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miércoles, 8 de marzo de 2017
Hasta luego, Isabel Escudero
Ahora que todo el mundo saquea el artículo de Wikipedia sobre Isabel para sus necrológicas, no puedo evitar sonreír cuando llego a la parte que dice 'en colaboración con García Calvo intervino en numerosos foros'. La sonrisa es porque yo escribí esa frase —que en su redacción original, luego atemperada, decía: 'En colaboración, no siempre apacible, con Agustín García Calvo'. Y en ese 'no siempre apacible' se resumía también mucha verdad de aquel amor de tantos años, dialéctico y guerrero, indomable y cabezón. Pienso que es esa guerra la que la muerte no podrá dar nunca por concluida a ciencia cierta. Que las cosas de ambos, y las de entrambos, seguirán dándonos guerra, levantándonos de la cama para coger la guitarra, tirándonos de la lengua, haciéndonos llorar y meditar y descreer como solo ellos sabían. Que nunca nos deje, amigos, su compañía siempre cordial —pero casi nunca apacible.
domingo, 27 de noviembre de 2016
Donde acaba mi casa
'Los vivientes'. Así llamaban los egipcios a los muertos que no morían por segunda vez en el Más Allá, sino que permanecían activos de algún modo desde su nueva patria. Así se llama también la sección séptima de El agua siempre encuentra su camino, el libro de versos que presenté ayer, 26 de noviembre, en la Fundación Concha de Navalmoral de la Mata con un reparto de lujo: Mari Cruz García en nombre de la Fundación; el gran poeta talabricense Alfredo J. Ramos, cuyo sermón (que podéis leer en su blog) iluminó de forma perdurable el libro; y algunos de los amigos músicos (Luli, Fátima y Juanfran), reunidos esta vez con el nombre de El Grupo En Ciernes. Gracias también a los amigos de la librería El Encuentro, que vendieron a quien quiso adquirirlo un ejemplar del poemario.
Alegre fue la mañana, y con todo, no dejaron de evocarse y hacerse presentes a su manera algunos de los difuntos queridos que pueblan el libro: los maestros Agustín García Calvo y Antonio Hernández, Aker; el siempre gentil Leonard Cohen, cuyo sombrero (sort of) adornaba la mesa (y a ratos mi cabeza); el buen Alfonso García Pecharromán, al que la corriente implacable condujo en plena juventud al otro mundo; y algunos fantasmas aún más íntimos y cercanos que prefieren no andar en boca de nadie.
'Hemos perdido el alma', dictaminábamos Alfredo y yo a los postres, hablando en nombre de todos, por mí y por todos mis compañeros; y lo decíamos pensando en el continuo entretenimiento, la programación 24 horas por todos los medios y sobre todos los asuntos, que deja poco o ningún espacio para la formación y exploración del mundo interior de los que nos siguen, y a menudo tampoco nos lo permite a quienes sí vivimos una vez el ensimismamiento en nuestra niñez y adolescencia, pero vamos olvidándolo. Quizá el sino del alma es siempre estar de paso, a punto de desaparecer. Piensa uno en los elfos partiendo a los Puertos Grises.
'Noviembre es el mes de los muertos, el mes de Sokari', me recordaba esta mañana Aker, en uno de esos mensajes directos que me envía a veces y que aparecen escritos tal cual en mi mente, con su sintaxis y su caligrafía. Y no era por asustarme por lo que lo decía, sino porque entendiera mejor por qué entre tanta y bien fundada alegría pugnaba ayer por momentos por acallarme una incurable melancolía, que se sonreía al saberse ocasión y causa profunda de su contraria.
Se canta lo que se pierde, decía el papagayo verde de Machado, y con él el maestro Agustín (solo de lo negado canta el hombre / solo de lo perdido). Cabe añadir que se canta para no perderlo del todo; para no perderse en el todo (que es la nada) y conservar, cifrados en palabras, notas, silencios, unos pocos instantes que queremos tener siempre a mano.
Cuatro canciones sonaron ayer, que eran otros tantos poemas del libro. Traigo para empezar esta (gracias mil a Ana, Minerva, Pablo y Miguel por grabar las actuaciones y hacer fotos), que en el libro se llama Que yo no sé cómo llamarte, en homenaje a una de las canciones de Luli que aparece en el único disco de Ciento Volando, Por amor a lo que venga. Pero ella, gentilísimamente, le puso a su vez música al poema, y como canción (preciosa canción, entre ranchera y sirtaki) su título es otro: Donde acaba mi casa.
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sábado, 29 de octubre de 2016
La Rosa Por Defecto, número 2 (1995)
En mayo de 1995 volvimos a la carga con el fanzine, pocos meses después de su debut (en el que no aparece consignado el mes, pero que debió de ser por marzo, por mi cumpleaños). Repitieron muchos de los colaboradores (por orden de aparición: Rafael Herrera, Ricardo Pérez, yo mesmo, Daniel Martín, Sergio Herrero, Eva Fernández, Alfonso García Pecharromán), pero además tuvimos dos estupendas traducciones en verso, de Hoffmannsthal y Nikos Cavadías, obra (respectivamente) de Ana Leal y Rafa Herrera.
En este número apostamos fuerte, por lo que fuera, por los sonetos, dando lugar a una observación un tanto desesperada de Agustín García Calvo, que dijo poco después a quien quisiera oírle que además de sufrir durante años la 'retórica oficial del endecasílabo' a la que se alude en el editorial, ahora encima teníamos poetas que no sabían componer sonetos decentemente. Y, en verdad, estábamos aprendiendo (en público, según la doctrina que el punk nos legó a todos) y alguna torpeza sí se aprecia —aunque no faltan en el número sonetistas cumplidos o, al menos, prometedores.
El poema de Cavadías, vertido esmeradamente por Rafa Herrera, es el responsable inmediato de que me haya decidido a desenterrar el fanzine: esta semana me lo pidió mi amigo Emiliano para compartirlo con una amiga, y me conmovió que estas alturas recordase que se había publicado alguna vez en alguna parte.
