Dos veces llamó este libro a mi puerta. La tercera he tenido que ir a buscarlo.
Apareció en la biblioteca de mi colegio el año mismo de su publicación, en 1982. Formaba parte de una colección muy ambiciosa de Salvat, Temas Clave. En sesenta y pocas páginas y 30 apartados, a doble hoja cada uno, se ofrecía un resumen ameno de casi todo, desde la cosmología hasta las drogas o la música pop. No debieron de reparar en gastos: echando un vistazo a la nómina de autores uno encuentra a lo mejor de cada casa. ¿
Dioses y héroes? Un hijo de Rodríguez Adrados. ¿
Por qué la Historia? Manuel Tuñón de Lara. Y así casi todos.
De Rodolfo Gil tardé mucho en saber algo, pero el título de su libro me conquistó enseguida:
Los cuentos de hadas: historia mágica del hombre. La impresión que me dejó entonces, a los doce años, es que el libro cumplía lo que anunciaba: más que hablar de los cuentos de hadas, parecía hablar desde ellos. Años después, al leer a Bachelard, pensé que el libro (cuyo autor no recordaba) iba por el mismo camino.
Lo tenía medio olvidado, en cualquier caso, cuando Daniel Mourelle, con su olfato característico, nos lo recordó a todos a través de su lista de correos,
Motcy. Era el 2000, más o menos. El libro llevaba 18 años descatalogado, así que la única manera de hacerlo accesible era digitalizarlo, como hizo Mourelle, amorosamente, capítulo a capítulo. La colección, como todo mi correo electrónico del 96 al 2006, se fue como nieve al agua con un disco duro infiel; quedó el hueco.
Para entonces seguía, por cierto, sin saber nada sobre Gil. Volví a olvidar su nombre, lo que no me impedió comprarme
otro libro suyo. Sólo hace unos días me dio por mirar
su biografía, y entonces encontré que además de ser un arabista excelente, era también el autor de aquel libro legendario de mi infancia.
Iberlibro mediante, me acompaña por fin.
Ahora lo admiro de otro modo. Contra lo que pensaba, Gil cumple con la estructura de los Temas Clave: su libro es académico, divulgativo y hasta científico, sin desbarres ni generalizaciones indebidas. Pero está escrito con tanto acierto que produce, de hecho, el efecto que recordaba, de complicidad con los cuentos mismos. Otro motivo de admiración es la bibliografía: obligado a citar lo esencial, Gil se limitó a enumerar, con modestia, los trabajos clásicos de Bettelheim, Eliade, Espinosa, Propp y Thompson. Sin embargo, casi todo lo que cuenta se buscará en vano en esas referencias, que tan fácil habría sido parafrasear.
El otro día hablábamos en Facebook sobre los héroes solares, a propósito de un vídeo que interpreta en esa clave el origen del cristianismo.
Soles occidere et redire possunt, que decía Catulo. Traigo uno de los capítulos del libro de Gil, que pienso aclara bien lo que hay de solar en el héroe arquetípico. Que lo disfruten.
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9. Cuentos de mensaje secreto
Y al final de los tiempos, el rey volverá para hacer justicia e inaugurar la nueva edad de oro que todo el mundo espera. Así se ha dicho del monarca celta Arturo, el de la Tabla Redonda; del emperador alemán Federico II Hohenstauffen, que fue a las cruzadas y volvió cargado de antigua sabiduría; del califa egipcio fatimí Al-Hakim, fundador de una nueva doctrina religiosa (actualmente profesada por los drusos, pueblo que habita entre Líbano, Siria e Israel) y desaparecido un día sin dejar rastro; del imán Muhammad ibn al-Hasan, que «se ocultó» a la muerte de su padre, y de quien sus seguidores chiíes esperan la aparición mística; y también, en definitiva, del Mahdi, figura portentosa que entre algunos pueblos islámicos representa al restaurador futuro del orden y la verdad, papel que en la religión persa de Zoroastro corresponde al Saoshyant o «salvador último». Y otros muchos. Es una constante de la Humanidad la de querer reanudar los lazos con el Cielo y la aspiración a realizarse comprendiéndose a sí misma, deseos que se resumen en estos hombres, situados allende el tiempo como prototipos de humanidad completaEn grado descendente, la nostalgia de un gobernante de justicia y la esperanza de que venga y reestablezca un equilibrio perdido surgen, viven y alumbran en muchos pueblos y en múltiples momentos de la Historia. «Boabdil de la montaña», durmiendo durante siglos, «está escrito en el libro del destino -como dice