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jueves, 8 de octubre de 2009

Let me take you down...


I will diminish...
(Galadriel)

Degradación es una palabra tan resbaladiza que a lo mejor merece la pena analizarla un poco. Viene de grado: escalón. Degradarse es bajar peldaños, perder puntos, ir a menos. Parece que el modelo mítico de toda degradación fuera el descenso a los infiernos. En El día de la bestia se hacen buenas bromas con eso: para poder entrar en contacto con el maligno, el cura que encarna Angulo tiene que 'degradarse' haciendo barrabasadas. La degradación parece la sombra junguiana del éxito: corruptio optimi pessima, más dura será la caída. Pero también el sueño es una caída o un descenso: to fall asleep, caerse de sueño, y así la imagina Lovecraft en sus aventuras oníricas, una escalera de setenta peldaños para el sueño ligero, otra de trescientos hasta el Pórtico del Sueño Profundo.

Degradarse es malo, pero, extrañamente, profundizar en los problemas es bueno. ¿Hay o no hay que tomar "lecciones de abismo"? Dante no viaja directamente al Paraíso, seguramente porque la degradación, el descenso al sótano, es parte impepinable del viaje del héroe. Hasta parecería que la necesidad de matar al monstruo que se esconde allí, que es lo primero que a uno se le ocurre, es más una excusa que una razón verdadera para el descenso: ni Dante ni Heracles ni Orfeo bajan por eso. Por otra parte, tampoco está claro que la doncella atrapada en esos lares (el otro móvil socorrido) esté tan a disgusto como parece, al menos según la versión un tanto novedosa del mito de Perséfone que nos dan Alicia Esteban y Mercedes Aguirre en sus Cuentos de la mitología griega, en la que la Niña sabe lo que hace cuando prueba la granada y se descubre enamorada de Hades justo cuando tiene la oportunidad de abandonarlo. Queda un tercer móvil: el tesoro escondido. Y un cuarto, que parece el definitivo: bañarse en las aguas del Leteo para renovarse, morir para renacer. "De la escuela de la vida: lo que no me mata me hace más fuerte".