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jueves, 27 de octubre de 2016
La Rosa Por Defecto (en la boca del asno)
Era 1995 y yo comenté con mi amigo Antonio que sería lindo editar un fanzine de poesía. Como tantas veces en el curso de nuestras vidas, lo que en mis labios era solo un deseo, seguramente condenado a vivir y morir como tal, se hizo tangible en pocos minutos en cuanto el chache se puso a ello y desplegó esa magia que le ha hecho justamente célebre como domador de procesadores de texto, programas de edición y cualquier otro software capaz (en sus manos, claro) de hacer virguerías.
Pensando sin duda en la novela de Umberto Eco, que aún quedaba cercana, le puse al fanzine La Rosa Por Defecto (con la coletilla 'en la boca del asno' se convirtió luego en el título del programa de radio que hice con otro amigo, Alfonso, en Onda Verde, un empeño que alguna vez habrá que rescatar también).
Mi idea es subir todos los números del fanzine que se publicaron. En este que enlazo, digitalizado en formato PDF, hay, por orden, textos de Agustín García Calvo, Sergio Herrero, Ricardo Pérez, Daniel Martín, yo mesmo, Eva Fernández Rodríguez, Marta Fuentes, Rafael Herrera, Antonio Hernández Marín (aka Aker) y dos anónimos del siglo XVI recopilados por Alfonso García Pecharromán.
Respecto al contenido, por la parte que me toca habría tanto por lo que excusarse que prefiero ni intentarlo. Tengan Vds. paciencia —y, por qué no, también buen provecho.
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domingo, 14 de agosto de 2016
La Realidad no es todo lo que hay (García Calvo, tr. Juan Bonilla)
En los medios al uso, seguramente nadie ha escrito más a menudo sobre Agustín García Calvo en los últimos años que Juan Bonilla. Su relación con el maestro es entrañablemente edípica: casi nunca lo alaba sin lanzarle un pellizco; ni se burla de él sin reconocer, de antemano, su admiración incondicional. En su último libro de versos, Poemas pequeñoburgueses (Renacimiento, 2016), que me descubrió (como tantas cosas buenas) Víctor Peña Dacosta, abundan las referencias, unas veces al maestro y otras, sin nombrarlo, a cosas que él solía repetir (la Realidad no es todo lo que hay, el Futuro es el reino de la Muerte). Traigo este poema, que es la alusión más directa; pero ya digo que a lo largo del libro hay mucho Agustín metabolizado.
LA REALIDAD NO ES TODO LO QUE HAY
A ¿Agustín García Calvo?
La realidad no es todo lo que hay.
Tiene grietas y heridas.
Si te asomas verás cómo debajo
Va fluyendo la vida.
La de verdad, sin tiempo,
sin futuro rindiéndote a su suerte.
La realidad es el viejo refugio
de tu muerte.
Pero debajo, bien lo sabes tú
que eres un yo que me hace tú a mí mismo,
vibra la vida a salvo, niña ebria,
invitándonos a la fiesta del abismo
donde ser y no ser bailan dichosos
sobre nuestras futuras tumbas,
volviéndonos un mero estar, no es tarde
para abolir cualquier pregunta
que sólo quiera darte realidad,
sin decirte nada de ti,
transformarte en sombría identidad.
No hay más porqué que el porque sí.
La realidad no es todo lo que hay.
Lo sabes bien, es la verdad sencilla.
Por debajo la sientes, vibra y fluye ,
ajena al tiempo, nuestra vida.
sábado, 19 de diciembre de 2015
La Navidad como relato
Las buenas gentes que organizan cada año el certamen de relatos breves de Navidad de Radio Navalmoral me invitaron a decir unas palabras en el acto de entrega de los premios del certamen, que se ha celebrado esta mañana en la Fundación Concha. Y esto es lo que les he contado, más o menos, por si a alguien que no estuvo le apeteciera leerlo.
*
Invitar a un filólogo a hablar siempre tiene sus riesgos. Primero porque siempre es peligroso darle la palabra a alguien que, como avisa la etimología, adora las palabras: ¿sabrá pararse a tiempo? Pero también porque, dado su oficio, es probable que más que hablarnos de las cosas, termine hablando de las palabras que las designan. Puede que, como estamos hoy aquí para recordar el nacimiento del Verbo mismo, del Logos (En el principio era el Verbo: o sea, la palabra, dice el comienzo del Evangelio según san Juan) , y para celebrar el uso diestro de las palabras que han demostrado los ganadores de este concurso, este centrarse en las palabras resulte más perdonable que en otras situaciones.
Además de relato, la palabra que nos reúne hoy es Navidad: una palabra singular, sin duda; como singular es el relato al que se refiere. En una canción suya, El Cromosoma, advertía Javier Krahe, muerto en julio de este año: Hace tiempo no juego al acertijo / tan esdrújulo de un Padre y un Hijo / y una blanca paloma. Desoyendo su ejemplo, yo vengo a invitarles a jugar a este peculiar acertijo que nos plantea cada año la aparición de una historia sagrada, de una leyenda o un mito, en mitad de nuestra vida cotidiana.
Durante estos días, criaturas que pertenecen durante el resto del año a las páginas de un Libro (el Libro Sagrado) o al imaginario entran en nuestros cuartos por la ventana o la chimenea, en un juego de máscaras donde no se sabe tan bien como se cree si son los padres quienes fingen no ser ellos mismos o si son los Reyes Magos quienes recurren a los padres, como un personaje recurre al actor que habrá de representarlo. Al final del día, ¿qué actor se cree más real que el personaje que él ha encarnado esta noche, pero que mañana tomará otro cuerpo y otra voz sin dejar ser el mismo? Los actores pasan; los personajes permanecen.
Na(ti)vidad (¿quién no conoce alguna Nati, Natalia, Natasha o Noelia?) significa nacimiento (es la misma raíz de nativo y de nacer). Un comienzo, un nacimiento. (Que contrasta con aquel otro Re-nacimiento del que hablan los manuales de historia o de arte, en el que los que renacieron fueron precisamente los rivales de Cristo, los dioses paganos; con la Reinaixença catalana o el Rexurdimiento gallego, abuelas a su pesar del nacionalismo que sufrimos hoy tan agudamente; y con las múltiples formas de revival características de una sociedad obsesionada con la explotación comercial de la nostalgia.)
