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domingo, 5 de abril de 2020

El Arqueópterix (Aker)


                                          El  ARQUEÓPTERIX




Sí : yo soy un Arqueópterix. ¡Tampoco era tan difícil de averiguar! Pero nunca he querido que fuese divulgado. He temido que pensasen que sólo quería darme importancia de paleontólogo. Y no es así. Aunque sea profundamente injusto que todos me señalen, y me menosprecien, como a un arqueópterix, y los Museos se nieguen a subvencionarme y a estudiar mi reinserción social, yo, no obstante, no me quejo de nada. Y solamente exijo que me dejen ser un arqueópterix en paz. Y sin murmuraciones.

¿Que soy muy antiguo...? ¿Y qué...? También lo son las rocas. ¿Que soy muy extraño...?  Pero todos somos igual de extraños, igual de únicos. Y nadie se debería ofender por una cosa tan natural como la libertad genética, mientras nos dure... Y es que yo, por poner un ejemplo, soy un producto más de una era de biodiversidad y de abundancia, en la que solo abundan de verdad los monstruos y lo demás se va extinguiendo...
Y, ¿por qué no?, yo soy, sin ir más lejos, un arqueópterix. Podría haber ido más lejos y presentarme ahora con traje de trilobite. Pero yo soy, todo el mundo lo sabe, un arqueópterix, ave nocturna antigua.
Mi doctor también se ha convencido porque nunca ha logrado levantarme por la mañana para hacerme un análisis. Él trata de medir mi antigüedad por las marcas de erosión de mi piel. Y ha llegado a la conclusión de que soy una especie mixta de ave nocturna flotadora y de mamífero del cuaternario de aspecto humano equívoco. Pero ni mi doctor ni nadie podría firmar un documento oficial sobre mi naturaleza real sin perder el empleo. De modo que no estoy reconocido socialmente y los paleontólogos, que son los únicos que podrían curar mis dolencias de arqueópterix achacoso, no quieren saber nada de mí.
Solo yo tengo que cargar con la difícil situación de representar a una especie extinguida hace millones de años y condenada nuevamente a la extinción. Y tengo que hacer algo. No puedo consentir un nuevo desastre cretácico para mi especie.

Porque el Cretácico, la era en que falleció mi último antepasado, no ha terminado todavía. Precisamente, comenzaba entonces; y se ha venido continuando hasta el presente sin que nos demos cuenta. Han sido los mamíferos los protagonistas de este Cretácico sin final, unos seres cretinos, calcáreos, como tristes crustáceos de tierra.
Ni mis antepasados pudieron con ellos : ¡se lo comen todo! Se lo comieron todo entonces.
Y es que, por entonces, a todo el mundo le dio por comerse. Suele pasar a veces, según voy viendo. Hubo una explosión de comensales, faltaba un poco de comida, discutieron por poca cosa, y se devoraron unos a otros sin el menor escrúpulo. Y es que, en lo del comer, las especies genéticamente libres nunca han tenido moderación.

Pero yo, yo no me he extinguido del todo. Yo sigo vivo. Aunque desatendido por la Ciencia, yo represento un puente hacia el esplendor y los buenos modales en la mesa del pasado remoto. Yo siento cosas de enorme antigüedad que no deberían ser desaprovechadas por la cultura de mi generación. Y puedo responder sobre mis procesos geológicos de gestación y callar a los ingenuos y a los incrédulos.
¡No soy un producto del laboratorio moderno! No es verdad lo que murmuran de mí ciertos enemigos diarios. Yo no procedo de un experimento americano; no soy una ortopedia genética de una era de pruebas. Yo me he creado, naturalmente, solo, sin influencias del exterior. Soy un producto abandonado al azar de las eras, genéticamente libre durante muchos millones de años.

Yo también me extinguí, según se entienda, en la era de mis antepasados, cuyos hermosos esqueletos y plumajes aparecen hoy impresos sobre láminas de piedra en las vitrinas de los museos. Pero yo no me extinguí como ellos, que ya vivían. Es que yo aún no vivía. Precisamente, iba a comenzar a existir como germen cuando me llegó la extinción como especie. Cuando las especies se están extinguiendo, es como una plaga: cuando te llega, te extingues. Y por aquella zona, todos nos extinguimos. Pero como en la Antigüedad las cosas eran también muchísimo más antiguas que ahora, antes de que pudiera morirme por extinción, quedé fosilizado por accidentes geológicos que ya entonces tenían un enorme sentido del pasado. Latiendo aún dentro de mi núcleo con cáscara, una noche soñé que me hundía en una charca pastosa. Y eran los Geosinclinales, que estaban comprimiendo el terreno y reduciéndonos a una papilla de sabor oxidado. Todos los elementos de aquel huevo, conmigo dentro, fueron impresos en una masa de roca y depositados sobre la lámina de un libro de pizarra. Y todos mis átomos alternaron con un átomo de roca, convertidos en roca, pero intactos. 
¿Se detuvo mi crecimiento por ello...? No veo la razón. Mi crecimiento también se convirtió en roca y creció al ritmo de una roca. Yo estaba creciendo como germen cuando me extinguí biológicamente. Yo no estaba maduro ni muerto. A mí se me estaba formando el mecanismo de la vida. Mi materia constituyente estaba programada por mis padres para constituirme. Y la ley de la vida siguió imperando bajo la insensibilidad de la roca. Ahora, todo iba más despacio de lo programado. Pero todo era igual. Con eso de la petrificación, tienes mucho más tiempo para todo y las escalas se vuelven inmensas.

