lunes, 13 de marzo de 2006

Umbra docet


El psicólogo Carl Jung definió el concepto de sombra como aquello que negamos, que no queremos ser —pero forma, obstinado, parte de nosotros mismos. La sombra tiene nuestras maneras, imita todos nuestros gestos y parece guardar algún secreto que nos concierne —pero es silenciosa y oscura, y si intentamos arrojar luz para verla mejor, desaparece. Tenemos sombra porque tenemos cuerpo (somos un obstáculo a la luz): por eso los muertos no arrojan sombra (son, de hecho, sombra pura, residuo incorpóreo).

A pesar de su naturaleza tenebrosa, la sombra tiene algo de alma. En la leyenda de la Cueva de Salamanca, el aprendiz que hace un pacto con el diablo tiene, al final de las clases, que entregarle su sombra y vive desde entonces temeroso de que los hombres le descubran por ello.

Tanto los individuos como los movimientos tenemos sombra. La de la Ilustración está formada por todo aquello que el racionalismo rechaza: las pasiones desordenadas que nos hacen actuar irreflexivamente, las creencias supersticiosas en dioses, brujas y fantasmas, los sueños e ilusiones, todo aquello que es íntimo y difícil de compartir con otros, que amamos aunque no sea, objetivamente considerado, lo más hermoso del mundo (como, por ejemplo, la tierra, lengua y costumbres en que nos hemos criado)…

La sombra de la Ilustración, su cruz y dies irae: el romanticismo. El hombre ilustrado acaba descubriendo que los fantasmas no existen, pero no dan por ello menos miedo. Aunque sepa que le estropean la mente, siente una sed inextinguible de misterios, escalofríos, vértigo. Como un niño travieso (o un adulto aniñado) se lanza en pos de esa basura arrojada al trastero o barrida bajo la alfombra.

No es casual que el fetiche romántico por excelencia vaya a ser la amada fantasmal que regresa de la tumba: imagen de esa parte sombría que el hombre moderno ha tenido que matar y enterrar para llegar a ser libre, pero que sigue obsesionándolo, poblando sus fantasías y pesadillas.

Lo fantástico, pues: la aparición de todo esto que oficialmente no existe, que ya no tiene cabida, y sin embargo se mueve. Los márgenes del mundo son su parte principal.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Relacionado con el tema de la sombra, está también el del descenso a los infiernos (interiores) del que hablaste ya hace varios días. El encuentro con la sombra puede equipararse a "abrir la tapadera" para ver que se esconde debajo, experiencia que te puede proporcionar un mal viaje con experiencia traumática incluida si el ticket con el que desciendes a los infiernos es de carácter químico. Eso lo sabes tú mejor que nadie, mi lisérgico amigo.
En nuestro común gusto por las narraciones épicas, con ritos iniciáticos y superación diversa de pruebas, me viene a la cabeza la biografía de Jung. Nuestro amigo, al frisar la mediana edad, tuvo la experiencia de viajar a sus demonios interiores, un poco al estilo de su maestro y padre espiritual edípico Freud con su autoanálisis, pero la experiencia fue más compleja, rica y peligrosa que en el caso de Freud, ya que Jung tenía una sombra "barroca". En el envite, el resultado fue ganador por un estrecho margen de diferencia. Jung salió reforzado, pero estuvo a las puertas de la locura, y esa bella enamorada, que era la sombra seductora estuvo a punto de amarrarlo para que no pudiera volver a la superficie de los seres conscientes.

Al59 dijo...

Creo, amigo vampiro, que le das demasiado pábulo al scarelore antilisérgico. El fármaco no hace sino amplificar la señal que uno aporta. Un estado melancólico o depresivo no es algo que uno desee razonablemente complicar con hiperestesia. Más allá de eso, opino que el 'mal viaje' es poco más que un bulo para cortar el vuelo y el rollo de los que no saben si decidirse o no a pedir plaza en Eleusis. En cualquier caso, no es la droga lo que se teme, sino la propia sombra. Desconozco los detalles del peculiar descenso a los infiernos del maestro, aunque imagino que tiene que ver con su ruptura con Freud y su redacción, en estado de trance, de esos barrocos Sermones a los muertos que circulan por ahí. Sobre la LSD, creo que lo mejor y más clarificador que he leído son los testimonios de Sabino Méndez y Savater en sus respectivas autobiografías. Recomendados quedan.