Blanco y negro: sigue abierta
la convocatoria.
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Leo que Machado proponía recoger fuera del poema, pero al cabo en algún sitio, la metafísica que sirve de fondo al texto poético, y que alguna relación tiene con éste. Uno se educó con la creencia contraria, que no deja de ser razonable: lo que el poema no dice, es inútil que el poeta o algún otro comentarista lo añada en nota o al margen. Es un placer saltarme por una vez este dogma para darme un gusto múltiple: mostrar al lector tonto o malintencionado (lo uno es lo otro) lo que no supo ver y explorar la conexión con un par de pensadores privilegiados: el anarquista Proudhon y (¡ops!) nuestro presidente, Rodríguez Zapatero.
Los versos que tengo en mente abren un poema que envié recientemente
a los cuervos:
Con el lenguaje idéntico del llanto
pedimos lo que no nos pertenece.
Todo el silencio es nuestro o viceversa.
Lo eterno no es rival de lo que empieza.
Por la posición en el poema y por el contenido mismo (el llanto, lo que empieza) es claro que estamos en territorio primario, infantil. Nacemos llorando, pidiendo lo que (ya) no tenemos, y protestando por ello. Nunca dejaremos de hacerlo, aunque el instrumento se vuelva más sofisticado, pasando del llanto al lenguaje articulado, sin mudar el propósito (lenguaje, pues, idéntico en función al llanto; pero también, por inarticulado, llanto idéntico a sí mismo: un lenguaje primario que reitera su única palabra y mensaje).
Nacemos sin nada: todo lo que nos llegue será primero cesión, regalo; luego, apropiación mediante la violencia o el trabajo. Pero así nacieron todos. Nada es de nadie, hasta que alguien se lo apropia: no miente Proudhon (y no tiene nada de ingenuo) cuando escribe que la propiedad es un robo. 'A partir de ahora, esto es mío. ¿Alguien tiene algún problema?'. Sólo secundariamente llegaremos a confundir lo que somos (lo que es, impersonalmente, nosotros) con lo que tenemos (diciendo 'mi mano' con la misma música que 'mi finca'), o aun aquello que nos posee (mis gustos, mis ideas, mis dueños, mis enfermedades).
La tierra, en fin, antes de ser de quien la trabaja o la rodea con una valla electrificada, no es de nadie; y, en algún sentido, nunca llega a serlo, más allá de la ficción legal. 'De nadie' significa que ni siquiera es
del viento; pero se entiende, más allá de la torpeza, el propósito de la metáfora que tanto le han reprochado a nuestro presidente en la última cumbre anticlimática. (Quien, por cierto, es evidente que hablaba de la Tierra, del planeta. Todos los comentarios que he leído lo pasan por alto. Hasta ese punto llega la manipulación sistemática.)
La posesión, por otra parte, no es la única manera de pensar nuestra relación con las cosas. La palabra es en origen ruego apelativo o vocativo (
mamá,
teta) pero también, al mismo tiempo o poco después, identificación de lo que hay con lo que guardamos como idea en la cabeza —y convocatoria mágica, en fantasma, de lo que no hay mediante su huella o recuerdo (
hágase la luz;
sea x). Así no las palabras, sino las imágenes que evocan, devienen sucedáneos de las cosas, pero también destilación y enriquecimiento de las mismas, que permite el nacimiento de lo que nunca vimos (la fuente que nadie ha labrado:
Ripple; el sol de medianoche): ficción, pero también arquetipo (eso que Jung llama 'lo más verdadero que lo verdadero').
Así el silencio, lo no dicho, es espacio sin límite a nuestra disposición, todo nuestro, donde podemos hallar o inventar (
etimológicamente, y acaso no sólo, lo mismo). Pero qué es sino invención nuestra identidad: no es menos cierto que 'nosotros', como un fantasma más del mundo del que se habla (no en cuanto praxis: el que habla), surge en el silencio y a él vuelve.
A ese ir y venir de no tener nada a participar y adquirir, para luego perderlo (y perdernos) en el desengaño o el deterioro, sufrir en definitiva, lo llamamos vida. Pero lo que haya en todo ese circo de puro o permanente, en ninguna parte está más vivo que el inicio, abierto a todas las posibilidades. Cualquier hombre o mujer de éxito, asentado, que no haya enloquecido del todo cambiaría sus medallas o posesiones por volver a los quince años, si no a los siete. No digamos nada si el balance de lo vivido es más bien lúgubre. Poner el marcador a cero, hacer tábula rasa muriendo o borrando lo vivido, lo escrito: no es extraño que lo uno y lo otro se crucen tan a menudo en la fantasía del suicida o el melancólico.
No nos es dado entrar en lo eterno, salvo tornándonos muerte o dejando que lo intemporal se (des)diga encarnando en lo accidental, transparentándose en ello. Empezar a comer cuando se tiene hambre es más satisfactorio que imaginar el cuerno de la abundancia; y si éste se hiciera 'real', sólo pasaría por tal cuando le echáramos el diente. Lo eterno, en fin, sustenta lo que hay como la forma el objeto, pero es inútil pretender trascender el accidente buscando lo invariable, inaccesible en cuanto tal. En ningún sentido es lo eterno rival de lo que empieza.