miércoles, 31 de enero de 2007

Sobre un vidrio mojado


Entré en el pop uruguayo de la mano de Verónica, una memoriera que, además de provocarme dulces dolores de cabeza (todos culpa mía: vale), me envió una cinta mágica con canciones de Eduardo Mateo y Fernando Cabrera. Desde entonces, no he podido salir. Hay algo en esa música, un delicioso vaivén entre sorna e ingenuidad, que no se encuentra en otra parte. Al principio de todo, están los Shakers (considerados, y no es hipérbole, los Beatles uruguayos), pero también Kano y los Bulldogs, un grupo de una sola canción (pero qué una). Con ella construimos muchos de nosotros nuestra adolescencia, a través de la versión ochentera de Los Secretos. Creo que fray Juan de Pablos hizo de celestina en su día entre el grupo uruguayo de los sesenta y el madrileño de la Nueva Ola. Pasen y, como quien no quiere la cosa, conviértanse en ese 1% de avispados que ha oído la versión original.






martes, 30 de enero de 2007

Purple Haze


Si me preguntaras cuál era mi propósito, diría, en breve, que se trataba de acceder a la energía y el poder de Hendrix (la tradición afro-americana), pero expandir el vocabulario para acceder a lo que había disponible en la tradición europea; notablemente, a través de Bartok (los cuartetos de cuerda) y el primer Stravinsky de La Consagración de la Primavera y El Pájaro de Fuego. La pregunta que me hice podría plantearse así: «¿Cómo sonaría Hendrix tocando La Consagración de la Primavera o un cuarteto de cuerda de Bartok?». Si pasado el tiempo uno podría echarle un vistazo retrospectivo a esto y sorprenderse de la arrogancia de este jovenzuelo, bueno... ¡a veces la ignorancia de las limitaciones permite a los jóvenes de cualquier edad lograr cosas imposibles! (Robert Fripp).

...sólo que al revés: ¿cómo sonaría un cuarteto de cuerda invocando a Hendrix?

lunes, 29 de enero de 2007

Lágrimas rojas


Que haya tan pocas versiones satisfactorias de los Beatles sugiere que se trata de un arte extremadamente difícil. Cuando uno descarta las copias supérfluas (más o menos fieles), las perversiones gimnásticas, las parodias (voluntarias o no) y los ejercicios de traducción (semiautomática) a otros idiomas musicales, corre el riesgo de quedarse con las manos viudas. Entonces, sin darse importancia, llega este tipo, se sienta y empieza a tocar el ukelele.






domingo, 28 de enero de 2007

Domingo en el Parque


Armonía estridente. Esto sí que es el sonido de la jungla: las limitaciones acústicas trascendidas en una suerte de punk sinfónico-tropical, con Gilberto Gil y Os Mutantes enloquecidos y enloquecedores. La letra cuenta una historia triste de mal amor y venganza (de la que Cruz de navajas, de Mecano, se diría un retoño tardío, con las navajas cambiadas), pero la música se la lleva por delante sin contemplaciones. Quien conozca algo comparable, que me lo cuente.


sábado, 27 de enero de 2007

Este Madrid


Criaturas del momento, ya son clásicos. Espuma basáltica. Hay más piedra que metal en esos riffs venenosos, como de Black Sabbath con rizos frippianos. Gallardón también hace lo suyo por mantener la letra vigente...




viernes, 26 de enero de 2007

Media naranja


Alguien definió a Javier Bergia como el secreto mejor guardado de la canción de autor española. Cuando se lo comenté no le hizo ni media, y me remitió a un copioso dossier de prensa donde se acreditaban sus méritos. Precisamente porque los méritos están, asombra el ninguneo, si no el secreto. Algo tendrá que ver haberse lanzado al ruedo cuando los cantautores a la antigua usanza andaban ya de capa caída y se imponía como plato único el rollo canalla de Sabina. Los hechos están en la Wikipedia, en una entrada donde Javier, si tiene un rato perdido, reconocerá seguramente muchas de las pistas que nos dio aquella tarde. Venga aquí la música: su primera canción grabada, banda sonora de la serie Media Naranja (1985), y aún una de las mejores. (Contaba Bergia que algunos años después Emilio Aragón le llamó para pedirle una copia. Al poco, oíamos por la tele aquello de «¡Quién podría imaginar que volverías de ese viaje...!»).

(Buenas noticias: pronto, disco nuevo). Ojo también a este turrón mágico.




jueves, 25 de enero de 2007

El troll de dos cabezas


Increíble, luego cierto. Las cosas en las que uno fue sembrando ilusión (y con ella, el más que probable desencanto) parecen decididas a florecer últimamente. No todas, claro, ni al mismo ritmo, pero sí las que uno nunca sospechó o veía menos probables.

Cuando unos tolkienómanos empezamos a traducir en 1999 Las aventuras de Tom Bombadil nadie hubiera creído que nuestra traducción en verso, tan amorosa como amateur, terminaría viendo la luz en Minotauro e integrándose así en el Canon público de la Tierra Media. Tampoco que a unos cuantos culpables (Valnaur, Ana Leal y yo) nos invitarían esta semana a la Pompeu i Fabra, dentro de un curso sobre Tolkien, a explicar los porqués y sinembargos de tanto atrevimiento. (Lástima, y mucha, que los organizadores desistieran de traer de Argentina a los principales promotores de la traducción, Diego Seguí y Ale Murgia).

Para mí, la experiencia ha sido linda pero agotadora (partida en autocar a Madrid a las 14.00 del martes, llegada en avión a Barcelona a las 21.10, una brevísima mañana para ver el Barrio Gótico, dos horas de ponencia por la tarde y vuelta otra vez en avión y en autocar hasta este noble villorrio, para llegar a las tres y media de la mañana del jueves y estar pocas horas después con la tiza en la mano, incrédulo y exhausto). Es una experiencia única pasar unas horas entre los miembros de la Sociedad Tolkien de Barcelona, tan instruidos como un concilio élfico y tan amables como una familia hobbit. Uno hubiera creído ser un friki de la Tierra Media, pero en tan docta compañía comprueba que tampoco en esto pasa de aficionado más o menos audaz.

