No soy fan de fray Josepho, pero lo fui con orgullo. Me siguen gustando mucho los primeros poemas suyos que leí, como el romance de la evaluación, tan fresco hoy como entonces, que describe con gracia lo que sucede en tales meriendas. Después, el hombre recaló en los medios más casposos del país, tipo Libertad Digital o la COPE; olvidó su primera Musa, la enseñanza, y sus versos se fueron resignando a desarrollar las consignas que MAR (en su día) o algún negro de Aguirre hoy envían a sus obedientes tertulianos libegales —un material rigurosamente infumable.
En homenaje a los dos poetas, el que admiré y el que me aburre, se me ha ocurrido hoy este soneto, malo como el peor de los suyos. Como escrito ya está, no creo que empeore mucho publicado.
Maldiciendo la vil Pedagogía
comenzó fray Josepho su andadura
por los mares de la literatura.
Llovía en buena hora su lejía:
él mismo era docente, y padecía
con humor inspirado la tortura
—aunque fuera muy suya su escritura,
era de todos lo que nos decía.
El éxito, que ha avillanado tantas
buenas plumas, condujo hasta las santas
zahúrdas de la COPE a nuestro vate.
Pues pagaba la Iglesia liberal,
comulgó con su hedor —tornó venal:
previsible, sectario y algo orate.