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sábado, 12 de septiembre de 2009

Revelaciones III: la Verdad Desnuda


Velo viene, velo va, como apunta Rafa, el movimiento sugiere de forma natural la mecánica del strip-tease. Enzo Bianchi, pp. 11-2: «En el griego de los LXX el sustantivo apokálypsis aparece muy pocas veces (...) En 1 Sm 20,30, se usa de forma extraña y sorprendente: cuando Saúl acusa a Jonatán de tomar partido por David en contra suya insinuando relaciones no transparentes entre los dos amigos, le dice que esto es 'para vergüenza tuya y de la madre que te dio a luz' (literalmente: de la desnudez [hebreo: 'erwá] de la madre). Los LXX traducen 'erwá con apokálypsis: 'para vergüenza del 'apocalipsis' de su madre', atribuyendo a este término el significado de 'quitar, levantar el velo, descubrir, desnudar'».

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Quien se adorna, reconoce su fealdad, escribió Gibran. La verdad desnuda: se dice de la cortesana griega Friné que en el transcurso de un simposio, cuando le tocó el turno de jefa del cotarro, ordenó a todas las mujeres presentes aclararse la cara con agua. Cuando el maquillaje empezó a correrse, todas parecían adefesios, menos ella, que no llevaba nada puesto. En otra ocasión, a punto de ser condenada, se desnudó ante los jueces. Platónicos ellos, estuvieron de acuerdo en que una mujer tan bella no podía albergar mal alguno.

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Siete trompetas y sellos, siete de velos: Salomé. Su apocalipsis sicalíptico sella la suerte del otro Juan neotestamentario (el Bautista). En el universo algo misógino de estas fantasías uno recuerda a un tercer Juan (Ramón Jiménez): incluso desnuda, escribe, la mujer parece que sigue ocultando algo (los freudianos creerían saber el qué). Así el texto apocalíptico: verdad desnuda, pero simbólica, constituye un cifrado enigmático que invita a la paráfrasis, pero se burla de ella, como de un amante torpe. Desde que lo digo claro, ya dejó de ser verdad. Un cuarto san Juan (de la Cruz) habla de la calentura divina, requisito indispensable para que fluyan las razones de amor, y para entenderlas (Norman O. Brown habría aplaudido con las orejas).

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Extraños armónicos: en el Silmarillion, Lúthien baila también para un rey malvado (Morgoth). Hasta Jabba el Hut mantiene prisionera a la princesa Leia con la esperanza de que acabe bailando a su son. Pero el poder siempre sale herido de esta contienda con la gracia: Lúthien adormece con su danza a Morgoth y su amado Beren procede a robarle el Simaril (y herirle en una mejilla); Leia utiliza la cadena que la une a Jabba para estrangularlo. La cautiva cautiva al señor —y lo ultima o mutila. Así también la belleza de algunos textos (el Apocalipsis, el Cántico de san Juan) bajo el dominio de la exégesis ortodoxa: una danza o vaivén de sentidos que cautiva al teólogo (¡nunca se dijo mejor la Verdad!) pero amenaza con irse de madre en cualquier momento.