viernes, 1 de noviembre de 2024

Hora de sátiros


Drunk on symbols
. Con estas palabras describía recientemente Richard Dawkins a Jordan Peterson, con la intención de invalidar su enfoque sobre la vida y sus asuntos. Obviamente, la eficacia del golpe reside en el acierto metafórico: Dawkins habla el lenguaje del enemigo para mejor (za)herirlo, presentándole como un acólito (no especialmente despierto) del séquito de Dionisos, una víctima de dudosas iluminaciones. Como dijera Antonio Machado de sí mismo, «En mi soledad / he visto cosas muy claras / que no son verdad». Si se mira un poco atrás, reproches parecidos se pueden encontrar en Baroja y otros: los idealistas alemanes son como un licor que emborracha al lector, frente a la sobriedad empirista de los anglosajones. Por ese camino, termina uno en la vieja polémica helenística entre los bebedores de vino y los de agua, los inspirados y los que transpiran.

Así que no seguiremos por ahí, más allá de anotar que la eficacia del reproche de Dawkins depende del uso hábil de la metáfora y de su sustrato mitológico y simbólico: parece, en algún sentido, justo combatir el fuego con el fuego, como en esos cuentos en que se derrota al dragón enfrentándole a un espejo, o esos templos en que se colocan Gorgonas o gárgolas, a modo de monstruos amaestrados, domésticos, para rechazar a los otros monstruos, los ferales o salvajes. (Después de todo, ¿no nació de este modo la amistad entre el hombre y el perro, ese lobo traidor a su especie?)
 
En el mismo intercambio de ideas con Peterson, declara Dawkins que a él le interesan los hechos, no los dragones. Implícitamente, rechaza no solo lo obvio (que los dragones sean reales) sino su reverso, más interesante (que los hechos, a veces, tengan algo que recuerda a los dragones; de modo que el conocimiento sobre los dragones pueda arrojar alguna luz sobre ciertos hechos). 
 
Al mismo tiempo, va unida a Dawkins la idea de que gran parte del discurso humano, si no la totalidad de este, consta de memes: secuencias de palabras (y, a través de estas, de imágenes) que se instalan sin permiso en quien las lee o escucha y tienden a asentarse en él, mutar y provocar que quien las recibió las expela más tarde, a la manera de una enfermedad infecciosa.
 
Creo que no costaría mucho demostrar que muchos de los memes de los que habla Dawkins tienen una naturaleza metafórica y simbólica. Más grave aún: se puede sospechar (como dirían mis hijos, sin pruebas, pero sin dudas) que no hay actividad humana sostenida que no se sostenga en buena parte sobre un entramado de memes que forman un relato. Entender una determinada mentalidad, captar su espíritu, es dejarse afectar por sus espíritus, olisquear sus alcoholes. 
 
Digo todo esto porque no puedo evitar en estos días acordarme del ballet campestre de la antigua Grecia, donde las ninfas, siempre jóvenes y con la sana intención de mantenerse siempre vírgenes, son objeto de la persecución de los sátiros, decididos a gozarlas, aunque sea a través del engaño o aplicando la fuerza. No es que las ninfas ignoren las mieles del amor: pero prefieren saborearlas, en todo caso, en compañía de su reina, Ártemis, o en los brazos unas de otras. Si alguna se enamora de un mortal (como le sucede a Eurídice con Orfeo), le espera la muerte (o peor, como le sucede a Arwen con Aragorn: la experiencia horrible de ver envejecer y morir a su amado mientras ellas permanecen inmutablemente jóvenes). 
 
Los escritores griegos y latinos sugieren que en este ballet de la ninfa perseguida por el sátiro hay veces que la ninfa se deja atrapar o convencer: quizá por probar, aunque sea una vez, qué es eso que no debe pasar, qué goces son esos que vuelven al sátiro imparable en sus tretas o en su violencia. Después de todo, en el mundo de los dioses griegos hay maneras de restaurar la inocencia que dejan muy atrás los torpes zurcidos de Celestina. Ninguna ninfa dejó de serlo por dejarse alcanzar de vez en cuando. No solo la carne puede restaurarse; también la memoria se puede, gozosamente, desvanecer (todavía Peter Pan conoce y aplica esta manera atávica de lidiar con el pasado).
 