Si tengo un rato, pasaré a limpio y subiré aquí lo que pude decir sobre la obra poética de Tolkien. Valnaur habló sobre la traducción y el Departamento de ídem de la Universidad de Númenor, y Ana Leal, cada vez mejor discípula de su maestro, logró que resultara sencillo, casi transparente, el ritmo de los poemas. Mostró muy bien lo que Tolkien tomó de la tradición popular inglesa y dejó abierta la puerta a una traducción más fiel que la publicada, que se arriesgue a reproducir en castellano las formas del texto original, con sus versos acentuales, de número de sílabas impredecible. Tiene razón en que, tratándose de hechos rítmicos, pueden traspasarse con éxito de una lengua a otra: pero también es cierto que aclimatar una forma que los oyentes perciben como nueva o foránea toma su tiempo (que se lo pregunten, un suponer, a los primeros endecasilabistas).

Como muestra del espíritu hobbit con que se afrontó la traducción, escuchamos la versión musicada del Olifante de Diego y Ale Murgia. Cuando Ana nos recordó que Tolkien fantaseó con crear una escuela o tradición que completara su trabajo con nuevos relatos y canciones, pensé (bien pero tarde) que hubiera estado tanto o mejor sacar sobre la mesa esta maravilla de Ale Murgia, musicada por Hernán González. Tolkien meets Les Luthiers.




Se cuenta que en los lindes
del bosque de las fresas
vivía hasta hace poco
—auténtica rareza—
un troll de dos cabezas.

Era hosco y huraño,
campeón de la rudeza,
pero a veces hablaba
con gran delicadeza
el troll de dos cabezas.

Prefería estar solo;
se sentaba a la mesa
y trozaba el carnero
sin gracia ni destreza,
aunque a veces sentía
un rapto de fineza
y usaba aguamanil
igual que una princesa.

Los hobbits le temían
y existe la certeza
que en su propia familia
provocaba extrañeza.
Pero él no hacía caso
ni sentía tristeza.
Mataba el tiempo hablando
de una a otra cabeza.

Una, la más maciza,
y ceñuda, y aviesa,
contaba chistes orcos
de indecible torpeza,
y a cambio le narraba
la segunda cabeza
olvidadas historias
de élfica belleza.

Siendo tan diferentes
una y otra cabeza
tuvieron tanto tiempo
de cambiar sutilezas
que llegó a ser un sabio
el troll de dos cabezas.

Lo cierto es que un buen día
la hermosa troll Teresa
cruzó en busca de setas
el bosque de las fresas,
y escuchó hablando solo
al troll de dos cabezas.

Decía: «Hete el secreto
de mi naturaleza
de troll, he de tenerme
absoluta franqueza,
reconocer las propias
miserias y flaquezas
mas no cortar las alas
que buscan la belleza».

Cuando escuchó estas cosas
la linda troll Teresa
se enamoró en el acto
del troll de dos cabezas,
y fue de esa manera,
sin tortas ni cerezas,
que nuestro extraño amigo
al fin sentó cabeza.

Lo cuentan las canciones
de barra y sobremesa,
cuando alegre en las copas
desborda la cerveza.
Y agregan que en el linde
del bosque de las fresas,
medraron, ¡oh, sorpresa!
los trolls de dos cabezas.

martes, 23 de enero de 2007

Esto sí que es arte


En mi imaginación, las asturianas Nosoträsh son primas de Pauline en la Playa (y ambas, bisnietas de las Vainica). Las hermanas paulinas compusieron Lloran mis muñecas, de Nosoträsh, y me parece que les dieron una pauta de por dónde trascender las canciones quedonas de los primeros discos (que tienen su aquél) y alcanzar el sonido fresco de Popemas (2002) y los discos que le siguen.

Arte tiene dos vídeos: uno hecho por el grupo y otro por unos peruanos encantadores. La presentación delata que me gusta más el segundo, pero el primero también me parece muy logrado (como soy tan enamoradizo, hoy la cantante principal se me hace lo más lindo de la Internete). Ustedes dirán.

(¿Los últimos versos de la canción? Luis Alberto de Cuenca:)

Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno».






lunes, 22 de enero de 2007

Pasos de ratón


Pauline en la Playa son fans de Vainica, y se les nota: además de versionar una de sus canciones en directo (las vibrantes Coplas del iconoclasta enamorado), recuerdan a ellas en más de un sentido. Como Carmen y Gloria, son un dúo formado por dos mujeres de sensibilidades cercanas (hermanas, en este caso), dotadas de una inventiva musical notable (desde luego, no tan impredecible y variada la de Pauline como la de las Vainica, que tomaron forma en los años fértiles de la psicodelia y el rock progresivo —aun así, la riqueza de registros de Pauline, con influencias bien integradas del jazz y la bossa-nova, es excepción en el panorama actual de pop alternativo, en el que reina con marchamo de 'auténtico' lo inexpresivo, monocorde y ruidoso). Hay más lazos de unión: unas y otras comparten lecturas provechosas de ciertos clásicos (en los discos de Pauline flotan Lewis Carroll, El mago de Oz, ¡Shakespeare!), un elogio decidido de lo cotidiano, que se trasmuta en mágico, y un fino sentido del humor. Con esas mimbres, tenía que salir un grupo de culto: no tanto porque no haya miles o millones de oyentes potenciales que se encandilarían con ellas si las conocieran, sino porque las modas vigentes, tanto en lo obvio como en lo alternativo, mandan otra cosa. Qué placer comprobarlas audaces y desobedientes.



domingo, 21 de enero de 2007

La Reina del Salón


Por evocación de Francisco, aparecen en escena Magenta. Vainiqueñas no sé si son, pero sí sutiles, burgalesas y bien parecidas. Su formación era única: una cantante, una violinista y una teclista. Su único LP apareció en 1985, con producción (y elegantes líneas de sintetizador) del mecanoide Nacho Cano. La canción que le da título, La reina del salón, es sencillamente perfecta. Debería haberse comido el mundo, pero se quedó en golosina para iniciados (para un desperdicio similar pienso en Que el sol te dé, de Los Pistones).

