domingo, 27 de noviembre de 2016

Donde acaba mi casa


'Los vivientes'. Así llamaban los egipcios a los muertos que no morían por segunda vez en el Más Allá, sino que permanecían activos de algún modo desde su nueva patria. Así se llama también la sección séptima de El agua siempre encuentra su camino, el libro de versos que presenté ayer, 26 de noviembre, en la Fundación Concha de Navalmoral de la Mata con un reparto de lujo: Mari Cruz García en nombre de la Fundación; el gran poeta talabricense Alfredo J. Ramos, cuyo sermón (que podéis leer en su blog) iluminó de forma perdurable el libro; y algunos de los amigos músicos (Luli, Fátima y Juanfran), reunidos esta vez con el nombre de El Grupo En Ciernes. Gracias también a los amigos de la librería El Encuentro, que vendieron a quien quiso adquirirlo un ejemplar del poemario.

Alegre fue la mañana, y con todo, no dejaron de evocarse y hacerse presentes a su manera algunos de los difuntos queridos que pueblan el libro: los maestros Agustín García Calvo y Antonio Hernández, Aker; el siempre gentil Leonard Cohen, cuyo sombrero (sort of) adornaba la mesa (y a ratos mi cabeza); el buen Alfonso García Pecharromán, al que la corriente implacable condujo en plena juventud al otro mundo; y algunos fantasmas aún más íntimos y cercanos que prefieren no andar en boca de nadie.

'Hemos perdido el alma', dictaminábamos Alfredo y yo a los postres, hablando en nombre de todos, por mí y por todos mis compañeros; y lo decíamos pensando en el continuo entretenimiento, la programación 24 horas por todos los medios y sobre todos los asuntos, que deja poco o ningún espacio para la formación y exploración del mundo interior de los que nos siguen, y a menudo tampoco nos lo permite a quienes sí vivimos una vez el ensimismamiento en nuestra niñez y adolescencia, pero vamos olvidándolo. Quizá el sino del alma es siempre estar de paso, a punto de desaparecer. Piensa uno en los elfos partiendo a los Puertos Grises.

'Noviembre es el mes de los muertos, el mes de Sokari', me recordaba esta mañana Aker, en uno de esos mensajes directos que me envía a veces y que aparecen escritos tal cual en mi mente, con su sintaxis y su caligrafía. Y no era por asustarme por lo que lo decía, sino porque entendiera mejor por qué entre tanta y bien fundada alegría pugnaba ayer por momentos por acallarme una incurable melancolía, que se sonreía al saberse ocasión y causa profunda de su contraria.

Se canta lo que se pierde, decía el papagayo verde de Machado, y con él el maestro Agustín (solo de lo negado canta el hombre / solo de lo perdido). Cabe añadir que se canta para no perderlo del todo; para no perderse en el todo (que es la nada) y conservar, cifrados en palabras, notas, silencios, unos pocos instantes que queremos tener siempre a mano.

Cuatro canciones sonaron ayer, que eran otros tantos poemas del libro. Traigo para empezar esta (gracias mil a Ana, Minerva, Pablo y Miguel por grabar las actuaciones y hacer fotos), que en el libro se llama Que yo no sé cómo llamarte, en homenaje a una de las canciones de Luli que aparece en el único disco de Ciento Volando, Por amor a lo que venga. Pero ella, gentilísimamente, le puso a su vez música al poema, y como canción (preciosa canción, entre ranchera y sirtaki) su título es otro: Donde acaba mi casa.




martes, 1 de noviembre de 2016

La Rosa Por Defecto 3 (octubre 1995)


Con la fiebre del descubrimiento, no fueron uno ni dos, sino tres, los números del fanzine que aparecieron a lo largo de 1995. Este, el tercero, salió en octubre y renueva considerablemente la lista de colaboradores. Abre un autor consagrado, Tomás Segovia (al que por entonces visitábamos con frecuencia en su 'oficina' del Comercial), y repiten dos clásicos del fanzine: Rafael Herrera y Antonio Hernández, Aker. También yo cuelo algo (el inevitable editorial y un par de poemas). Pero, oh sorpresa, este es el único lugar donde podrás encontrar dos poemas de Antonio Martín, arquitecto de Cálamo y Cran, mucho más dado a la narrativa que al verso, pero que se lanza aquí a trovar con elegancia y acierto impares. Las otras dos voces, femeninas, son también frescas y novedosas: Luli trae una de sus canciones cientovolanderas y Maica Martín (hermana de Dani), dos textos en prosa.

