jueves, 30 de octubre de 2008

La puerta verde


Me gustan todas las iniciativas que invitan a crear tejido, a cruzar referencias, sin aditivos ideológicos ni comerciales, porque sí y por si acaso. Ésta de Comunactivo busca reunir un millón de enlaces a blogs. Se inició en febrero de este año y suma ya 265 enlaces.

*

No sé si entre los lectores del blog habrá alguien que quiera entrar en Tuenti (¿qué habrá / tras esa puerta verde?), pero si es así, dos de ellos están de suerte. Pedid y se os concederá.




martes, 28 de octubre de 2008

Volver a sitios donde no he estado jamás


Me falta aire. Vivo como un burgués (en los días mejores, casi un hobbit), con la consiguiente desazón (como cantan los Siniestro, sólo los estúpidos / tienen la conciencia tranquila), y, a decir verdad, me siento a menudo como un pirata abandonado por su tripulación en una isla superpoblada en la que nadie juega a mi juego. Evocando a través de la música y los textos los 60/70, que no viví, siento una viva añoranza por aquellos tiempos en que magia, juego y barricadas venían a ser tres nombres de la misma diosa. ¡Quién se atrevería hoy a exorcizar, como Allen Ginsgberg, el Pentágono! La izquierda actual es políticamente correcta, puritana y hasta ñoña, y su idea de lo espiritual no pasa de un manual de buenos modales y comercio justo. Por otra parte, la búsqueda de la tradición perenne ha degenerado en un engañabobos (la Nueva Era) totalmente ombliguista: incluso los consumidores de enteógenos que he conocido parecían, en su mayoría, totalmente ajenos a la majestad de la experiencia que cortejaban (para ellos, un modo más de cebollón). Es verdad que nunca hemos tenido mejores ediciones de los clásicos de la subversión, pero todo queda en una partitura intransitiva, sin público ni intérprete. Se diría que las pocas mentes realmente inquietas viven en un revival del positivismo, con los consabidos extravíos del gusto. Si es así, de todo esto acabará rescatándonos un nuevo Rubén Darío —pero hay que ver lo que se hace esperar.

En los cromos de los 60 suele venir Woodstock, pero yo me quedo con Monterey. Country Joe & The Fish: (Not So Sweet) Martha Lorraine.



domingo, 26 de octubre de 2008

Hágase la luz

Se oía venir: en los 70, época maravillosa, tuvo que haber algún acercamiento entre la música tradicional griega y el rock progresivo. Este solo prodigioso de Yannis Spathas, del grupo Socrates (Drank the Conium), se grabó anteayer, en el 2005, aunque el tema ("Mountains") apareció por primera vez en Phos (Luz), un Lp de 1974. Vale: la parte final, cantada, ha envejecido un tanto —pero se llega a ella tras un recorrido tan satisfactorio que no apetece poner muchas pegas.


viernes, 24 de octubre de 2008

El barco ebrio


El mundo eligió a Mikis Theodorakis, y no cabe decir que se equivocara. Sin embargo, hay en las obras de este gran músico un sonsonete griego que bordea (a menudo por el borde de dentro) el tipismo, lo previsible. Manos Hatzidakis es (me parece a mí) un musicazo de calibre similar, pero menos casticista. Me enamoré de esta canción mucho antes de descubrir que era cosa suya (del Lp Athanasía, «Inmortalidad», 1976; canta Manolis Mitsias). Todo aquí es griego (la instrumentación, la atmósfera), pero pertenece también a un universo poético particular (y cosmopolita) nada trillado, donde los buzukis conviven felizmente con la guitarra clásica y el harpa. La letra, de Nikos Gatsos, es un homenaje a mi tocayo (sic) Arturo y su célebre barco borracho:

Arturo Rimbaud,
de noche iré yo
a bordo de tu barco siempre ebrio
bien lejos a abrir
un orbe infernal
que el mundo no podría entender nunca.

