viernes, 28 de enero de 2011

Devocionario Pop


Tengo cierta tendencia a olvidarme por completo de cosas que he escrito o grabado. La teoría sugiere que, en esos casos, se trata de un olvido benéfico, pero lo cierto es que muchas veces me llevo una alegría al encontrar estas piezas, tan íntimas y ajenas al mismo tiempo. La que sigue es peculiar: la escribí a petición de la editorial Trea para promocionar el libro de poesía que publiqué con ellos, Devocionario Pop. No sé qué uso hicieron en la editorial de ella, pero como exposición de motivos no está del todo mal. Escribir de uno mismo en tercera persona es un tanto estrambótico, pero quizá salubre. Tengo buenos amigos que me reprochan, creo que con razón, no haber hecho mucho (más bien casi nada) por difundir el libro. Si vosotros pensáis más o menos lo mismo, os animo a mover un poco esta especie de autorreseña, a ver si con ella ganamos algún lector que otro.

DEVOCIONARIO POP

Nada nos define mejor que lo que soñamos. Mientras estudiaba a los clásicos grecolatinos en la Universidad Complutense de Madrid a comienzos de los 90, el autor de Devocionario pop fantaseaba con editar un fanzine de filología clásica. El proyecto no quiso cuajar, pero la actitud vino para quedarse, y halló otros caminos: de esa unión de contrarios nacieron, por ejemplo, un programa sobre mitos y leyendas (La rosa por defecto – en la boca del asno) en una radio progre (Onda Verde) dedicada a derruirlos; y un libro de cuentos inquietantes, sobre la infancia y la perdición, cuyo título tomaba prestado un verso del cantautor Javier Bergia: Lo único que importa es no perder el rumbo (Premio Ramón J. Sender, Universidad Complutense, 1993).

La prosa lírica de Arthur Rimbaud y las canciones y romances de García Lorca fueron para él, en su adolescencia (los primeros 80), la poesía. Desde entonces, de entre todos los poemas posibles, se inclina decididamente por aquéllos que funcionan como ventanas a otros mundos o estados de conciencia, llaves que dibujan una puerta. Parafraseando a los surrealistas, la poesía será psicotrópica o no será: no se trata de hablar en clave (o sea, ennublar y retorcer lo que podría decirse llanamente), sino de aceptar (la evidencia está ahí: en lo mejor de Rimbaud y Lorca) que detrás de las palabras, del texto del poema, puede anidar algo más que desahogos, vivencias retocadas o panfletos: en unas pocas ocasiones, las únicas que importan, el poema se constituye en ganzúa, un atajo diurno a la trastienda que visitamos cada noche en sueños, y de la que procede, siempre de contrabando, ese material que, inasequible a la planificación y la explicatosis, construye las coincidencias, imprevistos y complicidades. La vida, en suma, en lo que tiene de encuentro y sorpresa.

Si aquellas lecturas le mostraron lo que la poesía era capaz de hacer, fueron dos poetas españoles, muy distintos, quienes le ayudaron a entender cómo: Antonio Hernández Marín y Agustín García Calvo.

El primero, poeta secreto, inédito, le ayudó a comprender las formas poéticas tradicionales como lo que son: memoria viva, cada una de ellas un género de sabor particular. Por su ejemplo, aprendió a ver en sonetos y décimas la fórmula fascinante de un todo en miniatura: copias de seguridad de un mundo propio, imágenes dispuestas según la lógica de un ritual o una película.

Aunque corren publicados (y en la voz de quienes han sabido cantarlos, como Chicho Sánchez Ferlosio), los versos de García Calvo también tienen algo de secreto, clandestino: como toda su obra, permanecen al margen, en las afueras del mundo cultural. Lo que Agustín enseña es tan sencillo que casi nadie parece caer en ello: que la poesía no es un género literario ni un lujo cultural ni un arma leninista cargada de futuro, sino un caso de lenguaje, un uso musical del mismo. Si todo poema tiene un argumento, es éste: la dialéctica o tensión entre el ritmo y el significado. Un combate donde el ritmo puede y suele ceder espacio, como el mar que se retira permitiendo playas e islas, pero siempre predomina en última instancia: después de todo, una nana o un poema dadaísta, sin palabras con significado, sigue siendo poesía; las palabras de un poema, fielmente traducidas a otra lengua, no pasan, en cambio, de ser prosa hasta que el ritmo acude a envenenarlas.

El ritmo, la ley de las redundancias y los contrastes, hace del poema un sortilegio, un encantamiento capaz de torcer las voluntades de todos los implicados: obliga al lenguaje a traicionar la sintaxis, maridar los opuestos, decir lo uno y lo otro; pone al poeta en un brete para que diga lo que no sabe decir. El resultado es una pócima que no se deja reducir a sus ingredientes ni alterar en sus proporciones sin perder el punto, la razón de ser.