Del postripi de Maica que cierra el fanzine, Secreto, procede la línea para mí mejor de todo el número, y quizá del fanzine en toda su historia: La cerveza debe ser buena para el alma, porque con ella uno se siente más ligero, llega antes a los sitios y ve la luna más grande. Sépase y óbrese en consecuencia.

sábado, 29 de octubre de 2016

La Rosa Por Defecto, número 2 (1995)


En mayo de 1995 volvimos a la carga con el fanzine, pocos meses después de su debut (en el que no aparece consignado el mes, pero que debió de ser por marzo, por mi cumpleaños). Repitieron muchos de los colaboradores (por orden de aparición: Rafael Herrera, Ricardo Pérez, yo mesmo, Daniel Martín, Sergio Herrero, Eva Fernández, Alfonso García Pecharromán), pero además tuvimos dos estupendas traducciones en verso, de Hoffmannsthal y Nikos Cavadías, obra (respectivamente) de Ana Leal y Rafa Herrera.

En este número apostamos fuerte, por lo que fuera, por los sonetos, dando lugar a una observación un tanto desesperada de Agustín García Calvo, que dijo poco después a quien quisiera oírle que además de sufrir durante años la 'retórica oficial del endecasílabo' a la que se alude en el editorial, ahora encima teníamos poetas que no sabían componer sonetos decentemente. Y, en verdad, estábamos aprendiendo (en público, según la doctrina que el punk nos legó a todos) y alguna torpeza sí se aprecia —aunque no faltan en el número sonetistas cumplidos o, al menos, prometedores.

El poema de Cavadías, vertido esmeradamente por Rafa Herrera, es el responsable inmediato de que me haya decidido a desenterrar el fanzine: esta semana me lo pidió mi amigo Emiliano para compartirlo con una amiga, y me conmovió que estas alturas recordase que se había publicado alguna vez en alguna parte.

jueves, 27 de octubre de 2016

La Rosa Por Defecto (en la boca del asno)


Era 1995 y yo comenté con mi amigo Antonio que sería lindo editar un fanzine de poesía. Como tantas veces en el curso de nuestras vidas, lo que en mis labios era solo un deseo, seguramente condenado a vivir y morir como tal, se hizo tangible en pocos minutos en cuanto el chache se puso a ello y desplegó esa magia que le ha hecho justamente célebre como domador de procesadores de texto, programas de edición y cualquier otro software capaz (en sus manos, claro) de hacer virguerías.

Pensando sin duda en la novela de Umberto Eco, que aún quedaba cercana, le puse al fanzine La Rosa Por Defecto (con la coletilla 'en la boca del asno' se convirtió luego en el título del programa de radio que hice con otro amigo, Alfonso, en Onda Verde, un empeño que alguna vez habrá que rescatar también).

Mi idea es subir todos los números del fanzine que se publicaron. En este que enlazo, digitalizado en formato PDF, hay, por orden, textos de Agustín García Calvo, Sergio Herrero, Ricardo Pérez, Daniel Martín, yo mesmo, Eva Fernández Rodríguez, Marta Fuentes, Rafael Herrera, Antonio Hernández Marín (aka Aker) y dos anónimos del siglo XVI recopilados por Alfonso García Pecharromán.

Respecto al contenido, por la parte que me toca habría tanto por lo que excusarse que prefiero ni intentarlo. Tengan Vds. paciencia —y, por qué no, también buen provecho.





viernes, 14 de octubre de 2016

Dylaniana



Como buen dylaniano, me ha alegrado el Premio nórdico que acaba de caerle encima. Confío en que le abrigue en el inverno de sus días y pienso que, como en alguna ocasión anterior, cuando finalmente hable será para decir que en él se premia a Woody Guthrie (y, podría añadir un europeo, a Brassens). Lo cual me parece estupendo.

Mi Devocionario Pop es un libro muy dylaniano. Dos de sus poemas (que recoge en su blog Víctor Peña) son versiones libérrimas de canciones de Dylan, y otros dos, que traigo aquí, son poemas propios pero aluden a sendas canciones del maestro. Ahí van.






sábado, 8 de octubre de 2016

Estudio en escarlata


Gracias a Pablo García, que tuvo la idea y la pericia y decisión para realizarla, tenemos nuevo vídeo de La Bossa y la Vida. Helo, y con él diez cosillas sobre Estudio en escarlata.



1. Estudio en escarlata es el título de la primera novela de Sherlock Holmes que escribió Arthur Conan Doyle. Se publicó en 1887.

2.  La expresión se refiere a un estudio, es decir, un boceto o apunte, dibujado en color rojo (escarlata). En el libro de Doyle, el estudio en cuestión es el asesinato que investigan y resuelven Holmes y Watson. El hilo rojo de la sangre derramada forma el diseño.