Angélicos jazmines,
escorpinas en la mugre
son nuestra heredad
y en las encrucijadas
tenebrosas siempre tú
combates con Satanás.

Arturo Rimbaud,
bien tarde iré yo,
el portal del Edén está cerrado.
El mundo es mitad
de la ira y el mal
y de la mano van los condenados.

Arturo Rimbaud,
me subiré a tu barco siempre ebrio.
Arturo Rimbaud,
a ver qué chispa se salvó y asciende.






miércoles, 22 de octubre de 2008

Sala Sala

Grecia me vuelve a borbotones. La tengo olvidada durante meses, pero cuando está, manda. Hay canciones que escuché unas pocas veces, de las que sólo recuerdo retazos, pero me torturan hasta que localizo la fuente. Ésta, que conoce muchas versiones (selecciono la que más se parece a mi recuerdo), es una de las más lindas. (Pero no me animo con la letra. Auxílieme quien pueda, σας παρακαλώ.)


domingo, 19 de octubre de 2008

Color de Roza


Para Rafa, que nos la descubrió, bien rosadita.

Canta el pobre, su pena canta, / no canta el rico. Así es. Pero siempre hay plenitud, opulencia en el canto: una riqueza soñada, una redistribución de sueños que viene a poner, en otro orden, las cosas en su sitio. No son razones nuevas, pero siempre refrescan. Pocas veces ha cantado el vicio con tanta alegría como en esta canción underground griega de principios del XX, de eso que llaman su blues particular (la rebétika) y que es todo un baile de ascuas y aceros. La letra es tan comprometida que en los últimos tiempos, para poder cantarla en televisiones y sitios así, los músicos del género han cambiado la coca y el hachís del original por el ouzo, un licor cabezón que no es menos dañino, pero todavía no está satanizado. Aquí van dos versiones fieles: la de Roza Eskenazy antañazo (años 30) y otra de antesdeayer, de unos coleguis grecoturcofranceses.

Don't try this at home, folks. (De todas formas, pleasure is never there. Se lo dice un amigo.)





Del ocaso al amanecer
le doy al vicio con placer,
el mundo pasa a mi poder
cuando respiro el polvo blanco.
El mundo todo es de mi propiedad
si pillo merca y me la trago
—y si me ve por ahí la autoridad,
echo tinta y me abro.

Con el colocón,
vaya vacilón,
te vuelves un rey, un dictador, un dios, un déspota.
Pruébalo y verás:
alucinarás
y verás el mundo todo de color de rosa.

La patria a mi nombre está
y risa da su adversidad,
tan sólo un pie le queda ya
para jugárnoslo a los dados.
Si un día llego a dictador,
reduciré el mundo a cenizas:
uno que sepa prender el narguilé
y otro que apague la cachimba.

Con el colocón,
vaya vacilón,
te vuelves un rey, un dictador, un dios, un déspota.
Pruébalo y verás:
alucinarás
y verás el mundo todo de color de rosa.


viernes, 17 de octubre de 2008

Danza de cortar cabezas


Cabezas de ajo, por ejemplo. Breve e intensa (43 segundos), esta danza podría ser obra de mi buen amigo Alfonso, cuyo estilo recuerda —y quizá fue él quien la tituló así. Por entonces (los primeros 90) andábamos todo el día tocando música modal, que tiene entre otras virtudes la de llevarte, por un rato, lejos de la modernidad y sus fastidios. Alfonso tenía tan interiorizada esa música que nunca sabías si lo que tocaba era invento del siglo XII o de esa misma mañana. Yo me inclinaba más por hacer pop (puro pop) con sabor modal, pero hice algunas incursiones en ese estilo atemporal. En nuestro particular concurso por sonar tan arcaico y anónimo como fuera posible, creo que ésta la gota que llegó más lejos (casi hasta el Epiro). Hace dos años tuve la suerte de tocar la pieza con Roshaim Abou-Assaei Rodríguez, una violinista extraordinaria, que captó a la perfección el aire de la pieza. Por desgracia, no grabamos su interpretación. Esta versión es la partitura misma (Monsieur Midí, pianista mecánico) —pero suena con nervio. ¿Me acompañan?



