jueves, 31 de octubre de 2013

La vida de los muertos


El odio popular hacia los 'días de...' (que no logra, como vemos, impedir su proliferación más o menos compulsiva) no necesita mucha explicación, creo, aunque tal vez acepte un intento. De un lado, se siente rechazo hacia eso de que desde arriba (autoridades políticas que fijan calendarios, autoridades religiosas, medios de formación de masas) se nos diga de qué y cuándo debemos ocuparnos, como dando a entender que sin esas directrices pasaríamos por alto tan importantes cuestiones y no encontraríamos qué hacer o nos entregaríamos a otras varias, menos dignas. Ese rechazo puede extenderse a las cuestiones mismas que se nos plantean en esos recordatorios, cuando se trata de la exaltación del poder y el dominio mismos (días de la patria, de la milicia, de la bandera y, si te descuidas, hasta del sistema penal o la silla eléctrica); pero otras veces no es así, y en el rechazo va entreverado el amor hacia lo que hay más o menos debajo del tema (por ejemplo, nuestros muertos), que no se resigna uno a ver encuadrado y limitado en un día (e ignorado, por contraste, el resto del tiempo).

Junto a esto, está la evidencia de que, si muchas son las cosas, como antaño los dioses, no pueden estar todas todo el tiempo a la vez en primera línea de nuestra atención. Quizá por ahí cabría un rescate de las fiestas 'temáticas' como una principalía, al modo en que los guerreros de Homero van teniendo cada uno su momento de gloria en la Ilíada, sin desaparecer por eso durante los demás cantos. Cierto que no se producen esas 'hegemonías' (es el término griego) siguiendo una planilla que marque los turnos de cada cual, sino que son los azares de la batalla y el capricho de los dioses (que lo uno es lo otro) lo que hace que ahora destaque Áyax y en otro momento lo haga Diomedes. Pero en fin, basta con que la ejecución más o menos improvisada y abierta a cambios de la epopeya se convierta en un texto escrito para que ya esos azares se hagan inevitables, cosa hecha, y tenga cada uno su turno, definido inapelablemente y hasta sujeto a cálculo exacto (canto tal, versos tal y pascual).

Y así, si es un azar que el día de los muertos sea en nuestra cultura este que se avecina y no otro cualquiera, como lo es que estemos en esta cultura y no en otra, y aun que estemos o no vivos para contarlo, una vez presos en la tela de araña correspondiente en la que el tiempo se cuenta como mandan sus dueños, es inevitable tropezar cada año con este día, y parece lógico pararse a sopesar la piedra y darle alguna que otra vuelta. Vayan, pues, algunas observaciones por si les apetece discutir alguna, y que la desarrollemos un poco:
  1. Amamos y tememos a los muertos. De ahí que los mantengamos a cierta distancia: distantes, pero accesibles.
  2. Somos la parte viva, actual, presente, de una cadena que en su mayoría consta de muertos. Viven en nosotros. 
  3. Los muertos son seres paradójicos: se les ha acabado el tiempo, pero tienen a su disposición la eternidad. Ya no están, pero son ubicuos. Están fuera de la obra, pero proyectan sobre ella su sombra (o su luz). Son impotentes, pero están libres de toda atadura.
  4. Los muertos son seres humanos inversos: actúan cuando descansamos, hablan al revés, están donde no hay nadie, saben lo que ignoramos, ven lo invisible. 
  5. Los muertos tienen hambre y sed: carecen de lo que tenemos (la vida) y lo echan de menos.
  6. Un muerto está a la vez en el mundo de los muertos, allí donde reposan sus restos y allí donde viven los que le importan. 
  7. Hay una buena muerte y una mala muerte. La buena llega tras una vida plena, pasa por los ritos funerarios pertinentes y permite la integración satisfactoria en el Más Allá. La mala llega de forma prematura o violenta, y el difunto queda ligado de forma traumática al mundo de los vivos.
  8. La Muerte lucha contra el deseo de vivir de los enfermos o heridos (agonía); pero una vez lograda la victoria, el difunto se arroja sus brazos: deja este mundo como lo hace el vencido por el sueño. 
  9. La muerte tiene grados: físicos (hora de la muerte; podredumbre del cadáver; desintegración de sus huesos) y psíquicos (desde que el muerto deja de hablar hasta que deja de hablarse de él).
  10. La Luna es el sol de los muertos. Los animales, sus dobles. El sueño, su país. Son sombras sin sombra: reflejos de un rostro que ya no está ante el espejo.