Te da tiempo, sin salirte de tu programa, a evoluciones que nada tienen que ver con el ser que vas a ser y que ya eres. Evoluciones que, en una incubación normal para arqueópterix, no tienen tiempo ni de insinuarse de lejos. Pero en la fosilización ad ovum, pueden convertirse en estados permanentes durante miles o millones de años.
Te da tiempo a ser cualquier cosa dentro de tu sarcófago de pizarra.
Y, por una coincidencia con las constantes universales, fui evolucionando con rasgos parecidos en ocasiones a los de las especies que transitaron sobre el mundo de después...
He sido muchísimas clases de aves y de anfibios y de insectos voladores; y, también, he llegado a pasar por fases de mamífero. No tengo por qué avergonzarme por ello, pero también he evolucionado como mamífero, y no siempre pacífico, durante algunos miles de años. Pero lo cierto es que tendí con más frecuencia hacia las metamorfosis exóticas o, simplemente, fantásticas, irrealizables fuera del sarcófago. Aunque, siempre que me perdía por ellas, como es normal en un germen librado a la Geología, entonces, las constantes universales me devolvían a la normalidad biológica lentamente, y me daban la nueva forma del mamífero de moda de la época.
Se supone que todo el ciclo de transformaciones era un progreso hasta mi forma final de arqueópterix, y que no me iba a quedar a mitad de camino ni acabaría saliendo de la piedra convertido en un galápago.

Pero el azar de una era de desgracias se puso en mi contra. Precisamente, pasaba yo por una fase humana, un animal gregario, y me había convertido en una criatura a punto de pedir el biberón, cuando un maldito azar permitió que mi roca matriz fuese encontrada sobre el desierto de Méjico. Un paleontólogo tan célebre como Brszchtnka tuvo el honor de romper por accidente natural el cascarón de pizarra que me protegía de la curiosidad primate humana. Según confesó después, lo hizo porque oyó el llanto de una criatura humana o tal vez no. Ese tal vez no me ha acarreado no poca desconfianza ante los medios de este mundo. Se le ha criticado mucho a Brszchtnka no haber firmado con un seudónimo como Smith y haber divulgado encima lo del niño humano salido de una piedra de hace millones de años. Acosado por la prensa, mi captor rebajó la edad de la roca hasta el siglo de Carlomagno. Pero a la gente le pareció imposible que un niño hubiese aguantado desde el reinado de Carlomagno, dentro de una pizarra, y sin hacerse siquiera pis.  Se pensó que mis padres me habían abandonado allí mismo, en el interior de un óvalo de roca sin abrir, por no querer privarme de la fama de ese descubrimiento. Y todas las sospechas recayeron sobre Brszchtnka, presunto cómplice de alguna trama corrupta.
Y me llevaron a un Museo de Ciencias Naturales, por si acaso era de verdad antiguo, muy cerca de Sbrngtk, donde crecí sin problemas, pero no logré entender nada de lo que me decían.

No pasé mucho tiempo en Sbrngtk. A nadie le importaba que yo hablase o no hablase. Suponían que una criatura que ha sido hallada por Brszchtnka en mitad del desierto no tiene mucho que decir. El paleontólogo me había encontrado junto a un gran arqueópterix de alas desplegadas que se había ido a fosilizar a mi lado. Hoy es la joya de aquel museo. Le había llegado la extinción mientras iba volando, y tal vez cayó cuando yo terminaba de extinguirme. Sin embargo, para la gente estaba claro: se trataba de alguno de mis progenitores, que había luchado contra el mal de la extinción hasta el último momento, tratando de salvar aquel huevo... y, al final..., ¡lo hubiese logrado! Y aquí, introducían mi historia.
Y decían :
—Pero casualmente fue encontrado, dentro de aquel huevo, este muchacho, que entonces era mucho más pequeño, por el profesor Brszchtnka, una gloria para la república de Tkchsktvku...

Sin embargo, el descrédito del profesor Brszchtnka dentro de los idiomas que usaban más de una vocal había sido absoluto, por culpa de haber interferido con una historia que no tenía nada que ver con él. Muchas veces habrá maldecido por haberme encontrado, haber dado pie a las especulaciones mas absurdas, y haber malogrado su carrera de triunfos ortodoxos.
De modo que en el Museo me trataron con mucha frialdad. Yo era como un objeto de aquellas salas, donde podías encontrar esqueletos polvorientos de Diplodocus, al lado de cajas con minerales de todas formas y colores, todos seres antiguos, de mi periodo natural de gestación.
Pero no duré mucho en aquel entorno. Pronto descubrieron que solamente estaba despierto de noche, con el Museo cerrado al público. En cambio, el día lo pasaba durmiendo. No lo dudaron, y me echaron de allí.

