domingo, 29 de abril de 2012

Fiestas populares

Hace unos días, soñé que acudía a cubrir como periodista o antropólogo una fiesta local de un grupo de musulmanes. Según la descripción, se trataba de bailar con el Diablo o el Monstruo. En medio del grupo en movimiento, distinguía al Mal Encarnado: era un pobre inválido que apenas podía moverse. No buscaba atrapar a nadie, sino huir de la terrible agitación que le rodeaba. Apiadado, le abrazaba intentando calmarle. En ese momento, todos me señalaban con el dedo: el Mal me había elegido como la víctima apropiada. Desesperado, preguntaba por el imán del grupo, confiado en que no permitiría aquella salvajada. El imán (que parecía más bien un jeque) hacía un breve discurso citando hadiths y pasajes coránicos, y concluía que el sacrificio humano no era solo oportuno, sino inevitable. Como el sabio estaba ante la puerta de los servicios, me arrojé contra él y ambos caímos dentro. Cerré la puerta y coloqué al imán, atontado, contra ella. La horda no tardó en llevarse la puerta, y con ella al hombre, que a los pocos segundos era un amasijo sangriento irreconocible. Al ver cómo se alejaban respiré, aliviado.

lunes, 23 de abril de 2012

La danza de las sombras


Como bien dice el caballero Gharlhahath, me persiguen los fantasmas melodiosos. Este ha venido hoy a una hora intempestiva, pero ha insistido en que lo anotara y le diera forma hasta quedarse contento. Y contento he quedado yo: es de las que escucho con más gusto. (Por ahora.)

domingo, 22 de abril de 2012

A la dórica danza

En recuerdo de Alfonso (que le habría encontrado todas las pegas posibles), esta danza de nueve compases en modo dórico, que alterna compases ternarios y cuaternarios.

a

sábado, 21 de abril de 2012

Para que mi voz no muera


Enterrando el corazón
donde a nadie más le muerda,
arrojando la razón
donde nadie más la pierda. 

Con amigos de verdad,
toda magia es verdadera;
enhebrar esta canción
para que mi voz no muera.


Noble vals de Tristán & Iseo

Como diría mi amigo David Mu, aquí va una pieza muy francesa, con ese puntillo cromático entre circense y melancólico. Es preludio o variación de la canción de Tristán e Iseo, ya estrenada por estos pagos.

lunes, 16 de abril de 2012

domingo, 15 de abril de 2012

¿Dónde enterrar a un siervo excomulgado?


Por sugerencia de Pepe Pedrosa, a quien tanto de bueno debemos tantos, llegué a un libro de Veronique Campion-Vincent y Jean-Bruno Renard que alguien debería traducir al español: Légendes urbaines. Rumeurs d'aujourd'hui (Payot, 1992 y 2002). En el apartado sobre las leyendas que tratan el tema del canibalismo involuntario (uñas, dedos y otras delicias en hamburguesas y demás), recoge Renard esta anécdota del siglo XVI, que no me resisto a traducir:
En su recopilación de cuentos humorísticos Joci ac Sales (1524), el escritor alemán Othmar Nachtgall, llamado Luscinius (1487-1535), cuenta la estratagema de un señor de Dalmacia para vengarse de los sacerdotes que se habían negado a enterrar a un siervo suyo excomulgado. El noble invita a los sacerdotes a un banquete con el pretexto de hacer las paces y les da a comer la carne del siervo. Tras revelar su acción, dos de los sacerdotes vomitan de inmediato sobre él, mientras que los otros se retiran a las letrinas para purgarse. El relato concluye con ironía: «Continúa el debate sobre dónde quedó enterrado el siervo: bien en la persona de los sacerdotes —como sostiene el señor—, bien en las letrinas o, incluso, en las las rodillas del noble». (p. 120)

sábado, 14 de abril de 2012

¿Qué son las leyendas urbanas?


Como hice la vez anterior, voy a ir subiendo en tiempo real, o casi, lo que voy escribiendo para el estudio introductorio del libro que tengo entre manos. Mi esperanza es que los lectores del blog (y, en verdad, este blog los tiene de excepción) me ayudéis a reflexionar y a enriquecer, y en su caso corregir, el análisis. Gracias de antemano.

*

Del tiempo escribió san Agustín que sabía lo que era cuando nadie se lo preguntaba. En cambio, cuando quería explicárselo a alguien, descubría que no lo sabía.

