domingo, 29 de enero de 2006

Folklore del miedo


Se podría traducir así el término inglés scarelore, que define la función de algunas leyendas y creencias. Se trata, sencillamente, de aterrar a alguien para evitar que se acerque a una realidad que se juzga peligrosa.
Aunque el scarelore tiene un papel especialmente destacado en el folklore infantil (pródigo en asustachicos), no faltan ejemplos en el mundo adulto. Por ejemplo, la información objetiva sobre los placeres y peligros que procura el consumo de las diferentes drogas degenera regularmente en patrañas alarmistas. Por ceñirnos a una de ellas, la LSD que nos regaló el abuelo Hofmann: periódicos y comisarías han denunciado más de una vez que unos desaprensivos (imaginarios) andan repartiendo calcomanías con esta droga a la puerta de los colegios; se afirma que el consumo provoca alteraciones cromosómicas, y en todas las ciudades hay alguien que conoce a alguien que tiene un compañero de trabajo cuyo primo se quedó ciego por mirar demasiado tiempo al sol bajo los efectos del ácido o se rompió la crisma al saltar al vacío. Etc., etc., etc.
De un modo similar, a muchos de nuestros abuelos se les educó con la advertencia de que si se masturbaban con frecuencia acabarían ciegos, precozmente calvos o impotentes.
En eso que a veces se llama (con eco guenoniano) las sociedades tradicionales, el scarelore servía, entre otras cosas, para proteger el contenido de los Misterios religiosos. Las sociedades secretas (hoy, degradadas a sectas) han conservado en sus ceremonias iniciáticas la figura pavorosa del Guardián del Umbral, de multiforme rostro: habita en la copa venenosa que el iniciando ha de apurar sin vacilación, en el crimen que le vuelve cómplice silencioso de sus mayores o iguales, en la venda (o el humo del incienso) sobre los ojos de quien penetra en el Bosque Sagrado, en el sancta sanctorum.
Alguna vez topo con gente inteligente que considera que la prohibición sin matices del noventa por ciento largo de las sustancias psicoactivas y la persecución de su consumo es un scarelore adecuado que mantiene alejados de ellas a un número amplio de pusilánimes que no sabrían usarlas con tiento. Una confirmación, oblicua pero definitiva, del carácter sagrado de dichas sustancias. Tal oscurantismo me repugna, pero no me extraña que crezca. Es la otra cara de la cruzada contra la automedicación (que en realidad es el mismo fenómeno). Asúmase que la mayoría permanecerá siempre ignorante, en minoría de edad desde el punto de vista intelectual y moral, y actúese en consecuencia. Después de todo, ¿cuántas veces los médicos descienden a explicarte en qué consiste realmente la dolencia por la cual te medican, qué es lo que te recetan, por qué y cómo actúa?
Ordenar y prohibir siempre es más fácil y rápido que formar gente capaz de elegir por sí misma y medir los riesgos que asume.
Tendremos miedo, pues, para rato —y sus subproductos: el temerario desinformado que no para en mientes y se inyecta detergente en vena; el criminal autodestructivo que encuentra en la adición la coartada perfecta para su falta de rumbo y de escrúpulos (enajenación permanente); el hipocondríaco obsesionado por alejar todo veneno de su vida (siervo compulsivo de la industria de la profilaxis); y el pobre fármaco que soporta con estoicismo todas las paranoias, expectativas e infundios de sus consumidores (criminalizados) e inquisidores.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Si se descubriera que el consumo de sustancias psicoactivas elevara la actividad del individuo en actividades tales como comprar, pagar impuestos, trabajar más por menos o votar a quien se nos dice, ya veríamos con qué rapidez legalizaban estos el LSD, MDMA, y lo que hiciera falta.

Al59 dijo...

Es así. En la cantina del instituto, por ejemplo, no se puede fumar ni beber alcohol, pero el café y la coca-cola están a la orden del día. (Un chute innecesario, por lo demás. Como nos enseñó John Donne, nadie va dormido cuando camina hacia el patíbulo).

Anónimo dijo...

Sí, Al, la escuela era el mismísimo patíbulo. A mí me amargaron la infancia.

En las empresas ocurre lo mismo: no encontrará usted ninguna, por muy tirada que sea, que no tenga su máquina expendedora de coca-colas, red-bull o cafés. Hasta hace nada fumar se permitía, que la nicotina también acelera la presión y eso da más marcha al trabajador. Por supuesto, el alcohol ni se ve porque no es una droga que provoque energía extra para realizar el trabajo diligentemente.

En fin, que esto es un desastre.


En fin,

hjg dijo...

Por mi parte, eché de menos alguna alusión a la advertencia del Génesis ("si comes del fruto de ese árbol, morirás"); parecía venir a cuento.. aunque no estoy seguro si para apoyar, contradecir, demarcar o ilustrar la tesis.
Salud

Al59 dijo...

Está en otro nivel, eso seguro. Historias que sirven para meter miedo vs. historias en las que se mete miedo a alguien. La del Génesis recuerda a la de Barbazul, a la de Eros y Psique, y otras similares en que la curiosidad o la avaricia (o ambas) rompen el encanto paradisíaco. La de Barbazul es un ejemplo precioso: el ogro tiene, formalmente, razón, pero sus intenciones son turbias. La curiosidad de la muchacha que rompe el tabú parece casi más excusable que la del verdugo que dispone la trampa (verdadero curioso impertinente).