jueves, 16 de octubre de 2008

Mi Yanis, tu pañuelo


Uno escucha la música y es como si subiera la fiebre. No hay melodías, ritmos ni timbres como éstos del Epiro, una suerte de dub o trance ancestral que, si bien pertenece a este mundo, se diría antesala de cualquier otro. Dudaba si habría en la Red muestras de este virus, pero lo difícil es elegir. Que lo disfruten. ¡Opa!




martes, 14 de octubre de 2008

Vals


Una de las ventajas de estudiar solfeo es que uno se anima (con más voluntad que otra cosa) a intentar escribir lo que inventa. Del teclado a la partitura y viceversa, aquí va este Vals de Midi:




(Penúltimos pensamientos: desde que compuse el tema no hago más que darle vueltas a la partitura, razonando los bajos e introduciendo trinos donde procede. La pieza, modal ella, me suena de lo más cientovolandera y/o alexandrina, aunque (o porque) tiene ecos de She's Leaving Home —y acaso de Albéniz. Sinestesia mediante, yo escucho percusión: en la primera parte, mixolidia, un arpa de boca; en la segunda, frigia, unas racialísimas castañuelas.)



*

Versión resurrecta (13/11/2008).

lunes, 13 de octubre de 2008

Ayuntamiento


Leo en el periódico uno de esos chistes guarros de nacionalistas. En el ayuntamiento navarro de Villava, gobiernan los vasquistas de Nafarroa Bai, en coalición con ANV, y hacen notar su supremacía erigiendo una ikurriña máxima en la fachada del ayuntamiento. Insatisfechos con tal erección, colocan otra bandera bien adentro, desplegada frente a los miembros del partido contrario en la mesa de plenos. Los del PSOE entran al trapo colgando, justo enfrente, un póster to guapo de Iron Maiden, con Eddie abriendo boca en plan vagina dentata. El alcalde, quizá lector de Ferlosio, se siente vejado con el paralelismo: «Comparar a Iron Maiden con la ikurriña es una falta de respeto [de decoro, habrían dicho los neoclásicos], algo grotesco y patético. Ha muerto mucha gente por defender la ikurriña.» Tiene razón: aunque la jeta de Eddie recuerda más de cerca la cabeza cortada del enemigo (de la que ambas banderas, al fin, descienden), la ikurriña desprende un pestazo a carroña mucho más pronunciado. El concejal del PSOE ha estado ocurrente, pero sigue enredado en un concurso de gárgolas, a ver quién la tiene más homicida. Pero la guerra de verdad no es ésa. Ante un símbolo de Thánatos, habría que blandir uno de Eros. En vez de los dentazos de Eddie, los labios entrebiertos, hospitalarios, de alguna doncella en flor, dando amor y pidiendo guerra. A ver si cunde la idea y tanto baile de símbolos verdes acaba en un ayuntamiento de veras. Carnal, se entiende.

domingo, 12 de octubre de 2008

Al pasar la barca (II)


Al pasar la barca
me dijo el barquero:
Obsidiana blanca
y asfódelos negros.

Nieve entre los dientes.
Sangre de perfil.
Eres lo que pierdes.
Sácame de mí.