Con las leyendas urbanas viene a suceder lo mismo: cuando las nombramos, pasa por nuestra mente una procesión de personajes que nos resultan conocidísimos: la señora que metió a su perro en el microondas para secarlo, los cocodrilos ciegos (y acaso albinos) que viven en las alcantarillas de Nueva York, el cadáver criogenizado de Walt Disney, la autoestopista fantasma...

Nuestra familiaridad con estos personajes no solo es mayor que la que tenemos con los protagonistas de otras, como las que escribió Bécquer, o las medievales sobre el rey Rodrigo y la Cava, sino que nos parece intuitivamente distinta: no asociamos a estos personajes con el pasado, sino con el aquí y ahora. Si a menudo nos resulta imposible recordar cuándo escuchamos o leímos por primera vez sus historias es porque las ocasiones para tropezarnos con ellas son múltiples y recurrentes. Parece que nos hubieran acompañado durante toda la vida; y, lo que es más importante: como el rock’n roll o Internet, no parece que tengan la más mínima intención de marcharse. Rock’n roll is here to stay.

Sin embargo, cuando nos detenemos a observar estas historias, tratando de establecer con exactitud qué consideramos una leyenda urbana, surgen las dudas, numerosas y considerables. Por un lado, nos damos cuenta de que lo que se cuenta como leyenda urbana puede identificarse a menudo como una simple variante o versión de una leyenda de toda la vida. Por otro, dudamos si basta con que una historia sabrosa (y ficticia) se extienda como la pólvora (pongamos, la que habla del sabor del foie-gras o la Nocilla con que una muchacha alimentaba de forma peculiar a su perro: una escena de lo más íntimo que, a través de una presunta retrasmisión en directo del programa de TV Sorpresa, sorpresa, habría trascendido a medio mundo) para que podamos considerarla una leyenda urbana, o si en casos así será más adecuado hablar de rumores o chismes.

Libros hay, como el de la gran folklorista estadounidense de origen húngaro Linda Dégh Legends and Belief . Dialectics of a Folklore Genre (2001), de cuya lectura uno emerge tan lleno de dudas y matizaciones sobre las leyendas y el folclore en general que, como el intoxicado por un enteógeno de primera magnitud, duda si volverá alguna vez a manejar con la debida soltura y convicción las categorías que creía indudables.

Si comenzamos eliminando el adjetivo urbanas por problemático (ni todas estas historias suceden en urbes ni es exclusivamente urbano el público que las genera y difunde), nos queda un sustantivo que no debería ser tan difícil definir. Intentémoslo: una leyenda es una historia tradicional breve que cuenta un hecho extraordinario, situándolo en unas coordenadas de tiempo y lugar que, además de ser reales, suelen ser próximas al narrador y su público. Las leyendas resultan significativas porque son ejemplares: contienen una moraleja o enseñanza que, sin embargo, a diferencia de lo que sucede en las fábulas, suele quedar implícita. Aunque los hechos sean ficticios, se presentan como cosa que se cree cierta.

Ahora bien, rechazar sin más el adjetivo urbanas supone renunciar a entender cómo y por qué ha quedado ligado al sustantivo al que acompaña: mala premisa para un estudio del fenómeno.

En su magnífico breviario Rumores y leyendas urbanas (2009) Jean-Bruno Renard nos ofrece las claves que necesitamos para entender cómo surge el emparejamiento. El estudio del folklore se orienta en un primer momento hacia las ‘antigüedades populares’: el estudio de una cultura popular arcaica (cuanto más alejada en el tiempo, más prestigiosa) que pervive en la actualidad. Se recopilan así amorosamente los romances, leyendas, cuentos populares, refranes, supersticiones, etc., procurando siempre localizar o reconstruir la forma más ‘pura’ (antigua) posible.

A finales del siglo XIX y comienzos del XX, tenemos las primeras señales de que los folkloristas empiezan a ser conscientes de que no todo el folklore es trasmisión de algo ya hecho, sino también recreación de lo dado y (¿por qué no?) confección de productos nuevos a partir de diseños y materiales previos. Junto al folklore que pervive y (eventualmente) agoniza y muere, al extinguirse las formas de vida en las que estaba imbricado, hay un folklore que se adapta a las nuevas condiciones (la sociedad industrial, la imprenta, la prensa) o se desarrolla con naturalidad en ellas.

