miércoles, 24 de junio de 2020

El Adviento





Un hombre es arrojado contra la ventana de una casa, cuyo cristal se rompe. Cae en mitad de la cocina, ensangrentado. Los inquilinos acuden en pocos segundos al lugar, observan lo que ha pasado y discuten sobre el hecho. 

Algunos opinan que el recién llegado no tiene derecho a entrar en casa ajena: lo primero es ponerle de patitas en la calle, y ya se estudiará qué hacer luego. Esto indigna a otros, que, más celosos de la legalidad, proponen retenerlo hasta que la policía venga a hacerse cargo y lo enchirone, interrogándole en cuanto recobre el conocimiento (parece que podría llevar un rato) para tener constancia de sus datos y poder cursar la oportuna denuncia, no vaya a escaparse de rositas. Es culpa nuestra, discurre un tercero, con fama de filósofo, por no colocar cristales más resistentes y dejarnos la ventana abierta, sobre todo en verano. ¡Con lo que anda ahí fuera!. Un cuarto, preocupado por la salud de todos, propone avisar a un servicio de recogida de este tipo de accidentes; entre tanto, lavar el cuerpo con lejía, quemar la ropa y guardarlo en el cuartito que hay bajo la escalera, que se puede cerrar por fuera. Un quinto, callado hasta entonces, interviene finalmente, satisfecho de aportar un aspecto esencial que no se ha tenido en cuenta: ¿Y la ventana? Habrá que llamar al Seguro. O nos va a seguir entrando cualquier cosa.

Los minutos transcurren mientras el hombre se desangra y se hacen las oportunas llamadas. Entre los inquilinos hay desazón por el incordio y la inseguridad que supone el accidente; pero, aunque no lo dicen, un orgullo soterrado los consuela. Son una comunidad democrática: con las aportaciones de cada uno y sin más ayuda que la razón, están capeando una situación difícil. Luego no habrá poetas (ni columnistas, siquiera) que canten estas cotidianas hazañas del pueblo.

viernes, 5 de junio de 2020

A corazón abierto (Elvira Lindo)



 
Acabo de terminar A corazón abierto, de Elvira Lindo.
Sentado en la terraza de un bar, lo cual combina bastante bien con el feeling del libro.
Aunque también se podría leer en la sala de espera de un hospital
—o, como las páginas anteriores, casi todo el libro, 
en las horas más secretas de la madrugada, 
dudando entre arroparme por el frío o destaparme por el calor.
Así la protagonista duda también, se balancea
entre el amor incondicional a su padre, ese personaje imponente, larger than life,
y el reproche meditado, metódico incluso,
la desmitificación precisa de ese coloso con pies de barro
(los pies, en fin, de todos. Barro me llamo, aunque me llamen Marcos...)
Mucho me ha gustado este libro,
aunque ese gusto fuera amargo a ratos
y ambivalente también lo que sentía hacia él y su autora,
una de esas raras personas que ha hecho algo por mí maravilloso
y a la que acaso no he sabido agradecérselo
por razones que el libro, bien leído, sugiere
y que precisarían de otro
si quisiéramos ir a explicarlas.
Es un culmen. No solo de su autora,
sino acaso del género, ese empeño
que llaman autoficción, y que es, a mi entender cortito,
un intento de hacer narrativo el ajuste de cuentas
que solemos, con más profusión, perpetrar con los versos.
(No es metáfora impropia del todo, en relato en que esto
del ajuste de números es un factor importante.)
Dar sentido a la vida es a juicio de muchos mentirla;
otros tantos (y entre ellos me cuento) pensamos que acaso
es más bien un intento de hacerle justicia a su curso
—aunque errático, dado a volver sobre sí en espirales,
con conductas, patrones, momentos que no se repiten
(no del todo), mas sí se remiten de unos a otros
y no pueden, al fin, comprenderse si no es de este modo.
Uno lee este libro en el filo
entre dos reacciones: yla una,
olvidarse de que es eso, un libro,
y sentirse presente en la historia, como esas películas
de ciencia ficción en que esnifas o inyectas recuerdos ajenos
y los ves suceder en tu mente, tal cosa ya propia.
Mas al tiempo, con admiración, es el propio lenguaje
quien se vuelve el acento y la clave de cómo va todo,
y así das en pensar en la audacia
de contar todo esto, en la siempre presente ironía
(que se llama también a capítulo y es reprendida)
que hace dulce el momento peor, e irreal el más dulce.
El amor pocas veces acepta este reto tremendo
de contar lo que va contra él, cada amargo desvío,
cada vez que triunfó lo peor, o sin más, lo que a uno
le hace uno, imposible tal vez de sumar a algún otro.
Aunque no salga Freud, es un libro
que demuestra también la importancia
de mirar uno en sí con ayuda también de quien sabe
ayudar a mirar y a entender, sin juzgar, lo que sale
al encuentro de aquel que se arriesga a buscar no ya solo
lo perdido; también lo que dio en olvidar porque era
demasiado dolor recordarlo. Hay, en fin, en el libro
varios tramos en verso cabal, que recuerdan que era
la poesía el empeño primero de nuestra escritora
y que bien puede ser, si no el último, sí de algún modo
el que alcanza a decir lo esencial,
y pasar del relato al conjuro.
Libro, autora y hermana
que me lo ha regalado,
no ponéis nada fácil dejar de pensar en vosotros.
No que yo lo intentara tampoco. Mil gracias. Os quiero.