viernes, 23 de noviembre de 2007

Viviana y Merlín: elogio de la traidora


Hay una vieja historia (un tópico, en el lenguaje un tanto disecado de la Historia de la Literatura) que habla de un cazador cazado, un seductor seducido, un hechicero hechizado. El Evangelio trae recuerdo de ella cuando advierte, a propósito de un discípulo exaltado que le corta la oreja a uno de los enemigos de Cristo, que el que a hierro mata, a hierro muere. (Asimismo, piensa mal y te envenenarás; no juzgues y no serás juzgado; no traiciones y no te traicionarás. No es casualidad que al traidor Judas acabe traicionándole la conciencia, obligándole a pagar la muerte del Maestro con la suya propia. )

Enseñar es jugar con los límites del conocimiento. Un juego peligroso en el que el maestro demuestra lo que sabe, pero también sus posibles (y probables) insuficiencias. Parafraseando otro refrán, podríamos decir: dime lo que enseñas, te diré qué ignoras; incluso, dime lo que enseñas, te diré qué escondes.

La relación del mago Merlín con su alumna, amada y destructora recoge y cifra algunas de estas sugerencias. Él, que tanto hizo por enseñar el bien, acaba aprendiendo lo que es bueno. Merlín, que ha visto lo por venir, sabe desde el principio que se enamorará de una muchacha y le ofrecerá para seducirla lo único de valor que posee: su magia. Al final, ella aprobará el examen con matrícula, y la práctica que demuestre su madurez consistirá en superar a su maestro y destruirlo. Saber que será así es saber que esa sucesión de hechos ya está decidida y no tiene vuelta de hoja: una certeza tan palpable como aquélla, más común, que nos avisa de que la juventud es breve, la vejez amarga y la muerte inevitable. Podemos hacer todas las bromas que queramos al respecto, vernos como personajes de esa historia, distanciarnos de lo que nos ocurre; y aun así la historia se cumplirá, llevándosenos por delante.

Un slogan moderno afirma que la información es poder. La historia de Merlín nos obliga a explorar los límites de esa (media) verdad: Merlín está informado de lo que va a pasar, pero esa información es comparable a la de un enfermo que conoce y comprende la naturaleza del cáncer que, sin remedio posible, va a devorarlo en unos pocos días. Más aún: Merlín no tiene la salida del suicidio, que tentó a Judas y puede tentar a un enfermo desesperado, ofreciéndole la posibilidad de decidir, al menos, cómo y dónde abandonar el mundo. Su tortura es la del amante cortés, que no puede prescindir de su amada, aunque ésta solo tenga para ofrecerle engaño y desdén.

La partida se desarrolla con los dados cargados, trucados. Como lectores, nosotros hemos aprendido a querer a Merlín, admirando su ingenio, la manera en que guía a Arturo e incluso la entereza con que acepta que el último servicio que debe hacer al rey es abandonarle (pues con él a su lado, Arturo nunca dejaría de ser un incompetente, un niño que, cuando las cosas se ponen difíciles, pide a alguien más capaz que le saque las castañas del fuego).

Viviana ve todo eso, pero no deja por ello de ser una joven hermosa a la que un viejo nada atractivo intenta llevarse a la cama. Merlín no la atrae como amante, y no parece que podamos reprochárselo. En cambio, nadie valora más que ella lo que Merlín hace: tanto que desea aprender a hacer otro tanto. De hecho, cuando Merlín desaparece, ella retoma eficazmente su tarea, protegiendo a Arturo y a la caballería de su enemigo más mortal: Morgana. Aunque ella no le hubiera dado el golpe de gracia, Merlín estaba ya en decadencia (dicho de otro modo: que ella pueda dárselo demuestra que lo estaba). Así que no le queda otra salida que apartarlo de la circulación y asumir sus deberes. Para lograr eso, no necesita entregarse a Merlín (algo que la repugna); así que no lo hace.

Si abordamos así al personaje, la aparente contradicción de su figura desaparece. No es que desee destruir a Merlín por maldad, para privar al mundo artúrico de una de sus figuras más emblemáticas; es que desea ser Merlín, ser un Merlín mejor, sustituirlo. Por otra parte, que no ame a Merlín no significa que sea incapaz de amar: Viviana demuestra con hechos su amor por el rey Arturo (salvándole de una muerte cierta a manos del favorito de Morgana, Accolon, e intentando, junto a Morgana, salvar al rey moribundo y llevarlo a Avalon), y cuando encuentra a sir Pelleas, un caballero que reúne las características necesarias (es capaz de hacer cualquier cosa por complacer a su dama; y, por otra parte, al contrario que Merlín, es digno de amor por su belleza), lo libera con su magia del amor no correspondido que sentía por cierta dama y se convierte en su fiel esposa.