La evocación de una gran dama venida a menos, víctima de envidiosos y maledicentes, es uno de esos temas cinematográficos que flotan en el ambiente en un momento dado. Tino Casal hizo su mejor canción con él: Embrujada, himno petardo incluido en su disco del 83 Etiqueta Negra. En 1984, Los Pistones ofrecen su versión guitarrera de la figura en la estupenda Lo que quieras oír: ¿Qué puede quedar? / Sólo existo yo: / tu último admirador. / Vuelve a actuar / sólo para mí. / Diré lo que quieras oír... . Magenta llega un año después y aborda la cuestión con menos rímel que Casal y más atmósfera que Los Pistones: Los visillos, los cuchillos, todos se han manchado, todos / de sangre azul, / de sangre azul. / Entre el olor / a cuadros de cartón / apareció / la Reina del Salón / que siempre da / la mano sin mirar, / que siempre da / la espalda... En la segunda mitad de los 90, Javier Álvarez lo retoma en Sunset Boulevard, una de sus mejores.

El arreglo de Magenta, sin guitarra y con toques levísimos de percusión, tiene momentos mágicos: pizzicatos que pellizcan el corazón, frases de clavicordio, lujosas capas de sintetizador. A mitad del tema, un coro inesperado de niños, en simpatía con las reverencias entre majestuosas y burlonas del Fairlight de Cano, celebra la grandeza antañona de la Reina. En la letra, colección de indicios, no pasa nada, pero todo acaba de pasar o está a punto de hacerlo. La autora de los versos nos regala relámpagos sinestésicos: los cuadros huelen (y no a ámbar), la envidia de los murmuradores es seca, sus palabras vuelan, las risas se mueven en las bocas.

¿Algo vainiqueño? No sé. Quizá, tras el glamour ochentero, hay algo setentil de fondo. Cano (y la teclista; no sé en qué proporción) demuestra que detrás de sus horas de frívolo showman había otras más aplicadas dedicadas al rock sinfónico (más tarde haría todo un LP bodrio luxe a imitación de Mike Oldfield). La letrista sabe lo que hace y dice, y la cantante (quizá la misma) no tiene una gran melodía por delante, pero la pule con encantadora dejadez, tal buena oyente de Marianne Faithful. Si el techno hubiera sido esto, podríamos habérnoslo pensado...



sábado, 20 de enero de 2007

Mi mosca favorita


Las Vainica comenzaron componiendo canciones para grupos pop, como Music-Son, los Tickets (futuros Asfalto) o Nuevos Horizontes. Estos últimos grabaron en 1969 Mi mosca favorita, aguarrás psicodélico de lo más bizarro. Nunca saldrá en Cuéntame, y es una pena, porque esto sí que habría que contarlo, y en extenso. Flipen y difundan.



viernes, 19 de enero de 2007

Elegía al jardín de mi abuela



Iba a decir algo de las que me parecen, si no herederas, dignas discípulas de Vainica, pero prefiero volver un poco más sobre el cancionero mágico de Carmen y Gloria. Que vuelva a sonar esta elegía, homenaje a Schumann, a la familia bohemia-burguesa con gusto y posibles y a esa infancia tan quieta que, como dice Isabel Escudero, trazan los niños a saltos.

Está dedicada al jardín de la abuela de Mari Carmen... A la abuela, en sí... Cuando nos conocimos Mari Carmen y yo, hubo algunas cosas curiosamente comunes... Por ejemplo, yo he tenido una tía, mi tía Luci, que, por lo visto, debió ser muy parecida a su abuela en gustos... Cuando dos personas se conocen y resulta que las dos se saben el Minute chretien, que es algo que no se sabe nadie... Bueno, y la Dedicatoria de Schumann, que es una de las canciones que a mí más me gustan del mundo y que la canto en la Elegía como si fuese una cantante de ópera, pues también es otra de las canciones favoritas de Mari Carmen... Y todo eso nos lo enseñaron a ella, su abuela, y a mí, mi tía Luci... Y estas cosas se juntan en el tema: son nuestros jardines, nuestras niñeces, nuestras canciones preferidas y la abuela, claro, esa abuela tan lista, porque era una maravilla... Yo no puedo cantar la Elegía en público porque, al llegar al lied de Schumann, me emociono de tal forma que acabo echándome a llorar.


jueves, 18 de enero de 2007

Caramelo de limón



Para Bebo, grandísimo cronopio

Este mantel amado,

jardín de sangre y vino,
escollos de pan duro
las nubes, que son manos.
La sopa somnolienta
rompiendo en el Cantábrico,
tus ojos que iluminan
los versos deshuesados.
¿Qué hay fuera de la mesa?
Proverbios y pasado.
No te despidas nunca.
La cena no ha empezado.

*

Caramelo de limón, el sol de mi país...





miércoles, 17 de enero de 2007

Un golpe de viento


Leo la invectiva de hoy de Mercutio (ese personaje Marvel) contra los fracasados y recuerdo, con ventaja, los versos del Agustín:

Enorgullécete de tu fracaso,
que sugiere lo limpio de la empresa.

Puede que la mía no sea tan limpia después de todo. Este poeta (semi)inédito llamó a la puerta del torbellino y (respiración contenida, pasmo y febrícula) le respondieron. No doy más detalles (de puro alegre, casi ni hago pie), pero ya irán llegando.