3. La letra de la canción habla de varias cosas, y de ninguna en particular. La conexión con el estudio en escarlata viene porque en la primera estrofa se habla de soplar sobre las brasas, haciendo que broten las llamas.

4. Una de las cosas de las que habla la canción es de los amigos perdidos, y de cómo a veces se les echa tanto de menos que, en cierto modo, su falta se hace ubicua. Yo pensaba en mi amigo Antonio Hernández, Aker, pero por desgracia todos  acabamos teniendo a alguien a quien echar intensamente de menos, cuya ausencia nos acompaña.

5. En el arranque (Raíz de lo que viene, amor de lo que pasa) hay un guiño a una canción cientovolandera que dio nombre al único disco del grupo, Por amor a lo que venga.

6. La canción tiene solo cuatro acordes, aunque les caen algunas tensiones coloridas que hacen que no suene (demasiado) a guitarra de campamento.

7. Para felicidad (o no) de los músicos que no pueden usar cejilla, está en si mayor, tono de cinco sostenidos y hermoso sonido, muy brillante.

8.  La estrofa final es un arreglo del arranque de la Sonatina, uno de los poemas más conocidos (e injustamente vilipendiados) de Rubén Darío. Hay otra canción nuestra, Juventud divino tesoro, que es toda ella adaptación (en tono bluesero) de un poema del maestro nicaragüense.

9. Las palabras consuelan, pero nunca lo suficiente. Unas veces las exaltamos (es la palabra el único tesoro que persiste: / el lápiz con que puedes dibujar cualquier color) y otras veces constatamos su ruina (qué tarde, qué deprisa / caducan las palabras).

10. ¡Los pies de Fátima! Pablo valoró grabar los pies de todos, pero decidió con buen tino centrarse en los de la dama Galadriel.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Lecciones de vida


Éramos menores de edad (¿quince años? ¿O antes incluso?) cuando creamos el Taller Literario Babel, una tertulia que se reunía cada viernes en el parque Sur de Madrid, en un local que aún sigue ahí, y que entonces se llamaba Piscina Restaurante Marbella. Creo que a Ricardo y a mí nos había citado alguna vez allí un profesor nuestro, Luis María Sanz, que fue la primera persona en interesarse por lo que escribíamos, cuando éramos aún muy críos. A la edad en que fundamos el taller, Luisma ya nos había aclarado, con admirable franqueza, que no tenía más que decirnos o enseñarnos, y que debíamos buscar una respuesta en otros, preferiblemente personas con experiencia en el mundo literario y editorial. Lo intentamos. Recuerdo visitar (aún de su mano) la editorial Arnao, una pequeña empresa dedicada a la poesía, dirigida por dos jóvenes encantadoras pero que no supieron tampoco muy bien qué hacer con  nosotros. Fueron amables, pero salimos convencidos de que lo que habíamos escrito hasta entonces era impublicable. (Y lo era.) Nos regalaron, eso sí, algunos libros de su editorial. Uno de ellos,  La página amenazada de Eloy García Tizón, me impresionó muchísimo; alguna vez he traído hasta aquí una muestra.

Volvimos, pues, al Marbella, pero ya como jóvenes escritores. Como no encontramos un interlocutor entre los adultos, decidimos buscarlo entre nuestros amigos. Incomprensiblemente, entre ellos no faltaban otros letraheridos tan frikis como nosotros (o quizá fue esa dolencia la que hizo que amistáramos). Teníamos a Carlos, lector máximo de Ciencia Ficción y amigo fiel hasta este día; a Dani (al que me tocó entrevistar para un trabajo de religión. Le pregunté, como a todos: '¿Qué opinión tienes de  Dios?'; y él, como nadie, me respondió:  'Muy buena. Yo mismo soy un dios');  a Antonio, elegantísimo cronopio; y a Eva, una de las chicas más guapas del colegio, pero que además de eso había leído a Kafka y a Djuna Barnes (o quizás no) y era capaz de hablar de todo sin melindres ni tapujos.

Virtud esta muy necesaria. Éramos, ya digo, menores, pero pronto en las cosas que escribíamos empezaron a aparecer todo tipo de brutalidades, que hubieran hecho sonrojarse a los clientes del lugar si no hubieran tenido el buen juicio de ignorarnos. (No era difícil: solíamos sentarnos dentro, y la mayoría de las mesas de aquel enorme espacio estaban siempre vacías.) Fingíamos, a modo de entrenamiento, haberlo vivido todo: la represión de un Estado totalitario, el estupro, el asalto a mano armada, la carrera a través de un campo lleno de cristales, con los pies descalzos.