Desde esta perspectiva, la distancia entre lo culto y lo popular, lo castizo y lo foráneo, puede ser un mirador estupendo para adiestrar la visión, apartarla de la seguridad que dan los campos cerrados y generar en ella el vértigo de lo poético. Ésa es la llave de Devocionario pop: en realidad, la llave que Devocionario pop es. El choque entre mundos, propuestas, produce chispas y conflictos (el peor de ellos, los puristas de cualquier cuerda: apóstoles del odio y el agua destilada), pero también la lucidez tenebrosa del sincretismo. Los esclavos negros traídos de África al Caribe no abandonaron sus dioses, ni aceptaron los del amo, sino todo lo contrario: columbraron que todo lo divino es hermano, y supieron hallar correspondencias entre fenómenos que parecían incompatibles. Esa búsqueda del común denominador lleva siempre a lo propiamente humano, en lo que tiene de ajeno y hasta contrario a cualquier cultura concreta, y sin embargo partícipe y sustento de todas.

Hasta ahora, la confluencia entre la poesía clásica española y el pop (mayoritariamente anglosajón) se ha producido siempre en el mismo sentido: rescatar la raíz cantabile de los poemas y maridarlos, con mayor o menor éxito, a una música que permite visitarlos, estar en ellos (y dejar que se instalen en nosotros, en nuestra memoria), de otra manera.

La apuesta de Devocionario pop es, en buena medida, la ruta inversa: llevar las imágenes del pop (las imágenes concretas de algunas canciones, y las imágenes emblemáticas del género: las que constituyen su imaginario, su mundo) hasta el laberinto de nuestra tradición poética, invitando a Dylan a predicar en alejandrinos o endecasílabos de gaita gallega, y vertiendo el contenido numinoso de la psicodelia en recipientes aptos pero inusuales: romances, décimas, sonetos.

Por otra parte, para el ojo que busca y proyecta correspondencias, el pop es sobre todo lo que es (sus bases en el blues y el folk, cada una de las décadas doradas de la música anglosajona), pero también otra cosa: el libro se abre con los Carmina Burana (los medievales, no los operáticos de Carl Orff), una pieza de Schumann y otra de La leyenda de la ciudad sin nombre, porque hay pocas cosas tan pop como las canciones de los goliardos, esos beatniks medievales, las ensoñaciones opiáceas de los románticos alemanes (cuando aciertan a cifrarse en cajas mágicas como De países y gentes lejanas) y el fulgor equívoco de los musicales (ese teatro en que la música invade la actividad cotidiana y pone a cantar y bailar, cual baile de san Vito, a floristas y enterradores).

Dado que las canciones evocadas en el libro discurren en orden cronológico, éste funciona como un peculiar hit parade en que cada canción se ha ganado un puesto (número 1 en Nuncajamás) por su capacidad para sugerir relaciones, correspondencias. Si los 60 y primeros 70 se llevan la parte del león es porque nunca como entonces el pop quiso (y en buena medida logró) abrir todas las puertas, reventar todos los diques. El libro adelgaza y concluye con el punk y la renovación nuevaolera que lo sigue, porque, contra lo que suele decirse, lejos de traer la libertad, estas modas suponen objetivamente un empobrecimiento, una limitación de los registros, timbres y estructuras del pop. A un puritanismo equívoco (todo lo que no sea guitarreo y clase obrera es pecado) sigue una variedad decorativa, pobre en lo esencial (música, poesía) y rica en lo accesorio (poses, peinados, vestuario). Desde las coordenadas de Devocionario pop, hay poco que rescatar ahí, y aun ese poco, con cierta injusticia, se ha obviado, tomando de los 80 y 90 sólo el epitafio (The Final Cut, Llegando hasta el final; All this useless beauty).

Aunque Rimbaud y Lorca estén en la base y Antonio Hernández y García Calvo hayan formado a su autor, cuando se le pregunta por sus ancestros (¿con quién te pongo? ¿Tú de quién eres?), Devocionario pop devuelve también los nombres de otros autores que han practicado una poesía mágica o mítica: Juan Larrea (olvidado, pero enorme), Carlos Edmundo de Ory, Juan Eduardo Cirlot y algunos registros de Leopoldo María Panero. Un libro así tiene poco (nada) que ver con la poesía de la experiencia y sus contrafórmulas: el lector puede tener la tranquilidad de que no hallará aquí más de lo mismo. Juan de Mairena aconsejaba buscar en lo que no está de moda lo que podría merecer estarlo. El autor se confiesa entusiasta del concepto y aburridísimo por la corriente que predomina en ‘nuestras’ letras (las suyas: de esos renovadores que tan rápidamente se han convertido en los de siempre). Quienes busquen en la poesía solucionarios, compromisos y, en definitiva, confirmaciones no los hallarán aquí. Sería, en cambio, un placer alimentar la sospecha de que lo numinoso sigue suelto por ahí, y es lo único cuya Queste justifica (y ameniza) la vida.