*

Hablando de García Calvo, sigo subiendo las tertulias políticas del Ateneo a la entrada correspondiente. Buen provecho. Como bonus track, valga este poema estremecedor del maestro, de un recital de 1987 en Vergara, Guipúzcoa, que corre por esos mundos:



lunes, 15 de enero de 2007

El afinador de cítaras



Sólo las Vainica podían componer algo así. El grupo que interpreta el tema, Nuevos Horizontes, resulta un tanto antañón con su juego de voces a lo Peter, Paul y Mary y su vestimenta camp, pero borda el deslumbrante arreglo. ¿Sois acaso el afinador de cítaras?





domingo, 14 de enero de 2007

Como niños


Hablando de un disco de la Incredible String Band, decía un crítico que si en sus mejores momentos eran genuinamente childlike, en los peores resultaban trabajosamente childish. En castellano no es fácil hacer el mismo juego, por falta de término positivo: decir de un grupo que tiene un sonido infantil no es tan agresivo como declararlo pueril o infantiloide, pero por ahí le anda. Childlike tiene esa cosa del ser como niños evangélico, que nadie interpreta como un regreso al pañal y el chupete.

No fue sólo la Incredible (con esa lindísima portada que presenta a Robin y Mike como dos duendes del bosque, en mitad de una compañía de arrapiezos). El underground sesentil, sobre todo el inglés, tiene a menudo sabor a juego de niños —quizá porque la experiencia psicodélica se parece bastante a volver a ver el mundo sin tenérselo (falsamente) aprendido.

Teenage opera es, como el Smile de los Beach Boys, un proyecto musical de los sesenta que fracasó en su día (pero, a diferencia de Smile, el intento de darle fin durante el tercer milenio no ha sido del todo exitoso). Seducido por el productor Mark Wirtz, se embarcó en la empresa Keith West, cantante de un grupo notable pero olvidado, Tomorrow, donde hizo también sus pinitos el guitarrista de Yes, Steve Howe. La idea era crear todo un LP conceptual, pero la cosa quedó en un glorioso par de singles: Excerpt from a Teenage Opera y Sam. El vídeo en color nos muestra a West y sus niños (¡cuán ingleses!) de paseo por el bosque, en una superposición de edades bienintencionada, al menos. La excursión dominical merece la pena. Que la disfruten.




*

Canciones con niño incluido

Insufribles: Que canten los niños (Perales).
Para frikis: Su canción (Betty Misiego)
Navideñas: We will (Gilbert O'Sullivan), Happy Xmas (War is over) (John Lennon)
Demagógicas: Another brick on the wall
Notables: Excerpt from a Teenage Opera
Perfectas: La ballena azul, Nana en re (Vainica Doble)

sábado, 13 de enero de 2007

Las líneas enemigas


Uno volando. Para Luli y Grifo: pase lo que pase,
que nunca falte una canción inédita que regalarnos


No importa de qué lado
te sientes a la mesa
si el plato que esperabas
ha muerto en la despensa.

No importa con qué aguja
repases hoy la herida,
con quién tomes apuntes
del curso de tu vida.

Recuérdame tal como soy,
recuerda el beso que te doy,
recuérdame donde ahora es hoy,
recuerda cuando a veces
te quería.

Recuérdame si hay alguien más
al otro lado del sedal,
recoge el hilo del disfraz,
recuerda que la vida
está perdida
(y encuéntrala).

El tiempo es Ouka Lele
pintando nuestras fotos;
se ríen de nosotros
las niñas de tus ojos.

Las líneas enemigas
cortaron las salidas;
de frente o por la espalda
la angustia está servida.

No temas si al mirar atrás
no queda nada en su lugar,
su propio peso hace flotar
las llaves de esta iglesia sumergida.

Recuérdame como eras tú,
recórtame la cruz del sur,
recuérdame dónde y según,
recuerda cuando a veces
me querías.



viernes, 12 de enero de 2007

Negra sombra que me asombras


Otra entrega de sus tesoros: Juan Ramón Jiménez, Música de otros. Traducciones y paráfrasis, ed. bilingüe de Soledad González Ródenas, Barcelona: Círculo de Lectores, hoy mismo (o a lo sumo, ayer). En el dibujo jeneral (démosle el gusto) no hay trastorno: primero (1897-1912) algunos poetas gallegos (dialectales, como los llamaba él), algo de Ibsen y mucha Francia; después (1913-1954), la fascinación por los anglos (Shelley, Shakespeare, Yeats, Blake...). Apenas hay alguna desviación de la ruta (sendos momentos de Mallarmé y Baudelaire, abordados en plena anglofilia). No sé si es casual que en esta antología lo primero y de momento único que me arrebata sea esta sencilla versión, que debe ser una de sus primeras, del gran romance de Rosalía:

Cuando pienso que has huido,
sombra negra que me asombras,
al pie de mis cabezales
te veo haciéndome mofa.

Cuando imajino que huiste,
por el mismo sol te asomas,
y eres la estrella que brilla
y eres el viento que sopla.

Si cantan, tú eres quien cantas,
si lloran, tú eres quien lloras,
y eres murmullo del río
y eres la noche y la aurora.

En todo estás y eres todo,
para mí y en mí tú moras,
nunca me abandonarás,
sombra que siempre me asombras.

jueves, 11 de enero de 2007

La puerta secreta


Río sin orillas, puerta sin llave. Preparo una clase de Literatura. El protagonista de El cuento del Grial, aún sin nombre, deja la corte del rey Artús para volver a su casa, donde confía encontrar a su madre, sin saber que ésta ha muerto de dolor por su ausencia. En el camino, topa con un río de aguas rápidas y profundas, sin vados, puentes ni barcas. No logrará pasar.

Meses atrás, le daba vueltas a un par de coplas populares, y ahora vuelven, plenas de sentido.

¿Cómo quieres que vaya
de noche a verte
si hay un río en tu puerta
y no tiene puente?

*

Una vez que fui a aceitunas
con unas aceituneras,
me hicieron pasar el río
sin puente y sin pasarela.


El poeta (casi) inédito lleva más de un año pensando si llama o no a la puerta que podría ocultar lo que desea. Esta noche ha sentido que ya no tenía opción: intentarlo se había convertido en una necesidad. La carta está echada. En breve, las aguas se abrirán o se lo llevarán por delante.

miércoles, 10 de enero de 2007

Agua pasada



Te lavaste las manos

y nos tendiste el agua
para que la bebiéramos.
El camino se parte y el fin
es hoy una alimaña de dos rostros
igualmente imposibles.
Inútil preguntar: todo se acaba
y empiezan las rebajas: tu respuesta.

martes, 9 de enero de 2007

El Parque

Con aquél, dos vídeos cientovolanderos. El que cierra este martes lo grabó Carlos, buen amigo, la última vez que estuvo por aquí.