¿Algo de esto subyace en los discursos sobre hombres y mujeres que leemos hoy en día? Yo, drunk on symbols, diría que sí. Que vivimos la transformación de lo real (de nuestra percepción de lo que pasa) a partir de algunos principios que tienen su base en lo subconsciente, en lo simbólico: el sexo, primero prohibido por su potencial disolvente, luego trivializado como un bien de consumo más, está en pleno proceso de (re)demonización. El deseo masculino es hoy el de los sátiros: como dijera Freud del deseo en general, es perverso y polimorfo. Los sátiros no pueden ser amigos (ni aliados) de las ninfas: si se fingen tales, es para que estas les permitan (les consientan) una cercanía que acabarán lamentando.
Irónicamente, en este regreso del deseo a las sombras no se le acusa de ser, como en la época del viejo puritanismo, una amenaza contra el orden social vigente, sino más bien un factor regresivo que nos devuelve a un orden social superado (el patriarcado) o impide su derrota definitiva. 
 
En cuanto a las ninfas, declararlas siempre víctimas de quienes las desean o las aman no impide constatar, en palabras de Moderna de Pueblo, cuánto daño hicieron las 50 sombras de Grey: es decir, admitir que muchas de ellas acabaron encontrando seductora y excitante de noche la misma masculinidad agresiva y dominante contra la que luchaban de día. Lo que se arroja por la ventana en forma de modelo caduco y tóxico de relación regresa por la ventana, cual vampiro en Salem’s Lot, pidiendo que lo dejemos entrar como juego erótico, fantasía de vigencia limitada y secreta. 
 
De ahí que en algunos relatos nos parezca leer no solo la historia de alguien que fue víctima de un agresor más fuerte y astuto, sino la historia de alguien que ha pecado contra sus propias convicciones, vendido a bajo precio su dignidad, y encuentra en la confesión-denuncia pública, y el aplauso entusiasta de sus pares, la absolución equivalente al baño en el Leteo que devolvía a las diosas su inocencia. No en vano nuestro sistema penal lleva toda la vida combatiendo a las sociedades criminales a través de la figura del arrepentido, al que se le perdonan o minimizan sus responsabilidades penales a cambio del servicio que presta como delator de sus antiguos cómplices. 
 
A día de hoy, es dudoso si lo que se espera es que los sátiros se reformen (vestirse sería un avance) o que las ninfas logren una orden de alejamiento global de todos ellos, liberando la campìña de su penetrante olor a choto: algo con lo que ya soñó en los sesenta Valerie Solanas, la fundadora de SCUM (Society for Cutting Up Men). A los que no terminamos de embriagarnos con esta perspectiva, nos cabe recordar esa escena de 'En compañía de lobos' en la que la niña pregunta a su madre, tras captar lo animado de su actividad nocturna, si papá le hace daño cuando hacen ‘eso’:
 
ROSALEEN: (uncertainly) Mummy. . .
MOTHER: Yes, pet?
ROSALEEN: Does he hurt you?
MOTHER: (calmly) Does who hurt me?
ROSALEEN: Does Daddy hurt you. . . when he. . .
MOTHER: (firmly) No, not at all.
ROSALEEN: It sounds like. . .
MOTHER: Like what?
ROSALEEN: Like the beasts Granny talked about.
MOTHER: You pay too much attention to your Granny.
She sits on the bed beside ROSALEEN.
MOTHER: She knows a lot, but she doesn't know everything. And if there's a beast in men, it meets its match in women too. Understand me? Get up and fetch me some water.

jueves, 25 de julio de 2024

La hora de la cita

 