La ayuda que Viviana presta a Arturo es tan eficaz como la de Merlín, aunque actúa tan discretamente que el rey nunca llega a enterarse de que es ella la que impide que Accolon lo mate. Con gran elegancia, deja que el rey vea en lo sucedido una prueba de sus propias fuerzas, en vez de establecer un nuevo lazo de dependencia.

Incluso en el terreno de la ética amorosa, Viviana demuestra que es superior a su maestro: Merlín se entrega a una relación destructiva y utiliza la magia para intentar lograr (egoístamente) que lo amen. Viviana, en cambio, utiliza su poder como hechicera para liberar (desinteresadamente) a sir Pelleas de la relación destructiva que lo tenía preso. El amor surge después entre ellos, no como resultado de ningún hechizo, sino de la mutua atracción, admiración y entrega.

La canción que sigue (para la que me atrevería a pedir cierta benevolencia: es sólo una maqueta especialmente apresurada) tiene mucho que ver con esta visión positiva, o al menos comprensiva, de la actitud de Viviana frente a Merlín. Dice así:

Las lecciones que me diste
van llegando a su final.
Sonriendo al verte triste,
te he invitado a retozar.
—Sube adentro, mi maestro,
deja fuera tu ansiedad;
cuando el tiempo se derrumbe,
nadie te podrá encontrar.
Y nada tienes que hacer,
tan sólo recordar
que nunca podrás dejar
mi jaula de cristal.

—Repasando mi sentencia
(seguir o cambiar)
voy raspando la evidencia:
seguir o pasar,
volver o llegar.

Las lecciones que me diste
van cambiando de lugar.
Sonriendo al verte triste,
te he invitado a reposar:
—Sube adentro, mi maestro,
deja fuera tu ansiedad;
cuando el tiempo se derrumbe,
nadie te podrá encontrar.
Y nada tienes que hacer,
tan sólo recordar
que nunca podrás dejar
mi jaula de cristal.

—Repasando mi sentencia
(seguir o cambiar)
voy negando la evidencia:
seguir o pasar,
volver o llegar.



jueves, 22 de noviembre de 2007

Hada Morgana


La asignatura de Literatura Universal me permite volver cada año al ciclo artúrico, y perderme cada vez por nuevos recovecos. Este año tengo sólo tres alumnas, y quizá por eso le estamos dando más vueltas a las mujeres de este mundo tan masculino: Ginebra, Viviana, Morgana...

Esta última (Morgan le Fay o Fata Morgana: el hada Morgana) pervive, desmitologizada, en el espejismo que dibuja en el aire castillos sin cimientos, escaleras aladas. Material de primera para una canción: ésta, de los italianos Litfiba (algo como los Héroes del Silencio, pero en bueno, si me admiten el oxímoro).



Hada Morgana

Oh, veo todo a través de
arena roja y desierto.
Tengo sed, tengo sed de ti que no estás aquí,
estrella caída de los ojos
que vuelas sobre mi desierto.
Tengo sed, las nubes me caen dentro,
círculo que ha extraviado su centro
porque ha perdido todo sentido.
Oh, arena roja y desierto.

Larga escalera de aire que sale del desierto,
no hay límite
entre el ojo de adentro y el ojo de fuera,
¡Morgana!
Lenta procesión al alba en el desierto,
el Hada Morgana
ha cambiado ya todos los perfiles.
Un aspecto a considerar
antes que la ilusión se mueva,
después descubro el límite
que al infinito vuela dentro de mí.
¡Morgana!

Tengo sed, significa que estoy vivo.
¿Qué importa si soy el último o el primero?
El corazón quiere latir todavía, todavía.
Oh, arena roja y desierto.
La siento en los ojos, al fondo de mis ojos,
salir al mar a través de mi corazón.



sábado, 17 de noviembre de 2007

La balada de Mulán


A vueltas con los héroes y heroínas, he ido a parar a la Balada de Mulán, la historia tradicional china que aprovechó Disney para una de sus películas, y que tanto se parece a nuestro romance de la Doncella Guerrera. Ha de haber buenas traducciones al español, pero a falta de una aquí y ahora he montado la mía, por endecasílabos y alejandrinos, a partir de la inglesa que da la Wikipedia y esta otra, en portugués.