En el caso de las leyendas, se empieza a hablar así de leyendas modernas, contemporáneas o (al fin) urbanas para referirse a un grupo de historias cuyo carácter folklórico no resulta evidente en un primer momento porque no remiten (al menos explícitamente) a un pasado ancestral y remoto, sino que se adhieren a lugares, sucesos y personajes actuales, que el hombre actual reconoce como cotidianos, suyos.

Como se apreciará al repasar la definición que dimos antes, de ningún modo han dejado estas historias de ser leyendas, muy antiguas en algunos casos: sencillamente, hay un cambio en la estrategia que adoptan para hacerse memorables, pertinentes. En vez de enfatizar sus lazos con el pasado remoto de la comunidad, con sus raíces, se elige hacer patente su vigencia, su actualidad.

No nos extrañará, pues, sorprender in fraganti a algunas historias rurales, «de toda la vida», en el trance de urbanizarse: así, como ya comentamos en otra parte, uno de nuestros alumnos nos ofrece una versión de la Serrana de la Vera en que esta ni siquiera se llama así, ni vivió en el Siglo de Oro, sino que es una chica anónima que murió hace poco tras ser abandonada por su novio, y que ahora merodea alrededor de la cueva donde falleció buscando jovenzuelos con los que saciar su sed de venganza. El ejemplo muestra hasta qué punto puede sacrificar una historia todo su lastre más o menos ilustre con tal de conservarse eficaz, actual.

Si nos arriesgáramos a aportar una propuesta más a la confusa selva terminológica en que nos movemos, sería para hablar, sin más, de leyendas activas o vigentes, que se siguen contando de forma espontánea, por oposición a un repertorio de leyendas fosilizadas, que han dejado de circular (al menos en la forma en que nos habíamos acostumbrado a reconocerlas) fuera del espacio acotado de los libros que recogen leyendas tradicionales o recreaciones literarias de las mismas.

jueves, 12 de abril de 2012

Otro cuento marroquí: Aícha Kandicha


Para el maestro Joselu.

Recopiladora: Imane Boukbiza, nacida en Oujda (Marruecos) en 1998.
Informante: Choumicha Alla, nacida en Marruecos en 1975.
Lugar: Oujda.
Fecha: 23 de marzo de 2012.

Un día Aícha Kandicha estaba recogiendo su casa, vino su vecino y le dijo: ¿Vienes conmigo al bosque para recoger leña?, Aicha le dijo que sí, pero él dejó a Aícha recogiendo su casa y se fue al bosque corriendo y después vino. Cuando Aícha iba a ir, le dijo el vecino: Yo no voy, porque ya he ido antes que tú, vete sola. Se fue, pero al día siguiente Aícha quería acabar con él, le puso cola en el burro y cuando el vecino se sentó, le agarró y le metió en una jaula. Aícha le dijo: Te voy a dar tres palos y cada uno tiene su tamaño: el primero es pequeño y fino, el segundo es mediano y el tercero es el más grande y el más alto, que demuestra que cuando seas gordo te coma. Él dijo: Hazme solo un favor antes de que me muera, Aícha le dijo que sí. Y le dijo que trajera a su hija, que tenía solo un ojo, para que lo vigilara. Pues le hizo caso y quedó con ella. Su vecino la mató y le quitó su piel para ponérsela en su cara, le quitó su ropa y parecía su hija. Venía Aícha Kandicha y su familia para comérselo y cuando lo comieron, era su hija. Empezó el vecino a reírse y le dijo: Has comido a tu hija, ja, ja, ja, y se fue corriendo, pero su familia llora, llora y llora, no para de llorar, y Aícha empezó a quejarse.

miércoles, 11 de abril de 2012

Un cuento marroquí: Las mellizas


Poco tardan los niños en darse cuenta de que los cuentos que les contamos, los de toda la vida (Perrault, Grimm, Afanasiev...), se repiten. Hay distancia, pero no tanta, de ahí a darse cuenta, como hizo Vladimir Propp, de que (casi) todos pueden leerse como versiones de un mismo y único cuento, formado por determinadas secuencias, prescindibles unas y necesarias otras, en las que elementos que parecen distintos son en realidad equivalentes desde el punto de vista funcional (así, la necesidad de que haya un héroe que actúe viene dada por una calamidad que cae sobre el reino: el papel está disponible para que lo ejerza una sequía, el robo de un tesoro o de una princesa o cualquier otra desgracia que se preste a ello).