jueves, 27 de enero de 2011

Acaricia de Marte los bigotes, oh Venus


Hoy toca Día de la Paz: una exhibición ritual de buenos sentimientos que recupera, en un marco que se pretende laico, los contenidos y maneras de aquellas misas posconciliares que nos apretaban de pequeños en el Sanvi (La paz esté con nosotroooos...). Hay cosas aprovechables (siempre es grato escuchar a los chavales tocar en sus cien flautas, tal única gaita, el Himno a la Alegría) y otras que no sabe uno por dónde cogerlas (no hay sermón infumable sin un predicador entregado, que, por lo pertinaz, no se sabe si es el más pacífico de la horda o el más necesitado de sosiego).

Este hartazgo no es nuevo: en aquel libro de Tom Wolfe sobre Ken Kesey, Ponche de ácido lisérgico, se puede comprobar con qué sorna recibían los Alegres Pillastres, en los años 60, y aun en los años álgidos de aquellos años, la versión bobalicona y simplista del pacifismo que la prensa empezaba a asociar con los hippies. Kesey, que era de otra pasta, estudió presentarse en una de aquellas manifestaciones vestido de motorista hitleriano —y, desde luego, habría sido instructivo comprobar con qué ira recibían los presuntos pacifistas aquella salida de guión.

Casualmente, ayer en clase de literatura universal leímos algunos de los Sonetos para Helena, de Pierre de Ronsard, y nos salió al paso uno, que ahora les copio, en versión de Carlos Pujol. Expone el único tipo de pacifismo que a uno, a estas alturas, no le sonroja: puestos a jugar, a pelear, apuntémonos a la única guerra realmente divertida: la de Venus.

Hasta tal punto Amor ha clavado sus dardos
en mi alma, y están tan hundidos en ella,
que mi sangre, mi voz, todo yo soy Helena,
pues que llevo grabada su belleza en mi mente.

Si las almas en fuego los franceses tuvieran
por amor como yo, gozaríamos paz,
Montcontcourt no sería una siembra de huesos
y no habría batallas como Drieux y Jazeneuf.

Acaricia de Marte los bigotes, oh Venus,
y con ceño amoroso ve a aplacar al guerrero,
que nos dé por fin paz, en tus brazos estréchale.

Ten piedad del francés, de tu estirpe troyana,
y que en paz otra vez nos hagamos la guerra
que en los montes de Ida un Anquises te hiciese.

miércoles, 26 de enero de 2011

Leer


Esta entrada corresponde al blog de la biblioteca de mi instituto; pero, ya que el azar informático la ha traído aquí, la dejaremos respirar a ver qué tal.

*

Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.

Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.

Se quedan las que se quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las olas, las humanas emociones,
el poso de la espuma.

Leer, leer, leer, ¿seré lectura
mañana también yo?

¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?

(Miguel de Unamuno)



Confundimos, quizá, los términos. Leer no es una obligación; sí, a veces, una necesidad: imposible estudiar (y enseñar) literatura sin leer con atención, al menos, algunos de los textos de los que hablamos, del mismo modo que uno necesita leer el prospecto antes de medicarse o mira el cartel para saber a cuántos kilómetros queda Cáceres o qué salida de la autopista conviene tomar. Es, desde luego, un derecho, pero eso sólo tiene sentido recordarlo cuando la censura y el fanatismo pretenden recortarnos el menú y protegernos de nuestra propia libertad.

Leer es, fundamentalmente, una oportunidad, que puede aprovecharse o no. Por de pronto, la oportunidad de leer algo que merezca la pena: cierto pudor nos impide constatar que del mismo modo que existe la comida rápida (por no llamarla basura), se publican muchos libros cuyo interés y capacidad de fascinación son efímeros. Otros, en cambio, nos acompañarán toda la vida: no en la estantería, o en el disco duro, sino en la memoria.

Me animo, pues, a preguntar a todo el que pasa qué libro o libros le han no ya gustado sino abierto los ojos o ampliado la perspectiva: de qué personajes o situaciones siguen acordándose mucho después de cerrar las páginas, cuando surgen en la vida alegrías y desafíos que se parecen a los que vivieron aquellos héroes o desgraciados. Qué libros, en fin, les han dado vida y se mantienen vivos.

Poco importa que esos libros estén entre los considerados clásicos o no; pero creo que deberíamos adquirir un compromiso: que ni uno solo de esos libros que han cumpido de veras su función deje de estar en nuestra biblioteca.