Ni como autor ni como lector soy muy dado a las citas. Así que empezaré haciendo una (aunque de memoria, que son las que mejor llevo). Dice Cioran que 'en un libro de psiquiatría, solo me interesa lo que dicen los pacientes; en un libro de crítica, las citas'. Citar a alguien, sobre todo si está muerto, es a la vez cómodo e inquietante. Tiene algo de Ulises oreando la sangre durante la visita al Hades para que se acerquen las almas de los grandes de antaño, como Aquiles o Palamedes. Acaso fueron estas gentes, en vida, intratables y distantes; pero ahora están muertos y no hay fuerza de voluntad capaz de salvarles del conjuro que los convoca. ¿Merecía la pena llamarlos? 
 
No es asunto que se pueda resolver de una tacada. Habrá veces que sí. Pero yo diría que son las menos. ¿Para qué cita la gente? O, lo que no es lo mismo, ¿qué le dicen las citas al lector? 
 
Por de pronto, entre la cita y lo que sigue siempre hay un abismo: generalmente, el que va de un texto consagrado, amado por las gentes (a veces durante siglos), a otro, si no amateur, por decantar, un actor ilusionado que acude a la audición sin saber si el lector del poema aplaudirá, pasará de página o cerrará directamente el libro al segundo verso. Hacer citas, desde ese punto de vista, supone ponérselo a uno mismo especialmente difícil. Es como empezar tu composición con un compás inmortal de Beethoven. Va a ser difícil que añadas después nada que no quede pálido y, sobre todo, irrelevante.
 
A pesar de todo, la gente cita (¿no he empezado yo haciéndolo?). Hay motivos interesantes para ello. Por ejemplo, el agradecimiento. He dado por sentado antes que uno cita a gente famosa, a valores bien establecidos. Pero no siempre es así. A veces se cita al revés, a gente que uno considera que no tiene el reconocimiento suficiente. Es una cita proselitista y, si se quiere, snob: no conocías a Fulano o a Mengana, ¿eh? Pues mira lo que escribieron. Y desde esa admiración, sigamos. Puede valer. Yo lo hago a menudo con García Calvo o Isabel Escudero: no son clásicos, pero son mis clásicos. Si alguien que me lea los descubre en mí y pasa a leerlos, ya puedo decir que he hecho algo de valor con mi palabrería.
 
No está muy lejos este uso reivindicativo de otro que ayuda al lector a situar lo que está leyendo dentro de una determinada tradición. Pongamos un libro cuyas citas son, por este orden, de Antonio Machado, Gil de Biedma y García Montero; al lado, tengo otro que cita a Breton, Octavio Paz y Leopoldo María Panero. Ambos libros nos lo están poniendo fácil. Es como si el autor nos dijera de qué pueblo es y a qué juegos jugó de pequeño. No hay nada malo en esto, per se. O si lo hay, quizá lo proyecta el lector malsín, que puede sospechar que con esas citas el autor se está incluyendo a sí mismo en un desfile, una corriente, donde no está claro, de momento, que merezca figurar. Es una apuesta: puede salir bien o mal. En todo caso, tiene algo de obvio. 
 
Por último, dejo las citas que me parecen más ambiciosas. Si salen bien, son sin duda las mejores; si fracasan, las más dadas a provocarnos vergüenza ajena. Me refiero a aquellas en las que la cita se integra en el texto que la incluye; o, visto de otro modo, aquellas alrededor de las cuales se genera un texto que propone leer el contenido de la cita de un modo distinto, complementario, opuesto o simplemente divergente al que tenía en el original. Es el equivalente a coger un sample de un disco de jazz y hacer con él una pieza de música urbana (que es como llaman ahora al hip hop, en alguna de sus muchas mutaciones). O de aquellas veces en que ELP u otros rockeros sinfónicos tomaban motivos de sus músicos clásicos favoritos para integrarlos en su propio discurso. Estas citas enfurecerían al autor o lo llenarían de gozo: en todo caso, me parece claro que le interesarían. Como lector, a mí también.