He aquí dos términos qui vont très bien ensemble: la Navidad y la invención literaria de autores que, en muchos casos, está naciendo a la literatura, bien porque sean estas sus primeras letras o porque sea la primera vez que las sacan a concurso público, como alguien que lleva por primera vez a su hijo a la plaza. [Aquí me corrijo a posteriori: los dos ganadores han sido autores conocidos, de largo ejercicio.] También su obra es resultado de un matrimonio misterioso: es suya, de quien la firma —pero algún papel tiene en ella ese factor misterioso que llamamos inspiración, la ocurrencia, algo que de repente está ahí sin que sepamos muy bien de dónde ha salido.
Si lo recordamos (y premiamos) es porque se trata del nacimiento de alguien (o algo) excepcional. Un nacimiento que, como el del sol, aunque viene a traer la luz acontece en la noche, en el misterio y casi en la intemperie, en un establo que quizás es una cueva. [En alemán, el nombre mismo de la Navidad contiene la palabra noche: Weihnacht, Noche de bendición.] El niño que nace el 25 de diciembre vivirá gran parte de su vida de incógnito, sin revelar abiertamente su naturaleza, aunque desde el principio haya signos (la estrella que conduce a los Magos hasta Belén, la conversación del niño con los rabinos de la sinagoga, los milagros —y al fin, su muerte y resurrección) que indican que se trata de alguien muy especial, hijo de Dios, quizá Dios él mismo. También el que concursa suele hacerlo desde el anonimato, y solo el éxito lleva a que se abra la plica del ganador y se revele su nombre.
Hay resonancias de otros nacimientos: el del sol y el de la palabra misma. No es casualidad que los Reyes Magos vengan del nacimiento del sol, del Oriente; y tampoco (aunque quizá se le haya dado importancia excesiva) que la fiesta de Navidad viniera a celebrarse por las mismas fechas en que los romanos del Imperio celebraban el nacimiento del Sol Invicto. Todo héroe, ya lo hemos dicho, es solar —aunque no en el sentido reductor en que pudo creerlo algún sabio del XIX.
Quien nace, en fin, es el Verbo, el Logos; como nace en cada niño que se lanza a decir la primera palabra, sea esta mamá, papá o, como sostenía mi querido maestro Agustín García Calvo, alguna forma de la negación: ¡no! Como escribe Rafael Sánchez Ferlosio:
Nace el Niño Negativo:
Nunca
Nadie
Nada
No
Las propias palabras infancia e infante contienen a la vez la negación y la raíz del verbo hablar (fari). El niño es el que no habla; pero también el que dice no. Y en ese no está ya la raíz del lenguaje, ese curioso primo de los dientes que, como estos, también nos acaba saliendo a todos. Porque el niño aún no es nada, no es nadie, puede llegar a ser todo, a ser cualquier cosa: lo mismo que la página (o la pantalla) en blanco donde adviene la primera palabra, sea esta el título o el nombre del protagonista.
También hay resonancia en nuestra historia de otras historias en que una mujer mortal recibe la visita de un dios, convirtiéndose así en madre de un niño que no tiene, sin embargo, un padre visible entre los humanos —aunque a veces no falte un padre putativo o supuesto que lo cría como suyo. Acude enseguida a la memoria el caso de Heracles (Hércules), hijo de Zeus y Alcmena, criado sin embargo por el marido de esta, Anfitrión. En historias posteriores también encontramos el patrón: Merlín, por ejemplo, es hijo de una princesa virgen que recibe en la soledad de su celda, de noche, la visita de un espíritu que la deja embarazada de un niño sin padre.
Aunque normalmente el padre divino deja embarazada a su amada siguiendo el protocolo habitual en los mamíferos, no falta algún ejemplo en que la concepción tiene lugar de modo prodigioso: Dánae, por ejemplo, encerrada en una celda con la única compañía del rayo de luz que entra por una ventana, ve un día cómo ese rayo se transfigura en una lluvia de oro, por obra de la cual queda embarazada de Zeus y dará más adelante a luz al héroe Perseo.
¿A qué viene al mundo el bebé que nace de esta singular manera, de la unión de un dios y una mortal? Viene a quitar el pecado, el mal, del mundo. En los mitos este mal que el héroe viene a aniquilar suele tomar la forma de un monstruo o una fiera: la Gorgona que mata Perseo o la Hidra, el León de Nemea o el jabalí de Erimanto de Hércules. Pero en los trabajos de este encontramos ya variantes que apuntan hacia algo más abstracto: uno de sus trabajos es limpiar la suciedad que ha ido acumulándose durante años en los establos del rey Augias (cosa que hace, sin mancharse las manos, desviando un río, el Alfeo, para que sean sus aguas las que borran la impureza: uno piensa en el agua bautismal que borra el pecado ancestral de cada niño); otro de sus trabajos es descender al mundo de los muertos, al Hades, como hicieron también Orfeo, Ulises y Eneas, y como hará también Cristo cuando baja a los Infiernos, al Sheol, a liberar las almas de los justos que yacen allá (triunfando donde fracasó el pobre Orfeo, que también bajo allí a liberar un alma, la de su amada Eurídice).
Aunque Cristo vence también a criaturas malignas (por ejemplo,a los demonios a los que obliga a salir del cuerpo de los hombres a los que habían poseído, metiéndose en cambio en el de unos cerdos), su victoria sobre el mal es de otro tipo, más profundo. Antes mencionaba a Krahe; otro muerto insigne de estos días (4 de noviembre) ha sido el francés René Girard, un antropólogo enamorado de la historia de Cristo. Creo que él acertó, mejor que nadie que yo conozca, a señalar cuál es el mal que vence Cristo: la tendencia humana a replicar el mal que recibimos, a hacer mal a los que nos lo hicieron (¡empezaron ellos!). Girard señaló que una vez que una persona hace mal a otra, esta se siente obligada a vengarse, y de este modo donde hubo una sola acción malévola, violenta, termina habiendo toda una cadena de ellas: pues cada una de las personas que es ofendida, herida, tiene parientes y amigos que se sienten ofendidos también, y obligados al odio. Los agredidos devienen agresores, y viceversa, en un círculo vicioso infernal. Al dejarse matar siendo inocente, al predicar el amor a los enemigos, el perdón de las ofensas y la renuncia a arrojar la primera piedra, Cristo viene a poner fin a a esta cadena de agravios mutuos (la tristemente célebre Ley del Talión) con el perdón que extingue todas las responsabilidades y las borra, como el río Alfeo se llevó consigo toda la porquería acumulada en los establos del rey Augias.