La balada de Mulán

Los insectos celebran con su canto la tarde.
Mulán está tejiendo ante la puerta.
No se escucha girar la lanzadera,
tan sólo los lamentos de la niña.
Preguntan dónde está su corazón.
Preguntan dónde está su pensamiento.
En nada está pensando,
si no es en el rey Kong, su bello amado.
La lista del ejército ocupa doce rollos
y el nombre de su padre figura en todos ellos.

No hay un hijo mayor para el padre,
un hermano mayor que Mulán.
«Yo iré a comprar caballo y una silla,
yo acudiré a luchar por nuestro padre.»
Ha comprado en oriente un caballo de porte,
ha comprado en poniente una silla y cojín,
ha comprado en el sur una brida
ha comprado en el norte un buen látigo.

Al alba se despide de su padre y su madre;
cuando anochece, acampa junto al Río Amarillo.
Ya no escucha el llamado de su padre y su madre,
tan sólo el chapoteo del caballo en el agua.
Al alba abandona el Río Amarillo;
cuando anochece, llega a la Montaña Negra.
Ya no escucha el llamado de su padre y su madre,
tan sólo a los caballos relinchando en el monte.

Cruzó miles de millas en busca de la guerra,
corrió como volando por pasos y montañas,
las ráfagas del cierzo traían son de hierro,
a la luz de la luna brillaban armaduras.
Allí los generales luchando en cien batallas
morían, y después de haber dado diez años
volvían a su casa, valientes, los soldados.

De vuelta, es recibida por el Hijo del Sol,
que se sienta en la Sala de los Resplandores.
Le concede medallas por sus méritos muchos,
le ofrece alas de pato crujientes por millares.
El Khan le ha preguntado qué quiere hacer ahora.
«Mulan no necesita honores oficiales,
dame un corcel robusto de cascos bien ligeros
y envíame de vuelta a casa de mis padres.»

Cuando escuchan sus padres que su hija se acerca,
los dos salen a verla, dándose de codazos.
Cuando escucha su hermana que su hermana se acerca,
se arregla y se coloca delante de la puerta.
Cuando escucha su hermano que su hermana se acerca,
saca filo al cuchillo, sacrifica un cordero.

«He abierto la puerta de mi cuarto oriental,
y en el occidental me he sentado en la cama.
Me quité la armadura que llevaba en la guerra
y me he puesto la ropa que llevé en otro tiempo.
Delante del espejo, cerca de la ventana
me he peinado el cabello enmarañado
y he adornado mi frente con pétalos dorados.»
Cuando Mulan salió ante sus camaradas,
todos se sorprendieron, quedáronse perplejos.
Doce años estuvieron con ella en el ejército
y ninguno sabía que era una muchacha.

Las patas del conejo saltan más,
los ojos de la hembra son algo más pequeños,
mas cuando ves un par corriendo por el campo,
¿quién logra distinguir la liebre del conejo?

viernes, 16 de noviembre de 2007

Desmorir


Gracias al impagable blog amigo llego hasta el nuevo libro de Agustín García Calvo e Isabel Escudero, editado este mayo del 2007 por la Universidad de Lérida. El tomito (54 páginas, 8 euros) recoge una antología de uno y otra, en la que llaman la atención los inéditos. Varios de los de GC forman parte de una serie titulada Desmorir. Dice así el número 7:

Yo había visto tu cara, amor,
antes de ahora,
mucho antes de verte;
la vi una vez que la luna subía
de tras el soto del río
entre hilillos de nube,
y un no sé qué le teñía apenas
la pálida cara de rosas.

Yo había oído tu voz, amor,
antes de oírla,
una tarde que andaba
buscando tal vez panecillos de malvas,
cuando el murmullo del río,
al crecer con la noche,
me embelesó compasivo y bronco,
como ahora te oigo que hablas.

Yo lo sabía tu olor, amor,
hace ya tanto
que lo había olvidado,
que sola me iba al remanso del río
y del saúco puñado
de flor arracaba,
donde enterrar la nariz pingando
de lágrimas, como en tus manos.

