jueves, 26 de enero de 2006

Verónica, Verónica, Verónica...



Los espantos de las leyendas no viven en los libros o en las películas, sino que okupan sin permiso el mismo espacio en el que cada día nos movemos. Situados en los márgenes, están listos para intervenir, para invadirnos. Si se pronuncian las palabras adecuadas, Verónica puede aparecer en cualquier espejo. Cualquier curva puede, en una noche de niebla, ofrecernos la visión inesperada de una muchacha pálida que aún lleva, hecho jirones, su vestido de boda.

Se trata, por tanto, de un terror al alcance de la mano, que invita a la comprobación. ¿Quién no ha estado tentado de reunirse alguna vez con los amigos en torno a una ouija y pronunciar las palabras que corren el cerrojo?: El mundo de los vivos queda abierto al mundo de los muertos. El mundo de los muertos queda abierto al mundo de los vivos.

Verónica, cuenta la historia, era una chica a la que pasó exactamente eso: como cualquiera de nosotros, se sintió tentada por las historias que había oído contar sobre la ouija y decidió una noche divertirse con sus amigos invocando a los muertos. Inexpertos como eran (y no muy convencidos de que aquello fuera otra cosa que una excusa para meter miedo a las chicas y así tener una excusa para abrazarlas y calmarlas), no observaron ninguna de las precauciones que el ritual espiritista aconseja, se rieron cuando el vaso empezó a moverse y cuando leyeron el mensaje que las letras iban formando (uno de vosotros morirá esta noche) se limitaron a apartar los dedos de golpe, como si hubieran recibido un calambrazo, cada uno de ellos pensando que otro se había pasado tres pueblos y había decidido gastar una broma pesada a los demás. Quizá fuera una simple coincidencia que al levantarse aterrorizada de la mesa Verónica tropezara con la estantería cercana y unas tijeras, que alguien había dejado abiertas, cayeran desde arriba y se hundieran en su cuello…

Una coincidencia funesta, desde luego. Pero nada más. Del mismo modo que sólo son rumores esas historias que aseguran que Verónica, desde entonces, ha quedado como castigo atrapada entre esos dos mundos que se abrieron esa noche y no han vuelto a cerrarse. En ese espacio extraño, atrapada y sola para toda la eternidad, sólo le dejan asomarse con nostalgia a lo que fue su habitación, su vida, desde el otro lado de cada espejo, observando las caras de las muchachas que, como ella hiciera tantas veces, se maquillan en el cuarto de baño, se peinan, se miran y se gustan y le lanzan un beso a su propia imagen.

Poco a poco Verónica aprende que puede deslizarse por ese margen, una especie de pasillo oscuro e interminable lleno de pequeñas ventanas desde las cuales puede espiar sin que la vean las pequeñas cosas de la vida que ella ya no podrá hacer. Mira sin ser vista, y la envidia por todo eso que ha perdido y otras disfrutan (tal vez sin valorarlo) se va transformando en rabia y en odio, en deseo de cruzar el cristal, quedar libre por unos minutos y arrastrar consigo a alguien que le haga compañía. Alguna ley misteriosa lo impide, pero ella sabe (presiente) que en determinado momento (a las doce de la noche; a las seis del día seis de junio; la Noche de los Difuntos; la de san Juan…) la puerta mal cerrada volverá a abrirse, alguien cometerá el error de llamarla tres (o nueve; ¿o eran trece?) veces por su nombre, y entonces las cosas tomarán otro rumbo…

Al mismo tiempo, los muchachos y muchachas que se miran con intensidad en los espejos, buscando espinillas y puntos negros o dibujándose con esos lápices que no pintan palabras, tienen a veces la sensación extraña de no estar solos. Su fantasía les traiciona, y de repente sienten que el rostro de la persona que desde hace tiempo les gusta les está mirando fijamente desde el otro lado del espejo, valorando con frialdad las imperfecciones de su cara y la inseguridad de sus gestos. A ellas les pasa también que, cuando menos se lo esperan, se encuentran cara a cara con que su propio reflejo tiene hoy una expresión desconocida, una mueca dura, que las hace parecer mucho mayores y seguras de sí mismas, decididas a todo para conseguir lo que quieren. Sería tentador dejarse ser así, despiadadas y atrevidas —pero también da miedo, mucho miedo. Ésas no son ellas. Es la otra…

Verónica viene, así, a convertirse en la visión que todos temen y a la vez desean. También de este lado del espejo los más sugestionables empiezan a buscar en libros de magia, en tratados de folklore, en páginas webs, pistas sobre el ritual que les permita superar la barrera y entrar en contacto con lo que sueñan.

