martes, 31 de octubre de 2006

Raga-rock III: The Beatles


Con el tiempo supimos que a Ravi Shankar le rechinaron los dientes cuando escuchó un sitar tan mal tocado, y que el instrumento comprado por Harrison (y afinado por él como una guitarra) era una réplica barata, en plan mírame y no me toques, pensada para turistas. Todo eso no disminuye la maravilla de Norwegian Wood, que por superioridad natural y sentido de la oportunidad ha quedado como la pieza fundadora del pop-con-sitar. El sitar es en este caso algo añadido, con lo que Lennon no contó a la hora de componer el tema; pero como escribe aquí alguien, la canción no hubiera pasado de pastiche dylaniano (así la entendió el propio Dylan, que la parodió oportunamente) sin ese timbre otro que de algún modo aporta lo que la letra renuncia a explicar: un sitar cannabis indica, incienso y sari, Upanishad & Kama Sutra en oportuno connubio de bolsillo. Como escribiera Valle, precursor, ah marihuana / que das la sabiduría del Ramayana.


lunes, 30 de octubre de 2006

Raga-rock II: The Yardbirds


Los Yardbirds (1, 2, 3) fueron un grupo menor: en tiempo de gigantes, volaron relativamente bajo, aunque tuvieron en agitada sucesión tres guitarristas notables: el sobrevaloradísimo Eric Clapton (rey del cliché), el versátil Jeff Beck y el ambicioso Jimmy Page (aprendiz de brujo de fama ledzeppeliniana). Si nos limitamos a sus tres o cuatro canciones realmente innovadoras, el currículo resulta impresionante: Still I’m sad (con ecos gregorianos), Shapes of things y Happenings ten years ago (gemas caleidoscópicas) y Heart Full Of Soul, la primera canción en que un grupo rock trató de integrar el sitar. Por desavenencias con el sitarista, un músico profesional hindú contratado ad hoc, el experimento salió mal y permaneció en la cripta casi veinte años. A cambio, se editó una versión en la que Beck ataja el problema imitando el sitar con su guitarra eléctrica y algo de eco. La versión fallida con sitar acabó emergiendo en 1984, pero aquí les tenemos en sentido play-back del single tal como se editó en 1965 (con Page, curiosamente, haciendo de Beck, que ya se había marchado del grupo).


domingo, 29 de octubre de 2006

Raga-rock I: The Kinks

Hay canciones que uno no espera. Los Kinks, reyes de la travesura, herederos del vodevil, nos dejaron en ese estilo verdaderas maravillas, como Sunny Afternoon o Autumn Almanac. See my friends (¡1965!) es otra cosa: raga-rock, antes de que nadie hubiera acuñado el término, conmovedor y esencial. A juzgar por Within you, without you, George Harrison la metabolizó con provecho.




sábado, 28 de octubre de 2006

Gigantesca alegría


Los críticos del rock progresivo le han reprochado siempre su grandilocuencia, su gusto por los grandes formatos (burro grande, ande o no ande) y la falta de sentido del humor. Acusaciones banales, pues las obras logradas del género escapan sin problemas de esa reducción a caricatura. La incompatibilidad entre grandeza y humor llega apenas a media verdad: hay músicas de una jovialidad grandiosa, una risa colosal, digna de los rabelesianos Gargantúa y Pantagruel. La de Gentle Giant, nunca muy conocidos, pero hoy clamorosamente olvidados, es así: exuberante en timbres, melodías y ritmos, compleja y sin embargo inmediata. Sus cánones y contrapuntos son un festín de vitalidad, del que el oyente siempre sale con la sensación de haberse dejado sin probar la mitad de los platos.


viernes, 27 de octubre de 2006

Safo en el Viaducto


Creo ser el primero que se ocupa en la Red de este volumen, el más reciente de la editorial zamorana Lucina, en la que Agustín García Calvo publica sus libros. Quizá porque el maestro da para alimentar (con variable fortuna) todos los géneros, Lucina sólo ha dado entrada a otros dos autores vivos: su compañera de muchos años, Isabel Escudero, y el joven poeta Miguel-Ángel Velasco, autores de Coser y cantar y El dibujo de la savia, respectivamente. Supone, pues, una novedad este Safo en Madrid, firmado por Rufa Sánchez-Uría, una poetisa hasta ahora desconocida de la que en vano buscaremos noticias en la breve introducción que García Calvo ha puesto al volumen. Rayando la descortesía, explica el poeta que este poemario le llegó como tantos otros que poetas noveles desorientados dirigen a Lucina, y que de hecho se trata de poesía literaria, versolibrista, de la que en principio no le interesa en absoluto. Sin embargo, se confiesa fascinado por el detalle de que la autora no consignara señas donde devolverle el envío, indicando en cambio que «en el improbable caso de que decidiera sacarlos en LUCINA, ya me enteraría por las librerías habituales». Tan inusual desapego, sumado a la fuerza y sentido de los versos, le decidió a publicar, «no sin dudas», estos poemas, por los que asoma a ratos una historia de amor sáfico.

La falta de galantería de García Calvo y su insistencia en que resulta imposible localizar a la autora tienen una explicación fácil, que me abstengo de detallar. Baste decir que los versos, sin ser siempre isosilábicos, tienen un ritmo bien marcado, y que no renuncian a vestirse de temporada con las galas de la rima. En su prólogo, reproduce García Calvo unas palabras de la autora en las que explica que le remitió el libro «por lo mucho que a su obra le deben estos desmelenados versos»; sin embargo, él no ve más huella que el uso que Sánchez-Uría haya podido dar a los fragmentos de Safo que tradujo en su volumen de Poesía antigua, y alguna idea más bien política que poética extraída de sus libros azules o de la Tertulia del Ateneo madrileño. Queda en manos del lector hallar ulteriores conexiones, que no faltan, entre maestro y discípula.