Ah, tómame como soy, amor,
entre tus brazos,
sórbeme de tus labios,
y, a cambio, yo te daré lo que es tuyo:
tu cara limpia en mis ojos,
tu voz en mis suspiros,
y en mi sudor de luchar contigo
sabrás de verdad a qué hueles.

martes, 13 de noviembre de 2007

Increíble, luego cierto




Hablar con los sordos

Enorgullécete de tu fracaso,
que sugiere lo limpio de la empresa
.
(AGC)

El Cairo, Universidad de Fouad, 1947. Un joven profesor, Mohammad Ahmad Khalafallah, presenta su tesis, Las polémicas del Corán. Analiza el tratamiento que da el texto revelado a historias que nos son conocidas por fuentes anteriores, como la Biblia. Dedica algunas páginas a los errores históricos y contradicciones internas que el libro parece contener: imprecisiones que carecen de importancia, pues el Libro Sagrado no es una crónica histórica, sino un documento divino, destinado a poner al hombre en el camino de la salvación.
Aunque está convencido de que su trabajo enaltece el Corán, Khalafallah no se sorprende demasiado cuando el comité encargado de valorar su tesis la rechaza por sacrílega. ¿Cómo ha podido ocurrírsele que alguna porción del Libro podría desviarse, ni en una micra, de la verdad? ¿Insinúa acaso que su autor es Mahoma, y no el propio Dios? El asunto no tarda en saltar a la prensa, donde los Hermanos Musulmanes y otros alegres pillastres piden que se lleve a juicio al blasfemo. En respuesta, el autor se ofrece para quemar con sus propias manos la obra, si se demuestra que contiene alguna proposición contraria a la fe. Es inútil. El estudio llega a publicarse en 1951, pero Khalafallah no se gradúa y pierde su plaza. Sólo logrará doctorarse con una nueva tesis, dedicada a un tema laico, sin ninguna relación con el Profeta.
El caso aparece recogido en un libro del folklorista estadounidense Alan Dundes, ¿Fábulas de los antiguos? El folklore en el Corán, publicado en el 2003. Dundes tiene entonces 68 años, y lleva muchos poniendo a prueba las tragaderas de sus compatriotas. Es uno de los últimos freudianos, capaz de escribir, por ejemplo, que el simbolismo de la cruz tiene seguramente muchas facetas, pero es concebible que tenga, en cuanto símbolo de vida, una dimensión fálica. (..) Jesús, tras haber negado al padre (naciendo de una virgen) se rinde ante el padre cuando lo clavan a un falo simbólico. (…) Si el número tres es un símbolo masculino o fálico, entonces la imagen de Cristo como uno de tres crucificados resulta relevante. Como figura central, él sería el falo —y los dos ladrones, los testículos («El patrón heroico y la vida de Jesús», 1976).
El audaz Dundes está casi irreconocible en su libro sobre el Corán, obra de madurez, conciliadora y algo pastelera. Sin explicarlo, nos lo explica: no es que los musulmanes sean poco tolerantes con los jueguecitos freudianos. Es que, como bien aprendió el joven Khalafallah, el mero hecho de tratar el discurso revelado como uno más en un conjunto, como obra humana en definitiva, es herético. Da igual que el objetivo sea resaltar la grandeza inmarcesible del Corán.
Así las cosas, no sorprende que el Corán no haya generado ni una mínima parte del discurso crítico enhebrado a costa de la Biblia. Lo que sorprende un poco más es que este cogérsela con toalla no afecta sólo a los países de mayoría musulmana, donde una palabra de más puede acabar en una fatwa demoledora. Como Dundes apunta, en su campo, la folklorística, apenas hay erudito que alce la voz sobre asuntos islámicos, no vaya a venir un Said a denunciarlo como orientalista etnocéntrico. Cualquier cosa menos atraer la atención indeseable del lobby islamista, como le sucedió al islamólogo islandés Günter Lüling, expulsado de su universidad en 1972, a los dos años de publicar un estudio sobre las posibles huellas de himnos cristianos en el Corán.
Dundes anda con pies de plomo, pero sabe que, aun así, se dirige a los tiburones. En el prólogo se disculpa por perpetrar un libro que resultará soso (bland) para los lectores occidentales: el sacrificio, dice, merecerá la pena si contribuye a abrir los ojos de los estudiosos islamistas, ofreciéndoles una perspectiva radicalmente nueva de la gran obra de Mahoma.
Seguramente, no ignoraba que la respuesta a sus afanes sería ésta. El libro contiene sólo dos modestas proposiciones. La primera es que el Corán, como documento de tradición oral que es (y así lo corrobora la propia tradición islámica) contiene abundantes fórmulas, repeticiones de todo tipo que ayudan a su memorización, al modo de aquellas épicas en que el nombre del héroe aparece asociado a una descripción recurrente de sus características: Aquiles, pie raudo; Mio Cid, que en buena hora ciñó espada. La segunda es que varios de los relatos contenidos en el Corán (por ejemplo, la historia de los Durmientes de Éfeso) tienen paralelos en otras tradiciones, y pueden catalogarse dentro de los tipos de cuento que distinguieron en su día Antti Aarne y Stith Thompson.
Ambas son rechazadas de plano por blasfemas. Desde Kuala Lumpur, otro Ahmad (Ahmad A. Nasr) cierra su crítica con estas palabras: Dundes dedica este libro a sus nietos, «con la esperanza de que su mundo goce de una paz creciente, gracias a una mayor tolerancia y comprensión de las diferencias religiosas». La pregunta que debemos hacernos es: «¿Contribuye este estudio a esa paz?». La respuesta es un no rotundo.
Descanse en paz Dundes, con sus cesiones bienintencionadas. Como Khalafallah, sabía lo que le esperaba. Les honra haber creído que, a pesar de todo, había que intentarlo.
**
Gracias a Asshur por ponerme sobre la pista de Christoph Luxenberg, un arabista que publica con este pseudónimo sus obras, para evitar males mayores. Me asombra que incluso él, en esta entrevista, pastelee de este modo:

The existence of the Koran is a historical fact. It is now a question of seeing this historical fact in its historical context, which also means seeing it historically and subjecting the text to critical examination from that point of view. But critically does not mean that I want to disparage the Koran. I only want to understand it correctly on the basis of historio-linguistic findings. What people make of my interpretation is beyond my influence. That depends entirely on Muslim theologians. In many passages the Koran is immutable, and thus it is also the word of God. I never claim that it is not the word of God. Nevertheless, one must reach the conclusion that in the course of history this word of God was changed – particularly through misreadings and the wrongly-placed diacritic signs. So it is not the word of God itself that was changed; it was erroneously interpreted by human beings.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Lágrimas de luna


Fatalismo y sensualidad animan los versos de David Coll Rodríguez, Mephisto, un poeta madrileño secreto y extemporáneo, heredero inesperado del modernismo y los primeros románticos. Desde hace unos años, la música de teclado de Javier Simón, profunda y envolvente, acompaña en directo el recitado de David. Quienes viváis en Madrid podéis, si os apetece, acompañarles en su viaje: Lágrimas de luna, domingo 11 de noviembre de 2007 a las diez de la noche en el Café del Cosaco, calle Alfonso VI, 4 (Metro La Latina).

David ha publicado varios libros. La sed inmortal es, de momento, el mejor editado (Madrid: Jirones de Azul, 2007): un jardín de otra era, poblado por sonetos en alejandrinos como éste.

Vuelo nocturno

A través de la noche voy cabalgando el mar,
floto sobre las olas, abrazo sus rumores,
y como un ángel ebrio de extraños resplandores
acaricio luceros que parecen temblar,

a través del marino terciopelo ondulante
navego libremente con las alas del viento,
y atravieso las puertas del negro firmamento
hasta encontrar un reino de agua y de diamante.

Por obra de un milagro, mi alma se convierte
en la ternura etérea de un perfume dorado,
y lejos del dolor y lejos de la muerte

se adentra en el jardín del paraíso amado,
y un torrente de agua, brillante y cristalina
me inunda con su luz, silenciosa y divina.


martes, 6 de noviembre de 2007

Precipitados


...Y al final, inevitablemente, el libro cae en mis manos. La portada, linda, muy modelna, parece de un disco de Los Planetas. Huye, en cualquier caso, de los clichés poéticos al uso, con su envoltorio naranja que anuncia (y no miente) medicina para el espíritu. A primera vista se ve que el contenido es vario, pero recurrente.Es difícil no compartir estos santos: Borges, Judas, Nabokov, Pablo. Hay que volver algunas páginas para topar con un poema, pero es tan bueno como cabía esperar. Las joyas son muchas, y en muchos registros. Una cualquiera: 'Un gigante no puede deshojar una flor'. A nosotros sí nos es dado hojear este libro, y descubrir relumbres familiares (pero no demasiado). Hasta hay alguna errata, quizá intencionada: 'con independencia de nuestro de amor' (p. 45), con sustantivo deseoso y ausente. Lo pedí y aquí está. Un lujo razonable. Dense el gusto. ISBN: 84-96117-62-6.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Haz caso al Capi