¿Empezamos la lista?

martes, 25 de enero de 2011

Hojas del Facebook caídas


...juguete de blogger son. Facebook es un torbellino: pura fugacidad. A lo mejor no es mala idea ir trayendo aquí algunos de los apuntes que surgen al calor del momento. Ustedes dirán si la fórmula funciona.

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La distancia entre lo que yo entiendo por poesía y lo que me traen algunos alumnos para que les dé mi opinión es tal que no sé qué decirles. Termino diciendo tonterías, probablemente. Hoy les he sugerido que si no van a darle al verso un ritmo reconocible, prescindan también de la rima. No hay cosa más horrible que una prosa rimada.

*

No diré que me consta que no las hay, pero al menos no me consta que haya reglas válidas para el acierto artístico. Justo al revés: uno va constatando que hay procedimientos que, a pesar de ser comunes, o por eso mismo, (casi) nunca funcionan. Huyendo de ellos, cualquier hallazgo es posible (que no probable).

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Ahora que volvemos a tocar El príncipe de Beukelaer, he vuelto también a comer sus galletas. Leo por ahí que, a su vez, Lu ha vuelto a la fórmula original. Es el signo de los tiempos: el eterno retorno.

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Dicen aquí que 'la creatividad es la celebración de nuestra propia grandeza'. No le pondría pegos a lo de grandeza si no fuera la 'nuestra propia'. Es cierto que el arte produce la sensación de una conexión, aunque sea fugaz, con algo grande. La cuestión es que no es 'nuestro', en el sentido de que podamos contar con ello en todo momento y manejarlo a nuestro gusto. De ahí su gracia.

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Revista de blogs. Leo acá esta historia de Alejandro Sawa:

Vino el duende que era embajador de la Dicha. Yo estaba ocupado en cosas inútiles, pero que me placían momentáneamente...
–Ven luego –le dije.
Y mi vida, desde entonces, ha transcurrido aguardando desesperadamente al emisario, que no se ha vuelto a presentar jamás.

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Relámpagos sueltos. Intentar razonar con un español es tan inútil como tener tos y rascarse los cojones. (Marqués de Cubas Libres). Cuando uno dice que está 'saliendo' con X, en realidad quiere decir que está 'entrando' en ella (Funes).

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Mis muertos no han perdido el sentido del humor. Después de ver Déjame entrar soñé con dos de mis queridos amigos. Se presentaban a una fiesta en un local y me rogaban que les dejase pasar. Consciente de su situación, yo dudaba, pero al final les invitaba a entrar. Al instante siguiente, sin haber cruzado la puerta, los tenía a mi lado. La situación, un tanto tensa, la rompió uno de ellos diciendo: 'Bueno, pues ya nos ves. Aquí estamos, ¡hechos unas momias!'.

domingo, 23 de enero de 2011

La cultura de la muerte


Ya lo sabrán: en uno de esos ciclos de cháchara compulsiva que organizan, a un político ruinoso del PP se le ha escapado la frase, a propósito de los socialistas y su presunta inclinación por el aborto. Pura banalidad. Pero puede que palabras de este tipo nunca se combinen en balde: en cuanto se quedan abiertas, dicen más (y distinto) de lo que se quiso decir con ellas.

*

La asociación es vieja. En el Poema de Gilgamesh, Enkidu, creado por los dioses como un hombre salvaje, aprende de una prostituta las maneras de los hombres. Cuando vuelve entre los animales, que habían sido sus compañeros, éstos le huyen: huele a muerte (y no tardará mucho en ganarla). Más cerca cae lo de Freud: el malestar de la cultura como agonía del deseo. O aquello de Lévi-Strauss: lo culto como lo cocido (y antes debidamente cazado, segado, etc.). El fuego (infernal) como entrada a la boca —y al alma.

*

'Cultura de la muerte', pues: pleonasmo. Toda cosecha es una matanza. Es imposible cocinar (y comer, y asimilar) nada que no esté muerto o vaya a perecer en el invento, como las ostras que la Morsa de Carroll invitó a cenar. Otra cosa es que esa muerte sea total. No es materia inerte la que contiene carne o pulpa, y en ella, aunque esté disgregada, energía vital, mana.

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La muerte, por otro lado, no es sólo condición del guiso. También entra en la olla: hay una digestión de la muerte, una muerte que muere (y da vida) encapsulada en sus avatares: personificaciones, imágenes. Sin baile con la Muerte, ésta se vuelve un frío invisible, que se extiende sin testigos. Una torpeza más del positivismo, que nos deja sin nada que decir sobre (contra) ella: esa censura esencial de nuestros días que prohíbe como indecorosa (porque así ha decidido concebirla) la tristeza inmanejable, sin azúcar, del duelo. James Hillman, en su libro sobre el sueño y el inframundo: Without an imagination of death, there is a death of the imagination.