sábado, 26 de octubre de 2013

A las 8 en el bar Ithaka


El disco más famoso de los Beatles,  el Sgt. Peppers, comienza y acaba con la misma canción, la que le da título. En nuestros conciertos hemos cogido la misma costumbre. Así sonó este jueves en el bar Ithaka una de nuestras canciones, A las 8 de la mañana, en las versiones de entrada y salida:


sábado, 19 de octubre de 2013

Penúltimos pensamientos


Regalo de esta tarde. Otra canción —que, en lo que encuentra su voz, suena así en versión instrumental. (Corregida un poco más tarde.)


Y así en versión cantada (ya saben Vds: harto rudimentaria, etc.)


La tarde se me fue en poner en orden 
algunas cosas que olvidé apuntar; 
guardar en un impasse mis pensamientos 
prohibiéndoles volver donde ahora van.
Tú siempre por llegar, yo dando vueltas, 
haciéndome a la idea de esperar 
que el tiempo desperece tu conciencia, 
que el viento desenrede la verdad. 

La tarde se nos fue en montar canciones, 
conjuros para obviar la soledad; 
maneras de sentirnos diferentes, 
mirar al fondo sin mirar atrás. 
Tú siempre por llegar, yo dando vueltas, 
haciéndome a la idea de esperar 
que el tiempo desperece tu conciencia, 
que el viento desenrede la verdad.

jueves, 17 de octubre de 2013

Donde los muertos


La muerte no está donde estamos; tampoco nosotros estaremos cuando ella llegue. Así razona  Epicuro en su Carta a Meneceo, sección 124. Aunque el argumento se dirige contra el miedo a la muerte, es también y sobre todo una constatación de la alteridad fundamental de la muerte. Un muerto es un ausente, alguien que nos ha dejado, se ha ido.

Sin embargo, nuestra mente acepta con dificultad la idea de un personaje sin circunstancias. No solo pensamos en los difuntos, los recordamos y guardamos sus restos en un sepulcro o urna, sino que tendemos a imaginarlos —y esta operación, tenga lugar en el sueño o en la vigilia, implica situarlos en un espacio peculiar, propio. Surge así de forma natural la idea de un mundo de los muertos, cuyos pormenores imaginarios son, en cada cultura, una descripción veraz de los deseos y temores de los vivos .

(Esta evocación de los muertos no es solo consciente: también se da mientras nos entregamos al estado alterado de conciencia más cotidiano y fascinante de todos, el sueño. Los sueños en que aparecen personas difuntas han llevado desde antiguo a una asociación, que a veces deviene identidad, entre el mundo onírico y el de los muertos. Géza Róheim y James Hillman han estudiado bien el tema, cada uno desde su perspectiva distintiva: freudiana la del primero y junguiana, o posjunguiana, la del segundo.)

En la imaginación de ese Otro Mundo es un factor primario el miedo a la muerte, el instinto de conservación. Incluso en culturas como las mesopotámicas y la griega, que no parecen haber planteado en principio el destino de los difuntos en términos de recompensa y castigo, el Más Allá se presenta como un lugar inhóspito, indeseable, donde falta todo aquello que hace grata y posible la vida humana: el calor (en su justa medida), la fecundidad, la energía vital. Abrasador o helado, el Inframundo nunca es templado, armónico.

Por otra parte, si el temor a la muerte es el miedo básico del hombre, la persona capaz de domeñar este terror, el héroe, sobrepasa al hacerlo el umbral de lo humano. Al anteponer la consecución de su deseo a la propia vida, el héroe acepta la posibilidad de la muerte y pone, en cierto modo, un pie en ella. La imaginación hace el resto: no es ya que el héroe arriesgue su vida para vencer al enemigo y conseguir lo que anhela (gloria, tesoros, princesas), sino que tanto el monstruo a vencer como la recompensa se sitúan al Otro Lado, en territorio enemigo.