Recuerdas cuando eras pequeño
y el mundo apenas algo más
que un parque abierto por reformas,
columpios que se van
al cielo a descansar.

Voy por la acera de los tontos,
la sombra va quedando atrás.
No hay sitio para indecisiones:
los bichos y el dolor
se funden bajo el sol.

Cambiando cromos con el tiempo
repaso fotos por tomar.
De un lado al otro del espejo
tu amor y mi amistad
se acercan y se van.

Recógeme cuando me caiga,
regálame una talla más.
Mañana pasaré a buscarte,
iremos a jugar
si logras despertar.

lunes, 8 de enero de 2007

Licencia Paracelso


...Pero también está lo dulce de esos poemas incógnita, que nunca das por terminados. Sus variantes dan fe de iluminaciones pasajeras, provisionalidades redentoras que te devuelven al mismo punto, imperfecto pero vivo. Venga o no el milagro, reescribir es mantener la puerta abierta.

Licencia Paracelso

Un soneto me manda hacer Violante...
(Lope de Vega, La niña de plata)

Un soneto se presta a violaciones.
Su cuerpo se insinúa aunque esté quieto.
Ansioso de airearnos su secreto,
se viste con escuetas convenciones.

Los reyes sueñan con revoluciones.
Toda madera aguarda su Gepetto.
Al dios de la palabra, analfabeto,
le gusta agazaparse en los rincones.

No temas adentrarte en lo prohibido.
Los pasos que se apartan de la vía
conducen, dijo Blake, a la experiencia.

Hay algo entre el impulso y el latido:
la norma que prescribe la licencia;
la costra que insinúa su ambrosía.


domingo, 7 de enero de 2007

Soneto de añoranza de la sombra


Educativo pero doblemente amargo: mirar fotos de los 80 y 90 y releer los poemas que uno escribió por entonces. Las primeras, con las debidas excepciones y matices, nos devuelven cuerpos y expresiones más jóvenes y frescos. Los segundos, en cambio, envejecen cruelmente: muchos son ya ilegibles, y en otros lo que podría valer algo aparece incrustado en una masa de lugares comunes, desvaríos y excesos. Un rescate imposible. De tantísimos sonetos, por ejemplo, sólo valen dos o tres, y a lo mejor ni ésos. Hoy, a pesar de su sentimentalismo, sigo leyendo éste con cierto gusto. Ya veremos qué pasa mañana.

Recuerdas cuando amábamos la muerte,
su esmero de elegancia destructiva,
la savia del amor en la saliva
del beso que se da para perderte

y no verte ya más. Ciega la suerte
nos lava el corazón. Dos veces viva
ya no verás la niña que cautiva
jugaba de tu engaño, dulce y fuerte.

Rebosa el corazón de agua pasada
por esa piedra basta de los años.
Destruye la verdad a quien la nombra.

La fuente del recuerdo por sus caños
derrama sólo sangre congelada.
Sal tú, mi niña roja, de la sombra.


sábado, 6 de enero de 2007

La voz de nadie


Desde hace tiempo, algunos entusiastas de la Tertulia Política que celebra García Calvo en el Ateneo (todos los miércoles, a las 20:30; entrada libérrima) vienen transcribiendo lo que por allí se cuece. Aprovecho el día de Reyes para colgar estos extraños regalos:

NUEVO: 75 sesiones
(en 1 archivo rar)

Algunas anteriores por aquí, por cortesía de mi tocayo Rivero.


*

Otro curioso regalo de Año Nuevo: el periodista estrella Arcadi Espada ha restringido los comentarios de su blog, que sólo estará abierto doce horas a la semana. Eso a pesar de que ha sido la abundancia de comentarios lo que ha hecho único su espacio (si vamos al contenido, el de Azúa le daba mil vueltas).

Arcadi se riló. Como esos pueblos
que prohíben la venta ambulante
o esos bares en los que está prohibido
sentirte como en casa
o esa gente que no puede atenderte
porque está reunida. Algunos dicen
que procede un examen de conciencia
sin faltas de ortografía.
Con su pan se lo estudien. Entretanto,
seguimos donde nunca hemos estado,
que no es poco decir. El Año Nuevo
nos trajo la intemperie. Sólo queda
morirnos o volvernos primavera.

viernes, 5 de enero de 2007

La ciudad interior



Después de bastantes años sin verla, coincido en una fiesta con Eva Chinchilla, de la cosecha del 71, poeta cálida y cordial, contagiosa. Se ha ganado la vida como yo, dando clases de lengua y literatura (pero lo ha dejado, al menos de momento, por asco de corruptelas y desenfoques pedagógicos). Su labor ha dado frutos públicos: un poemario en solitario (del que resultará difícil encontrar ejemplares, me advierte), Verbo rea (Dersú Escritos, 2003) y aportaciones a dos antologías colectivas, Estruendomudo (Dersú Escritos, 2003) e Hilanderas (Amargord, 2006). Buscando en la Red versos de Eva, topo con éstos, que vienen al pelo (o me lo parece) de esas llaves de la casa deshabitada de las que hablaba el poema anterior.

Vivo en una ciudad interior,
con una familia numerosa.