Autorías aparte, el libro recompensa al lector curioso con poemas oportunos como éste. Los que hemos paseado por las anchas barandillas del Viaducto antes de que Álvarez del Manzano prohibiera asomarse por ellas agradeceremos, creo, que alguien ponga por escrito unas palabrillas sobre el tema.

Por vivir ya que parece
que hay que vivir en algún sitio
no estaba no nada mal esto
de vivir en un alto de las Vistillas
a la vista de las grandezas
del Palacio de Oriente
de la Almudena y San Francisco
y por detrás la Ópera
cascarones de fe en la gloria
que la guardan ya muerta
y bueno era también de ida o vuelta
pasar ligera por el viaducto
viendo de soslayo en lejanía
la desgarradura de los montes
hacia los cielos de poniente
ahora ya no ahora
las estadísticas de suicidios
como los malos boxeadores
que ponen la guardia donde
han recibido el golpe
han movido a las autoridades
a montar sobre las barandillas
unos altos parapetos
de recio plástico vidrioso
que hagan sumamente dificil
encaramarse en el ferviente anhelo
de acabar con todo
y desanimen a cualquier presunto
de arrojarse al espacio
como si la muerte
para atraer a su regazo frío
a los enamorados que a millares
le cría la ordenación del mundo
tuviese alguna preferencia
por un sitio ni otro
o que le hiciera falta preparar
unos u otros medios
fáciles y baratos
o tósigos o revólveres
o gas doméstico o cordel
de seda ni ningunas
tentaciones suplementarias
el caso es que ya me la han quitado
la modesta alegría
de volver a mi cuchitril
solo de toda ella
trotando por el borde del abismo
canturreando entre dientes
sin pensar en nada.

jueves, 26 de octubre de 2006

Hielo fino

Me levanta la sed a esta hora imposible y parto en su busca —patinando sobre el hielo quebradizo del nuevo día.

miércoles, 25 de octubre de 2006

¿Te importa...

...que me siente a mirarte un rato? Lo llaman decadencia, pero es voluptuosidad. No hay que recurrir a civilizaciones viejas y enfermas, que suelen, de hecho, ser nidos de dolor. Ajeno a la Historia, cualquier gato nos da lecciones de lo que importa mientras ronronea hecho un ovillo o sale volando tras la cosa cualquiera. Así este joven Kevin Ayers del 70, con un Mike Oldfield más joven aún al bajo.


martes, 24 de octubre de 2006

Ríos de sangre

Seguro que recuerdan la canción. Mi abuelo los llamaba los abisinios, y en casa a todos nos fascinaba aquel negro diabólico, que parecía bailar sobre brasas. No sé en qué momento me di cuenta del origen de la letra. Sí recuerdo el asombro cuándo leí la fuente completa, versos finales (que ellos no cantan) inclusive. Para su disfrute.



1 Junto a los ríos de Babilonia,
allí nos sentábamos y llorábamos
recordando Sión.

2 Sobre los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras arpas.

3 Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar,
nuestros opresores querían que les divirtiésemos:
«Cantadnos un cantar de Sión».

4 ¿Cómo entonaremos cántico a YHWH
en tierra extranjera?

5 Si me olvido de ti, oh Jerusalén,
pierda mi diestra su destreza.

6 Mi lengua se pegue a mi paladar,
si de ti no me acuerdo;
si no enaltezco a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.

7 Oh YHWH, recuerda contra los hijos de Edom el día de Jerusalén,,
cuando decían: «Arrasadla, arrasadla
hasta los cimientos».

8 Hija de Babilonia, criminal,
bendito quien te pague
por lo que nos hiciste.

9 Dichoso quien coja y estrelle a tus niños
contra las piedras.

lunes, 23 de octubre de 2006

Poema entre las zarzas (II)


Poema largo largo de los años 20 (los míos). Tan irrecuperable como un disco de cinco y cuarto, pero viene a cuento. Apenas el final:

...Te vi la última vez, te adivinaba,
azafata de tus amores
aceptados en última instancia,

y me caíste simpática,
te invité a verte otro día
sin sabernos los teléfonos,
quizá cuando fuéramos viejos,
y tú me sonreíste:

lo éramos ya; nuestras lenguas
eran ahora
dialectos incompatibles,
hablamos un rato y probamos
las señas,

las banderas,
distintas posiciones y te vi
despegar hacia el cero de los años
para hacerte mayor y más amarga

y ocupar sin embargo el mismo espacio
tejido en sombra y sangre
de tu falda,

en miel y en vino abierto

de tu falda,

de zarzas y de moras

de tu falda.

domingo, 22 de octubre de 2006

Poema entre las zarzas (I)


Morir es opcional; vivir, prohibido
Como decir te quiero a los extraños
Que nos preparan una auditoría.
La tarde en un cajón, el infinito
Con todas las estrellas encendidas.
Precisa la hermandad para el incesto
De aquellos cuya sangre se confunde
Sobre el mismo cepillo azul de dientes.
Decir es ofrecer hojas al viento;
Deseos infinitos y perennes
Tal moras en el fondo de las zarzas.
Los dioses muertos en los autobuses
Se pudren en asientos señalados.
Cadáveres que son sólo perfume.
El árbol del que brotan las promesas.

sábado, 21 de octubre de 2006

A la zarzamora


Otro estribillo popular memorable:

A la zarzamora,
que en el campo se regaba sola,
sola se regaba
con el agua de la mar salada.