martes, 16 de enero de 2024

Coprofundis (Camilo de Ory)


 Coprofundis, de Camilo de Ory - Zenda

No suelo leer libros 'de humor', pero he hecho una excepción con este de Camilo de Ory, y en buena hora. Haciendo realidad las fantasías de sus haters, el bueno de Camilo ingresa en la cárcel de Soto del Real para pagar por sus inmundos chistes sobre niños muertos. Empieza ahí una novela-diario que es un homenaje múltiple: al 'De profundis' de Wilde, del que toma y adapta el título; a las pelis de cárceles y escapatorias; al cine quinqui y a nuestra mejor literatura picaresca.
 
La figura enigmática de un leprechaun (cuya identidad todos sospechamos) le acompaña (sería mucho decir que le guía) en sus aventuras por el talego (afortunadamente ficticias, pero de un realismo impecable), que incluyen observaciones agudísimas sobre la religión (memorables las correspondientes a los aleluyas, los católicos y los islamistas), las relaciones de poder (tanto con las autoridades oficiales, como el director de la cárcel y sus funcionarios, como con las oficiosas, aún más temibles y arbitrarias: los kíes) y el ambiente anal y naif de la cárcel. 
 
A través de las figuras del educador y la psicóloga de la prisión, Camilo deja claro que sabe cómo lo ven los que lo odian, y que, con bastante razón, los desprecia hondamente. All in all, es uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo (y de los más informativos sobre diferentes aspectos de la realidad, tanto del talego como de la sociedad en general), y sin embargo tengo la sensación de que se le ha hecho el vacío: no he encontrado reseñas, ni buenas ni malas, en la Red. Así que yo les animo a vencer cualquier resistencia que tengan y entrar en el mundo de Camilo. Si no salen deseando invitarle a una caña, yo les invito a dos. (Aunque no se las merezcan.)

jueves, 26 de enero de 2023

Un cuento de Dani

 Mi amigo Dani ganó hace algunos años un premio con este relato. Va hoy por Vds.

*

 E.A.

 Fantasma piano – La Exuberancia de Hades

    Prefiero, antes que el barullo indigno y el asfalto ardiente como un sol negro,

     la oscura tranquilidad de una noche con luna

     o el frío de bordes de cuchillo en las noches sin ella.

 

     Lo prefiero.

     Ondulante,

     Siguiendo al pie la traza negra, prefiero la veloz montura del color del carbón, que lleva en su piel el estigma dorado de cada ente solo. Lo prefiero.

     Y prefiero la cadencia cuando ruedas tras la estela del Icaro; o aquellas veces en que el silencio acompaña la oscuridad total,

     y tú, por tu almena de castillo medieval,

     te pierdes;

     por los canchales que fueron lápidas, te pierdes;

     y por el desagüe, junto a la noche y junto a mis sueños.

     Como una herida, como un disparo perfecto y olvidado, atraviesas los dominios de tu cómplice de azabache.

     Es una nueva sensación al dar las doce por el cuco mas ingenuo...

     Al dar las doce,

     vuela por el circuito contra el reloj que mide la eternidad con granos de arena. De puntillas. En silencio.

     Y haz tu ronda, inaccesible, en el sereno reposo de los fantasmas.

 

                 ____________________________

 

     Antes de llegar a esta casa, recuerdo que mi vida era una tira de asfalto pegada al suelo con super glue tres. Eso era antes de llegar a esta casa.

     Justo justito antes, si me apuras, mi vida era un minuto y pico, mi edad era un minuto y pico, un pico pequeñín, de diez segundos y algunas décimas. Y las décimas eran lo más importante de mi vida.