Siempre hay más ciudades interiores que costeras, pero la resonancia del verso desacredita sin esfuerzo la lectura literal (salvo Venecia, incluso las ciudades costeras son un interior, un adentro donde el mar no puede entrar a su gusto). Ciudad interior sugiere un espacio realmente íntimo, privado, de la piel (o la mirada) para adentro. En principio, todos entramos (y estamos) allí a solas, aunque sospechemos (y sintamos de algún modo) que otros muchos se encuentran en las mismas, que en esto de estar a solas andamos en buena compañía. Llamamos afinidad a este paradójico estar juntos sin estarlo, implícitos, con un otro que sólo cabe hallar invisible, entrañado, u objetivado en sus señales (se acaba de ir, sí, pero puede que nos haya dejado un comentario, una nota —y tal vez le llegue nuestra respuesta). En ciertos momentos podemos vislumbrar lo que es estar de veras abandonado, radicalmente solo, en esa ciudad interior, pero, psicópatas aparte, no creo que muchos sufran (y resistan) esa experiencia. Querer a alguien, reconocerlo, implica reclamarlo y sentirlo cuando no está, contar con él para tirar adelante, como se cuenta con el lenguaje o los propios dedos. Llevar este blog me ayuda a reanimar, descubrir e incorporar algunas de esas presencias familiares sin las cuales, como a los hombres del circo de Caifás, el frío nos habría matado a los dos (criador y criatura, bloguero y blog) hace tiempo. Hay versos, como éstos de Eva, que funcionan como una llave de luz para habitaciones secretas. Desde aquí, gracias por haberles dado forma e incorporado a la red eléctrica.


jueves, 4 de enero de 2007

Glir el Olvidapasados


Uno de los mejores regalos de Año Nuevo fue una colección de viejos ejemplares de la revista literaria Argonauta, de los años 93-4, que traía consigo la simpar Eva. De los relatos y versos que he ido releyendo destaca (ya lo hacía entonces) éste de Daniel, embebido de García Márquez y Juan Rulfo, y sin embargo inequívocamente suyo. Que lo disfruten.

* * *

En los días interminables que siguieron a la desaparición del último gigante, el anciano Casimirus, llegaron a Huevonia, arrastradas por el viento, cientos de plantas corredoras que atravesaron sus calles en dirección a un lugar desconocido, seguramente remoto y difícil de imaginar, que debía existir en algún lugar de la llanura. Irrumpían de repente, venidas de la colina, y se extendían en pocos segundos por cada esquina, cada rincón, cada entraña del pueblo que se alzaba como un obstáculo en su viaje, como un lugar de tránsito obligado, pero cuyo recuerdo pronto habría de borrarse. A nosotros nos gustaba subimos a la copa de los árboles y verlas avanzar, primero a lo lejos, como un puntito en la distancia, creciendo en dirección a Huevonia; luego entre las calles del pueblo, dispersas e indecisas en busca de la salida, meditabundas a los pies de nuestro árbol, hablando unas con otras con su lengua de silbidos y murmullos. Cuando por fin salían a la llanura el viento se las llevaba, la distancia las encogía, la llanura se las tragaba. Y yo no sé si las plantas corredoras eran conscientes de ello, pero desde la rutina de ver pasar los días siempre lo mismo, con la ausencia de Casimirus mordiéndonos el alma, era hermoso jugar a imaginarse cuál sería el destino de esas plantas viajeras, y pensar que también para ellas Huevonia no era más que un puntito en la distancia.

En los días interminables que siguieron a la desaparición del último gigante, los golpes de reloj nos hacían languidecer, y entre las cuatro paredes que era el mundo sentimos claramente que el último invierno se había llevado algo más que al anciano gigante. No sé si era el tiempo así, tomado en crudo, o el insípido dolor de estar frente a nosotros mismos, con todo el tiempo por delante, como quien se sienta frente a una fuente seca y empieza a hacerse viejo. No sé si eran las horas pasadas persiguiendo a Casimirus... Anidaron garrapatas en el alma de Huevonia y nosotros, pequeños trozos de su alma, envejecimos de un golpe los años que habíamos pasado persiguiendo al gigante, que eran muchos, pero cuyo recuerdo hasta entonces nos había parecido diminuto, acaso porque también los recuerdos se alejan. Sólo entonces comprendimos que Huevonia y Casimirus fueron la misma cosa, sólo entonces percibimos el insípido dolor de la conciencia. Desde la rutina de ver pasar los días sin esperar nada, de estar frente a nosotros sin esperar nada, la ausencia del gigante empezó a crecer como una sombra proyectada de algún sitio, muy lejano, muy difícil de imaginar, pero cuya orientación coincidía de modo extraño con el lugar donde Casimirus fue visto por última vez. Y esa pena direccionada nos congregaba cada tarde a las puertas del pueblo, a mirar cómo venía de las montañas, a verla aparecer como un puntito, escoltada por plantas corredoras que olían a hierbaluisa y remolinos de polvo. Y era como una corriente que sólo soplaba en un sentido, que sólo dolía por un costado, que bajaba de las montañas todas las tardes para envolver de recuerdos los manantiales secos de Huevonia.

A ver llegar la pena nos sentábamos fingiendo cada tarde. Fingiendo ser más viejos y haberlo perdido todo, fingiendo no sentir nada, ser tan sólo restos de memoria a la deriva entre los restos de Huevonia. Y como cada tarde, nos sentábamos a ver la pena, y como desde el suelo no se veía bien nos subíamos a los árboles, a los tejados, a las plateas, y desde allí la sentíamos venir contando cuentos, rememorando viejas historias de cuando Casimirus era el gigante y nosotros le perseguíamos. Nada era más terrible que ser de pronto un cuento y estar allí, subido a un árbol, como un puntito en la distancia, y sentir que algo había muerto, no en Huevonia, no en la probable muerte del gigante Casimirus, sino en nosotros mismos, en los posibles asesinos del gigante Casimirus. Las plantas corredoras venían a nuestros pies. El sol en las montañas hablaba sin descanso, pero nuestros sordos oídos no querían saber nada. De repente éramos viejos, pequeños, despreciables.

En los días interminables que seguían a los días interminables, sólo había una tristeza que mereciera la pena: la de ser un puntito en la distancia, con todo lo hermoso que tiene la distancia, y saber que no ha de volverse nunca, y que las horas dulces quedan a salvo del recuerdo. Subidos a los árboles se veían mejor las plantas corredoras, se esperaba mejor la pena. Por eso cuando el Circo llegó al pueblo lo encontró desierto. Al frente iba un payaso tocando una corneta. Detrás iba un forzudo con barba pelirroja, con ojos de cansado. Pasaron por Huevonia sin detenerse, como si el pueblo no existiera. Atravesaron las paredes de Huevonia, que quizá en sus ojos seguía siendo sólo un puntito en la distancia, y se adentraron en la llanura. Al fondo, en una jaula, iba el gigante Casimirus.

