabas, y sin saber
llevaban todas una marca
de ti, que a cada una la hacía ser
lo que ella era,

porque es que en esta esfera con ellas tú
vivías, y tu boca el nombre
a cada cosa le sabía nombrar.
Y ahora ellas,

como oyen que tu boca helada, que tú
ya no eres cosa de este mundo,
no saben ser lo que eran: dicen que no,
que no son ellas.

No puede ser. Y nadie venga a decir
«No puede ser, y sin embargo,
ya ves, lo es». Pues lo que no puede ser
no puede ser

y se acabó y sin más. A ver, ¿cómo hacéis
si, calculando algún problema,
topáis con una solución al final
que es imposible?:

pues lo primero, sospecháis que la habéis
errado, y repasáis las cuentas;
y si la solución os vuelve a salir
de nuevo absurda,

pensáis que es el problema el que estaba mal
planteado, o más, que el aparato
de axiomas y principios de que partís
todo él es falso.

Pues bien, ahora igual: si el cálculo al fin
nos da este resulado absurdo,
que tú no estás, lo cual no hay Dios ni razón
que lo conciba,

pues adelante: descubramos sin más
que era la vida la que estaba
mal planteada. ¿Quién nos hizo creer
que tú eras tú,

que yo era yo, que cada cosa era así
y que pasaba y sin embargo
seguía siendo... ¡Ah negra flor del error!
Mentira todo:

mentira las violetas que te cogí
y tus zapatos de trencilla,
fe vana y negra tus cabellos y tu
dorado nombre,

tus casas y tus hijos huera ilusión,
mentira toda aquella historia
de nuestro amor, y falsos todos sin ti
los versos que te hacía.

sábado, 5 de enero de 2013

La sombra de la víbora



He pasado estos días un rato estupendo con los amigos de la tertulia política del Ateneo,  que fundara el maestro García Calvo, y que, a pesar de la pérdida de este, sigue gozando de  salud envidiable. Estuvimos repasando algunas de las canciones incluidas en mi libro favorito de Agustín, Valorio 42 veces, del que ya hemos hablado alguna vez aquí. Esta es una de ellas, la XXXI. Así suena en la versión instrumental de la Orquesta Encantada (las dos primeras rondas de la flauta se corresponden con la voz; las dos siguientes, con un solo instrumental).




La sombra de la víbora 
no tiene veneno. 
Entre las vïoletas 
se enrosca el Tiempo. 
Y ya, compañerita de mis edades, 
te lo agradezco 
todas las armas 
que no empleaste. 

Los besos de la guerra 
desgarran mi aire. 
Se enzarza Eva pequeña 
con mil Adanes. 
Y yo, compañerita, tan cerca y lejos, 
como tú sabes, 
lo que no hiciste 
te lo agradezco. 

Tu amor en esta selva 
se va desprendiendo 
de amor, y queda un blanco 
de fruto tierno. 
Y aquí, compañerita, por las aljabas 
del mal no hecho 
mi cuerpo herido 
te da las gracias. 

Sangrando la paloma, 
la sierpe helada. 
¡La vida tras tus ojos, 
tu furia mansa! 
Y tú, compañerita de mis escuelas, 
por tanta nada 
tan pïadosa 
bendita seas.

1973

Y así viene a sonar cantada, con algún error que otro:


miércoles, 2 de enero de 2013

De Byron a Elvira Lindo


De Byron a Elvira Lindo. Me lleva varios días dando vueltas en la cabeza esta fórmula, que una de las mentes pensantes de Intereconomía utiliza para resumir la decadencia de la vida cultural española en un vídeo que nos acercó JA Montano. Hay varias tomas de partido en esta contraposición, y todas son lamentables. Básicamente, Byron es mejor (a ojos del pedante de turno) porque es inglés, es varón, es poeta, escribió para adultos, forma parte del canon y está muerto. La realidad es que Byron, a su pesar (tiene sus momentos), es un autor que no hace falta leer: como figurón, sirve de resumen de la literatura entendida en el peor de los sentidos, como exhibicionismo, egolatría y pose. Estar viva, resultar cercana a nosotros por su actitud, su lengua y su tiempo, escribir sin cascabeles, ser capaz de contarnos sus historias desde un narrador de otro sexo y haberse interesado (como Carroll o Twain, por citar dos varones anglosajones canónicos que el interecónomo, imagino, habrá de bendecir) por el mundo infantil (aunque no solo por él) son pecados de los que cabe estar muy orgullosa. Bien por EL.