Get music codes at Bolt.

Y otra vez las dudas: ¿cómo y por qué se riega sola? ¿Por qué con agua de la mar salada? Animo a darle vueltas. (Pero no me escaqueo. Mi conjetura, aquí:) [+]

La zarzamora, personificada, llora (agua salada, como la del mar) y sus lágrimas la riegan o bañan. Quién sabe si esta zarzamora llorona inspiró la de la copla: ¿qué tiene la Zarzamora, llora que llora, por los rincones? (o si es la Zarzamora de la copla la que me incita, quizá equivocadamente, a leer así la canción tradicional).

viernes, 20 de octubre de 2006

Educación (IV): Educación en Valores


Los occidentales: ironía socrática, piedad evangélica, rigor científico, amor a la belleza. Omar Jayyam, por ejemplo.

Dime: ¿Dónde está el hombre que no haya pecado?
Dime: Quien no haya pecado... ¿Cómo habrá podido vivir?
Si por el mal que yo hice me castigas haciendo Tú el mal:
¿cuál es la diferencia que existe entre Tú y yo?

jueves, 19 de octubre de 2006

Lógica implacable

La de esta canción tradicional. ¿Alguien se anima a dar razón de ella?

En el mar hay un pescado
que tiene la cola verde.

Desengáñate, María,

que tu novio no te quiere.


miércoles, 18 de octubre de 2006

Canción de amor perdido


Una nueva entrega de García Calvo, con hechuras de fanzine más que de libro. La acaba de publicar Ediciones del 4 de agosto (si alguien quiere pedirla, por correo son ocho felices euros). El menú incluye 4 canciones de amor perdido, breves pero sustanciosas, y un poema más largo en tercetos encadenados, El cínife. Las canciones, dulciamargas, son un diálogo entre amantes de largo recorrido: él se sincera en las composiciones primera y tercera y ella dice la última palabra (como suele pasar) en las pares. Acerco mi preferida, que cierra la serie:

(ELLA)

Cuando era yo pequeñita
(y estaba, sin nombre ni culpa,
de ti enamorada),
recuerdo una vez que te puse
por lobo de burlas:

que entraste al piso una tarde
de invierno de pronto, que estaba
yo sola con madre,
y, al verte, me dio por meterme
por entre sus faldas,

chillando «¡Ay mamá, mamita,
el lobo feroz, que me come! »;
conque ella me daba
de azotes, y tú te reías
con dientes de hombre:

que yo por entre sus ropas
espiaba tu risa, y del mundo
la rosa tú eras,
y yo con mi miedo jugaba
porque es que era tuyo.

No, amor, no eras el lobo,
ni yo la niñita del cuento:
del bosque sabía
yo más, sin saber, que supiera
el lobo, sabiendo.

Ni lobo tú ni más eres
que tú; y, con todo, mi burla
de miedo y tu risa
de mí, de mi miedo de veras
tampoco me curan:

que aquí, ya sola y sin madre,
por siempre lo siento acechando
detrás de la puerta
un lobo que sea
no tú ni lobo que sea.

martes, 17 de octubre de 2006

Oh cuando el mar


Surrealismo —ya nuestro.

O cuando el mar acaba dibujándome
sobre la tarde llena de muñecas
abriéndose los labios: profecías
que no se cumplirán.
Cuento las noches
desde que el fuego aisló mis componentes
alzando su valor de mantequilla
sobre la tierra abierta a la sospecha.
No, jamás
mis dedos dejarán de ser sismógrafo
en donde tu rigor se pone en duda,
mi dulce escolopendra submarina.

lunes, 16 de octubre de 2006

Matices


Todo sin partes.

(No veo nada.)
Partes sin todo.
(Tú y yo, ¿nosotros?)
Todo lo partes.
(Hielo, cristales.)
Partes. Es todo.
(Verbo llorar.)

domingo, 15 de octubre de 2006

Lo que llevamos encima


Engañados están los hombres tocante al conocimiento de las cosas aparentes y reales por manera muy semejante a la de Homero, el que vino a ser más sabio que los helenos todos: pues también a él unos niños que andaban matando piojos lo engañaron al decirle «todos los que vimos y cogimos, ésos los vamos dejando, y todos los que no vimos ni cogimos, ésos los traemos». (Heráclito, fr. 10 García Calvo, 56 D-K).

Galanamente, García Calvo da dos interpretaciones opuestas y complementarias del enigma de los niños: por un lado, el ver las cosas y tenerlas vistas, que implica concebirlas, hacerse una idea de ellas, hace perder el sentido de la verdadera lógica de las cosas (el creer tener cada uno su idea y su idíe phrónesis [pensamiento privado] es lo que hace irracionales a los hombres en general), en tanto que el quedarse sin esa visión y esa ideación personal de las cosas les permite a los hombres llevar razón, obedecer a razón, tener sentido común y así entrar ellos mismos en el proceso lógico de las cosas todas, que la razón rige; por el lado contrario, cogerse a uno mismo sabiendo, darse cuenta de que las cosas que sabe sencillamente las sabe y las que nombra las nombra es lo que nos libra de la carga de los saberes y las ideas que nos sacan de razón, mientras que en cambio el no darse cuenta de ello, el no entender que el saber es un saber y las cosas son ideas es lo que hace que sigamos llevando con nosotros y cargando con las ideas o piojos de nuestra miseria, la propia y la general.

viernes, 13 de octubre de 2006

Ciencia Exacta


Ya me voy de saberes
desnudando según envejezco
(Agustín García Calvo)


