viernes, 23 de noviembre de 2007

Viviana y Merlín: elogio de la traidora


Hay una vieja historia (un tópico, en el lenguaje un tanto disecado de la Historia de la Literatura) que habla de un cazador cazado, un seductor seducido, un hechicero hechizado. El Evangelio trae recuerdo de ella cuando advierte, a propósito de un discípulo exaltado que le corta la oreja a uno de los enemigos de Cristo, que el que a hierro mata, a hierro muere. (Asimismo, piensa mal y te envenenarás; no juzgues y no serás juzgado; no traiciones y no te traicionarás. No es casualidad que al traidor Judas acabe traicionándole la conciencia, obligándole a pagar la muerte del Maestro con la suya propia. )

Enseñar es jugar con los límites del conocimiento. Un juego peligroso en el que el maestro demuestra lo que sabe, pero también sus posibles (y probables) insuficiencias. Parafraseando otro refrán, podríamos decir: dime lo que enseñas, te diré qué ignoras; incluso, dime lo que enseñas, te diré qué escondes.

La relación del mago Merlín con su alumna, amada y destructora recoge y cifra algunas de estas sugerencias. Él, que tanto hizo por enseñar el bien, acaba aprendiendo lo que es bueno. Merlín, que ha visto lo por venir, sabe desde el principio que se enamorará de una muchacha y le ofrecerá para seducirla lo único de valor que posee: su magia. Al final, ella aprobará el examen con matrícula, y la práctica que demuestre su madurez consistirá en superar a su maestro y destruirlo. Saber que será así es saber que esa sucesión de hechos ya está decidida y no tiene vuelta de hoja: una certeza tan palpable como aquélla, más común, que nos avisa de que la juventud es breve, la vejez amarga y la muerte inevitable. Podemos hacer todas las bromas que queramos al respecto, vernos como personajes de esa historia, distanciarnos de lo que nos ocurre; y aun así la historia se cumplirá, llevándosenos por delante.

Un slogan moderno afirma que la información es poder. La historia de Merlín nos obliga a explorar los límites de esa (media) verdad: Merlín está informado de lo que va a pasar, pero esa información es comparable a la de un enfermo que conoce y comprende la naturaleza del cáncer que, sin remedio posible, va a devorarlo en unos pocos días. Más aún: Merlín no tiene la salida del suicidio, que tentó a Judas y puede tentar a un enfermo desesperado, ofreciéndole la posibilidad de decidir, al menos, cómo y dónde abandonar el mundo. Su tortura es la del amante cortés, que no puede prescindir de su amada, aunque ésta solo tenga para ofrecerle engaño y desdén.

La partida se desarrolla con los dados cargados, trucados. Como lectores, nosotros hemos aprendido a querer a Merlín, admirando su ingenio, la manera en que guía a Arturo e incluso la entereza con que acepta que el último servicio que debe hacer al rey es abandonarle (pues con él a su lado, Arturo nunca dejaría de ser un incompetente, un niño que, cuando las cosas se ponen difíciles, pide a alguien más capaz que le saque las castañas del fuego).

Viviana ve todo eso, pero no deja por ello de ser una joven hermosa a la que un viejo nada atractivo intenta llevarse a la cama. Merlín no la atrae como amante, y no parece que podamos reprochárselo. En cambio, nadie valora más que ella lo que Merlín hace: tanto que desea aprender a hacer otro tanto. De hecho, cuando Merlín desaparece, ella retoma eficazmente su tarea, protegiendo a Arturo y a la caballería de su enemigo más mortal: Morgana. Aunque ella no le hubiera dado el golpe de gracia, Merlín estaba ya en decadencia (dicho de otro modo: que ella pueda dárselo demuestra que lo estaba). Así que no le queda otra salida que apartarlo de la circulación y asumir sus deberes. Para lograr eso, no necesita entregarse a Merlín (algo que la repugna); así que no lo hace.