*

La muerte como danza de las transformaciones. Esta canción tradicional inglesa sobre John Barleycorn, cuyas muertes sucesivas, osiríacas, narran en clave cómo, a partir de la muerte de la cebada, se fabrican la cerveza y el whiskey.


viernes, 21 de enero de 2011

Libro de conjuros


Me he dado cuenta, al ir a citarlo, de que ya no tengo este libro, uno de los que más quiero del maestro Agustín. Imagino que lo regalé, o al menos presté, en algún rapto de entusiasmo. Por suerte, en la Red va estando casi todo. También este poema inmejorable que abre el libro.

A ti, negrura del agua,
madre mía, mi reína mora, raíz del mundo
maestra de niños ciegos,
...aqui te conjuro.

De pensamiento vacía
calavera, preñada de algas y escaramujos,
mi luz de mi luna blanca,
aquí te conjuro.

A ti, que nombre no tienes,
yo te nombro, y por ser quien eres y por lo mucho
que con tu falta me llenas,
aquí te conjuro.

Yo mismo, a falta de otro
yo, al que otros le dicen "tú" para hacerlo suyo,
a ti, la que yo no eres
aquí te conjuro.

En tu regazo, y tus pechos
derramando las rosas negras y el vano humo
de letras y letanías
aquí te conjuro.

Para que huyas y vengas
y que acudas y que te vayas, que todo es uno
que te hundas y que amanezcas
aquí te conjuro.

con fuertes nombres vacíos,
ordenando tu miedo mío en dorados números
de lo hondo de mi y del cielo
aquí te conjuro.

y por Poniente y Naciente,
por delante y detrás, por lo alto y lo profundo
y a izquierda y derecha mía
aquí te conjuro.

Eh, madre, aquí te conjuro,
mi verdad y mentira mía, mi propio luto,
luciérnaga de mi noche,
relámpago mudo.

jueves, 20 de enero de 2011

El traje de reptil de la agonía


Ah, si acaso, tal vez, si todavía,
si mañana, tal vez, o sin embargo...
posiblemente sí, me quede largo
el traje de reptil de la agonía.

¡Ah, si siempre, si nunca, si de día,
si en un instante nulo, si el amargo
frescor del horizonte bajo el cargo
de nacer de la luz me desafía!

...Por más inverosímil que pudiera
parecerme después, después de ésa
y otras muchas mañanas, si mañana,

al final me estalló sin que la oyera
una risa espaciosa, una sorpresa,
y un ojo, siempre azul, en la ventana.

(Antonio Hernández Marín, 1995)

miércoles, 19 de enero de 2011

Actualidades


Le tomo prestado el título a aquel viejo tomo del maestro para traer algunos apuntes sobre lo que pasa (o más bien nos arrolla).

*

Murcia, Grecia, el mundo: primero miserabilizas la vida de la peña. Luego, cuando se revuelven, te rasgas las vestiduras: ¡ah, la canalla!

**

Un experimento en marcha: ver hasta dónde se puede dinamitar el estado del bienestar sin que se produzcan protestas violentas de cierta envergadura. Luego, cuando inevitablemente se produzcan, culpar a la canalla (esos que parecían pacíficos contribuyentes y que habrán mostrado, nos dirán, su verdadera cara). Habrá llegado la hora de cauterizar las heridas: dar por concluido el ajuste e incluso retroceder levemente, sabiendo que el mercado laboral habrá quedado ‘flexibilizado’ (precarizado, miserabilizado) de forma irreversible.

***

Leo que, probablemente, el presunto agresor de Murcia salga en libertad sin cargos. Pero la mercancía ‘informativa’ ya se ha vendido, y no se admitirán devoluciones. En lo que se confirma que el hombre no estuvo donde tenía que estar, me tranquiliza comprobar que, en vez de explorar otras vías de investigación, la policía se esfuerza por incriminarle como sea. Sería un crimen dejar que se escape un sospechoso tan prometedor sin sentenciarlo debidamente: «José David Baño Lorente, el drogadicto vago y maleante que agredió a Pedro Alberto Cruz». ¡Hágase justicia!

martes, 18 de enero de 2011

Del amor de las cometas


Hay canciones de Ciento Volando (y no son pocas, ni las peores) que dejamos de tocar al poco de haberlas arreglado, y que no llegamos a grabar nunca. Entre ellas contaba yo ésta de Dani, que ahora sin embargo reaparece en estupenda grabación casera, solas su voz y la guitarra española. La letra, que ha crecido en sorna con los años (atrapado en un recuerdo / más productivo que yo), se publicó en el primer número del fanzine de poesía La Rosa por Defecto, del año 95, así que la composición debe ser un poco anterior (aunque no mucho, si la memoria no me engaña). Así va:



Del amor de las cometas
no nos queda ni el dolor
y están tristes las colinas
de Ciudad.
De los que veníamos siempre
solamente quedo yo,
solamente.