Y desde entonces, he vagado por el mundo sin un objeto claro, añorando la ayuda de la Ciencia, que se me niega por culpa de la impopularidad de Tkchsktvku y de Brszchtnka.
¡Y me desamparan a mí, que soy la víctima de esos impronunciables! Amparan con leyes ridículas hasta la vida de los lagartos de río. Y se olvidan de mí, que soy un arqueópterix convencido de lo que dice.
Cuando salí del Museo, vagué por ahí, siempre hacia adelante, buscando siempre un lugar donde la gente mascullase algo comprensible. Y pasó mucho tiempo... y encontré gentes así y así, que hablaban tal y tal...
Y yo les preguntaba:
—¿Cómo se dice esto?
Y me contestaban:
—Esto.
—¿Y lo otro?
—Lo otro.

De modo que fui aprendiendo idiomas y llegué a conocer tres o cuatro lenguas no oficiales, que cambiaban cada mes y que sólo se hablaban en algunas calles de ciertos lugares.
Y después, aprendí idiomas más amplios, que ocupaban toda una ciudad. Y llegué a aprender el idioma de Maulaeila. Y cuando me fui de allí, sabía decir no pocas cosas difíciles y extravagantes. Y esta es toda mi vida. Ahora vivo en cualquier lugar.  Simplemente, vivo. Se supone que ocuparé un espacio.  Pero el espacio es lo de menos para mí. Mi espacio está en el aire, no en la tierra que piso. Como todas las aves enjauladas, siento pavor por los terremotos. Pero, en fin..., vivo, precisamente, sobre la isla volcánica de Kaulaeaima. Aprendí el idioma de su ciudad... y me quedé por una larga temporada. Me gusta el clima y el color del mar. Aunque también es verdad que me extravié por este archipiélago hace ya muchos años y no tengo a nadie que me saque de aquí. Hasta que no aprendes el idioma de una isla, no encuentras quien te pase a la siguiente. Pero Haulaeaeania es un gran archipiélago...
¿Y si mañana despierta el volcán  Raumaeala y tiembla hasta la república de Tkchsktvku? Precisamente yo, que soy un ave en peligro, me he ido a extraviar en medio de un laberinto volcánico. Y no temo la muerte; pero mi instinto de ave se rebela ante la idea de morir atrapado por la tierra.

¿No temo la muerte? No temo la muerte. Pero todos los hombres temen la muerte. Todos los animales temen morir. Debería también yo sentir miedo de la muerte. Cuando el célebre paleontólogo me sacó de mi nido de pizarra, interrumpió mi estacionamiento, mi lentitud de piedra; y me metió en el tiempo, en el desarrollo. Y me condicionó mediante una dieta adecuada a la conducta humana. ¿Pero interrumpió de verdad mi proceso real de crecimiento hacia el arqueópterix del que procedo? Con la dieta, ha impedido que se activase mi faceta de ave. El efecto ha sido el mismo que el de la petrificación : reducida a su mínima expresión, mi naturaleza de arqueópterix ha continuado desarrollándose sin obstáculos, lenta, pero implacablemente. Y de seguir mis verdaderos instintos a la hora de comer, experimentaría en poco tiempo notables cambios anatómicos y de colorido.
El arqueópterix no ha muerto por haberse transformado en hombre: es que yo no soy un hombre. Yo soy un ave arcaica, condicionada por la dieta.
Por lo tanto, yo no podría morir como arqueópterix por culpa de haber muerto como hombre. Morirá solamente el producto de una dieta. Y quedará lo de siempre : mis gérmenes de arqueópterix, buscando la conclusión de su trabajo.

Es que yo me extinguí antes de tiempo. Para extinguirse, hay que haber existido. Pero yo no existía todavía. Y tengo que llegar a existir para poder extinguirme del todo.
Lo tengo decidido. Quiero decir que tengo decidido cómo será mi entierro. De qué llegue a morir, no es importante. Lo importante es enterrarme convenientemente para dar ocasión a mis gérmenes ancestros de continuar su labor de millones de años.
Porque no cabe duda: si nada lo vuelve a interrumpir..., yo seré un arqueópterix. Está escrito en mis células y ellas lo cumplen como deben.
Las Constantes universales me han traído a este estado. Pero, a partir de ahora, la Ley de la Extinción de mi especie se encargará de mí. Y para ello, tendrá que sacar de mí al arqueópterix que llevo dentro.