Cosas que uno creyó alguna vez. Poesía viene de Poe. La paciencia es la ciencia de la paz. Como escribió Heráclito, todo fluye, y no te puedes bañar dos veces en el mismo río. Además, si te bañas después de comer, se te corta la digestión y la diñas —cosa que también lograrás mezclando tónica y Baileys o coca-cola con aspirinas. En cambio, si echas ceniza de cigarro en un vaso de coca-cola y se lo das a una chica, en breve la tendrás mordisqueando tus calzoncillos. Los perros y los gatos son enemigos irreconciliables; además, los gatos son malísimos: si se les deja a solas con un bebé, le chuparán el aliento hasta ahogarlo. Si despiertas a un sonámbulo, puede morir o volverse loco. Como se ve por el color, la mayonesa y el ajoblanco se hacen con leche. Tras ésta, nada eches. La calle del Pescado, donde resucitó don Gato, está en Madrid y une Jacinto Verdaguer con General Ricardos. Los negros de África son el pueblo elegido: por eso sufren tanto y van en masa al cielo. En la Biblia se cuenta que Adán y Eva comieron una manzana, que Lilith abandonó a Adán y que San Pablo se cayó del caballo. Se habla, también, de los reyes Melchor, Gaspar y Baltasar, la Inmaculada Concepción, el portal de Belén, la Santa Trinidad, el anciano José, la mula y el buey. Onán era onanista. Todos los funcionarios son vagos y maleducados —además, ganaron su puesto por enchufe. Dios creó el mundo en siete días y al séptimo, domingo, descansó. Los evangelios apócrifos («escondidos») se llaman así porque la Iglesia se empeña en ocultar su existencia. Obviamente, el vudú inventó los muñecos de vudú. El milenarismo es el miedo al año 1000 y sus múltiplos. Hay virus informáticos capaces de infectar el módem. El punk no ha muerto. Los seguidores de Mahoma se llaman mahometanos y el Himno Nacional de España es un anuncio de Ariel. Hitler era judío. Los Beatles inventaron todos los géneros del rock, aunque no profundizaron en ninguno. Maxwell, el del martillo plateado, es una parodia de Charles Manson. Ojalá, de Silvio Rodríguez, es un ataque en clave contra Fidel Castro. Los esquimales tienen miles de palabras para otros tantos matices de la nieve. Para detectar a los meones, el agua de las pis-cinas tiene un tinte especial que la vuelve bermeja al contacto del pis. Si me quedo dormido con las gafas es porque me gusta ver claros los sueños.

jueves, 12 de octubre de 2006

Siete leguas


La maravilla tránsfuga de cada mediodía
cuando tus pies pequeños atraviesan mis ruinas.

miércoles, 11 de octubre de 2006

La vergüenza


Y qué nombres tienen los libros de Juan Ramón: Entes y sombras de mi infancia, por ejemplo. Y de ahí, esta viñeta tan linda, tan suya:

La vergüenza

La vergüenza era para mí, de mí con no sé qué rebose de vinos dulces de la carne y la sangre, un conjunto de mujeres rubias, gordas y blancas que yo había visto coloradas: la hija rubia gorda y blanca de Trinidad, Carmen Díaz, Regina la pelirroja, siempre una rubia sofocada y muchas veces pecosa.

Todavía cuando oigo, digo, escribo vergüenza, aquellas mujeres vienen en cúmulo blanco, colorado, rubio ante mí en un sol verdadero o fantástico, con una estela de sensualidad oculta a la calle, abierta a la puerta falsa, y me dejan en las manos, en la boca un rico sabor de vinos moscateles.

martes, 10 de octubre de 2006

Cediendo claridades


...Y sucedió que el señor Verle trajo estos versos.

Dos variaciones sobre un tema de G. Trakl

(I) El luminoso declive del otoño

La tarde va cediendo claridades.
Sus cálidos temblores no acompañan
el rumor de su muerte y no restañan
heridas donde escondes vanidades.
Añorante, la templanza perdida
elimina la leve confianza…
y no es posible suplicar mudanza
cuando, pronta, la hora siempre es ida.
El instante que inicia su partida
la postrera batalla se demora
y el cierzo temperado no aminora
la soledad crepuscular vencida.
La vida no contiene ya esperanza
O la esperanza no contiene vida.

(II) La casa callada

Sin noticias de ti, ha traído la lluvia
y ha mecido en silencio la secreta certeza
que sólo se destila con lágrimas amargas.
Tan distante te hallabas, lejano en un afuera,
que el corazón oprime y torna interrogantes
los frágiles cristales de todo cuerpo oscuro.
La pena no atempera la fisura del alma
y ha dejado callada para siempre la casa.

lunes, 9 de octubre de 2006

Variaciones


Variaciones


Un arcoíris entra por la ventana de mi habitación.
El gato se incorpora y se pone a jugar con una flor caída.
Los libros se abren y rompen a hablar solos.
La radio da noticias maravillosas.
Me sitúo debajo, donde el cielo
agita sus banderas transparentes.
Y comienzo a trepar por los colores.
Encuentro algunas aves en el camino, empapadas, como yo,
por regueros azules, amarillos, verdes, violetas... Nos hacemos señales.
Recorro los vacíos de lo alto. Pero me aburro, al fin,
de tanta buena música, de tanta esfera, de los grandes conciertos
y de la castidad que se refleja en sus intérpretes.
Desciendo. Vuelvo a mi habitación.
Ahora, en el cielo, una nube negra derrama una cortina de lluvia oscura.
Poco después, el sol se asoma y se pone a jugar con las esquinas.
Un arcoíris entra por la ventana de mi vecino.