Y sentado en el bordillo
de mi próxima canción
me avecino por la angustia
de no estar
atrapado en un recuerdo
más productivo que yo.
Un recuerdo que me salve
de las cosas que se olvidan;
de la soledad
palpable.

Que el amor que yo te tengo
no sé si lo tengo yo,
que en el sur uno se muere
sin pensar
y dos filas más alante
se sentó un posible amor
ignorante,
que no sabe que le aguardo
y soy capaz
de tomarle las medidas
para alguna otra canción
parecida.

Del amor que nos tuvimos
cada vez me duelo más,
cada vez que cambia el tiempo
por aquí.
Y frecuento los andenes
aunque sé que tiempo atrás
nunca vienes a salvarme
de las cosas que se olvidan,
de la soledad
palpable.

Del amor que se avecina
cuatro filas más allá,
de canción desconocida aún por hacer,
al que aguardo en la colina
sin saber si va llegar
o se pira con sus cosas
y los labios se me esconden,
quizás nunca vuelva a verlos
y no sé cuál es su nombre.

lunes, 17 de enero de 2011

El aula de Juan Poz


Con permiso del interesado, publico aquí un mensaje que me envió hace unos días Juan Poz, bloguero y profesor de los que no quedan (ni hubo nunca abundancia). Pensaba extractarlo, pero Poz no es hombre que escriba una palabra en vano, y al final cualquier intento de resumir abarata y falsea el contenido. Me atrevo, pues, a traerlo tal cual. Lo hago porque constituye la mejor respuesta que uno podría esperar al empeño de El aula encantada. Se trata de la reacción de sus alumnos marroquíes, de un instituto de Barcelona, ante el libro y (sobre todo) ante su planteamiento. Como también les pasó a los míos, lo primero es la incredulidad: ¿de verdad puede interesar a los descreídos profesores españoles una cosa tan musulmana, tan suya? Vencido ese escollo, viene el aluvión: la evidencia de un material tan rico como caótico y contradictorio, cualidades que uno ha aprendido a asociar a lo genuinamente 'popular', sea eso lo que quiera o pueda. No todo es miel: en ese magma aparece también extractada en forma hiriente (especialmente hiriente por lo lograda y sintética: bella, en suma) la misoginia que uno querría considerar accidental o negociable dentro del Islam (acordándose, sobre todo, de aquella hermosa esclava de Las mil y una noches, que sabía sobre el Corán más que ninguno de los talibán que la interrogaban), pero que está, como se ve, clavada en el núcleo de lo islámico actual, en el doble sentido de la palabra: el único Islam que tenemos a nuestro alcance aquí y ahora (aunque quepa recordar o soñar otro).

Mil gracias, Juan. Con un lector así, vamos servidos.


*

Querido Alejandro:

Ya he tenido ocasión de leer vuestro libro en mis clases dedicadas a la lectura en voz alta y la recepción ha sido entusiasta. Así que vieron que el tema era el que es, los de 2º de ESO no pararon de levantar la mano con una insistencia tremenda, porque todos querían contar alguna anécdota de los maléficos seres, como después te detallaré. Lo que más me impresionó fue la aceptación acrítica del personaje y la convicción de no estar hablando de Literatura, sino de la vida real de cada día, pues todos ellos tenían “experiencia directa” de las diabluras o travesuras (o travesuras diabólicas) de los personajes en cuestión. Te transcribo, a continuación, algunas de sus intervenciones:

· Si se le pisa la sombra a un Yin puede matar a quien lo ha hecho.

· Si un leñador corta el árbol donde vive un Yin, éste lo mata.

· Ella (Laraib) ha visto el yin que habita en casa de su tía: es blanco como una sábana. También hay una raya de sangre en el suelo, trazada por el yin. Si se salta, el yin las puede matar. Primero hay que limpiarla muy bien, para poder salir después.

· Iba (Kulwant) en bici con un amigo y éste le dijo que si se cruzaban con un yin tenían que arrojarle 7 piedras, y él decía que no, y, por no hacerlo, tuvo un accidente. Después se cruzó con otro, se bajo de la bici y le tiró las siete piedras, ya no tuvo ningún accidente.

· Los yin tienen miedo al fuego.

· Los “Churel” son los yin femeninos.

· En las casas abandonadas se lee cuatrocientas veces ciertas partes del Corán y se consigue dominar a los yin.

· Si a algún yin le gusta algo y nos lo dice mientras soñamos, se lo hemos de dar.

· Al yin le gusta la sangre de las personas.

· Samia dice que su tía está poseída por un yin y que se contorsiona y saca espuma por la boca, se da golpes y se comporta como una loca.