jueves, 9 de octubre de 2008

Un mundo sin LSD


Se propusieron borrar la LSD de la faz de la tierra. Un propósito baldío, como intentar llevarnos de vuelta a un mundo sin Marx ni Freud (en lo que también andan); pero en la superficie, al menos, no les va mal. En parte, porque muchas de las funciones que ejercía este fármaco (señal de identidad de una tribu urbana, agente desinhibidor en las relaciones entre miembros de la misma) han pasado a otras sustancias sintéticas. Muchas, pero entre ellas ninguna de las que sedujeron a intelectuales carentes de criterio ni prestigio como Albert Hofmann, Ernst Jünger o Aldous Huxley, o a terapeutas de probada ineficiencia, como Humphry Osmond. Este documental del canal Historia (tan objetivo y documentado que sólo cabe pensar que algún realizador independiente se lo ha colado a los responsables del canal) explora la conexión canadiense, que para mí, al menos, era casi desconocida. Muchos años antes de que Leary iniciara su peculiar cruzada (sobre cuyas luces y sombras aún no cabe hacer una valoración justa, me parece), durante los 50, Osmond y sus colegas trabajaron con rigor y apertura de miras las posibilidades de la mescalina y la LSD como psicomiméticos y agentes terapeuticos. Algunos de los logros (un 50% de éxitos en la terapia de alcohólicos, por ejemplo) son tan impresionantes que la reacción adversa de la psicoterapia convencional y el moralismo al uso (Alcohólicos Anónimos) se entiende demasiado bien. Los políticos conservadores (de prejuicios y desigualdades) se apuntaron sin vacilación a la demonización del fármaco, al que culparon, con los trazos gruesos de causalidad que les son propios, de la contestación juvenil contra la guerra del Vietnam y otras barbaries subvencionadas con dinero público. Con una mano (la de hierro) el poder procedió a la prohibición (incluso de la experimentación clínica), penando la elaboración, el tráfico, la tenencia y hasta el consumo; con la otra, de seda, más sibilina, se impulsó el componente trivial y autodestructivo de la cultura juvenil, promocionando el uso de la cocaína, la heroína y otros fármacos conformistas. Convertida en moda, de la psicodelia no queda mucho más que un conjunto de clichés banales e inofensivos: disfraces de jipi, pedales de wah-wah y delay y un par de minucias armónicas. Y sin embargo. Dejémoslo ahí. Y sin embargo.


www.Tu.tv

miércoles, 8 de octubre de 2008

Es tarde (el sol se va)


(Ciento Volando o Assahar, primeros 90.
De izquierda a derecha, Daniel, Caifás, Rafa y el que suscribe.)

Si pudiera localizarlo, pediría con gusto permiso al autor de estas canciones, Rafa o Rafalín (por diferenciarlo de Rafa Herrera), para publicarlas aquí, siendo sólo maquetas un tanto rudas; pero la vida nos ha mandado a parajes muy lejanos entre sí, sin contacto fácil. Invocando a san Google, introduzco el título de la última canción suya que recuerdo («Lexatinical D.G.») y bingo: de una tacada, resuelvo las iniciales (Donut Girl), averiguo el apellido que nunca supe (Rafael Nievas) y descubro que aquel camarada, con el que coincidí en alguna de las formaciones de Ciento Volando (o Assahar; ya no me acuerdo qué nombre usábamos entonces, cuando aún tocábamos con bajo y batería), tiene ahora un grupo indie profesional de lo más sabroso, Mardi Grass, madrileños de los que cantan en inglés, como el toledano Alfonso X solía hacerlo en gallego.

En los primeros 90, Rafa ya componía temas en inglés, con ritmos y melodías bien enraizados en los Kinks, los Who y Nirvana; pero no le hacía ascos al español. No he conseguido olvidar una canción de la que no conozco grabación alguna: «El Inglés», inverosímil como la vida misma, cuenta la historia de un coleguilla de barrio, graduado en Underground, al que le tocaron juntos, en una fiesta, todos los tripis que escondía su tarta de cumpleaños. Desde aquella ingesta brutal, dio en recorrer con su perra Luna el Parque Sur, embutido en sus vaqueros agujereados, y en versionar a los Stones desde el sótano de una carnicería. «En sus ojos claros / puedo ver que la vida le entusiasma. / Merece la pena / ver su rostro de satisfacción» (y aquí yo me empeñaba en citar el riff pertinente).