Antonio Hernández Marín
13-09-06

domingo, 8 de octubre de 2006

Sinestesia


Para Grifo

La flecha, escribió el filósofo griego, no se mueve en el sitio en el que está, ni tampoco en el que no está. Pensar el libro sobre la mesa, el pájaro en la rama, es concebir, igualmente, dos entidades discretas. En rigor, el pensamiento niega el contacto, el entrometimiento: por cercano que esté a otra cosa, cada objeto permanece aislado dentro de las fronteras que lo definen.

La sinestesia niega esta mentira necesaria. Es el descubrimiento de una continuidad entre objetos y percepciones que el pensamiento pretende distintos y distantes. Desde esa perspectiva, podemos repasar las definiciones parciales del fenómeno y recobrar lo que tengan de útil.

Es, desde luego, un don infrecuente de unas pocas personas, capaces por ejemplo de ver cómo, sin intervención de su voluntad, las palabras escritas en uniforme negro sobre blanco de una página cobran color según su significado o sonido.

Es, también, una de las bendiciones que otorgan los enteógenos, acaso la esencial: todo recupera un valor primigenio que consiste en su relación, vivamente sentida, con todo lo demás. Tomo un vaso de plástico con agua y es, alternativamente pero también a la vez, el vaso que el dentista nos da para enjuagarnos, el agua tónica que bebía nuestra abuela (y que alguna vez resultaba ser una espantosa aspirina efervescente), el granizado de limón que no acaba de disolverse, el agua de la eterna juventud, el agüilla de una herida, el vino enfermo del Grial...

Es, aún, rasgo de escuela de aquellos poetas que, tal policías de la Naturaleza, pretendían sorprender y leer en voz alta la correspondencia secreta de colores y perfumes, timbres y tactos —y antes y después de ellos, un efecto especial añadido a la caja de trucos de la retórica (no hay que ser poeta para hablar del futuro negro o resplandeciente de la República, o del cante jondo de unos pies sudados).

En su libro El pensamiento salvaje Claude Lévi-Strauss expone otra faceta de la sinestesia menos obvia. Como antropólogo, reivindica el pensamiento concreto de los hombres llamados salvajes, su conocimiento exhaustivo de las especies naturales que forman su entorno. Este saber les lleva a asociar entre sí, por ejemplo, las cerezas y la vainilla, el ajo y el rábano. La Ciencia descubre siglos más tarde la clave de este parentesco: las unas tienen aldehidos, los otros ocultan azufre. ¿Cuántas otras sinestesias válidas esperan que alguien las pase a limpio?

Si uno toma en serio la descripción del poeta como profesor de los cinco sentidos que dio Lorca, está claro que la sinestesia es, lejos de un tropo ocasional, el fundamento de la asociación poética, que no lo es sólo entre conceptos afines, sino entre el valor conceptual de las palabras que forman el verso y todo lo demás: la resonancia que da a cada término su uso anterior en otros contextos, el timbre de los fonemas tal como aparecen combinados, la cadencia rítmica de los acentos e incluso la forma que el texto adquiere precipitado sobre un papel. La sinestesia explica, un suponer, que el padre de la Bastarda del romance sea, en sus diversas versiones, de Angalaterra, de Roma o de Europa, emperador o presidente, pero siempre dotado de erres broncas. Seguir la lógica de la sinestesia es el único camino hacia la comprensión de lo que el poema es y hace (y el legado fundamental de Dámaso Alonso y Bousoño, indispensables y ya olvidados). Métrica y retórica no pasan de ser capítulos de esa asignatura, absolutamente inútiles si no se establece entre ellos esa misma comunicación sinestésica de la que estamos hablando.

La sinestesia, en fin, es el arquetipo oculto de la interdisciplinareidad, la configuración multimedia, la Conspiración eterna. Sospecharla no sólo complace al intelecto: es un calambrazo que despereza la sensibilidad, una caricia feroz de la flecha que avanza y nos traspasa. Entender la sintonía es entrar, aunque sea pasajeramente, en ella. A quienes la hemos probado, por indignos que seamos de su roce, ¿qué pueden ofrecernos para desintoxicarnos?

sábado, 7 de octubre de 2006

Lux Aeterna


Las hermanas de Alfonso han escrito hoy, algo enfadadas por un mensaje anterior de una prima anónima de nuestro amigo. Intento imaginar qué reacción tendría Alfonso: si se alegraría socarronamente de ser aún motivo de apasionamiento, y más aún entre damas, género al que dedicó del primero al último de sus versos y suspiros; si se reconocería con ternura en las palabras de sus hermanas, que a mí, al menos, tanto me recuerdan sus propios enfados y susceptibilidades, temibles a veces, en estas materias; o si (lo más probable) nos sorprendería a todos con otra reacción completamente distinta, imprevisible y volcánica.

Sé, en todo caso, que le guiarían el sentimiento y la justicia, pues para bien y para mal ambos valores gobernaron su vida. Amor a lo bello e indignación ante lo injusto resumen, retrospectivamente, su sentir. En este mundo hermoso y cruel ambas cosas le causaron, sobre todo, dolor. Él conjuró ese dolor de forma inolvidable, con arte e ironía, con fatalismo y con autoprospección: pero al final el dolor pudo más y lo arrastró consigo.

Eso sería todo, si su memoria no perdurara de muchas maneras. El destino, que no fue precisamente generoso, le concedió la oportunidad de dejar registro de algunas de las ideas musicales y poéticas que (al menos en ciertos períodos de su vida) le manaban de manera inagotable (mientras paseaba, solía silbar sonatas inéditas enteras, completamente improvisadas, como si se hubiera conectado a Radio Alfonso y se limitara a dejar fluir las ondas entre dientes).