Es interesante preguntarse dónde está escrito exactamente este relato que convertimos en auto sacramental colectivo cada Navidad. La respuesta evidente es la Biblia, el Evangelio. Pero es bueno recordar que muchos de los detalles más significativos de la tradición navideña (los nombres de los Reyes Magos, por ejemplo, e incluso su número y su naturaleza de Reyes) no aparecen en el texto sagrado, sino que forman parte de una tradición más amplia donde la frontera entre lo culto y lo popular, y entre lo ortodoxo y lo herético, es a menudo dubitativa. Dentro de los Evangelios que no hallaron sitio en el Canon, en la Biblia, los llamados apócrifos, hay algunos relativos al nacimiento y la infancia de Cristo, y es en ellos donde aparecen muchos de estos detalles.
Otros elementos clave de nuestras Navidades, como Papá Noel (y su alter ego anglosajón, santa Claus) o el árbol de Navidad no aparecen ni siquiera en esos relatos que se pueden considerar hermanastros o hijos naturales de la Biblia. Su incorporación a la celebración de las fiestas es reciente y no se sustenta en el texto bíblico, aunque en Francia, por ejemplo, Papá Noel y el pequeño Dios recién nacido llegan a formar en cierto modo una familia: el bon homme Noël (nuestro Papá Noel) es como un desdoblamiento al otro extremo de la vida (la ancianidad) del petit Noël, el niño recién nacido.
Confirmemos, de paso, una sospecha de todo niño y adolescente: no es casual la coincidencia que se da entre el reparto de regalos (o de carbón) en Navidad y Reyes Magos y el de buenas o malas notas que tiene lugar unos días antes en colegios e instititutos. Los personajes que repartimos regalos o castigos, aprobados o suspensos, a los niños en estas fechas actuamos como jueces interinos, anticipando el juicio por excelencia, el Juicio Final que tendrá lugar tras la muerte.
Pero temo, con razón, que me estoy extendiendo demasiado. Después de todo, a un concurso de relayos breves no le corresponde una presentación extensa. Voy a recordar, pues, solo un microrrelato (que es también un villancico popular) y un villancico literario, culto. El microrrelato es un un villancico gitano, que me parece imposible superar como síntesis de todo el Evangelio. Como todos los villancicos, habla del nacimiento de Jesús, pero incluye un tremendo spoiler que nos envía al final de la historia, a Semana Santa: Esta noche nace el niño / que ha de morir en la Cruz. [Así lo recordaba de memoria; buscándolo ahora en la Red encuentro esta otra versión: ¿De quién será ese niñito / que está vestido de azul? / Es el hijo de María / que ha de morir en la cruz.]
El villancico es de una autora que murió hace ya algunos años (en 1998), pero que está vinculada a la infancia de muchos de nosotros, y a la de nuestros hijos, que siguen leyéndola con placer. Me refero a Gloria Fuertes, que escribió este villancico, al que puso música magistralmente Paco Ibáñez. Dice así:
Villancico
Ya está el niño en el portal
que nació en la portería,
San José tiene taller,
y es la portera María.
Vengan sabios y doctores
a consultarle sus dudas,
el niño sabelotodo
está esperando en la cuna.
Dice que pecado es
hablar mal de los vecinos
y que pecado no es
besarse por los caminos.
Que se acerquen los pastores
que me divierten un rato
que se acerquen los humildes,
que se alejen los beatos.
Que pase la Magdalena,
que venga San Agustín,
que esperen los Reyes Magos
que les tengo que escribir.
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martes, 16 de septiembre de 2014
Ay de mi alma
Rescatan las buenas gentes de la Fundación Ramón Menéndez Pidal este romance inédito de Agustín García Calvo. Lo reproduzco, con alguna pequeña enmienda que creo razonable.
[ROMANCE «AY DE MI ALMA»]
Paseábase el rey moro
por las rosaledas blancas,
de acequias en arriates
donde se quiebra su alcázar,
por las rosaledas blancas,
de acequias en arriates
donde se quiebra su alcázar,
–Ay de mi alma–
cuando le llegaron nuevas
–ángeles las murmuraban–:
que Alá le ponía cerco,
que era su alma tomada,
–ángeles las murmuraban–:
que Alá le ponía cerco,
que era su alma tomada,
–Ay de mi alma–
que las huestes de su nombre
–pendones verdes y granas–
desparramados huían
por los campos, por el alba,
–pendones verdes y granas–
desparramados huían
por los campos, por el alba,
–Ay de mi alma–
que de la torre mayor
de la gloria y de la gala,
rendido al hambre, el alcaide
las llaves de oro entregaba.
de la gloria y de la gala,
rendido al hambre, el alcaide
las llaves de oro entregaba.
–Ay de mi alma–
Perdidos sus cien alfanjes,
narguiles de ámbar y nácar,
perdidos eran los ojos
de Aixa y de Fátima y Zaida.
narguiles de ámbar y nácar,
perdidos eran los ojos
de Aixa y de Fátima y Zaida.
–Ay de mi alma–
A las nuevas que le llegan
no sabe el rey lo que haga;
algo en él decía «sea»,
pero algo en él suspiraba:
no sabe el rey lo que haga;
algo en él decía «sea»,
pero algo en él suspiraba:
–Ay de mi alma–
«Cuántas guerras y tesoros
para alzarla y adornarla,
cuántos años de trabajos
y de músicas llenándola.
para alzarla y adornarla,
cuántos años de trabajos
y de músicas llenándola.
–Ay de mi alma–
»Le di diadema de rey,
le di por nombre Abenámar;
le dije que era y qué era
sabiendo que era engañarla.
le di por nombre Abenámar;
le dije que era y qué era
sabiendo que era engañarla.
–Ay de mi alma–
»Pero ella, en medio del sueño,
sabía bien que soñaba,
queriendo vivir, quería
saber la verdad que mata.
sabía bien que soñaba,
queriendo vivir, quería
saber la verdad que mata.
–Ay de mi alma–
»La aderecé de jazmines
y sollozos de guitarras
y le dije que era suyo
el oro, el harén, las cuadras.
y sollozos de guitarras
y le dije que era suyo
el oro, el harén, las cuadras.