Para enterrarme, no quiero Kaulaeaima. No es que no me gusten los volcanes. Pero me siento encerrado entre tanta agua. Prefiero Sicilia. Tiene también un volcán activo; pero se trata de una isla mucho más grande, como un pequeño continente. Me siento mucho más seguro en Sicilia que en Kaulaeaima. Tuve que haberme quedado a vivir allí por el parecido que tengo con sus gentes sicilianas. Me extravié por este archipiélago de Haulaeaenia y, por ahora, he de quedarme aquí. No obstante, creo disponer de vida suficiente como para llegar hasta Sicilia.
Además, en Sicilia chocan varios Geosinclinales; unos son romanos; otros, cartagineses. Son dos placas tectónicas que se dan empujones, se tratan groseramente, y, cualquier día, contribuirán a mi obra sin saberlo.  Una vez me sepultarán entre ellas; y otra, me sacarán de ellas.
Voy a disponer que me entierren, a poca profundidad,  en las laderas del Etna, en la parte más cálida y, por supuesto, siempre seca. No necesito ataúdes ni barreras a mi proceso de petrificación.
En menos de un año que lleve enterrado, las coladas del volcán me dejarán barnizado y preparado para las eras venideras. En unos pocos siglos, seré una roca nuevamente.
El volcán me habrá ido hundiendo entre sus derribos y ningún curioso podrá aprovecharse de mi impotencia.
Y pasarán los millones de años... Y los Geosinclinales Elementales librarán su batalla decisiva.  Y estrujarán la tierra de Sicilia, reventarán el Etna como si fuera un grano insignificante, y me moldearán a mí, y orientarán mis formas hacia su meta final.
El recuerdo humano habrá ya desaparecido de mí sin dejar rastros. Por otra parte, la humanidad también se habrá extinguido. Y las Constantes universales me imprimirán otras características, más de acuerdo con la fauna de la época.
Y pasarán más millones de años, muchos millones de años. Y los Geosinclinales volverán a sus disputas absurdas por cuestiones de territorio. Y lo que estaba antes hundido, se levantará. Y mi sarcófago de piedra rodará por la ladera de una nueva montaña del futuro, recién salida de la tierra. Y quedaré detenido por una barrera de maleza que habrá crecido en ese mismo momento. Pues en el futuro lejano, las cosas carecerán totalmente de antigüedad. Serán siempre muy recientes, y cambiarán cuando te descuidas.
Para entonces, se habrá terminado, por fin, el Cretácico. Y, cuando lo decidan mis gérmenes, yo seré un arqueópterix. Mi proceso culminará su curso y yo quedaré completo como un arqueópterix. La erosión habrá desgastado, durante algunos millones de años, mi mortaja de piedra. De modo que no me resultará difícil arañarla con el pico. Y, finalmente, saldré como un arqueópterix desde el infierno de Sicilia y de la Mafia.
Y volaré en la noche libremente.

Había sido incubado para eso. No veo por qué no podría sucederme eso. De hecho, por ley de la Extinción, yo tengo que extinguirme por causas naturales.
Seré un arqueópterix por una clase de acuerdo entre las Constantes universales, la ley de la Extinción y las causas naturales.
Y viviré como hago ahora, de sol a sol pero por la parte nocturna. Y duraré lo que suele durar un arqueópterix, tal vez un poco menos, teniendo en cuenta el desgaste de los agentes y la pereza de mis gérmenes.
Incluso, puede ser que me extinga antes de morir. De cualquier modo, todo lo que me ocurra me estará bien empleado por haberme mandado enterrar en Sicilia.

Y así, yo, que soy un arqueópterix, un ave de los orígenes, me encuentro destinado, por un accidente geológico, a surcar los cielos de las postrimerías.
Volaré en el último día de la vida, en el último atardecer. Es un destino trágico.
¡Quién sabe! Tal vez se extinga el mundo antes que yo y sea el final de todo. Tal vez yo vaya a extinguirme en ese momento; pero el mundo se dé más prisa y se extinga antes...
Entonces, yo me quedaría sin mundo, sin lugar, y sin época, en que poder extinguirme.
Y tendría que esperar la llegada de un nuevo mundo.

No sé..., pero tengo la impresión de que, si nacer me va a resultar difícil (¡si lo consigo!), por una serie de accidentes tontísimos, morir me puede resultar prácticamente imposible...


Antonio Hernández Marín,
30-5-1999

jueves, 29 de junio de 2017

Scherzo finale (Aker)

Buscando poemas en tercetos irregulares (o que resulten tales si se les considera desde la regla errada),  doy con este poema del maestro Aker, incluido en el libro manuscrito inédito al que alguna vez se refirió como Escrito para los perros:



lunes, 29 de diciembre de 2014

Un regalo de Navidad


El año que se avecina se me presenta difícil de olvidar: hay cosas que empecé hace ya 20 años y que debo acabar ahora, sí o sí, y hay otras que llevan tiempo pidiendo que las atienda. Esta es una de ellas: azuzado por mi amigo Daniel, he terminado ahora mismo la edición digital, escaneada, de un libro manuscrito de poemas y otros escritos, fechados en 1984 y 1985, de Antonio Hernández Marín, Aker (Santa Cruz de Mudela, 1951 - Valdemanco, 2009). No es este un texto que yo desee subir a la Red. Pero si conocéis a Antonio, por haberle tratado en persona o por haberle descubierto en este u otros espacios, estimo que tenéis derecho a este libro. Os pido simplemente que me escribáis en privado y yo os haré llegar con mucho gusto un ejemplar gratuito de la obra. ¡Feliz Navidad!

domingo, 9 de junio de 2013

Primavera (I) (Antonio Hernández Marín)


Abrumadora,
pesada,
pero transparente,
clara.

Hora de dolor
en calma.

El silencio reduce
las distancias.