Algo de esa sabiduría, sin embargo, era cierta. Pero no me tocaba a mí. Al contrario, si escribo estas líneas es porque me sorprende retrospectivamente no haberla apreciado.

A pesar de la advertencia de Baroja ('Juventud, egolatría'), no acudíamos al Taller a echar cada uno nuestro rollo. Solíamos escuchar lo que leían los demás con enorme atención, y al finalizar dábamos nuestra opinión con más sinceridad que cortesía (aunque a veces repitiéramos sospechosamente juicios como 'me ha gustado más la primera parte' o  'lo que más me ha molado es el ambiente'). Si el texto no nos convencía, tampoco era raro que acribilláramos a preguntas al autor, que a veces degeneraban en reproches.

Y bien, ahí es donde, con cierta vergüenza, me recuerdo. Mi amiga Eva siempre tuvo un gran talento para escribir cuentos que se movían entre el realismo crudo y una realidad paralela expresionista (un título suyo: 'Una vez aprendí a cocer cucarachas y ahora no recuerdo dónde'). Es un  registro que después dejo atrás, cuando comenzó a estudiar Trabajo Social, convencida de que no bastaba con constatar las atrocidades de nuestro entorno y convertirlas en literatura, sino que había que remediarlas. En uno de esos cuentos, hacia el final, escribía Eva algo así como 'Corrí y corrí hasta que no pude dar un paso más. Y luego seguí adelante'.

—¿En qué quedamos? —le dije yo con mi peor sonrisa—. ¿Se quedó realmente sin fuerzas o le quedaban suficientes para seguir?

Trató Eva de explicarme que esa era precisamente la cuestión: que a veces uno se queda sin fuerzas y sin embargo es forzoso seguir —e inexplicable, milagrosamente, sigues. La explicación no me convenció, pero la archivé. Hoy me parece una lección impecable.

Hubo muchos más casos así, en que yo corregía y acababa corregido. Recuerdo otro. Era un cuento (o quizá no exactamente un cuento) en el que hablaba del chico con el que entonces salía, y en un momento citaba, entre otras prendas de amor,  su 'sudor limpio'.

—Volvemos a lo mismo. O está sudado o está limpio.

Hoy, mientras escribo esto tras una sudorípara vuelta en bici, sé que ella tenía razón en lo que pacientemente me explicó. Hay un sudor limpio, inmediato, que tiene la nobleza del esfuerzo, y aun del hábito mismo de ejercerlo. Y otro recalcitrante, residual, acumulado en ropas, toallas, o en la misma piel, si uno no ha tenido la ocasión o el acierto de lavarla. Es la diferencia entre el corte limpio, del que en un primer momento ni siquiera brota la sangre, y ese mismo corte amoratado, al borde de la infección.

Pienso muchas veces en Eva y en su sabiduría generosa, que tantos años me ha acompañado y más de una vez me ha dado buen consejo, o (mejor aún) me ha aceptado como venía, en mejor o peor estado, sin pedirme explicaciones ni venderme motos. Hoy me cuesta disentir de ella, a no ser en detalles nimios; y pienso que es una de las personas que más me ha enseñado en la vida. Valga esto como ejemplo de lo mucho que se aprende cuando creías que estabas enseñando.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Hobson contra Hobson: ¿qué significa un sueño?


He comprobado muchas veces que mis sueños protestan contra mis intentos diurnos de comprender su mecanismo y ponerle límites. Pero es divertido ver que le pasa lo mismo (¡sin que él se dé cuenta!) a J. Allan Hobson, probablemente el mayor experto actual sobre sueños.

En su libro Dreaming. A Very Short Introduction, el primer sueño que cuenta es uno suyo relacionado con pintar su casa. El propio Hobson cuenta que dejó registro de ese sueño (habido dos noches antes) durante un viaje en avión cuando se dirigía a un congreso sobre el sueño. Hobson sueña que un amigo suyo y un amigo desconocido de este amigo le están ayudando. El desconocido pinta con spray azul la pared blanca. Hobson está inquieto porque no confía en la habilidad de los que le ayudan. Y, en efecto, el tipo del spray mete la pata hasta el fondo. Mientras se entrega a pintar mecánicamente de azul la pared, no se da cuenta que en la pared hay un cuadro, que también cubre de pintura. Hobson le ordena que pare, pero para hacerlo hay que parar una máquina que se encuentra en el piso superior.