–Ay de mi alma–
»Le dije que Alá en el cielo
un sitio le reservaba,
donde viviera por siempre
fiesta sin miedo y sin ansia.
un sitio le reservaba,
donde viviera por siempre
fiesta sin miedo y sin ansia.
–Ay de mi alma–
»Pero, ya que llegan nuevas
que entran a saco a la plaza,
pero ya que nada vale,
que está perdida y ganada,
que entran a saco a la plaza,
pero ya que nada vale,
que está perdida y ganada,
–Ay de mi alma–
»si Dios y yo no podemos
vivir en la misma casa,
sea Dios, que es el que es,
y yo despierte a la nada.»
vivir en la misma casa,
sea Dios, que es el que es,
y yo despierte a la nada.»
–Ay de mi alma–
lunes, 27 de enero de 2014
Cuatro poetas cientovolanderos (I). Gabriel Celaya
Habrá más, seguro —y me encantaría que los lectores del blog me ayudaran a descubrirlos. Pero cuatro no está mal para empezar: Gabriel Celaya, José Canal, Joaquín Sabina y Miguel d'Ors han publicado sendos libros (o secciones de libros) con el título de Ciento Volando, y han explorado lo que podríamos llamar la poética cientovolandera.
Paseemos, en esta entrada, por el primero de ellos.
Como mucha gente, supongo, supe del Ciento Volando de Celaya y su compañera Amparo Gastón, publicado en 1953 en Madrid por la editorial Neblí, a través del prólogo que Luis García Montero escribió para otro Ciento Volando, el de Sabina. Escribe allí (p. 7) GM:
El poeta Gabriel Celaya, junto con Amparo Gastón, publicó un libro titulado Ciento Volando (1953), con el deseo de buscar canciones en los vientos de su musa.
El título no es, como veremos, la única conexión con Sabina. Pero vamos al libro de Celaya y Gastón: ¿cómo hallarlo? Es posible, desde luego, dar con la edición original, capricho de bibliófilos. Pero hay alternativas más económicas. La editorial Visor ha publicado en este milenio las poesías completas de Celaya en tres tomos. El primer tomo incluye los versos escritos entre 1932 y 1960, así que es de suponer que recoge el libro que nos interesa; por desgracia, el libro está agotado, así que no he podido comprobarlo.
De las antologías de Celaya que conozco, la de Castalia, Trayectoria poética (1993), por otra parte muy recomendable, no trae ninguna muestra de CV. En cambio, Gabriel Celaya para niños (2011), de Ediciones de La Torre, sí trae varias canciones del libro.
Como uno no se conformaba con eso, al final he podido dar con el libro en un tomo ya antañón: las Poesías Completas de Celaya que publicó Aguilar, con prólogo de Vicente Aleixandre, en 1969 (harto incompletas, por tanto, pues Celaya siguió publicando hasta su muerte). Las páginas 1343-1342 recogen la obra y cierran el libro (dado que el tomo recoge otros libros posteriores, supongo que su posición se debe a ser una obra de autoría compartida).
Y bien: ¿qué trae o deja de traer el libro de cientovolandero? ¡Bastante! Pero antes de entrar en ello, anotemos la conexión sabinera: uno de los primeros poemas del libro, titulado Canción, se abre con el verso
Aquí donde se cruzan los caminos,
que apenas transformado (Allá donde se cruzan los caminos) abre Pongamos que hablo de Madrid, la primera canción famosa de Sabina. Teniendo en cuenta esto y la coincidencia en el título del libro, habrá que pensar que don Joaquín visitó con provecho estas páginas, en una edición u otra.
El poemario, como indicaba García Montero y confirma el título del poema que contiene el verso reciclado por Sabina, es más bien un cancionero sin música, al modo de las Canciones de Lorca o las de Agustín García Calvo. El nivel es irregular, pero hay poemas espléndidos. Este, por ejemplo, cuyos paréntesis recuerdan precisamente a ciertas canciones lorquianas (y a JRJ):
LA FABULOSA REALIDAD
¡Pero si no puede ser!
(Y fue.)
Cógelo bien, corazón.
(Ya cambió.)
Y así, perdida la cuenta,
lo real se hace poema,
signo, distancia, leyenda,
y sálvense los que puedan.
La referencia a lo inmanejable, a aquello que se da por inviable y que sin embargo sucede, pero que resulta imposible apresar, alude acaso al pájaro del refrán, que en este caso, por muy en la mano que esté, muta y se transforma en otra cosa: lo vivido se hace palabras y en la distancia que se abre entre lo uno y lo otro debe el lector moverse por su cuenta y riesgo, sin que el autor le garantice otra cosa que la oportunidad de intentar salir con bien del invento.
En todo el poemario abundan los pájaros, que representan posibilidades inciertas: el amor, por ejemplo, en la estrofa final de La institutriz:
La señorita se ha puesto
la mano en el corazón,
y su abanico apresura
un posible ruiseñor.
Además de ser el título del libro, Ciento Volando es también el título de la primera sección del mismo, de la que proceden los versos que llevamos citados. La sección segunda se llama Coser y cantar, como el libro de Isabel Escudero, quien no sabemos (se lo preguntamos desde aquí) si manejó alguna vez el de Celaya. La tercera, que lleva un título estupendo (Música celestial) incluye entre otras cosas algunas reescrituras muy divertidas de las Rimas de Bécquer, que se dirían obra de una imposible Gloria Fuertes clasicista:
Hoy el cielo y la tierra se hacen guiños.
Hoy me siento contenta y soy quien soy.
Hoy le he visto, le he visto y me ha besado.
¿Qué dirá Dios?
La cuarta y última sección, A las mil maravillas, incluye los poemas más abiertamente cientovolanderos, como este:
¡A VOLAR!
Le vi venir
y no fue así.
Le vi volar,
allá, allá.
Pajarillos, reíd,
¡volad, cantad!
Abrí la mano;
cerré; y en vano.
Muero pensando:
nada he cazado.
Pajarillos idiotas,
¡a la gloria, a la gloria!
¡La cogí! ¿Sí? ¡Pues no!
Se escapó. ¿Para qué?
Dijo abierto el amor
y no cantó el sí-sí.
Pajarillos, ¡volad!
No os dejéis explicar.
Con ese final que se hace tan agustiniano (recordemos unos versos próximos de Valorio 42 veces: No digas que sí / ni de ti ni de mí; / di que no, / di que ni tú ni yo).