Digo esto precisamente porque estos días estoy leyendo algunos cuentos maravillosos que me traen mis alumnas marroquíes, dentro de la campaña de recogida de leyendas urbanas que estamos haciendo, y estas, caballeros y damas, no son historias que uno haya leído antes, en las que puedas predecir qué va a pasar a continuación. Cuesta entrar en su lógica y asombra su crudeza; pero son, en su exotismo brutal, adictivas. Aquí va una de ellas, a ver qué les parece.

Las mellizas

Recopiladora: Fátima Zahra El Arabi, nacida en 1999.
Informante: su prima Habiba el Arabi.
Lugar: Taurirt (Marruecos).
Fecha: 3-4-2012.

Me contaron que había una vez un rey que tenía dos hijas mellizas y cuando se le murió su mujer, los habitantes del pueblo le dijeron que se casara con otra mujer para tener un hijo que fuera el rey después de él. El rey juró que nunca se iba a casar, y así fue. Pasaron los años y las mellizas vivían en riqueza y cuando ellas pedían algo nunca les decían no. Un día vino al castillo una anciana y le dijo al rey que para que sus hijas no fueran tan vagas, una de ellas tenía que comer la carne de la otra, es decir, que una de ellas tenía que morir. El rey se enfadó y la echó del castillo. Pasó un gran tiempo y el rey se murió y los habitantes dijeron que ellas no podían ser reinas y mandar y decidieron matarlas. Vino su prima que era del otro pueblo y las ayudó a escapar y las llevó por un camino lleno de pinchos y una de las mellizas se rajó y se hizo mucho daño y le salió mucha sangre. Cuando llegaron a una cueva, la chica no pudo soportarlo y se murió. Su prima la cogió y la enterró sola, porque la otra chica, como era tan vaga, no pudo hacer nada, solo estaba sentada y llorando. Cuando se iban a dormir en esa cueva su prima se acordó de lo que dijo la anciana y cogió un cuchillo y le quitó un trozo de carne y la volvió a enterrar. Cuando salió el sol, cogió la carne y la cocinó y se la dio a la otra muchacha para que se la comiera. La chica cuando la probó se levantó y empezó a correr y su prima detrás, hasta llegar a su pueblo y les dijo a los habitantes que iba a ser la reina y así fue desde entonces y no había otra palabra después de la suya. Y la gente dijo:

—¡La anciana tenía razón!

[Las dos mellizas se enfadaban mucho entre ellas, hasta que se iban a odiar por un joven del pueblo. Pero por fin descubrieron que el joven estaba casado y quería mucho a su mujer.]

martes, 10 de abril de 2012

Leyendas urbanas I


Todo tiene, si no su porqué, su aquel. Escribir sobre las cosas que te gustan y te angustian (tus obsesiones, hablando en plata) implica repetirte, y con ello la probabilidad de aburrir a quien te tiene ya oído. Al mismo tiempo, nada como la repetición nos hace sensibles a los encantos de la variación, la evolución, el desvío: no hay dos flores, ni dos instantes, iguales. No he hecho nunca la lista de los temas sobre los que he ido volviendo en este blog: pero el blog la genera automáticamente, o casi. Bien están.

En el otro extremo, escribir sobre cosas que no sabías que te gustaban, o siquiera que estaban ahí, también tiene su punto. Cuando uno acaba de llegar a un lugar (pongamos, a la Bossa Nova, de la mano del ínclito Montano), es sensible a una serie de rasgos que después el trato cotidiano hace invisibles.

Por supuesto, el placer mayor llega cuando uno topa con algo que combina los dos campos: algo sustancialmente nuevo sobre lo que a uno, desde hace tanto, le importa.

Traigo hoy noticia de dos libros que cumplen, para mí, estas condiciones. Tratan de leyendas urbanas, pero no son recopilaciones al uso, ni panfletos ilustrados que tratan de exponer las leyendas (debunking) para librarnos de ellas, ni invitaciones (siempre de pega) al mundo de lo oculto y misterioso.

Ambos son libros breves, y sin embargo (o por eso mismo) dicen cosas inteligentes y nada obvias sobre su asunto. El primero está en inglés: Urban Legends, de Nick Harding, publicado en 2005. El segundo se publicó en francés en 2007, pero una editorial estupenda, davinci, lo ha puesto a nuestro alcance en español en 2009: Rumores y leyendas urbanas, de Jean-Bruno Renard.