Casi
no eres
nada.

viernes, 17 de mayo de 2013

Nocturno (Antonio Hernández)

 

 Esta noche he soñado que encontraba en la biblioteca de una Universidad un libro inédito de Antonio Hernández Marín, Aker: era un ejemplar único, encuadernado de forma artesanal, que recogía varios ensayos, con el título De la forma en el fondo. El libro se había encuadernado a finales de los 70, utilizando originales variopintos en papeles de diversas calidades y tonos, unos a mano y otros a máquina. El autor había ido guardando dentro, en folios doblados, trabajos posteriores sobre el mismo tema: uno de estos afterthoughts era precisamente el prólogo, llamado 0 (cero). La página que llegaba a leer (y, alguna vez lo he contado, en los sueños rara vez o nunca me permiten leer de veras algo sin que las letras empiecen a bailar por la página o se conviertan en hormigas) hablaba de las correspondencias entre los modos musicales, las letras, los colores y los números. Así, el modo jónico, primero o A, es de color rojo y no es 'mayor' en sentido estricto (solo la escala mayor de sol lo es): Antonio (en el sueño) prefería llamarla 'escala de do-sol'.

Cuando encontraba el libro, recordaba su existencia: lo había visto antes en esa misma biblioteca, pero lo había olvidado. Solo hacia el final se me ocurría la posibilidad de sacarlo en préstamo. En el final propiamente dicho me encontraba en el andén de una estación con Roberto (alumno dilecto de otro maestro, Agustín) y hacíamos planes: el libro, sin dejar de ser De la forma en el fondo, era ahora también Letras y figuras, uno de los libros que planeó pero no publicó García Calvo (creo; aunque mi amigo Rafa jura haberlo consultado alguna vez). 

Como suele, el sueño funde muchas capas. Me recuerda, en primer lugar, que llevo tiempo sin emprender la necesaria ordenación y publicación de los papeles de Antonio; pero el título de la obra es también un juego sobre otra, un poemario, que tengo escrita pero no encuentra (ni apenas ya lo busco) editor. El celo con que los discípulos de Agustín han emprendido la recopilación y transcripción de sus intervenciones sirve de constraste con mi desidia, planteándome un elegante reproche.

Tengo, en fin, un libro manuscrito de Antonio que recoge sus poemas de los años 80 (Fuensanta atesora otro previo, con poemas de los 70). Lo abro al azar. Esto cuenta, aquí y ahora:


NOCTURNO

Tres de la madrugada, fumándome el insomnio
en la ventana abierta y silenciosa. Abajo, por la vía nocturna
de la calle, pasan perros, perros sin amo, perros
independientes, tal vez libres, quizás abandonados,
pasan, ajenos, rápidos, un lobo raído y flaco
abre la marcha y pasan, posiblemente felices,
destinados sin duda, perros, tal vez perros, sagaces perros,
y pasan, a comer, a devorar las sobras, acaso sin dolor,
tal vez contentos, las sobras que nos llegan, caídas, del amor
desde el festín diario de los hombres...

sábado, 11 de mayo de 2013

Organ Tune


La música es tan inseparable de la gente a la que quieres que a veces emana literalmente de ellos. Esta pieza instrumental, por ejemplo: el ritmo lo trajo esta mañana mi pequeño tocayo (un, dos; un, dos, tres), supongo que de la escuela —pero sin duda corresponde a alguna danza tradicional: me trae recuerdos de las piezas folkies y medievales que tocábamos hace tanto con Dani o Alfonso (y también de La Yenka). Por otra parte, oír el órgano, que se ha impuesto enseguida en el casting, es oír a Antonio, que tantas veces lo hacía sonar para nosotros, primero en Las Águilas y luego en Valdemanco. Allí me invadieron las cadencias barrocas —que con el maestro Aníbal hemos tenido ocasión luego de explorar y entender debidamente. Todos ellos dan vida a la pieza. Aunque ella, claro está, no aspire a hacerles justicia.


lunes, 17 de diciembre de 2012

Camina la Virgen pura (villancico melotrónico)


Hace años, esta fue de las primeras tonadas que me trajeron mis alumnos cuando les pedí que recogiesen canciones populares de la generación de sus padres y abuelos. Acabo de escuchar ahora la transcripción fidelísima que hizo de ella en su día el gran Félix Contreras para el Cancionero y Romancero del Campo Arañuelo y veo que mi memoria la ha transformado un poco. Como en ese tipo de transformaciones consiste la vida de la tradición oral, no me apoco y traigo 'mi' versión del invento. Así suena, con la melodía a cargo de un melotrón (que combina flauta y fagot) y el acompañamiento al clave. (Sobre la letra del romance hablamos en otra ocasión: hela acá, con doctísima aportación en los comentarios de Antonio Hernández, Grifo —cuyo pintor favorito, Patinir, ilustra esta entrada.)

jueves, 1 de noviembre de 2012

Agustín has left the building


Con el maestro Agustín, que acaba de morir en su Zamora, la vida me lleva arrancados tres hermanos y dos padres (aunque vivan aún, por muchos años, los que me dieron el ser, y esos pocos amigos sin cuenta que han sido y son más que eso). No soy un ingrato. Agradezco haberlos tenido, haberlos querido tanto, y que ellos (pienso) tuvieran constancia de ello. 'Era un hombre y te quiso mucho' —y 'mucho', llorando, digas.

Cada una de esas pérdidas ha sido un mazazo, una pared que se caía de repente en mi pequeño mundo, dejando entrar a traición la pena y el frío. Uno se las ve como puede con eso. Aunque nunca puede darse tal cosa como una recuperación, cabe al menos que el dolor del vacío no se lleve toda la presa, y la alegría de seguir sabiendo de ellos, a través de lo mucho que han dejado en marcha (no ya hecho, sino siempre mutante, vivo), haga también lo suyo.