Me gusta menos, pero lo traigo por la conexión explícita con los refranes y frases hechas pajariles, el titulado
LA CABEZA A PÁJAROS
Txori txoriyá,
txori choruá.
Los pájaros cantan
y Dios se calla.
Los pájaros cantores
que no cantan amores,
cantan sólo por cantar,
sin más ni más.
Txori txoriyá,
txori choruá.
Quizá no haya
que decir nada.
(Una nota piadosa aclara el sentido de los dos primeros versos, quizá populares, compuestos en vasco, que dicen en castellano 'Los pájaro-pajaritos, / los pájaros locos'.)
Me gusta más este otro, con el que cierro la entrada, y con cuyo cierre dio por su cuenta John Lennon en el subtítulo de Norwegian Wood (This bird has flown):
PIPIRIGAÑA
Jugando a los niños
—¡pípiripingo!—
te pongo y te quito.
Te engaño, te enseño
—¡pípiri!, el quiebro—.
¿Lo viste? No es eso.
La mano al derecho.
La mano al revés.
¿Lo has pensado bien?
Una, dos y tres.
¿Lo viste? ¿Lo ves?
Pues no hay más que ver.
El pájaro —mira—,
una, dos y tres,
volando se fue.
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domingo, 5 de enero de 2014
Ciento Volando (I): el refrán
Quien hace un cesto, hace ciento. Ciento viene a ser en el refranero lo que mil y una en las noches orientales, o catorce en boca de Asterión. Si no cientos, somos muchos los que hemos vuelto sobre el refrán tradicional, desoyendo su advertencia para quedarnos con el pájaro innumerable en vuelo en vez del triste que canta en la jaula o se fríe en la sartén. Por si aportara alguna luz, creo que puede estar bien recorrer la historia del asunto. Comencemos por el refrán.
1. La fórmula Más vale pájaro en mano que ciento volando parece acuñada de una vez para siempre, pero en realidad es solo una realización entre varias de un refrán tradicional, que otras veces dice, por ejemplo, Más vale pájaro en la barriga que ciento en la liga, Más vale pájaro en mano que buitre volando, Más vale pájaro en mano que volando y Más vale un pájaro en la mano que dos volando.
2. Las variantes son instructivas en varios sentidos: para empezar, muestran que el sintagma ciento volando no es central al refrán, cuyo núcleo invariable podríamos intentar trazar recurriendo a las palabras que aparecen siempre, Más vale pájaro... que... , y tratando de reducir a un mínimo común denominador semántico las variables: Más vale (un) pájaro seguro que (otro, más de uno, muchos) dudoso(s).
3. La antítesis entre el pájaro cierto y el dudoso, que da para una formulación expresiva y elegante del refrán (Más vale pájaro en mano que volando), tiende a adornarse enfatizando el tamaño del pájaro incierto o multiplicándolo. Es un movimiento curioso, concesivo, podríamos decir, pues la idea es que cuanto mayor sea el bien hipotético al que se renuncia, mayor importancia se reconoce a aquello que se prefiere: lo inmediato, lo presente. Un matemático lo expresaría mejor, pero permítanme el aproximamiento: si yo digo x vale más que y, cuanto más haga valer a y, más valdrá x.
El pájaro incierto se vuelve así dos, tres o ciento; o torna un pájaro enorme, que no cabe en la mano (el buitre). En una versión particularmente aventurera, ni siquiera es ya un pájaro: Más vale pájaro en mano que buey volando.
4. El maestro Agustín solía distinguir entre los refranes propiamente populares y aquellos otros (algo más de la mitad, decía) que se habían colado en la tradición oral, pero que provenían claramente de las clases dominantes (del enemigo,vaya). Este lo contaba entre los primeros, por su denuncia de lo futuro, lo hipotético, lo prometido: the pie in the sky, que decía el sindicalista Joe Hill, llegando por sus propios medios al mismo territorio metafórico que el refrán español. El pastel celeste, imagen del Paraíso venidero que prometen los predicadores desaprensivos, bien cebados ellos, a una masa de hambrientos cuyas tripas rugen aquí y ahora, viene a ser lo mismo que la bandeja de pájaros fritos o escabechados.
5. A pesar de todo (y a eso vamos, o iremos, en la siguiente entrega de la serie), el refrán se ha utilizado también para intentar desalentar a todos aquellos que sienten el vuelo de las posibilidades y no se resignan a apostar sobre seguro, haciendo lo que hace todo el mundo del mismo modo y a las mismas horas. Así que es normal que los que tenemos, mal que bien, la cabeza a pájaros, o al menos pájaros en la cabeza, nos hayamos revuelto contra el refrán, en el que no hemos visto (como quizá era el sentido original) un rechazo del futuro planificado, sino todo lo contrario: una afirmación del adocenamiento, de la forma establecida de hacer las cosas, como el único camino viable, y un rechazo burriciego y arrogante de las posibilidades sin límite.
Algo de esto reconocía el maestro, hablando con nosotros del tema, cuando tras afearnos la elección del nombre y reivindicar el refrán popular, se dejaba sonreír un instante y añadía: aunque no está mal del todo eso de dejar libres los pájaros, de devolverles la vida. En nuestra defensa, podríamos haberle citado sus propios versos, que tan bien musicara Chicho Sánchez Ferlosio, en los que el pájaro atrapado se convierte en símbolo de todo aquello que vive anclado por sus propias fronteras:
De la jaula aletea y sangra
el pájaro desconocido;
salir quiere y no puede,
su jaula es él mismo.
[Y aún más cerca de impugnar el refrán, el lamento que aparece en una de las canciones de Baraja del rey don Pedro, a propósito de alguien, cualquiera de nosotros, que
Por tener lo que volaba,
llenó su jaula de pájaros muertos.]
llenó su jaula de pájaros muertos.]
viernes, 3 de enero de 2014
Que vivan otros
Seguimos ensayando para el concierto agustiniano del día 11. Así sonó ayer una de mis piezas favoritas de García Calvo: la canción 23 de su Libro de conjuros, musicada por Luli.
Mira: para que me pierdas,
mira, si de mí te olvidas,
dispuesto estoy a pagarte con oro,
con sudor, con todo lo que me pidas.
Te daré lo que he ganado
y mi parte de la herencia
y más que vaya a robar a los bancos
o me presten todos los que me quieran.