Sigue pasando. Algunos de los alumnos (y, en verdad, precisamente ésos que te capturan, como si nada, el corazón) te sueltan un día que odian la política y todo lo que tiene que ver con ella. Yo sonrío, pensando en lo que diría, quizá, el maestro Agustín (que pocas veces, si alguna, el no se equivoca; y que éste en concreto hay que entenderlo dirigido contra eso que él llama la política que hacen los políticos que hacen la política que está mandado hacer, o algo así). El caso es que me falta fe para intentar sacarles, como de un barrizal, de lo que acaso sea un error. Sin embargo, yo pensé lo mismo con sus mismos años, y guardo gratitud a quien me desveló brutalmente que no: todo es política, apoliticismo incluido. También esta linda viñeta de Los Vengadores, ese cómic prodigioso que tanto me fascinó y resiste como puede la relectura adulta. El Capitán América y la política de su país.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Un bosque


Observaciones:

1. The Cure, reyes del flanger, el delay y el chorus, son maravillosos, uno de los grupos más inspirados que haya habido y habrá.
2. A pesar de su filiación siniestra, no dan ningún miedo: al contrario, nos recuerdan lo divertido y entrañable que es lo que, en teoría, debería horrorizarnos. En su compañía, hasta quedar encerrado en un armario y caerse al mar, o esperar en cama los besos de Ella Laraña, acaba resultando una experiencia estimulante.
3. Hay alguna excepción (señera). Quizá la mejor sea ésta, a medio camino entre el rayo de luna becqueriano y La bruja de Blair.

Acércate y mira,
mira entre los árboles,
encuentra a la chica
si eres capaz,
acércate y mira,
mira en la oscuridad,
sigue tus ojos,
sigue tus ojos.

Oigo su voz
que pronuncia mi nombre,
el sonido es profundo
en lo oscuro,
oigo su voz
y echo a correr
entre los árboles,
entre los árboles.

De repente me paro,
pero sé que es ya tarde.
Me he perdido en el bosque,
completamente solo,
la chica nunca estuvo ahí.
Siempre es igual,
estoy persiguiendo nada
una vez, otra vez, otra vez.


sábado, 3 de noviembre de 2007

Black Sabbath


El Día de los Difuntos me ha animado a recopilar las canciones (grandilocuencia viene) más inquietantes de todos los tiempos (grandilocuencia va). Creo que ésta no podría faltar. Todo el disco al que pertenece es un hallazgo de lo que Rafael Llopis, buen connoiseur, llama el macabrismo:

Lo terrorífico tradicional —aquelarres, casas encantadas, sepulcros y criptas— constituye el meollo de la música que hacen conjuntos británicos como Black Sabbath, Uriah Heep o Black Widow, en la que no hace falta tener un oído demasiado fino para reconocer el viejo macabrismo de Saint-Saëns enriquecido por efectos especiales concretos, al igual que las bandas sonoras de las películas de miedo, y envuelto todo ello en la estridencia rítmica del rock.
(Rafael Llopis, Historia natural de los cuentos de miedo, Madrid: Júcar, 1974, p. 411).

Definidos alguna vez como 'la versión pobre de King Crimson', Black Sabbath son mucho más primitivos que Fripp y compañía: rock paleolítico, con riffs primitivos, preindoeuropeos, más graníticos que eléctricos. El tritono (intervalo del Diablo) nunca ha sonado tan lapidario como en esta descarga:

¿Qué es este bulto que ante mí se yergue?
Una figura oscura me señala.
Me doy la vuelta, presto, y salgo huyendo
tras descubrir que soy el Elegido.

Masa de oscuridad, ojos de fuego
que cuentan a la gente sus deseos,
Satán está ahí sentado, sonriendo,
mientras las llamas crecen, aún más altas.

¿Ha llegado ya el fin, amigo mío?
Satán está a la vuelta de la esquina.
La gente sale huyendo: tienen miedo.
Más os vale escapar. ¡Cuidado, necios!


jueves, 1 de noviembre de 2007

El Más Acá


Ojo a la preterición: dadas las fechas, tentado estuve de rescatar a Nacha Pop (no me da miedo lo que tú me digas, / esas historias del Más Allá; / sólo me asusta escuchar / los relojes en la oscuridad); pero me da más miedo, del bueno, esta canción de Mazzy Star: un anticipo creíble de lo que sería quedar atrapado para siempre en cierto estado crepuscular.