El héroe debe morir (de forma ritual, reversible) para culminar su viaje, alcanzando el lugar más alejado de su punto de partida. Su regreso, más tarde, al mundo de los vivos, afirma la continuidad entre lo sujeto a límites y lo que subyace a estos: es como el discurso que, roto a final de cada línea, cruza de algún modo el margen, da la vuelta a la hoja y reaparece incólume para encabezar el próximo renglón. Un amanecer.

martes, 15 de octubre de 2013

Saludos de una amiga


Así de contenta se ha puesto Gorgo cuando se ha enterado de que vuelvo a la carga con sus amigas ogresas.

martes, 8 de octubre de 2013

Batracomiomaquia


Cadencias épicas
y fosas sépticas:
luchan los héroes
contra sus miércoles.

Con la pereza
propia del caso,
cardan la fibra
de su fracaso.

Riman las cosas
con sus esquemas,
víctimas rotas
de la marea.

Llega el silencio
con su voz rubia
y las anécdotas
jácinsi turbias.

Ojo por ojo
guiñan las copas
sus espesuras
más esponjosas.

Rimas caducas,
arcos de hielo;
lo que fue nombre,
sólo es adverbio.

Vuela la rosa al
abecedario,
vuelven las fosas
a sus osarios.

Todo es lo mismo
y es otra cosa
—tornan cometas
las mariposas.

Vida en ayunas,
muerte en directo;
frías las sumas,
humo los restos.

Vencen las deudas
sus atavismos.
Almas de trapo
sellan el ritmo.

Arden los hábitos
del ruiseñor.
Noli me tángere.
—No es a ti, no.

Luchan los márgenes
contra sus jueves.
Bajo las uñas,
sueña la nieve.

domingo, 6 de octubre de 2013

Adioses al verano


Hay veces que se conecta uno y se queda asombrado con las maravillas que aparecen ahí en la pantalla, como si nada, esperando hacerse voz, como de la voz surgieron. Esto envía hoy alguna gente de Las Aguas (¿Ana? ¿Vir?) a la lista de la tertulia política del Ateneo:


ADIOSES AL VERANO 

Ya las primeras lluvias del otoño 
dejan que te recuerde, ah largo estío, 
según te vas perdiendo y en el aire 
vive tu olor con el agua disuelto, 
para que no me olvide de cómo ibas 
negando tú las fechas de los hombres 
y toda fe, abierto en días claros 
de más aún serenas noches tibias, 
diciendo "¿y qué?: si hay más que no se cuenta." 

¡Bendito tú, haciéndote de cardos 
ya de cristal resecos, que en mil rosas 
te deshojabas dulce entre estos dedos 
y entre tus chopos verdes, rumorosos, 
(ancho tu río en la ciudad perdida) 
abriendo más veredas a mis pasos, 
ibas lento dejando a sus colores 
desmaírse y asomar entre azules 
nuevos, sabios, al fin las nubes blancas!; 
y por la tierra flores de milagro, 
sin riego, sólo flor a flor de tierra, 
y malvas, moras, y la flor tardía 
que amarillea todas las cunetas, 
y aún azulejos por tus rastrojales 
y más que van brotando de lo seco 
flores sin nombre entre espinas, 
y rojas ya las majuelas, y las agavanzas 
que un día tú  —no yo: tú, moribundo 
largo verano— para mí ensartabas 
en un collar que llevar a una tumba 
humilde, donde no se leen ni nombres, 
y en torno canta un bosque de cipreses.

viernes, 4 de octubre de 2013

Roll Over, Maharishi


Como todos los músicos aficionados, he compartido más de una vez con mis semejantes los tres acordes de un blues (o un rock), suficientes para hallar una lengua común y dar en doce compases (y unos tres o cuatro minutos) una vuelta completa al espacio y el tiempo. Pero nunca, o casi, me he atrevido a componer nada que siguiera este patrón: impone demasiado pensar que si lo haces, tienes detrás tantas buenas canciones. Es prácticamente imposible no acabar saqueando alguna, o al menos sonar de tercera o cuarta mano, completamente banal.

El caso es que hoy estuvo conmigo mi amigo Paco, con su charango, y cuando estaba a punto de irse me puse a trastear con el instrumento y me salió un riff —un sonsonete entre étnico y blusero que no dejó de incordiarme durante las cuatro horas siguientes. Como ellas mandan, acabé sentándome a escribir la cosa. Y así suena: algo como el encuentro imposible entre What I'd Say, de Ray Charles, y Within You, Without You, de los Beatles.