Toma: tuya es esta casa
con su alberca y sus almendros,
con esta mesa en donde te escribo
y el dorado catre donde te sueño;
y te doy mis libros todos
con sus hojas perfumadas;
te doy la flor de saúco en verano
y la luna en marco de la ventana.
Todo lo que más quería
te lo doy por que me pierdas;
te doy ciudades y yeguas y hermanas,
hijos de mi amor y queridas prendas:
quítame a Malena, a Tránsito,
a Bebela, a los amigos,
a aquél que un día en mi mano lloraba,
y a Zuquita, que es la que más me quiso;
y mis títulos de gloria
te los dejo de propina,
aquel rumor de mi nombre en las plazas
y la tinta de oro con que lo impriman.
Tuyo soy: mi vida es tuya;
tuyo es todo lo que es mío: ,
mi alma entera y mi ser y persona,
toma, te Io doy: para ti: lo firmo.
Pero a cambio —te lo ruego—,
no te atrevas a los dioses:
su piel bañada en rocío, sus ojos
de becerra y águila no los toques;
a los ríos argentinos
murmullantes, a las dríades
del olmo, el álamo, el fresno, el endrino,
no les hagas daño; y a los humildes
burros que en hilera pasan
y a las nubes y al lucero
perdónalos; y las uñas de nácar
de estas manos y esos en el espejo
ojos claros no los mates;
y esta piel que huele a trigo
molido y las venas de leche que fluyen
déjalos, señora —te lo suplico:
que ésos no son yo: son masa
de los dioses misteriosos.
Oh, llévame, pero deja las rosas.
Ya que yo no puedo, que vivan otros.
domingo, 1 de diciembre de 2013
No digas que sí (Agustín García Calvo)
Ordenando grabaciones, he encontrado esta, un bonus track de la época en que anduve grabando unas cuantas de Valorio 42 veces, de Agustín García Calvo. Esta llevaba años musicada, pero nunca me había animado a darle curso. Hace unos meses la descarté, o al menos me olvidé de ella; pero ahora que la he encontrado no me ha parecido tan mala la grabación, así que la rescato. Dice el poema:
No digas que sí
ni de mí ni de ti.
Di que no,
que ni tú ni yo.
Si el arroyo supiera
que pasa y no vuelve,
no se reiría
con esos dientes.
Agua en las guijas,
que cuanto más me muero,
más maravilla.
No digas que sí.
Si supiera la nube
que el viento la lleva,
¡cómo llovería
de pura pena!
Lloros de nube,
que si le digo «Espera»,
al vuelo huye.
Di que no.
Si al jilguero le dicen
que canta lo mismo
que cantó su abuelo,
¡adiós a los trinos!
Trino y gorjeo,
que si tú no lo crees,
no me lo creo.
No digas que sí.
O si al sol le contaran
que hay mil y mil soles,
negro se pondría
como la noche.
Ay sol doliente,
que para que otros vivan
me das la muerte.
Di que no.
Y si a mí me aseguran
que tú ya eres otra,
les diré que viene
la flecha rota.
Rota la flecha,
que se me irían todas
si tú te fueras.
No digas que sí
ni de mí ni de ti.
Di que no,
di que ni tú ni yo.
sábado, 2 de noviembre de 2013
Halloween y el espejismo de lo castizo
Sobre esto de Halloween, ¿soy el único que piensa que prácticamente nada de lo que asociamos con esta fiesta es exclusivamente anglosajón, y que (casi) todo estaba ya en el folklore español (y universal)?
Si les parece, repasemos. El grupo de niños que va recorriendo las casas pidiendo un obsequio es, como poco, tan antiguo como una de las primeras piezas conservadas de la lírica popular griega antigua, la Canción de la golondrina que se cantaba en Rodas al llegar la primavera. Ha llegado hasta nosotros a través de Teognis de Rodas, un autor del siglo III o II a.C., y dice así, en la versión de García Calvo (en su Poesía antigua (De Homero a Horacio), pp. 105-6:
Ya vino, ya vino
la golondrina,
trayendo el buen tiempo
y las buenas añadas,
por el vientre tan blanca,
por el lomo tan negra.
Saca torta de higos
de esa próspera casa,
y el jarro de vino
y el cestillo de queso.
Tampoco el hornazo,
tampoco el rebojo
la golondrina
no los rehúsa, no.
¿Qué, que dices «vete» o que dices «ten»?
Sí, si algo das: si no, no te hemos de dejar.
Llevémonos la puerta o el montante o bien
a la mujer que dentro sentadita está.
Pequeña es ella: alzarla no nos costará.
Pero, si traes cosa buena,
lleves tú bienes mil.
Abrir la puerta a la golondrina, abrir, abrir:
que viejos no, no somos: niños somos, sí.
Pedazo de truco o trato. Nos hemos ido a Grecia a buscar los precedentes para que se vea hasta qué punto el invento tiene solera; pero más cerca en el tiempo y el espacio tampoco nos habría costado mucho encontrar rituales análogos. ¿No salen los mismos niños que se disfrazan por Halloween a pedir el aguinaldo por Navidad, sin escándalo de la Conferencia Episcopal? Las canciones infantiles de cuestación han deleitado a más de un etnógrafo: aquí tienen por ejemplo un trabajo sobre estas canciones en el folklore vasco. En Améscoa (Navarra), por la fiesta de san Nicolás, cantan los niños:
Angelitos somos, del cielo venimos,
alforjas traemos, turrones pedimos,
para Jesucristo que viene en el camino,
lavándose la cara con agua
rosada.
¿Y en Extremadura, aún más cerca del que esto les escribe? Pues también se ronda, se canta y se exige, claro. Por ejemplo:
Si no me das aguinaldo
al Niño le he de pedir
que te dé un dolor de muelas
que no puedas resistir.
al Niño le he de pedir
que te dé un dolor de muelas
que no puedas resistir.
¡Ay tiritití...,
¡Ay tirititando!
No ve voy de aquí
sin el aguinaldo.
El aguinaldo real
son dos libras de galletas,
un cuartillo de aguardiente
y dos turrones de almendras.
¡Ay tiritití...,
¡Ay tirititando!
No ve voy de aquí
sin el aguinaldo.