Cuando Caifás vio de cerca al gigante lo primero que sintió fue una sensación de infinitos años pesándole en la espalda, de tiempo hervido en sal y piedra y de cosas que pasaron sin que nadie lo supiera. No supo adivinar por qué, pero al contacto con su piel granítica sintió deseos de llorar y treinta escalofríos se pasearon por su enorme espalda. Fue entonces que escuchó la voz del vendedor de prodigios que le decía al oído: "¡Qué, amigo, se acuerda usted de las comidas de su madre, de los parientes que se fueron, de los viejos amores...! No se extrañe. Tocar a los gigantes tiene eso, pero uno termina por acostumbrarse y al final se les puede acariciar sin miedo. No hay pena que resista a la costumbre". El vendedor de prodigios siguió hablando y Caifás notó que la tristeza remitía tan rápidamente como había venido dejándole un regusto dulce y una sensación de frío. Miró al gigante, que seguía inmóvil, y lo encontró muy viejo, excesivamente viejo para la vida del circo, y acaso tampoco necesario. Los gigantes ya no estaban de moda, ya no llamaban tanto la atención entre la gente, que por su naturaleza melancólica evitaba tocarlos para no deprimirse. Además, nunca terminaban de adaptarse a la vida en cautividad: muchos de ellos morían al poco tiempo de una enfermedad que les convertía por completo en moles amorfas de piedra gris que apenas recordaban su antigua condici6n de gigante. Los caminos estaban repletos de ellas.

Caifás miró al gigante, que seguía inmóvil, y pensó que era mejor comprar otro prodigio, quizá un toro bicéfalo o un tigre de dientes de sable, o un jabalí de oro o un ciervo milenario, o quizás esperar a que trajeran a otro gigante más joven, pero el vendedor le advirtió: "No habrá más gigantes, nos han prohibido cazarlos. Decían que se estaban extinguiendo y decidieron cerrar la veda. Por eso nos dimos prisa en coger a éste, que además era el último que quedaba, antes de que empezara la prohibición. Ya no hay gigantes en libertad y además está prohibido cazarlos. No va a ser fácil que traigan otro". Caifás miró al gigante y pensó que era mejor comprar otro prodigio, y luego miró a su alrededor, por la tienda de prodigios, y nada le pareció tan prodigioso como aquel gigante triste. Quizás porque sus arrugas veteadas le recordaban las puestas del sol del laberinto. Quizás porque de verlo aparecer en la distancia, siendo niño, corriendo entre las plantas corredoras, cuando su hermana saltaba de la carreta y les decía: "Ahí va Casimirus a toda mecha, ahí va Casimirus" y se quedaba mirando absorta mientras la caravana seguía su marcha. Y no se movía hasta que el gigante se dejaba de ver. Y regresaba ensimismada y repetía: "Ese era Casimirus. ¿No es divino verlo?". Desde entonces vivió en Caifás algo de la admiración de su hermana por el gigante, y después, cuando ésta murió de un mal que siempre tuvo y la enterraron al pie del camino, al alejarse la caravana creyó ver Caifás como si el gigante se acercara a la tumba y se sentara allí, pero no pudo asegurarlo porque aún tenía lágrimas en los ojos y estaba anocheciendo. Desde entonces vivió en Caifás, junto al recuerdo de su hermana. el recuerdo del gigante; y algunas tardes, cuando el fuego ya ardía entre las piedras y se contaban historias, él se alejaba del grupo y se ponía a otear por si veía aparecer a Casimirus. y algunas veces le vio, aunque no muchas. Y trató de seguirlo a pie, e incluso montado en cebra, pero era imposible siquiera acercársele.

Y ahora de verlo allí, en la tienda de prodigios, sintió que algo de su hermana vivía aún en el gigante. Tomó de nuevo la mano de Casimirus y la vio a ella. Un dolor lo estremeció de arriba a abajo. Escuchó la voz del vendedor: "¡Qué, amigo, una herida de las que no se cierran!".

Al salir de la tienda ya era de noche. El vendedor de prodigios les acompañó a la puerta y besó el rostro de Casimirus. Lugo dijo: "Cuídele mucho". A lo lejos se divisaban las hogueras de los circos. Caifás preguntó: "¿Y cómo hicieron para atraparlo?". El vendedor de prodigios respondió: "Lo mejor es una tumba en un sitio apartado. Se comen a los muertos, ¿sabe?".

* * *

Glir alzó la vista y vio a lo lejos la brumosa figura del gigante que se acercaba a zancadas lentas y espaciadas, inclinando a un lado y a otro su pesada mole del color de la piedra. Mucho antes de que llegara al circo, su sombra había cubierto por completo la explanada. Glir, sentado en un peñasco, con el libro entre las piernas, empezó a sentir frío. Cogió la pluma y anotó: "Esta mañana Caifás ha regresado y traía un gigante. Lo ha metido en la jaula de osos y ha colgado en la puerta un letrero: 'CASIMIRUS'. Luego ha ordenado que le dieran de comer y se ha encerrado en su carreta".

Los habitantes del circo bailaron excitados alrededor de la jaula aguardando a que el gigante diera señales de actividad. Algunos llevaban platos de comida con los que trataban de llamar su atención, pero otros portaban látigos y fustas y sonreían esperando su momento. Sólo Glir permanecía sentado en su peñasco, con el libro abierto entre las piernas, atento al mismo tiempo a la lectura y al gigante. Tomó la pluma y anotó: "Le hemos llevado dulce de avellana y leche con almendras, pero no los ha querido. Se ha limitado a mirar los platos, y luego a nosotros, y luego se ha sentado a ver la lluvia, que había empezado a caer en gotas menudas, y su mirada se ha perdido sin remedio".