El libro de Harding tiene 159 páginas y tres partes: la primera, 'Detrás de las leyendas urbanas', examina los temas recurrentes en estas historias (por ejemplo: Adolescentes en peligro, Comida contaminada, Cuerpos contaminados, Descubrimientos espantosos, Autoestopistas fantasmas), su posible origen, su posición dentro del folklore, su veracidad, su relación con las teorías conspiratorias, su significado cultural y su condición de memes. Se cierra con un dodecálogo a modo de resumen (p. 63) que no me resisto a traducir:

1. Las leyendas urbanas tienen un subtexto moral.
2. Las leyendas urbanas abordan a menudo tabúes sociales.
3. Las leyendas urbanas son básicamente falsas.
4. Las leyendas urbanas evolucionan y se adaptan a la cultura que las rodea.
5. Las leyendas urbanas reflejan en gran medida los miedos de la sociedad.
6. Las leyendas urbanas que tienen una trama sencilla llegan más lejos (travel further).
7. Las leyendas urbanas tienen a veces un elemento veraz en su núcleo.
8. Las leyendas urbanas escapan a la lente del escepticismo crítico.
9. Las leyendas urbanas satisfacen a veces una necesidad cultural.
10. Las leyendas urbanas nos aportan una sensación de control en un mundo en el que no se percibe ninguno.
11. Las leyendas urbanas no tienen un origen real o sus orígenes se han perdido.
12. Las leyendas urbanas son memes.

La lista es interesante e invita a la crítica. Los elementos interactúan: 3 y 7 se corrigen mutuamente. 10 parece generalizar en exceso (sobre las leyendas y sobre el mundo). 11 es correcta si se refiere a que no puede localizarse nunca, o casi nunca, algo que podamos considerar la primera versión de la leyenda (aunque sí cabe hablar de una 'primera versión conocida', que no niega la posibilidad de versiones previas). 12 aporta un punto de vista que resulta seductor, pero del que ya empezamos a estar vacunados: ¿hay algo que no sea un meme? ¿Qué nos aporta considerar las leyendas como memes que no sepamos por otro medio?

En la segunda parte, Harding examina algunas de las leyendas más conocidas, agrupadas en principio por temas: adolescentes en peligro, leyendas de carretera (entre ellas, la autoestopista fantasma), desnudo, cadáveres. Siguen otras leyendas sueltas, como el perro en el microondas y la rata frita de Kentucky. Se cierra el apartado examinando (una de las novedades del libro) las leyendas (¿o meros rumores?) sobre las Torres Gemelas y el 11-S.

El libro se cierra con una tercera parte sobre 'El futuro de las leyendas urbanas'. Se examina aquí el papel que juegan Internet y las películas en la difusión de las leyendas, su uso político, la génesis de nuevas leyendas, los efectos beneficiosos y nocivos de la circulación de leyendas y sus posibilidades de supervivencia. Harding resume en dos páginas (pp. 147-8) las conclusiones de su viaje. Asegura que las legendas nos recuerdan que quizá no todo vaya bien, y que nos incitan a ser precavidos sobre la complacencia en la moralidad y las costumbres. No estoy muy seguro de esto: hay leyendas que combaten los prejuicios racistas y clasistas, pero otras, como la de la mascota mexicana, buscan más bien confirmarnos en la idea, bastante conformista, de que por la caridad entra la peste. La ambigüedad moral de las leyendas tomadas en su conjunto recuerda a la de los refranes, de los que según el maestro Agustín la mitad o más parecen pensados por algún enemigo del pueblo. El propio Harding admite unas líneas más tarde que las leyendas urbanas pueden (y suelen, cabría añadir) ser profundamente racistas y sexistas, y que la mujer apenas tiene otro papel en ellas que errar y sufrir. Con todo, sus últimas palabras son para reivindicar el carácter significativo de estas historias: su estudio, dice, nos revela la psique de una nación. Se entiende que Harding habla para el mundo anglosajón, pero incluso este es plurinacional. Sería mejor hablar de una cultura o civilización en su conjunto, e incluso en ese caso cabe dudar si las historias no pasarán de una civilización a otra (si es que aún quedan varias).

Se hace un poco tarde para hablar del otro libro, el de Renard. Baste decir momento que es aún mejor que el de Harding. Que no es elogio chico.