De las melodías instrumentales que compuso, sé que ésta le gustaba especialmente por su serenidad. La llamó Fraternitas Verae Lucis, Fraternidad de la Luz Verdadera, en recuerdo de una asociación de ese nombre que aparece (pásmense) en el juego de rol Aquelarre. La Fraternidad del cuento defiende la razón y el descreimiento en un mundo de magia y superstición. Creo que en esta melodía Alfonso sintió que, por una vez, había compuesto una pieza apolínea, sin angustia ni patetismo. Yo diría que lo logró muchas veces, por no decir siempre: en sus piezas más atormentadas (y algunas son realmente excruciantes) se buscará en vano disonancia o feísmo. Creo que si hallaran el camino al oído adecuado, la mayor parte se convertirían en clásicos de su género. Júzguenlo ustedes.




viernes, 6 de octubre de 2006

Catalina la torera


¿Qué pinta un anarquista en un acto de tradición militante, un músico pop en una recopilación de música folk rigurosamente purista? Bueno: ni falta que hace saberlo. En todo caso, el acto de presentación del Cancionero y Romancero del Campo Arañuelo con el que amenazaba en la entrada anterior ha sido divertido y muy relajado: un lugar recoleto (bastante gente tuvo que quedarse de pie), intervenciones medidas de las personas que habían apoyado económica- e intelectualmente el proyecto y más música que palabras. Daba gusto oír a la gente cantando de nuevo el Romance de Don Gato, celebrando las coplas pícaras y reconociéndose en las fotos que los presentan de parranda allá por los 60.

El caso es que uno tiene su propia conciliación de opuestos. Con Guadalupe Alegre, una de las informantes que aporta más romances y canciones al trabajo, hemos ido desarrollando desde hace años en petit comité una serie de versiones alternativas de canciones y romances: en vez de emitirlas, como en el CD, en austero a cappella (o en estruendoso zambombazo), yo las arreglo como si fueran canciones pop, a mi gusto frívolo e irresponsable. El caso es que a los dos nos llenan más así, aunque se entiende que en una recopilación como la que hemos presentado hoy-ayer un desvío tan despreocupado de la tradición estaría fuera de sitio. Total, que les brindo en exclusiva una de estas rarezas a los viandantes de estas campiñas.

La canción en sí tiene una construcción maravillosa, heredera en cierto modo de aquellos trucos del toma y deja de las cantigas de amigo gallego-portuguesas. Con un órgano fiestero, viene a sonar así:

Catalina, Catalina,
Catalina la Torera,
la visten de señorita
los mozos de la ribera.

Los mozos de la ribera,
también los de Alejandría,
a verte vengo de noche
porque no puedo de día.

Porque no puedo de día,
porque estoy en mi trabajo,
los amores te los quedo
en la ventana de abajo.

En la ventana de abajo,
en la ventana de arriba,
quédate con Dios, paloma,
que me voy para Melilla.

Que me voy para Melilla,
con el moro a pelear,
quédate con Dios, paloma,
paloma del palomar.

Paloma del palomar,
¿quién te ha cortado los vuelos?
Que no has podido volar
desde el palomar al suelo.

Desde el suelo al palomar,
desde el palomar al suelo,
quédate con Dios, paloma,
paloma del palomar.

Deja que ruede la rueda,
que rodando se divierte,
así me divierto yo
la noche que vengo a verte.

La noche que vengo a verte
siempre voy con alegría,
porque llevo la esperanza
de ser tuyo y tú ser mía.

De ser tuyo y tú ser mía,
cuerpecito resalado,
¡cuándo querrá Dios del cielo
que yo te tenga a mi lado!

Que yo te tenga a mi lado,
que yo te tenga a mi vera,
Catalina, Catalina,
Catalina la Torera.

(En esta ocasión Bolt y Castpost coinciden: los dos se empeñan en que la canción suene al doble de la velocidad debida, en plan Pitufos folk-rockeros. Así las cosas, de momento me rindo y subo sin más el mp3.)

jueves, 5 de octubre de 2006

Corcho con corcho, caña con caña


Hoy jueves es día de estreno: a las 20.30 unos amigos (Félix Contreras, Marián Nuevo y el que suscribe) presentamos en la Fundación Concha, de Navalmoral de la Mata, el primer Cancionero y Romancero del Campo Arañuelo que (hasta donde yo sé) se haya compilado nunca. Durante los años en que hemos estado dándole forma, ha sido más un placer que un trabajo acercar la grabadora a quienes conservaban en su memoria cantares y baladas.

En realidad, lo único arduo ha sido hallar la financiación. En estos casos, el Ayuntamiento de la localidad en que se ha realizado la investigación suele ser el primer interesado en publicar y distribuir lo que, al fin y al cabo, es patrimonio público. A nuestro consistorio —del PP— le ha parecido oportuno apartarse de tan noble costumbre. Al final, la asociación Arjabor, la Diputación de Cáceres, la Institución Cultural El Brocense y la Central Nuclear de Almaraz han puesto el dinero y el apoyo necesarios (¡gracias!).

Como siempre que se termina una obra, el autor ve sobre todo los defectos (una recopilación como ésta es un work in progress que uno se resiste a dar por cerrado), pero otros ojos quizá le encuentren su aliciente. Como formato, hemos elegido el CD-ROM, que te permite integrar en una sola página (construida como una página web) el texto de la canción, su comentario filólogico, la partitura, la traslación de ésta en MIDI y un archivo WAV con la voz directa del informante.