· Si dentro de la mezquita se molesta a un yin, éste le rompe la pierna a quien lo ha molestado.

· Hay yin que son glotones.

· El yin mata a las chicas que leen el Corán.

· Los yin pueden vivir cien años.

· Los yin pueden tener cara humana.

Como ves, se trata de una relación caótica que refleja con exactitud el modo como se quitaban unos a otros la palabra para decir ellos la última. Con todo, a pesar de tratarse de algo a lo que le conceden una realidad inequívoca, discutieron mucho entre ellos si los yin pueden hacer o dejar de hacer ciertas cosas, pero hasta las chicas estuvieron de acuerdo en la acción homicida del yin contra las chicas que leen el Corán. Tuve la impresión de que había un margen de creación en sus declaraciones sobre los yin que formaba parte de la aceptación tácita de los mismos. Daba gusto verles competir en “invenciones”, a cual más truculenta, para sorprender a sus compañeros, quienes escuchaban con muestras de escepticismo o asentimiento en función de sus propias experiencias.

En fin, te agradezco enormemente el trabajo que has realizado y que tan bien se ha plasmado en un libro cuya dignidad intelectual ya quisieran muchos otros que se publican con bombo, bombín y , como decimos en catalán, rebombori…, esto es, con mucho eco mediático. Aún he de sacarle más partido pedagógico, por supuesto, y durante algunos años, lo leerán todos mis alumnos de ELE. Tan pronto como me encuentre con alguna revelación extraordinaria sobre el asunto, la pondré en tu conocimiento, siquiera sea a titulo anecdótico.

Te deseo un feliz, inspirado y trabajado 2011

Un abrazo.

Juan

domingo, 16 de enero de 2011

Vuelve de la nieve



Primera cosecha de cientovolanderías rescatadas de viejas cassettes. En este caso se trata de un poema del maestro Agustín, el VIII de su libro (a mi gusto) más logrado: Valorio 42 veces. La grabación será del 99, más o menos, con Dani en la flauta y Luli y yo mismo en las voces. Dice así la letra:

Vuelve de la nieve
bufando alegre
nuestro arroyo al bosque
y Valorio tiembla:
¡tantos vencejuelos
y de repente
tantas violetas!

Todo está lo mismo:
los doce chopos
mullen la abrigada
con hoja seca,
y hasta entre las zarzas,
igual que entonces,
¡susto y culebra!

Oh Yosefe, vuelve:
los siete años
no han soplado en balde
por mi cabeza,
y en tus ojos garzos
(¡bendito el vientre!)
dos niños pesan.

Pero ven: hoy que andan
los diablos verdes
desnudando el hombro
a la primavera,
oh ¿quién sabe?: acaso
tras esos chopos
¡dulce sorpresa!:

a unos noviecillos
sorprenderemos
siete años besándose
entre la yerba,
oh Yosefe: aquéllos
que en abrazarse
¡qué torpes eran!

sábado, 15 de enero de 2011

Secretos y fantasmas (redux)


En clase de música andamos con esta pieza, que suena estupendamente para dos guitarras, y el maestro Aníbal me ha sugerido que la desarrolle un poco. Le he hecho caso a medias: la pieza dura lo mismo, pero en vez de repetir la melodía estrena otra sobre los acordes ya expuestos. Nuevos secretos; pero los mismos fantasmas.


jueves, 13 de enero de 2011

Cada tarde trae su enigma


Cada tarde, sí, trae su enigma. Pocos se dejan domeñar. El de esta tarde ha querido prestarse. Traía un aire a medio camino entre las gnossiennes de Satie y ciertas armonías de King Crimson. Una vez traducido a corcheas, se probó todos los timbres hasta hallar el sitar y declararse resuelto. Mentía, sin duda. Pero algo es algo: así suena.



(O quizá de esta otra manera.)


lunes, 10 de enero de 2011

Te es molesto el ocio, Catulo


Los Reyes me han traído un regalito con el que espero ir pasando en estos días a mp3 las muchas cassettes cientovolanderas y asociadas que han sobrevivido hasta hoy. Ha querido el azar que la primera entrega sea ésta: un poema de Catulo, el carmen LI, que interpretamos un grupo de amigos en directo en el Paraninfo de la Complutense en 1993, en un congreso sobre lenguas muertas y agonizantes que se llamó El Cementerio Animado. La música es del amigo Rafa Herrera y cantan Claudia Paz Yanes y él; a las guitarras, Rafa y yo mismo. Así dice el texto en su latín y en la esmerada traducción de Rafa:

Ille mi par esse deo videtur,
ille, si fas est, superare divos,

qui sedens adversus identidem te

spectat et audit


dulce ridentem, misero quod omnis

eripit sensus mihi: nam simul te,

Lesbia, aspexi, nihil est super mi

vocis in ore;


lingua sed torpet, tenuis sub artus
flamma demanat, sonitu suopte
tintinant aures, gemina et teguntur
lumina nocte.


otium, Catulle, tibi molestum est:

otio exsultas nimiumque gestis:

otium et prius reges et beatas

perdidit urbes.