Como el de mucha gente, supongo, mi primer contacto con Agustín fue a través de Fernando Savater, que lo cita con una mezcla de amor y odio en sus primeros libros. En La piedad apasionada, de 1977, después de citar el Sermón de ser y no ser de Agustín como el ejemplo más bello del discurso piadoso que ha intentado exponer en su libro, aclara que ni todo lo que allí dice se corresponde con el discurso del maestro ni lo pretende —aclaración, dice, que parece ociosa, pero que la experiencia le obliga a hacer explícita.

Cuando llegué a la Facultad de Filología de la Complutense en los 90 no sabía que allí mi camino se iba a cruzar con el de aquel maestro de mi maestro (pues eso fue el primer Savater para mí: el único filósofo que leí en los años en que la lectura nos constituye). Creo que lo vi por primera vez en persona con mi amigo Antonio Martín en un congreso de poesía y psicoanálisis que los del Grupo Cero (que siempre han tenido muy buena mano con las autoridades) habían organizado a todo trapo en la sede del Poder de Moncloa.

Antonio y yo soportamos muchas charlas lacanianas aquel día, casi todas autocomplacientes, llenas de jerga mal traducida y jueguecitos de palabras. Cuando le tocó el turno al maestro, subió a las tablas y sonrió. Antes que nada, dijo, quiero felicitar a los organizadores de este Congreso. Les felicito, porque hace falta mucho valor para organizar un encuentro para hablar de dos cosas como estas, de las cuales una no la hay, y de la otra solo sabemos que no se puede, sin mentir, decir nada.

Con el tiempo, me familiarizaría inevitablemente con esta peculiar captatio benevolentiae con que el maestro solía marcar distancias con el tinglado más o menos cultural en que se hubiera dejado atrapar, pero aquella tarde sus palabras me parecieron una verdadera revelación.

Poesía, sí, designaba algo que hubo una vez, pero que había dejado de vivir, devorada por la persona de los poetas y por la escritura, cementerio de aciertos y asentadora de nimiedades que nunca hubieran resistido el reto de la tradición oral. El papel se deja escribir cualquier cosa, me diría después Anita Leal que decía su abuelo, y aquel otro maestro inolvidable, Antonio Hernández Marín, le daba la vuelta a Bécquer con la misma música: en este mundo nuestro podrá haber poetas, pero ya no habrá poesía.

En cuanto al inconsciente, su conversión en un ítem más o menos mayúsculo del que se podían decir innúmeras pavadas (unas cuantas las llevaba yo oídas aquel mismo día) constituye en efecto uno de los tocomochos más indignantes de la modernidad. De no lo sabido cabe apenas, si uno no se resigna a hacerlo ser otra cosa que lo que no es, ensayar cierta teología negativa, a la que Agustín era muy aficionado. Renunciando al cultismo, en sus últimos años hablaba sin más de lo desconocido, que en su discurso es un suerte de océano incógnito que rodea a la Realidad, del que esta emerge y en el que siempre se está hundiendo.

Como muestra de lo que poesía pudo querer decir alguna vez, Agustín declamó ese día un poema inédito, que formaba parte, nos dijo, de la obra de teatro que estaba componiendo, Baraja del rey don Pedro. Si lo que llevaba dicho hasta entonces me había despertado del sopor, aquellos versos me sumieron en un encantamiento del que no llevo trazas, más de veinte años después, de despertar. Con él les dejo:

¿Quién contó las olas de la mar?
¿Quién le puso números al sueño?
Por tener lo que volaba,
llenó su jaula de pájaros muertos.
Por tener lo que soñaba,
su sueño trocó por joyeles de hielo.

Ese fue el rey Midas de los frigios,
que una vez, se dice, halló en su huerto,
medio asno, sudoroso,
peludo todo, borracho, a Sileno;
y lo ató con correyuelas
en flor y con hiedras llevóselo preso.

Pero luego al padre Dïoniso
le entregó su bruto tembloriento.
Conque el dios, en su sonrisa
le dijo: «Elige qué quieres en premio».
Y él pidió: «se trueque en oro
sin más cada cosa que toquen mis dedos».

¿Quién dirá los días que ha vendido?
¿Quién es quien las rosas puso a rédito?
Por saber lo que tenía,
perdió tesoro sin cuenta ni dueño.
Por saber lo que soñaba,
en mármol y nombre volviósele el sueño.

Esa fue la blanca niña Alma
que por celos de la misma Venus
hubo de tomar esposo
sin nombre, y nunca tenía que verlo.
Cada noche la abrazaba
y el gozo era sombra florida de besos.

Pero no bastó lo mucho y tanto:
todo quiso Alma, todo el tiempo;
y una noche que él dormía,
sacó la antorcha, la alzó sobre el lecho:
era Amor: su nombre supo;
lo vio y lo perdió: era amor, era ciego.





jueves, 4 de octubre de 2012

Te iré a buscar

Cada vez que me toca explicar Edipo Rey, hago un intento de familiarizarme con la música del verso en que está compuesta la mayor parte de la obra: el trímetro yámbico. Aunque supone una simplificación, uno se hace una idea de por dónde va la cosa si coloca en las sílabas largas que marcan el ritmo (no todas lo hacen) una sílaba tónica; y en las breves (o largas no marcadas), una sílaba átona.