Si abordamos así al personaje, la aparente contradicción de su figura desaparece. No es que desee destruir a Merlín por maldad, para privar al mundo artúrico de una de sus figuras más emblemáticas; es que desea ser Merlín, ser un Merlín mejor, sustituirlo. Por otra parte, que no ame a Merlín no significa que sea incapaz de amar: Viviana demuestra con hechos su amor por el rey Arturo (salvándole de una muerte cierta a manos del favorito de Morgana, Accolon, e intentando, junto a Morgana, salvar al rey moribundo y llevarlo a Avalon), y cuando encuentra a sir Pelleas, un caballero que reúne las características necesarias (es capaz de hacer cualquier cosa por complacer a su dama; y, por otra parte, al contrario que Merlín, es digno de amor por su belleza), lo libera con su magia del amor no correspondido que sentía por cierta dama y se convierte en su fiel esposa.

La ayuda que Viviana presta a Arturo es tan eficaz como la de Merlín, aunque actúa tan discretamente que el rey nunca llega a enterarse de que es ella la que impide que Accolon lo mate. Con gran elegancia, deja que el rey vea en lo sucedido una prueba de sus propias fuerzas, en vez de establecer un nuevo lazo de dependencia.

Incluso en el terreno de la ética amorosa, Viviana demuestra que es superior a su maestro: Merlín se entrega a una relación destructiva y utiliza la magia para intentar lograr (egoístamente) que lo amen. Viviana, en cambio, utiliza su poder como hechicera para liberar (desinteresadamente) a sir Pelleas de la relación destructiva que lo tenía preso. El amor surge después entre ellos, no como resultado de ningún hechizo, sino de la mutua atracción, admiración y entrega.

La canción que sigue (para la que me atrevería a pedir cierta benevolencia: es sólo una maqueta especialmente apresurada) tiene mucho que ver con esta visión positiva, o al menos comprensiva, de la actitud de Viviana frente a Merlín. Dice así:

Las lecciones que me diste
van llegando a su final.
Sonriendo al verte triste,
te he invitado a retozar.
—Sube adentro, mi maestro,
deja fuera tu ansiedad;
cuando el tiempo se derrumbe,
nadie te podrá encontrar.
Y nada tienes que hacer,
tan sólo recordar
que nunca podrás dejar
mi jaula de cristal.

—Repasando mi sentencia
(seguir o cambiar)
voy raspando la evidencia:
seguir o pasar,
volver o llegar.

Las lecciones que me diste
van cambiando de lugar.
Sonriendo al verte triste,
te he invitado a reposar:
—Sube adentro, mi maestro,
deja fuera tu ansiedad;
cuando el tiempo se derrumbe,
nadie te podrá encontrar.
Y nada tienes que hacer,
tan sólo recordar
que nunca podrás dejar
mi jaula de cristal.

—Repasando mi sentencia
(seguir o cambiar)
voy negando la evidencia:
seguir o pasar,
volver o llegar.



3 comentarios:

Aker dijo...

Si quieren Vds. seguirle el hilo a la armonización de este singular tema, sigan el hilo de los bajos en esta parte:

—Repasando mi sentencia
(seguir o cambiar)
voy negando la evidencia:
seguir o pasar,
volver o llegar.

También podrán hacerlo en la parte instrumental. Pero ahí se me escapan como si tratase de apresar el agua. Tengan mejores reflejos que yo.

Aker

Al59 dijo...

Y nada fácil de tocar en directo. Mañana los que quedamos lo intentaremos con dos guitarras (o sea, sacrificando el arreglo de flauta). Será en el rincón más progre y florido de la Sierra española. A ver si nos vemos.

Ana Lucía dijo...

Muy buen blog, entré por los comentarios sobre el libro de Pound, quién sabe de cuándo era la entrada, no me fijé. Luego me quedé leyendo otras cosas, como ésta sobre la Vivi. Mi nombre es Ana Lucía, soy venezolana, te invito a echarle un ojo a mi grupito literario en elapendicedepablo2.blogspot.com (de ahi puedes pasar a la primera entrega también donde nos presentamos como grupo). Saludos desde Portugal, quien me acoge como estudiante de maestría de literatura.