*

Él igual a un dios ante mí parece,
él, si puede ser, que a los dioses gana,
quien sentado ahí, frente a ti, sin pausa
te oye y te mira

mientras dulce ríes, lo cual me arranca,
triste, mis sentidos, pues al momento,
Lesbia, en que te miro, ya no me queda
voz en la boca;

mas mi lengua trábase, tenue llama
corre por mis huesos, con son interno
suenan mis oídos y doble noche
cubre mis ojos.

(Te es molesto el ocio, Catulo, el ocio
hace que te agites y exaltes mucho.
Ya ha perdido el ocio primero a reyes
y urbes felices.)



(La grabación comienza en el segundo verso. Nadie es perfecto.)

domingo, 9 de enero de 2011

El universo tiene un verso cojo


Anoche anduve de versos con David Coll y Carlos por el Café del Espejo, de Madrid. Mis compañeros, fumadores empedernidos, salían de vez en cuando a helarse bajo la lluvia, disfrutando la nueva salubridad. David traía un buen juguete: el esquema de las rimas de las ruibaiyat de Omar Khayyam. Al parecer, en su persa original queda libre el segundo verso y riman en consonante los otros. Como se trata de cuartetas, entre licores y cigarrillos tocábamos a verso por persona, más la coda, que cerraba quien había iniciado el texto. Como todas las improvisaciones, molan más en el momento; pero tienen sus brillos. Aquí van algunas.

Omar Khayyam, guasón, nos guiña el ojo
y un verso flota, ciego, en la escalera.
El universo tiene un verso cojo;
la cuenta del amor siempre está en rojo.

*

El olvido reluce en tu mirada
como un violín de fuego intermitente.
La música reduce la jugada.
Tanto todo, al final, es tanta nada...

*

La noche es una herida interminable.
Bebe la copa de la eternidad
como el encantador devora el sable
de un silencio sin fin, inapagable.

*

Es hora de dormir. Abre las manos
al interior infierno que te nombra.
Monto un circo y me crecen los enanos:
el mismo mar de todos los veranos.

*

No hay día que no traiga la promesa
de un manjar que nos colme sin cebarnos;
que no se marche, negro, sin dejarnos
las manos frías y los dientes largos.

miércoles, 5 de enero de 2011

Esdrújulas


Hablando de Villaespesa señalaba JRJ que las esdrújulas de aquél son las mismas de Guillermo de la Torre: representan lo poético artificioso, gongorino, vacuo. Como suele, acierta. Pero las damas tienen su gracia. El juego con ellas comienza en la poesía popular (¡Por lo finústico, por lo simpático, por lo poético y lo democrático!) y continúa en dos grandes canciones 'cultas': Construcción, de Buarque, y Antípodas, de Krahe. Por mi parte, no estoy libre de contagio: en una ocasión, salíamos de ver a nuestro amigo, el poeta Antonio Hernández, y en el camino de vuelta vinieron a verme estos versos, que se fueron componiendo casi solos en la memoria. No es que valgan gran cosa, pero tienen ese punto hiperbólico. Fluyan:

Alejandrinos cóncavos (convídate a ti mismo)

Me gustan las esdrújulas: son bellas, algo frívolas,
un prodigio dogmático de incierta trinidad.
La sangre me horripila, y el miedo me convence:
en este cáliz sórdido se oculta la verdad.

Con el ocaso salgo cual perro macilento
para lamer tus llagas, agónico inmortal.
Mis cinco dedos trino: son cómputos privados.
Por once o por catorce declino siempre mal.

Ya pleno de tu gracia, crepúsculo potable,
retorno a los columpios, que empiezan a temblar.
Qué soy que nada soy: sin voz un eco incierto,
reflejo de una lámpara fundida sobre el mar.

Cuando no quede nada, nos sobrará de todo:
en un vaso de témpera tu nombre flotará.
Ascienden hasta el cielo, colmados, los columpios.
Cuando la cuerda ceda, tal vez lleguemos ya.


martes, 4 de enero de 2011

Victoria


...Y abrir, por ejemplo, el año con este poema de Emily Dickinson:

El éxito es más dulce
para quien no lo tuvo.
Hacer justicia al néctar
requiere mucha sed.

Entre la hueste púrpura
que hoy alza la bandera
ni uno definiría
tan bien qué es la victoria

como ese moribundo
en cuyo oído sordo
el triunfo ya imposible
suena mortal y claro.