Rafa puso el punto final a La luna es un cofre que canta con dos canciones suyas en español, que bien podrían considerarse un single: «Sueños» y «Es tarde (el sol se va)». Aunque lo suyo siempre ha sido más el bajo, aquí se apañó con la guitarra acústica, doblándola en dos pistas, y ocupando las otras dos con la voz principal y los coros. Para no liar la cosa, lo llamaremos Ciento Volando, pero entiéndase que es él mismo en su mismidad solista, compositor, arreglista e intérprete. Teniendo en cuenta que (a decir verdad) Rafa y yo sólo nos entendíamos a ratos, me alegra que el empeño nos reuniera en torno a la mesa de mezclas, fijando aquel instante, estas canciones —y que ahora, mal que bien, se abra la oportunidad de volver a cambiar cromos.






martes, 7 de octubre de 2008

Caravana española (próxima parada, Asturias)


Llevo más de veinte años tocando la guitarra, y los últimos cinco o seis fantaseando con la idea de aprender en una academia de música algo, al menos, de lo mucho que ignoro. Al fin, este año ha sido. En las primeras clases, viejos amigos: Inés, Inés, Inesita, Inés y el tema inicial de Asturias, de Albéniz. Mientras negocio con mis dedos torpes, imagino al joven Robby Krieger, de The Doors, con el equivalente yanqui de mi manual para principiantes, desenredando las notas y adivinando en ellas la canción escondida.




lunes, 6 de octubre de 2008

Yo no sé cuál es mi nombre


Con razón no lo sabía. «Esto es Triana», dijo Rafa, y vive Dios (y su cuñao Lorenzo) que dio en el clavo, aunque en el momento me costó verlo. Otro caso de canción compuesta a tiempo para La luna es un cofre que canta, arreglada (sobre la marcha) sin los demás cientovolanderos y grabada en tiempo récord, para luego desaparecer sin rastro. El caso es que, oyéndola ahora, me gusta ese punteo medio flamenco que no se calla ni bajo el agua (punteo hormiguita) y me hace gracia el triángulo que trajo Luli y al que intenté desesperadamente sacar algún provecho sonoro (diré, en mi defensa, que no es el instrumento más versátil de la orquesta). Hay una parte de la letra que tampoco está mal. Adivinen.




domingo, 5 de octubre de 2008

Remember A Day


Cambio de tercio (no sólo de la luna vive el hombre). Escribí algunas cosas sobre Rick Wright, teclista de Pink Floyd, cuando estaba vivo, y no supe (quizá ni siquiera quise) añadir nada inteligente cuando falleció.

Ahora, he encontrado algo sobre lo que sí me apetece hablar: un vídeo grabado pocos días después (23/9/08) en el que su compañero Dave Gilmour toca en directo «Remember a Day», una de las pocas canciones que Wright compuso para el grupo, incluida en el segundo elepé de Pink Floyd, A Saucerful of Secrets (1967).

Miguel Ángel Velasco escribió versos memorables en La vida desatada sobre los supervivientes y el legado agridulce que arrastran. Habitados por los muertos cercanos, su presencia nos produce una sensación extraña: uno no sabe si eso es ya parte de uno o si se trata de un territorio anexo donde siempre estaremos de paso, en condición de invitados (o intrusos). Las 'creaciones' de los amigos perdidos son criaturas que nos han dejado en custodia, huérfanos que uno no puede resistirse a proteger y mimar, aunque nunca vaya a tratarlas con el acierto del autor.

Los grupos de los 60 son ya sesentones, y la situación se repite con frecuencia. Los artistas más concienciados no quieren saber nada del pasado, salvo en clave de Tzara: para descartar lo que ya se logró y elegir nuevos retos. Otros músicos, como Gilmour y McCartney, han asumido como legado la música de los amigos que ya no pueden tocarla (Wright, Lennon, Harrison) y la interpretan, pienso, no tanto como homenaje conmemorativo, sino como celebración de lo mucho que sigue vivo en aquellas propuestas.