     Llevaba una existencia intensa, porque la tira de asfalto pegada al suelo con super glue tres, de pronto se despegaba, y se ponía a bailar y a serpear como una serpiente, y a bailar como una puta árabe, y a culebrear como una culebrilla o como un reguerillo de agua. Yo estaba tan cerca que podía tocarla con extender el brazo. Pero yo no la tocaba, yo sólo la veía bailar muy asombrado y con un pelo de respeto, porque algunas culebrillas tienen el veneno jodido cuando muerden. Además, a mí que se me contagia casi todo, se me contagiaba aquel ritmo por dentro de una manera particular: yo movía eléctricamente las manos, muchos movimientos circulares como si agarrara el contorno de algo, y después la mano hacia atrás, así y así, y entonces otra vez los movimientos circulares. También meneaba la cabeza hacia los lados, e imperceptiblemente las piernas.

     Todo esto, repetido unas cien mil veces, había llenado por completo el minuto y pico de mi vida antes de llegar a esta casa.

     Y un día cualquiera, mientras me solazaba mirando el asfalto bailarín, el mundo empezó a dar vueltas delante de mí. Giró y giró hasta hacerse una espiral, y yo vi claramente como mis ojos se agrietaban y el humor vítreo se escapaba de ellos. Después todo fue oscuro.

     Mas después me desperté y por dos razones quedé sobrecogido: que la tira de asfalto ya no estaba conmigo fue la primera. La segunda, la terrible, fue que yo era viejo como un árbol, tan viejo como el vino viejo o como Robinsón Crusoe; varios minutos de viejo, acaso una hora.

     En esos instantes de turbación y tristeza se acercó de no sé donde un tipejo delgado y amarillo, flacucho y cetrino, de ojeras profundísimas, y me dijo:

     - Elio, Elio, mi buen Elio, no te aflijas. Mira que casa tan bonita. - Y en tanto me hablaba sus manos habían separado las ramas de los setos y yo pude ver la casa.

     Era una mansión de tres pisos, toda de blanco, creo que es de mármol pero no estoy seguro porque hasta que llegué aquí no conocí otra piedra que el asfalto. Tenía columnas adosadas y arcos, muchos arcos con archivoltas y parteluces y estatuas en cueros. Tenía escaleras, y escalinatas y barandillas, y un cenador precioso justo en mitad del jardín anglo-francés que la rodea. Tenía una azotea, un observatorio, una alfombra de quinientos metros, un pasillo que asciende circular desde el sótano a la azotea, un pasadizo secreto, un juego de candelabros y una lámpara de araña. Tiene más cosas pero no quiero decirlas.

     Ahora vivo aquí y soy inconcebiblemente viejo. Echo de menos un piano. Hay un clave en el gabinete naranja, pero está un poco cascado. No he vuelto a ver a nadie desde que el tipo delgado y amarillo se esfumó. A veces también echo de menos un amigo.

     Pero en conjunto yo estoy bien aquí. Por las mañanas me despierta un gallo versado en el arte de no dejarse ver. Me aseo en la fuente y después exploro el jardín (del que he llegado a pensar que es infinito), o busco en mi casa un gabinete nuevo, de otro color, con sorpresas nuevas, con un piano quizás, o con un amigo.

     Desde que descubrí el circuito las tardes las paso siempre allí, girando y girando sobre la superficie de adoquines, montado en un coche invisible que no me puedo explicar. Es un coche que no existe, pero existe. No se le puede buscar, ni esconder, ni hallar, ni perder. Yo bajo al circuito, me sitúo en la pista y de repente sé que estoy dentro de él. Entonces empezamos a girar y pasamos la tarde girando y girando, y llega el alba. Yo no veo el coche, el suelo corre veloz bajo mis pies, no veo el volante ni la caja de cambios, pero los veo. Así hasta que es de noche y el sol sale por la copa de los árboles. Así hasta que decido volver a casa, veinticuatro horas más viejo.