Hay la idea de subir todo este material a la Red tan pronto sea posible. Entretanto, los campofreseños que quieran un ejemplar sólo tienen que decírmelo.

De entre tantas canciones, cuesta elegir una para que sirva de muestra. Escojo ésta sólo porque me hace gracia que Radio Tarifa la hayan puesto de moda en los últimos tiempos. Canta Andrea García García, morala y perchelera (del barrio de El Perchel, en Navalmoral) —y que Dios nos conceda a los comedores de bollería industrial y otros venenos sus poderosos 84 años.

Corcho con corcho,
caña con caña,

tú eres la prenda
de mis entrañas.

Tu marido y el mío

van a por leña

y se vienen huyendo

de las cigüeñas.


Cómo se la lleva el río,

cómo se la lleva el agua,

las cañitas y el corcho

con que pescaba.


Corcho con corcho...

Tu marido y el mío

se han peleado,

se han llamado cornudos
y han acertado.

Cómo se la lleva el río....


Corcho con corcho...


Si quieres que te quiera

más que te quiero,

quítate la cachucha

y ponte el sombrero.

Cómo se la lleva el río...

Corcho con corcho...


¿Cómo quieres que tenga
la cara blanca
si soy carbonerito

de Salamanca?


Cómo se la lleva el río...

Corcho con corcho...

Si quieres que te quiera,
dame confites,

que se me han acabado

los que me distes.

Cómo se la lleva el río...

Corcho con corcho...


Si quieres que te quiera,

me has de dar agua

de la botija'l medio,

que es de la Bamba.


Cómo se la lleva el río...


Corcho con corcho...



miércoles, 4 de octubre de 2006

De las cosas que se olvidan (segundo acercamiento)


Luis Alberto de Cuenca sobre JRJ, que bien merece un baile (y nos da otra pista sobre esas primerizas Nubes sobre Moguer). Pero no: yo vengo en realidad a apartarme por una noche de la saga cuya oportunidad me sugirió, con su generosidad y buen ojo característicos, el señor Verle e infligirles otra de esas canciones desesperadamente privadas que son las que realmente me gustan (y que, para frustración de ambos, Grifo no logra oír en su ordenador: ¡que un equipo de Geos pinkfloydianos lo remedie de inmediato!). La escribió Daniel a mediados de los 90 (creo) y yo le volqué encima el contenido de un falso piano forte. Me la han traído a la memoria esas canciones minimalistas y oscuras, de regusto acético, que cuelga estos días el Marqués en el Zulo. Ésta es más dulce (Ciento Volando y nos somos así, señora: golosinas envenenadas), pero la neblina, entre febril y angustiosa, está ahí. Va por usté: voz, guitarra, piano —y el lloro inimitable que aporta la cassette decenaria.

Y salíamos cada tarde
agarrados del olvido,
tan tirados como siempre,
con el corazón partido;
a buscarnos entre dientes
con los labios aburridos,
con los besos como parches,
con los versos siempre a tiro.

Y salíamos cada tarde
a dormir en cualquier lado,
a aprender a suicidarse,
a comernos un helado.
Yo me sigo haciendo nudos
cada vez que me apetece;
nos tumbábamos desnudos
a sentir que el sol escuece.

Y salíamos cada tarde
a encontrarnos donde siempre
con un corazón de niño
y un condón entre los dientes;
a escaparnos de tu casa,
a perdernos sin remedio,
a llorar entre los coches
mientras nos conceden premios.

Yo me sigo haciendo viejo,
ya tus versos no me duelen,
cada vez estoy más lejos,
los bolígrafos se mueren.
Cada verso es una herida,
cada cuento es un reflejo
de las cosas que se olvidan.
Cada vez estoy más lejos.



martes, 3 de octubre de 2006

Cuando yo era el niñodiós (JRJ)


A mí el Juan Ramón Jiménez que más me gusta es el primero. No voy a decir que detesto sus experimentalismos y ataques místicos posteriores porque de hecho me gustan —pero si toca elegir, me quedo a cualquier hora con estos versos niños:

Cuando yo era el niñodiós, era Moguer, este pueblo,
una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro.
Cada casa era palacio y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, como los vientos, lijeros,
creyendo que el horizonte era la raya del término.

Recuerdo luego que un día en que volví yo a mi pueblo
después del primer faltar, me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban la soledad y el silencio.
Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, toda de negro con negro,
que, bajo el tórrido sol y por la calle de Enmedio,
iba tirando doblada del niñodiós y su perro:
el niño todo metido en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo con aprobación y esmero.

¡Qué tiempo el tiempo! ¿Se fue con el niñodiós huyendo?
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero!
¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niñodiós en mi Moguer, este pueblo!

lunes, 2 de octubre de 2006

Estar por debajo (JRJ)


Teniendo en cuenta lo que le debemos, a mí me parece que se habla poco de él, y aun ese poco muy malamente. Unos lo citan para arañar un poco de su prestigio, situándolo como padre fundador de una aristocracia poética de la que ellos se creen el culmen; otros (y otras) para afearle que tratara tan mal a su mujer, o que se recluyera en una supuesta torre ebúrnea, insensible al compromiso político y la solidaridad.

La anécdota que sigue debería, por lo menos, pulverizar el tercer tópico.