No quiero caer en un juicio, que me llevaría por ejemplo a hablar mal de la búsqueda implacable emprendida por Robert Fripp, uno de mis artistas favoritos, enemigo feroz de la nostalgia; pero confieso mi simpatía por los segundos, los artistas que se saben supervivientes y beben sin reparo de esa experiencia propia y apropiada. En un artista menos dotado que Gilmour o McCartney (pienso en Álvaro Urquijo, que mantiene activos Los Secretos, con un repertorio basado en los hallazgos de su hermano muerto, Enrique), la fidelidad al patrimonio resulta una jugada obligada (la otra opción sería, verosímilmente, dejar la música, o al menos pasar al underground). A falta de otras opciones viables, la fidelidad al pasado no resulta per se objetable, pero tampoco emociona. Lo grande es que Gilmour, citado para presentar su ultimísimo disco, se pase la promoción por el forro y elija en cambio tocar una cara B de Wright de hace 41 años, simplemente porque lo amaba y le apetece darnos el gusto. (Y que lo haga tan bien, encima.)



sábado, 4 de octubre de 2008

Chuletón atonal


Como él mismo recordaba aquí hace unos días, a Carlos, no-músico, le tocó el honor de perpetrar ésta, la pieza más extrema de La luna es un cofre que canta. Si en otros momentos de la serie la superposición de textos y músicas sugiere la confusión paulatina de los tesoros escondidos en el cofre en un magma mixto (y algo hay de eso, también, al comienzo de este oratorio descreído), aquí la atonalidad y el pulso errático del teclado, que acelera y decelera a la Soft Machine, pintan un paisaje sin formas reconocibles, donde sólo sobrevive un elemento humano: la voz que recorre, hambrienta, el vacío.

A su modo, esto es música de vanguardia: vanguardia pop, claro, de la escuela de Revolution 9, What a Shame Mary Jane y Several species of small furry animals gathered together in a cave and grooving with a pict. No creo que Carlos me corrija si escribo que la huella pinkfloydiana es la más evidente: el lamento quebrado, como de fiera agonizante, recuerda los rugidos de Waters en Careful with that axe; otros devaneos de la voz son parientes próximos de las voces grabadas que pueblan ciertos momentos de The Dark Side of the Moon.

(Un detalle curioso: al principio del tema aparece la voz de Alfonso cantando uno de sus poemas. Digamos, quedándonos muy cortos, que cuando escuchó el invento —quise que fuera una sorpresa— sólo le faltó rebanarme el pescuezo. Sin embargo, yo creo que la superposición de los estilos de ambos, que se da también en la pieza inmediatamente anterior, funciona. De hecho, meses antes Alfonso había grabado con gusto una melodía de las suyas, modal y medievalizante, sobre otra improvisación ruidista de Carlos. Quizá, con la ira, olvidó el precedente.)




viernes, 3 de octubre de 2008

Ponme en tu ropa (y llévame a cualquier lugar)


Saber es recordar, dijo Platón. Inventar una canción y sacar de oído una que ya había son dos procesos tan semejantes que entre lo nuevo y lo viejo caben todo tipo de complicidades. Descartando los plagios deliberados, la casuística es amplia y sabrosa. Algunas canciones (demasiadas) no pasan de variaciones con repetición de clichés barajados hasta el asco: autor, la inercia (que no la tradición). Otras (Barrett: Interstellar Overdrive) se parecen tan vagamente al original en que se inspiran que no lo sabríamos sin la confesión de los implicados. Hay canciones memorables (Mc Cartney: Yesterday) que el autor-auditor recompone tras haberlas oído en sueños; y otras, en fin, (Harrison: My Sweet Lord) en las que una melodía ajena se presenta de incógnito y el autor la acepta como propia sin pedirle antecedentes penales.

El error de Harrison, muy disculpable, nos recuerda algo importante —no hay nada tan ajeno como la 'creación propia' cuando ésta se produce en condiciones óptimas: una Venus Atenea (sic) que se hace presente, armada o a punto de armarla, donde segundos antes no había más que una vaga sensación de inminencia.