El sistema es más complejo, porque caben inversiones y resoluciones (en vez de una larga podemos encontrar dos breves). Pero esencialmente es algo así:

tatátatá tatátatá tatátatá 

En este esquema, cada grupo de cuatro sílabas constituye un metro, y la secuencia breve-larga, tatá, se llama yambo. De ahí el nombre: trímetro (tres metros) yámbicos (a base de yambos).

Vertido así al español, el esquema produce un dodecasílabo con final agudo, que sería por tanto un tridecasílabo. Las métricas académicas sugieren que se trata de un verso desdichado (ya el número de sílabas sugiere el mal fario) que solo algún romántico o modernista chalado intentó redimir; pero no es del todo cierto. Hay varias canciones pop (a falta de mejor apellido) que lo utilizan. Recuerdo solo dos:


y aquella otra de Javier Krahe, Paréntesis:

¡Oh, cuán curiosa —me decía— es la mujer! 

En el primer ejemplo se ve que el final en agudo puede alternar, como es costumbre en español, con finales en palabra llana o esdrújula sin que la medida se altere. El regalo del intento de esta tarde ha sido darme cuenta de que también Antonio Hernández, Mandul, nuestro querido amigo, practicó ocasionalmente este verso, aunque ciertamente no lo llamó trímetro yámbico. Así suena en su mano, tratado con libertad (los acentos no siempre caen en sílaba par) y combinado en cada estrofa con un eneasílabo final (dáctilo + troqueo + troqueo + troqueo):

Te iré a buscar al más allá de las mesetas, 
lejos del muro donde mueren los ocasos, 
donde no hay suelo para el pie,  donde aún florecen, 
altos y libres, nuestros pasos. 

Mas, ¿dónde ir, si tú no existes, si tu entorno 
es un osario que, insepulto en el desierto, 
mana estertores como manan oquedades 
todos los huesos que se han muerto? 

¿Qué me dirás, si no te veo, o si te viera:
—¿Quién eres tú?, no te conozco, ¿qué pretendes?
—Estar contigo.... —Yo no soy a tu medida, 
no me conoces ni comprendes....? 

No: me dirás —Yo sólo soy lo que has creado, 
yo sólo existo en la espesura de tu centro, 
somos el mismo ser, somos los dos reales, 
ven a habitar, conmigo, dentro.... 

11-4-98

miércoles, 7 de marzo de 2012

El testamento de las hadas

(Ilustración de May Gañán para la revista Boronía)

Un día apropiado este para retomar la escritura del blog. Los cumpleaños, a cierta edad, tienen más de memento mori que de jolgorio; aunque me dicen buenos amigos que quién pillara estos años —y tienen razón, sin duda. No han faltado buenos regalos: una puerta que se abre y una bicicleta estupenda, que por lo alta y compleja (hasta marchas tiene) se parece bien poco a la última que monté, allá por los doce o los trece —pero una vez arriba, pedaleando por la galería que rodea el Parque de las Minas, se deja querer y me devuelve sensaciones muy queridas y, a pesar del pesar, nada remotas: lo hondo nunca nos deja.

Repaso lo que he escrito en este día en varios sitios y creo que el conjunto resume bien mis sensaciones. En Twitter meditaba que, puestos a pedir regalos, el cuerpo me pedía uno muy simple: descanso —no necesariamente eterno. Es semana negra, de las que preceden inmediatamente a una evaluación, y tengo compromisos pendientes con la editorial con la que colaboro; pero en fin, si no es hoy, tampoco serán ya muchos más días de insoportable ajetreo.

En Facebook es imposible no asombrarse de la de amigos nuevos y eternos que sacan un rato para enviar un abrazo o un beso. Gracias a todos, y en especial a mi comentarista favorita, que me escribe que Por esta Villa se te quiere y admira. ¿Qué responder a eso? La verdad: que yo sí que me admiro —de tener tan buenos amigos desde tan antiguo y no haberlos perdido, a pesar de mi forma un tanto desmañada de ser.

Buscando otra cosa, en fin, doy con este regalo que me hizo hace tiempo Antonio Hernández Marín, Grifo, Aker. Es un comentario de un poema; que seguramente vale más que el poema en sí. Como le conozco, sé que de las varias interpretaciones que tiene el que haya aparecido este comentario justo hoy, justo ahora, él elegiría la misma que yo. Gracias, tite Antonio. Gracias también a May, que puso imagen a este poema para un número especial de la revista Boronía: rescatado va, al comienzo de la entrada. Gracias también al buen amigo que ha abierto la puerta a la que he aludido antes, y de la que volveré a hablaros, si ha lugar. Gracias a todos. Y que dentro de un año sigamos en pie.



*

En el estanque un barco de papel
contiene el testamento de las hadas.
Lo ven aparecer todos los niños
cuando es la hora de volver a casa.