Los habitantes del circo empezaron a impacientarse, en parte porque llevaban varios días aguardando el regreso de Caifás, que había partido, como siempre que moría alguien, en busca de algún prodigio, de algún sueño que añadir a la lista interminable de sueños encogidos y promesas sin cumplir, de amores enterrados y pastel de lagartija, de sacos de memoria que pesaban como el plomo. Y es curioso, pero cuanto más tardaba Caifás, más difícil era saber si uno estaba impaciente o simplemente estaba muerto, sin pulso en el cuerpo y sin ganas de vivir, como se quedan los muertos, y ya decía uno que no se encontraba bien, que se notaba raro, como caminando en sueños y devolviendo acetona, como con una sensación de pérdida irreparable, de frío en las costillas y tareas a medio hacer, y ya decía uno que no era bueno haber dejado de soñar, pero cuando se vive en el pais de los sueños se hace difícil soñar nada, el tiempo se nos pega a los sudarios mientras nos dejamos la ilusión por las esquinas, mientras aguardamos el regreso de Caifás, que sabemos que viene de camino porque la sombra del gigante ya ha cubierto la llanura.

Los habitantes del circo no tardaron en sentirse desdichados. Entonces percibieron lo insignificante que era el gigante en comparación con la propia tristeza, y lo que puede llegar a crecer un mal recuerdo, y sintieron que el pasado les pesaba como vidas enteras, y que ningún gigante iba a poder con eso, y regresaron a sus carretas entre picores de espalda y un malestar de ojos cansados y lombrices en el pecho que no les abandonó hasta que se durmieron. Sólo Glir permaneció junto a la jaula. Sin pasado. Sin recuerdos. Con la única certeza de estar allí, pero sin nada más. Con un libro entre las piernas donde iba anotando las cosas. Con la imprecisa sensación de pérdida que siempre le acompañaba, y que arrastraba a sus espaldas como un inmenso manto de oscuridad. Tomó la pluma y anotó: "Todos se han ido. Aburridos por la inmóvil voluntad de Casimirus y por los días de inactividad, vencidos los brotes de tristeza y por la incapacidad, innata en casi todos los hombres, de convivir con su propio silencio, cansados de no hacer nada y de que todas las tardes, a la misma hora, se' ponga a llover aguanieve" .

Los habitantes del circo se esfumaron barridos por la lluvia. Glir los olvidó enseguida. Se quedó junto al gigante, y cuando sintió que no recordaba qué hacía allí abrió el libro y leyó: "Esta mañana Caifás ha regresado y traía un gigante...”. Cerró los ojos y repitió: "Esta mañana Caifás ha regresado y traía un gigante". Luego las sombras lo envolvieron, pero no se movió de donde estaba. Ni siquiera cuando el recuerdo se disipó por completo y no supo ni cuánto tiempo había pasado, ni si siempre había estado allí, ni por qué leía ese libro. Entonces abrió el libro y fue leyendo: "... hay una enfermedad de la tristeza que ataca a las tripulaciones de los circos, que consume los cuerpos sin remedio y atrae a los gigantes a su paso".

Entretanto, Casimirus iba languideciendo, como si un hambre de siglos le devorara por dentro, como si un gran vacío le succionara la existencia hasta dejarlo reducido a un puntito en la distancia. Pero Glir no se dio cuenta. Hacía tiempo que había olvidado que era un gigante. De Casimirus sólo quedó su sombra, que aún cubría por completo la llanura.

Así supo Caifás que la enfermedad había vencido, y que ni siquiera un gigante podría comerse tanta pena. Salió del carromato y vio su circo. La ruina ya empezaba a transformarlo, a hacerlo más pequeño y silencioso, más parecido a un sueño. Y cuando Caifás se perdió en la noche, hundido en los pensamientos que tanto le atormentaban, sólo Glir permaneció donde estaba, sentado al pie de la jaula, incapaz de recordar qué hacía allí, sumido en la lectura del libro que había en sus manos. Y aún se quedó así varias horas, hasta que el sueño le venció. Y mientras se dormía iba pensando: " .. .el dolor de morir cada noche, de no ser capaz de conservar ni el recuerdo de sí mismo..."

Cuando el jilguero cantó en las estepas de lo que fuera Huevonia, Glir despertó en el suelo, arropado por la manta que Mica, la escocesa, le había echado por encima. Abrió los ojos y se encontró los cadáveres y las ruinas extendiéndose hasta donde alcanzaba su memoria. Vio al gigante a su lado, mordiendo la caheza de Caifás. Entonces anotó: "El gigante se los ha comido a todos. Ha roído sus huesos sin impaciencia hasta dejarlos limpios y amarillos. Y mientras comía iba creciendo, y se hizo enorme, y cuando terminó con el último se fue, dejando a sus espaldas un rastro de esqueletos".

Glir, el Olvidapasados, se alejó pensando que nunca olvidaría lo que había visto, pero antes de perderse en la distancia ya iba silbando abiertamente.

lunes, 1 de enero de 2007

Soneto por Año Nuevo


Estupenda fiesta al chocolate para recibir el Año Nuevo. Más casera que otros años: se echa de menos el paseo por la nieve, los árboles, la piedra. Como siempre en estas fechas, concurso de poemas y relatos. La fiesta fue lo suficientemente buena como para no recordar qué poema ganó. No me extrañaría que hubiera sido éste.

No dejes que mi amor te tienda lazos
ni mires hacia atrás, esta corriente
parece mucho más, y es simplemente
que a veces la ilusión tiene otros plazos.

Dejemos escapar ciertos abrazos.
Nadie puede inventarse lo que siente
ni debes dibujarlo nuevamente
tan solo porque yo cambie unos trazos,

tan solo porque yo te escriba versos,
la mano que ahora escribe no sabía
que cada corazón tiene su entrada.

Mueren y nacen nuevos universos
mientras te digo adiós, pero algún día
seguro que me quieres más que a nada.

(Daniel)