     Y me acuesto, y sueño con la cinta de asfalto de mi juventud, y empiezo a recordar vagamente que mi nombre es Elio de Angelis y soy piloto de fórmula uno, pero ya no ejerzo porque estoy muerto.

lunes, 25 de julio de 2022

Páramos salvajes

 

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Acabo de ver el documental de La Polla Records. Lo empecé con dos prejuicios en mente: uno, que si vive lo bastante, todo punk acaba haciendo las paces con el jipi que lleva dentro. Otro, que a pesar de su lema 'No More Heroes', el punk necesita héroes, tipos carismáticos a los que admirar e imitar (Evaristo, en este caso).

El documental confirma en lo esencial ambos. Evaristo, hombre de campo, habla con los árboles, piensa que somos 'gente de bosque', se siente feliz en las tierras altas, entre animales y pedruscos. Y sueña con reunirse con los suyos alrededor del fuego (como Joe Strummer, el de los Clash, que acabó haciendo de esas fogatas su última Thule).
 
La Polla son un grupo democrático, pero Evaristo es la cabeza pensante, el letrista, el frontman. Los demás mueren o lo dejan, pero él permanece. Evaristo con tres chavales de veinte años seguiría siendo La Polla, y los fans lo aceptarían. El documental gira en torno a su infancia, su familia, su hábitat, sus imperdibles, sus pendientes, sus ocurrencias. En una ocasión dijo que no le interesaban las historias sobre 'el rey Arturo y su cuñao'. Pero él es el rey Arturo de este Camelot, con su Ginebra, sus churumbeles, sus caballeros y sus fans, esos súbditos felices e incondicionales que corean sus canciones buenas (las antiguas) y las grimosas (casi todas las recientes) como si de verdad no notaran la diferencia entre ellas.
 
El documental dura hora y pico, pero podría durar tres, o media. No se entra en ningún momento en el melón del rock radikal vasco y su compromiso (complicidad, más bien) con los etarras y sus profetas, los batasunos. Tampoco se le pregunta por sus relaciones con Eskorbuto y otros grupos, con Siniestro Total, con los punkarras de la Movida. Es como si los autores de la película tuvieran pocos temas de conversación y lo fiaran todo a la labia de Evaristo, que hace el hombre lo que puede, pero se repite más que el ajo y por momentos se diría como un poco avergonzado de tener que seguir haciendo de sí mismo, tal guitarrista sexagenario de AC/DC en uniforme de colegial u Ozzy Osborne chupando murciégalos. 
 
Al final, si fuiste punk, pues eso te queda. Tres o cuatro canciones que resisten el escrutinio y el cuento un poco pesado de la herocidad ejemplar e insobornable. Yo me quedo con el rey Arturo. Tiene mejores películas.

jueves, 9 de diciembre de 2021

Los Secretos de Ana Curra

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He leído estos días dos memorias del pop nacional: Siempre hay un precio, de Álvaro Urquijo, y las Conversaciones con Ana Curra de Sara Morales. Ambos son libros notables y están vinculados de algún modo. Aunque Curra confiesa que encontraba a los Secretos ñoños e insignificantes, los Pegamoides estuvieron en el homenaje a Canito, el batería que acompañaba a los Urquijo en Tos, acto fundacional de la Movida, y ensayaban en los mismos locales que ellos, en Tablada. Unos y otros conocieron los horrores de la adicción y de las muertes tempranas (Canito y su sustituto, Pedro; Eduardo Benavente; y más tarde, ya talluditos pero aun así jóvenes, Enrique Urquijo y Carlos Berlanga). 
 
Para mí no es sencillo establecer qué busco en estos textos. Creo que, como filólogo, estoy educado para buscar el contexto de las canciones que amo. Si pudiera, me gustaría entender cada guiño, cada fuente, cada diálogo con otros textos u obras de arte. Es una sed infinita; aunque puedo imaginar que algún día todo eso deje de interesarme. No será pronto.
 