Interesante poemita que contiene todas las claves de su autor, que resulta clarísimo (en poesía, todo es clarísimo y oscurísmo); pero del que uno, como siempre, sólo puede comentar la impresión que le haya producido. Vaya:

a) La presencia de la rima (asomante en este caso) da al poema un tono de sencillez, de canción. El poema se presenta, además de por sus reducidas dimensiones, como algo muy sencillo. ¿Lo es?

b) Se dan varios elementos relacionados. La estructura no es lisa sino compleja. Los niños ven el testamento de las hadas cuando tienen que volver a casa. No pueden detenerse en él sino dejarlo ahí (oposición estanque-casa como de infancia-vida adulta). Inevitablemente, por tanto, los niños están condenados a hacerse hombres mayores y a abandonar el mundo aquel (el 'estanque' tiene connotaciones uterinas, de vida prenatal; o de infancia como continuación de la vida aquella; todo en el sentido de que solía hablar, por lo poco que sé de él —gracias, Al—, Ferenczi con su enfatización de la 'vida' prenatal —una vida completa y compleja— como origen de nuestra vida psíquica posterior).

c) Además, los niños no se encuentran directamente en el mundo de las hadas (el mundo prenatal, reconocible, siquiera, por su anterioridad al niño). Solo le queda de ellas su 'testamento' y legado. La infancia constituiría así una existencia en línea con la vida compleja prenatal, el mundo maravilloso de todas las hadas.

d) Ante esto, se me ocurre decir, como conclusión, que la poesía de Al (en este y otros muchos poemas) no trata sobre el recuerdo de la infancia, aunque la infancia tenga que ser evocada una y otra vez. Trata, ante todo, de la pérdida de la misma: de la expulsión del Paraíso, del final de la edad de oro mítica, etc... Nada extraño en un autor en el que las referencias mitográficas forman parte esencial de su formación y discurso. La posibilidad más lógica es la de conformar también así su discurso poético. Su tono me parece, aquí, afín al citado antes de Ferenczi. Pero, eso sí: Al tiene toda esa cultura que faltaba al gran psicoanalista. Bienvenida sea.

¿Que por qué puedo analizar así un poema tan corto y extenderme tanto? (preguntarán escépticos).

Por nada de especial. Sino porque me encuentro, se podrá comprender, en una posición privilegiada respecto a este poeta: lo conozco desde su nacimiento poético, desde antes de que la hora de la cena lo hubiese alejado del estanque. Nada más.
Saludos, amigos.

Grifo

13/05/06 11:45

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Carta helada


Carta blanca, sí, a algunas ocurrencias más, de las que le viven a uno de noche. Como siempre, tiro de Twitter, aunque algunas mutan, creo que para bien, al quitarles la camisa de fuerza de los nosecuantos caracteres.

I

Los fines no son lo mío. Ni lo nuestro, creo. Lo humano es andar por ahí en medio, y tirar por la calle del ídem. No persigo fines / porque son ruines, cantaba el maestro Antonio.

II

Hagas lo que hagas, no exhibas las llagas.

III

El argumento de los etarras es el de todos los maltratadores: la maté, pero fue por amor (a la patria). La maté porque era mía pero te votaba a ti. La muy guarra.

IV

Reloj, no marques las horas —no vayan a cogerte el teléfono y la tenemos.

V

...y de todo tendrás que desprenderte. —Comprendo. Como el globo que suelta lastre. —No, no comprendes. Como la hoja que cae del árbol.

VI

No conozco a nadie a quien le guste tanto soñar, y tan poco ir a dormirse.

VII

La tilde que cae sobre las esdrújulas no las ensalza: las fulmina.

VIII

Mi aliteración favorita: la de las haches. Haberlas, haylas.

IX

Poesía: un incordio muy bien hecho. La piedra perfecta en el zapato. Llámalo perla.

X

Decirle al reloj que trae las tantas lo que al tipo que lanza un farol: Las veo.

XI

Lo que es mentira paga el precio de serlo con tal de ser. Establecido el sujeto, el tema, lo demás es predicado. Aderezo.

XII

—Te lo comes y punto. —Punto y coma. / El niño conceptista, todo retruécanos y repámpanos.

XIII

La mancha de la mora la almendra la desea.

XIV

Como la generación de las hojas, así la de los nombres. La savia no tiene ninguno.

XV

La tele es ya cosa de niños y viejos. La España adulta ha dejado de ser catódica.

XVI

La vida es un concurso sin notario.

XVII

Carlo Frabetti: El hábito no hace al monje —pero oculta sus erecciones.

XVIII

La sabiduría del demonólogo siempre es sospechosa. Aunque se siente en la mesa con los demás monjes, los dedos le cantan a azufre.

XIX

¿Cuándo serás digna de tu millón de trotskistas?, preguntaba Allen Ginsgberg a América. ¿Cuándo merecerá España su millón de indignados?

XX

La CEOE, crecida en nuestra adversidad como un forúnculo en la falta de asepsia.

XXI

Digas lo que digas, recoge las migas. A menudo, por no decir siempre, los lapsus (las migas de lo dicho) son la parte más interesante del discurso. También se habla entre líneas.

XXII

El miedo a la psicodelia es miedo a que la psique se manifieste (délomai): miedo a saber qué hay en ti que no es obvio pero está y actúa.

XXIII

Una niña del cole: Santa Claus, santa Claus, / dulce desgraciao, / nos traes los juguetes / del año pasao.

XXIV

El primer unfollow: Cancel my subscription to the Resurrection (Jim Morrison, When The Music's Over).