No son materiales extraños lo que necesitan. Un libro, por ejemplo, puede valer. Un libro grande, en el que se puedan meter unas tijeras, recuerdo de aquellas que se clavaron en el cuello de Verónica. Un libro sagrado, mágico, y ¿qué libro más sagrado que la Biblia? Así que ahí están otra vez los amigos de la panda a la hora de la merienda, con las tijeras dentro del libro cerrado, atadas con un hilo que permite que una persona meta el dedo en uno de los agujeros de las tijeras y otra en el otro, y así, en vilo, ir haciendo preguntas a Verónica y dejando que el vaivén las conteste, sí si el libro se inclina hacia la derecha, no si el libro se va hacia la izquierda…
Otros están frente al espejo (preferiblemente el del baño, que suele ser más grande y donde uno puede encerrarse sin dar muchas explicaciones). Han apagado las bombillas y encendido las velas, y sólo con ese acto el espejo ya se transfigura, se llena de sombras que sólo esperan una palabra correcta para acercarse más y más… Si la fórmula es la adecuada, el rostro de la persona amada, del gran amor de tu vida, con el que vas a compartirla, aparecerá en el fondo del espejo y se irá acercando hasta llenarlo todo, como una enorme luna llena. Claro que también puede ser que tengan razón esos que dicen que lo que ves en el espejo es tu propia muerte, la cara que tendrás en el momento en el que dejes de respirar… o quizás una calavera que anuncia que morirás sin conocer el amor verdadero. Tal vez sea el mismo Diablo, dispuesto a ahorcarte con la manguera de la ducha o ahogarte en la bañera si cometes la torpeza de decir tres veces su nombre.

Todo esto (verdad y atrevimiento) alrededor del personaje que empieza siendo como todos nosotros y termina convirtiéndose en un fantasma indeciso, imagen de nuestros deseos pero también de nuestros miedos. En realidad, ¿quién puede estar seguro siquiera de que Verónica haya sido alguna vez humana? Quizá tengan razón esos otros que la identifican con Blancaflor, con la hija o la novia del Diablo, y dicen que castiga la vanidad de las que pasan demasiado tiempo peinándose, cardándose el pelo, haciéndose mechas… Verónica atraviesa el espejo y utiliza los objetos que encuentra hasta sus últimas consecuencias: si enfrente del espejo hay un cepillo, te peina hasta que te arranca todos los pelos de la cabeza; si hay una cuchara, te da de comer hasta que revientes; si hay un cuchillo, te lo clava..

En esta historia de espejos e imágenes, un rostro a cada lado del cristal, tampoco faltan las variantes que nos hablan de dos gemelas, de dos Verónicas, una buena y otra mala; o quizá de dos hermanas, Verónica y Begoña, Carolina y Verónica, que compiten por el afecto de sus padres. La que parecía buena, la que nunca rompió un plato, termina por celos matando a la otra…

Una cosa es segura: Verónica tiene a la edad de quien la invoca en el espejo. Muchachas que encuentran, cualquier día, huellas de sangre inesperada (la suya propia) en el baño. Espiritista, bruja, asesina, Verónica siempre muere joven, antes de haber encontrado al amor de su vida, o al menos sin tiempo de haber consumado la unión con él:

La historia de Verónica sucedió hace bastante tiempo. Ésta iba vestida de novia, ya que iba a celebrar su boda, y murió en un accidente de tráfico. El accidente ocurrió en una curva y como testigo tuvo a la luna llena. Por este motivo, cuando llueve y hay luna llena, cuentan que en dicha curva, donde Verónica encontró la muerte, se te aparece vestida de novia y tú mueres. Por eso a Verónica se la conoce como la novia de la muerte. (Informante: Mª Jesús Sánchez García, de 42 años, de Casatejada, entrevistada por Soledad Fernández Sánchez en Casatejada, 2001).

Según tengo oído, Verónica es la hija de Satanás y es una chica que murió en un accidente de coche en una curva muy peligrosa. Dicen que las noches de luna llena por la noche y que hace malo, al pasar dicha curva se te aparece una chica con un camisón blanco deslumbrante y al acabar la curva te estrellas y pierdes la vida. (Informante: Marino, nacido en 1982, entrevistado por J.M. Pedrosa en Coslada, 1998).


8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho el post. Recuerdo de pequeña esa leyenda de Verónica...

Desde entonces, ese bonito nombre siempre me invoca el miedo.

Anónimo dijo...

Vaya pesadilla, corriendo,
con una bestia detrás,
dime que es mentira todo,
un sueño tonto y no más,
me da miedo la enormidad,
donde nadie oye mi voz.

Creo en los fantasmas, terribles,
de algún extraño lugar.

Anónimo dijo...

Es mentira todo. Tu voz vibra. Yo la oigo.

En los lugares extraños también hay bosques de belleza insondable. No tengas miedo. Tu voz los espanta.

(a los fantasmas me refería)

Al59 dijo...

Gracias mil, anónimos lectores, toñovegueños y lynchianos. Va por ustedes.

Anónimo dijo...

La anonima lectora además de escribir aquí luego curiseó por tu blog y resto de sus dependencias y descubrió (descubrí)cosas tan interesantes como las otras voces de Veronica y ciudades, que me son cercanas, aquí en mi lejanía...

Curioso todo...Y el caso es que no sé como llegué hasta aquí

Anónimo dijo...

Yo tampoco recuerdo cómo llegué hasta aquí...

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho la historia, me parece muy interesante.

Anónimo dijo...

Hasta donde yo se, Lucifer tuvo tres hijas, Lucía, quien te daba la felicidad eterna a cambio de tu alma, Carolina, la más hermosa, quien te ofrecia la juventud eterna, pero a cambio se apoderaba de tu cuerpo y Veronica, la mas cruel de las tres, aunque no se exactamente que era lo que te hacía, seguramente una de las cosas registradas en este blog.

¿Alguna ves habeis hecho una sesión de espiritismo? Yo si, contacte con un espiritu bueno que me dijo que Lucifer me protegia porque yo soy la reencarnacion de su hija Veronica, se que parace gracioso pero a mi no me hizo ni puñetera gracia, de hecho estoy acogonada, porque aquel espiritu con el que hable era mi difunto abuelo.