el norteamericano Washington Irving en sus cuentos- que cuando sean deshechizados descenderá... a la cabeza de su ejército, recobrará su trono en la Alhambra y gobernará de nuevo en Granada, y juntando los encantados guerreros que hay repartidos en toda España reconquistará la península ... ». Basado o no en leyendas andaluzas, este cuento nos lleva por el camino de las narraciones maravillosas que pueden contener un mensaje de esperanza, una advertencia y una bandera de enganche respecto al guía que va a venir. Cuentos, por tanto, de simbología política y religiosa.El apartamiento del héroe literario y del héroe maravilloso, su encierro o su destierro, son parte de un proceso narrativo para que «renazcan» a un plano superior De otro lado, es sabido que la retirada a los lugares alejados y al encierro ha sido norma en las ceremonias de iniciación de la pubertad---celebradasincluso hoy en numerosas culturas-, que dan paso a muchachos y muchachas a la condición de adultos. En la vieja Babilonia, durante las fiestas llamadas Akitu, que se repetían una vez cada año, el rey era recluido en el templo y allí hacía penitencia, despojado de sus insignias reales, hasta que, purificado y absuelto, salía y regresaba a su función.Mientras tanto, el mismo dios Marduk también padecía encierro en la montaña, preso de las fuerzas del caos, hasta ser liberado por su hijo, también divino. Ambos episodios eran paralelos, de tal modo que el encierro del rey era el encierro del dios, y la humillación del dios era la humillación del rey. Los dos personajes, finalmente, salían vencedores de la lucha y volvían por sus fueros, haciéndose cargo el uno del país y el otro del Universo durante un nuevo año.En este ritual se llevaba a cabo la reactivación del jefe como tal, al tiempo que se volvía a representar, y a vivir, el momento dramático y feliz del Comienzo dentro del mito de la Creación. En este orden de pensamiento, la armonía interna, la buena marcha y la prosperidad de su grupo social dependen del jefe, en tanto que al dios corresponde la conservación del mundo. Pero los dos se cansan, o por decirlo de otro modo, la energía de que disponen es discontinua y pueden hacer uso de ella solo hasta que les disminuye peligrosamente. Por eso un jefe o un dios deben ser siempre jóvenes y estar en uso de todas sus facultades; y. sobre todo, deben poseer plenamente la energía que les permite ser jefe o dios, y que es la esencia misma de sus labores respectivas. Se impone, pues, la sustitución del jefe caduco y del dios agotado, su renovación periódica. En el encierro, en el apartamiento ambas figuras se encuentran a sí mismas, repiten el tempo y el proceso por los que se gestaron, triunfan una vez más naciendo y salen capacitados para asumir su función. El muchacho y la muchacha incorporan a su superior estado de hombre y de mujer. Los sacerdotes, los magos y los adivinos pasan por un periodo de noviciado retirado, tras el cual salen al ejercicio transcendente de sus dedicaciones. Y, en idéntico orden, la figura salvadora del héroe que volverá al final de los tiempos debe recluirse para poder retornar nueva y potente.Bastantes narraciones maravillosas nos hablan de estos procesos. Pero es difícil la interpretación, porque el mensaje está encerrado entre metáforas. Tanto más cuanto que es muy probable que dichas narraciones -variantes, a veces, de un tema conocido y apropiado- hayan sido propagadas en momentos o en lugares en los que eran perseguidas las ideas que portaban. De este modo creemos que pueden haberse difundido, dentro de relatos árabes, muchos esquemas e ideas esenciales chiíes, contagiando incluso alguna narrativa europea, como la de las novelas de caballerías, herederas por otra parte, de las narraciones celtas. Y concretamente en algunos cuentos de Las Mil y Una Noches pueden hallarse incluso detalles e imágenes de grupos político-religiosos más reservados, como los ismailitas del «Nido del Aguila», aquellos que convivieron en tiempos con los cruzados y fueron destruidos por los mongoles; o los llamados hassasin o «asesinos», cuyo primer jefe, conocido en la leyenda y en la Historia por el «Viejo de la Montaña», parece planear sobre figuras similares de algunos cuentos.(Rodolfo Gil, Los cuentos de hadas: historia mágica del hombre, Barcelona: Salvat, 1982, pp. 20-21.)