Pero hay algo más. Un deseo más profundo, más infantil, de establecer un contacto no solo con las canciones, sino con el estado de alma del que emanan; algo que trasciende la mera comprensión, y tiene más de comunión con lo frágil y escurridizo (pero innegable y triunfante) que hay en las buenas canciones. 
 
En fin. Para mí estos libros se quedan siempre cortos en información de calidad sobre las canciones y sus coordenadas técnicas (armonía, melodía, ritmo, timbres; métrica, estructura, arreglos) y vitales (propósito, referentes, percepción del autor y su entorno).
 
Luego está aquello que no busco, pero encuentro y valoro. Estos libros contienen también casos prácticos muy ilustrativos sobre lo complejas que son las relaciones humanas: son historias de camaradería y rivalidad, de fidelidad y traición, de hermandad y desencuentro. Hay parejas fascinantes: el libro de Álvaro tiene tanto de declaración de amor a su hermano como de ajuste de cuentas con él. Ríanse de Paul y John, en lo que a tiras y aflojas se refiere, dependencia mutua y rivalidad desaforada. El libro de Ana Curra es en parte un relato de sus hombres (y sus muertes), todos ellos brillantes, fogosos y trágicos. A veces nos parece estar leyendo la historia de Venus y sus desdichados amantes. Con la importante diferencia de que Ana, aunque sea en cierto sentido una diosa (o al menos una bruja, en un sentido castanédico y junguiano), una suma sacerdotisa del punk gótico, se muere también un poco en cada una de esas muertes, como personilla de carne y hueso que también es, y que lleva como puede una vida accidentada e intensa, compatibilizando la docencia en el Conservatorio de El Escorial (donde es profe de piano) con los descensos a los poblados de la droga o de la selva amazónica y chamánica.
 
Su libro, ya digo, tiene mucho amor y muerte. Pero no faltan tampoco los emparejamientos complicados con otras personas: especialmente con Olvido (Alaska), con la que tanto la une y la separa; y con Berlanga, enemigo de la vena siniestra que Ana potencia dentro de los Pegamoides.
 
Hay, en fin, en ambos libros mánagers y discográficas voraces, anécdotas y accidentes de carretera, caídas y ascensos, farmacia y hospitales. Todo servido con una clara voluntad de llegar hasta el final, sin ahorrar pormenores sórdidos, y sin esconder, llegado el caso, la parcialidad: en el caso de Álvaro, contra los Problemas, el grupo paralelo a los Secretos con el que Enrique les ponía los cuernos; en el caso de Ana, contra la familia de Eduardo, y en especial su hermano, que la culpa del accidente en que muere este y al que ella presenta como un aprovechado que "se apodera del micro" en los ensayos de Parálisis Permanente (que se hayan publicado maquetas donde canta él indica que la cosa debió de ser bastante más compleja).
 
Son, en fin, relatos de poder y desvalimiento. Ambos son artistas orgullosos de su trayectoria y de permanecer en activo; pero también ligados a muertos carismáticos un tanto omnipresentes, que al quedar divinizados por la muerte se han salido, en cierto modo, con la suya, con el quesito grande del Trivial. El glamour del héroe caído siempre es mayor que el del superviviente, aunque bien mirado sea este quien merece nuestra empatía. Él nos da el libro, o sea, su memoria, para que fisguemos y comprendamos. En el caso de Ana, la entrevistadora, Sara Morales, se merece al menos la mitad de esa gratitud, por la limpieza e inteligencia con que sabe preguntar y conducir la conversa.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Para Antonio Escohotado

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There's a lady who's sure
 (para Antonio Escohotado)  
 
Siempre parecen nuestros los que juegan,
los que cruzan bailando el velatorio
y hablan de lo divino como forma
más honda de lo humano. Así este Antonio,
capitán general de los dormidos,
filósofo del ocio y el insomnio.
De la piel para adentro vive ahora
su memoria, fantasma volteriano.
Quién hallara su alijo, quién la clave
de su lengua, ganzúa plateada
que abre todas las puertas del comercio.