Saber es recordar, dijo Platón. Inventar una canción y sacar de oído una que ya había son dos procesos tan semejantes que entre lo nuevo y lo viejo caben todo tipo de complicidades. Descartando los plagios deliberados, la casuística es amplia y sabrosa. Algunas canciones (demasiadas) no pasan de variaciones con repetición de clichés barajados hasta el asco: autor, la inercia (que no la tradición). Otras (Barrett: Interstellar Overdrive) se parecen tan vagamente al original en que se inspiran que no lo sabríamos sin la confesión de los implicados. Hay canciones memorables (Mc Cartney: Yesterday) que el autor-auditor recompone tras haberlas oído en sueños; y otras, en fin, (Harrison: My Sweet Lord) en las que una melodía ajena se presenta de incógnito y el autor la acepta como propia sin pedirle antecedentes penales.
El error de Harrison, muy disculpable, nos recuerda algo importante —no hay nada tan ajeno como la 'creación propia' cuando ésta se produce en condiciones óptimas: una Venus Atenea (sic) que se hace presente, armada o a punto de armarla, donde segundos antes no había más que una vaga sensación de inminencia.
Sé de qué hablo: I've had my share. A los quince años, aquella chica se rió lo suyo cuando me hizo notar que mi canción de amor, tan sentida, era en realidad la Marcha fúnebre de Chopin; más tarde, he tomado con mayor o menor conciencia melodías y acordes de Duncan Dhu, Bach, King Crimson y Caravan, y, de forma más general, he reconocido en lo que hacía manierismos de los Beatles, Antonio Vega y Enrique Urquijo.
Quitando el caso de Chopin, el préstamo nunca ha sido tan significativo que no pudiera entenderse como un homenaje, un punto de partida. Dani, que siempre llega más lejos, dio en componer una vez por su cuenta, casi nota por nota, Hotel California —y en esta canción, su segunda y última aportación a La luna es un cofre que canta, reinventó una de las canciones más conocidas de los Secretos.
(Se admiten apuestas. Por cierto que me sucede como con My Sweet Harrison: por un margen bastante amplio, prefiero la recreación al original. Ya me dirán si también es su caso.)
5 comentarios:
La de "No me imagino", claro.
No le digo yo que no.
Coincido. En Galicia he escuchado canciones populares que se parecen tanto a ciertas otras melodías tradicionales de mi querido sur de Italia, que el "creacionismo" -en este caso artístico- me huele a secta tanto o -casi- más que el otro del que tanto se habla ahora.
Pos eso: somos recreacionistas... -y qué bien serlo, qué bien no tener que cargar con la carga de tener que asemejarse a uno cualquiera de los Grandes Gerentes. A mí, de hecho, aquello de la torre de Babel siempre me pareció estúpido. Vive y deja vivir, digo yo: recréate... Es un placer leerte, Alejo.
En otro orden de cosas, qué bien (qué nada) han envejecido las canciones de Enrique Urquijo. Cuando se publicaron por primera vez, sus letras me parecían encantadoras pero totalmente adolescentes (como yo mismo lo era), impresentables ante un público adulto: me quiere, ya no me quiere. Con cuarenta tacos, compruebo que Urquijo habló lo único que importa, con una franqueza admirable. Hay muchas canciones que me gustan, pero las suyas me conmueven (y, en días sensibles, me hacen llorar). 'Siempre hay un precio que tienes que pagar'. 'Y siento que mi vida fracasó'.
'Habló de'. (A ver si alguien convence a Blogger para que nos deje editar nuestros propios comentarios.)
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