Sé de qué hablo: I've had my share. A los quince años, aquella chica se rió lo suyo cuando me hizo notar que mi canción de amor, tan sentida, era en realidad la Marcha fúnebre de Chopin; más tarde, he tomado con mayor o menor conciencia melodías y acordes de Duncan Dhu, Bach, King Crimson y Caravan, y, de forma más general, he reconocido en lo que hacía manierismos de los Beatles, Antonio Vega y Enrique Urquijo.

Quitando el caso de Chopin, el préstamo nunca ha sido tan significativo que no pudiera entenderse como un homenaje, un punto de partida. Dani, que siempre llega más lejos, dio en componer una vez por su cuenta, casi nota por nota, Hotel California —y en esta canción, su segunda y última aportación a La luna es un cofre que canta, reinventó una de las canciones más conocidas de los Secretos.

(Se admiten apuestas. Por cierto que me sucede como con My Sweet Harrison: por un margen bastante amplio, prefiero la recreación al original. Ya me dirán si también es su caso.)




jueves, 2 de octubre de 2008

Corazón de agua pasada


Corazón de agua pasada,
nunca te conté esta historia:
los pañuelos que juntaban,
corazón de agua pasada,
mi garganta y tu memoria.

Las caricias preparadas,
sacapuntas y cejillas.
Ya estamos donde no hay nada;
las caricias preparadas,
atardezco en una silla.

¿A cuánto están hoy las noches?
Los pañuelos que te olvidas
ondean hoy por las esquinas
y enloquecen en tu nombre,
los pañuelos que te olvidas.

Qué jardín fuera tu abrazo.
Me despierto sin mis ojos
y el cansancio que recojo
me florece por las manos.

Se me acaban las palabras,
anochezco tan deprisa.
Cuídame bien la sonrisa,
hazte lluvia por mi espalda,
hazte lluvia por mi espalda.

(Al fondo de tu boca llueven piedras.
Tus ojos son, lo sé, bebida fría
del mismo material que la tormenta.
Nos amaron y nos aman los muertos,
es sólo una penumbra de la inercia.
Amémonos o no, rápido o lento,
un solo golpe mata la inocencia.
Y nada pasa y viene a nuestro lado,
y nadie viene a vernos ni a buscarnos.
Amor, amada, ya nos ha olvidado.
La noria de la muerte está girando.)


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Songfacts

1. El lenguaje del amor tiene muchos dialectos. Los actos fallidos son uno de ellos: objetos olvidados para que alguien nos encuentre.
2. Pañuelos, sacapuntas. Y aquellas cejillas caseras, hechas con lápices y gomas para recogerse el pelo.
3. Por aquellos años, Luli llegó y lo cambió todo. Por fortuna, sigue alterado.
4. Después de explicarle la idea de La luna es un cofre que canta, Daniel llegó a casa, grabó la canción (una de sus mejores) y nunca volvió, que yo recuerde, a tocarla. Nunca ha tenido arreglos ni se ha asomado a los conciertos.
5. Los versos del final formaban parte de las grabaciones 'deconstruidas'. Alfonso los grabó meses antes, sin que pudiéramos saber que acabarían en este contexto.
6. Aunque Alfonso grabó bastantes versos de su cosecha, éstos son de la mía, del inédito Retorno a los columpios (Un libro de cerveza y caramelos). Ya no recuerdo si yo le pedí que grabara algunos poemas de aquel libro (me encantaba cómo los recreaba) o fue idea suya.
7. Tercetos de un viejo soneto (posterior a Retorno, anterior a la canción): Rebosa el corazón de agua pasada / por esa piedra vasta de los años. / Destruye la verdad a quien la nombra. / La fuente del olvido por sus caños / derrama sólo sangre congelada. / Sal tú, mi niña roja, de la sombra.