*

El 20 de agosto de 1936, Juan Ramón Jiménez y su mujer, Zenobia Camprubí, salieron de Madrid en dirección a Francia, desde donde no tardaron en trasladarse a los Estados Unidos de América. Juan Ramón llevaba un pasaporte diplomático, extendido por el presidente de la República, su amigo Manuel Azaña, y su misión —gratuita, pues no quiso aceptar el sueldo que le había ofrecido— era la de influir a favor de la causa constitucional en las autoridades de Washington. Como las cosas no salieron a medida de sus deseos, el poeta y su mujer se fueron pronto al Caribe y terminaron por recalar en Cuba, donde permanecieron desde últimos de noviembre de 1936 hasta enero de 1939.

El matrimonio, que no tardó en instalarse en el hotel Vedado, de La Habana, se dedicó a ganarse la vida ocupándose de las ediciones de unos libros del poeta, colaborando en la prensa literaria y dando conferencias. Juan Ramón organizó por entonces varios actos políticos y culturales en favor de la causa republicana española. Más tarde, y cuando ya se encontraba de nuevo en Norteamérica, pensó que debía publicar cuantos escritos propios y ajenos se refiriesen a su actuación de poeta y español durante una guerra civil que, a su modo de ver, aún no había terminado —cuando menos en sus efectos inmediatos— el año 1954, al que pertenecen los últimos de los escritos que habían de figurar en su proyectado libro.

Con la intención mencionada, Juan Ramón empezó a reunir materiales, escribió —con su elegante y casi indescifrable letra— varias decenas de notas y redactó unos cuantos escritos que han resultado ser de gran interés literario e histórico. Pero el libro quedó incompleto, en un estado realmente embrionario, y he sido yo quien, después de haberlo pensado mucho y haber repasado los miles y miles de documentos de su archivo, me he decidido a reunir y tratar de organizar, hasta donde ha sido posible, y teniendo en cuenta las a veces contradictorias notas de Juan Ramón, los materiales que andaban dispersos por los archivos y, en ocasiones, fuera de ellos. Sobre lo poco o mucho que haya podido conseguir, el lector tendrá muy pronto ocasión de pronunciarse, pues el libro, titulado Guerra en España, se halla actualmente en prensa [JRJ, Guerra en España, introducción, organización y notas de Ángel Crespo, Barcelona, Seix Barral (1.ª edición, enero de 1985; 2.ª edición, febrero de 1985)].

De entre los muchos autógrafos juanramonianos destinados a esta obra que me ha tocado en suerte descifrar, hay uno, lleno de lagunas y abreviaturas, que lleva el título de "Karl Vossler, el vitalista", y que es un despiadado ataque a este famoso y discutible hispanista alemán. Cuenta en él Juan Ramón que en 1939 —tendría que ser en los primeros días del año, puesto que los Jiménez se fueron a los Estados Unidos en enero— Vossler llegó a La Habana y se alojó en el hotel Vedado, con gran disgusto del poeta exiliado, que le sabía adicto a Hitler y pensaba que podía haberse desplazado a Cuba con la doble misión de profesor universitario y espía.

Aunque Vossler y su mujer se sentaron a comer, desde el día de su llegada, en una mesa contigua a la de los Jiménez, éstos se hicieron los desentendidos. El cuarto día José María Chacón y Calvo, un intelectual cubano que era amigo de ambos matrimonios, los presentó, dice Juan Ramón, "para evitar disgustos y mientras las cosas se aclaraban". "Me parecieron —sigue diciendo nuestro poeta—, él ambiguo y ella noble. Si él tenía que aludir a su Alemania, miraba de lado al suelo como el que tiene que echar la mirada al cesto de los papeles rotos, y se ponía colorado. Yo le preguntaba mucho por la poesía alemana contemporánea: Hoffmannstahl, George, Rilke. No la conocía muy bien. Decía: leí algo de sus primeros versos. Poco a poco me fui dando cuenta de que a él no le gustaba la poesía refinada, de que se jactaba de 'vitalista'. Una novela que acababa de publicarse en La Habana donde se describía vulgarmente un coito vulgar, la consideraba magnífica."

Como algunas de las conversaciones de los dos escritores versaron en torno a lo popular y lo aristocrático, lo universal y lo internacional, Vossler le plagió, según Juan Ramón, las ideas que le había expuesto en una conferencia que dio en La Habana y que publicó poco después la revista Lyceum. No, no podían entenderse, ni aun limitándose a hablar de literatura. Y un día tuvieron que hablar de política. "La víspera de su primera conferencia —escribe Juan Ramón— le dije, terminando de almorzar, que como al acto se le daba carácter oficial y había de ser inaugurado por el ministro de Alemania, yo, español, no podía estar presente, porque destruyó, entre otras, a Gernica." Viene a continuación una frase incompleta por la que no puede saberse cómo pensaba Juan Ramón terminar este escrito.

Encontrándome un día en Roma, en casa de mi amigo el poeta Enrique Rivas, hijo de Cipriano Rivas Cherif y sobrino de Manuel Azaña, nuestra conversación recayó sobre los años que él había pasado en Río Piedras, en cuya universidad enseñaban entonces tanto Juan Ramón como su padre, y sucedió que, sin que yo me hubiese referido al caso, mi amigo Enrique me contó el final de la historia incompleta que había descifrado pocos meses antes:

Cuando Vossler le bromeó a Juan Ramón diciéndole que lo que le pasaba era que le tenía odio a las solemnidades oficiales —ahí se interrumpe la frase incompleta a que me he referido— y que él, como intelectual que era, se encontraba por encima de aquellos bombardeos, el poeta le contestó secamente: "¡Pues yo estoy por debajo!". Dicho lo cual, le volvió desdeñosamente la espalda.»
(Ángel Crespo, «Estar por debajo», en Las cenizas de la flor, Barcelona: Júcar, 1987, pp. 57-60).