Visto que la cuestación tiene poco de exótica, ¿será entonces la costumbre de disfrazarse de animales y demonios lo que habremos tomado como tontos de los anglosajones? Pues... Ya se huelen Vds. que, sin remontarnos (por pereza) a las pinturas rupestres que representan a hechiceros vestidos del equivalente paleolítico del Jarramplas o demás espantajos populares, las mascaradas fúnebres nos pillan bien cerca. En su libro de 1947 Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo, casamiento y muerte, p. 338, Enrique Casas describe un espectáculo multimedia que deja chicas la mayoría de las macabrerías de Halloween:
En Selva del Campo (Tarragona), durante el velatorio del cadáver de un párvulo, los vecinos acuden a la casa mortuoria y hacen caretas, esto es, se disfrazan, se ponen unos dientes de cebolla, se envuelven en sábanas, apagan las luces y encienden una sartén de azufre.
Así que, dirán Vds, al final resulta que lo único netamente anglosajón era la calabaza convertida en cabeza humana, el famoso Jack O'Lantern. Pues no es por llevar la contraria, pero veamos cómo describe en 1957 Joan Amades a la Setrilla, asustaniños célebre en Prat de Comte (Tarragona):
ser extravagante que trataban de representar por medio de una cántara vieja e inservible, en cuyo cuerpo practicaban dos agujeros más o menos simétricos, que querían figurar los ojos; dentro del buche colocaban un candil de aceite encendido, colgaban el artefacto del techo en una habitación oscura y por medio de una cuerda lo hacían balancear. La oscuridad y el azoramiento no permitía a los niños darse cuenta del engaño, y creían hallarse ante un fantasma temible.
No es una calabaza, cierto. Pero la imagen, además de conectar con Jack O'Lantern, nos envía a la vieja Gorgona de los griegos, y a otros muchos espantos del folklore que toman la forma de una cabeza sin cuerpo.
En resumen: lo único especificamente anglo de Halloween es el nombre; y aun este lo es solo hasta que lo traducimos. La forma completa, All Hallows' Eve, significa simplemente la Víspera de Todos los Santos.
viernes, 26 de julio de 2013
Lo que solía contar García Calvo
Se ha caído del artículo sobre Agustín de Wikipedia, y no sé si retornará a él o no, la sección que había sobre su pensamiento político. Por si fuera de alguna utilidad para alguien (cosas más raras se han visto), la traigo aquí.
*
En sus obras e intervenciones, García Calvo trató de dar voz a un sentir anónimo, popular, que rechaza los manejos del Poder. Esencial a esa lucha es la denuncia de la Realidad, una idea que se presenta como reflejo fiel de «lo que hay», cuando de hecho es una construcción abstracta, en la que las cosas son reducidas por la fuerza a ideas. De ese modo se mata cuanto pueda haber en las cosas de impredecible e infinito, y resulta posible someterlas a planes, esquemas y manejos. La gente, un caso más de cosa, queda organizada de este modo en Individuos, sometidos a una doble exigencia contradictoria: cada uno tiene que ser individual, y sin embargo todos han de ser sumables en una Masa numérica. Por fortuna, esta organización deja siempre cabos sueltos: a lo que pueda quedar en la gente de ocurrencias imprevisibles, no sometidas a plan ni cálculo, se refiere García Calvo como «el pueblo».
El progreso del Poder llega a su cúspide en las sociedades democráticas, compuestas por Masas de Individuos. Dado que el plan del Progreso es introducir este sistema en todas partes, la lucha popular debe dirigirse contra la Democracia, por ser ésta el régimen que administra la muerte (dado que lo único cierto del futuro es la muerte, anticipar éste —como hace el Poder— con planes o propósitos constantes es acercar la muerte para desvivir la vida) del pueblo en las sociedades más avanzadas. La pervivencia de formas más atrasadas de dominio (como las dictaduras comunistas o las de los países musulmanes) sirve para legitimar, por comparación, la Democracia burguesa, y debe considerarse por tanto un trampantojo.
Esencial para el Poder y la Realidad es la figura de Dios; que, tras tomar muchos nombres, como el de Hombre, en su forma más moderna o progresada se presenta con el nombre de Dinero: una idea omnipresente a la que todas las cosas son reductibles (todo tiene un precio). La religión de este nuevo Dios es la Ciencia, cuya misión esencial es mantener actualizada la idea de Realidad y convencer a los Individuos de que todo está bajo control: hay conocimiento seguro de todo, o lo habrá con el tiempo. Sin embargo, la investigación de los científicos, en especial la de los físicos, en la medida en que es honesta, no deja de presentar indicios de la resistencia de las cosas a su reducción a ideas.
En la Democracia, el Estado y el Capital son dos rostros de la misma cosa. La lucha popular debe dirigirse contra ambos, sin convertirse nunca en una reivindicación (que supone reconocer legitimidad al Poder) ni una alternativa de gobierno (que no haría sino contribuir al progreso del Poder). Esta lucha no es individual (pues el Individuo, construido a imagen y semejanza del Estado, es esencialmente reaccionario y constituye el primer enemigo del pueblo), sino de la gente, de lo que quede de pueblo, por debajo de los Individuos y en contradicción con éstos.
Respecto a los nacionalismos, señala García Calvo que parten de la conversión del pueblo indefinido e inmanejable en una idea (los pueblos) manejable y sumisa al Poder.
El lenguaje tiene un papel destacado en la opresión del pueblo, pero también en su rebelión. Las palabras con significado de las lenguas configuran la Realidad, distinta para cada tribu. En la medida en que el lenguaje contribuye a crear la ilusión de que sabemos todo lo que hay y cómo llamarlo y manipularlo, constituye un arma contra el pueblo. Sin embargo, en el uso común de las palabras se producen continuamente vislumbres que apuntan a lo contrario (a que no sabemos lo que hay, ni la Realidad cubre todo lo que se da), y en ese sentido el lenguaje, que cualquiera puede usar pero que no es de nadie, es la expresión popular por excelencia.
Ejemplos concretos de la lucha contra la Realidad los podemos encontrar en el ataque al automóvil (vehículo individual por excelencia) y la defensa del tren; en la lucha contra la concepción de que "Hacienda somos todos"; o en la decisión de "escribir como se habla", frente al uso pedante del lenguaje por parte de eruditos, funcionarios y periodistas.
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