Hobson 'interpreta' el sueño poniéndolo en relación con su preocupación por el mantenimiento de una granja suya en Vermont. Pero ¿no es bastante más lógico pensar que alguien que está a punto de partir a un congreso de sueños y está bastante preocupado por cómo le va a ir en él sueñe algo relacionado con lo que en ese momento más le preocupa: o sea, con el congreso y con los sueños en general?

Pero a mí, que soy muy dado a los metasueños, este me parece un caso evidente. La pared es el sueño. Y el 'arreglo' que Hobson, su amigo y el amigo de su amigo realizan es el debate al que se dirige, centrado en el tema del sueño. La aplicación mecánica y poco cuidadosa del spray azul es la lectura mecanicista del sueño que Hobson y sus colegas defienden (azul, de hecho, es la portada del libro, como se ve en la imagen de arriba). El sueño denuncia, con toda la razón del mundo, que esa explicación mecánica es un abuso que no tiene en cuenta 'el cuadro', solo la pared. Pues la pared (el sueño) es según Hobson enteramente blanca: lo que soñamos no significa nada, es un delirio inconsecuente del cerebro. Y al pintarlo de azul, está creando un doble de esa nada: una versión científica, fría, del fenómeno.

El sueño le recuerda que no es así: en esa pared blanca hay colgados cuadros, y es un crimen cubrirlos de pintura. Ignorarlos. Es decir, es un error no advertir que hay sueños (o elementos del sueño) banales (la superficie blanca) y otros significativos (los cuadros).  Pero ese error no es individual (y no puede corregirse dejando de apretar el spray): depende de un sistema (de ideas) que es necesario parar. Esa máquina que se encuentra escaleras arriba (en la conciencia, en la vigilia) es la propia teoría de Hobson y cía sobre el sueño.

De esta maliciosa manera, el Hobson 'del lado izquierdo' (que diría Castaneda) le da una lección magistral al de la mano derecha. Esa lección pasa inadvertida, pero el subconsciente de Hobson le juega otra (y genial) pasada al hacer que incluya este sueño en su obra. Pues el Hobson-que-sueña está así subvirtiendo con un guiño todo lo que dice a continuación el Hobson-que-niega-todo-valor-a-lo-que-sueña.

domingo, 14 de agosto de 2016

La Realidad no es todo lo que hay (García Calvo, tr. Juan Bonilla)

 
En los medios al uso, seguramente nadie ha escrito más a menudo sobre Agustín García Calvo en los últimos años que Juan Bonilla. Su relación con el maestro es entrañablemente edípica: casi nunca lo alaba sin lanzarle un pellizco; ni se burla de él sin reconocer, de antemano, su admiración incondicional. En su último libro de versos, Poemas pequeñoburgueses (Renacimiento, 2016), que me descubrió (como tantas cosas buenas) Víctor Peña Dacosta, abundan las referencias, unas veces al maestro y otras, sin nombrarlo, a cosas que él solía repetir (la Realidad no es todo lo que hay, el Futuro es el reino de la Muerte). Traigo este poema, que es la alusión más directa; pero ya digo que a lo largo del libro hay mucho Agustín metabolizado. 
 
LA REALIDAD NO ES TODO LO QUE HAY

A ¿Agustín García Calvo?

La realidad no es todo lo que hay.
Tiene grietas y heridas.
Si te asomas verás cómo debajo
Va fluyendo la vida.
 
La de verdad, sin tiempo,
sin futuro rindiéndote a su suerte.
La realidad es el viejo refugio
de tu muerte.
 
Pero debajo, bien lo sabes tú
que eres un yo que me hace tú a mí mismo,
vibra la vida a salvo, niña ebria,
invitándonos a la fiesta del abismo
 
donde ser y no ser bailan dichosos
sobre nuestras futuras tumbas,
volviéndonos un mero estar, no es tarde
para abolir cualquier pregunta
 
que sólo quiera darte realidad,
sin decirte nada de ti,
transformarte en sombría identidad.
No hay más porqué que el porque sí.
 
La realidad no es todo lo que hay.
Lo sabes bien, es la verdad sencilla.
Por debajo la sientes, vibra y fluye ,
ajena al tiempo, nuestra vida.
 

lunes, 20 de junio de 2016

En la casa de san Juan


Soneto de pan mojado
en vino y en espejismos,
bandada de los abismos
que al borde de mi tejado
repasas lo que ha pasado,
cancelas lo concedido:
que nos alcance el olvido
cuando nos pierda el amor
—que sea dulce el dolor
de no saber quién ha sido.

sábado, 11 de junio de 2016

Orfeo y la poesía oscura (Rafael Herrera)


Orfeo supone un caso aparte de todos los usos que de la mitología grecorromana ha hecho la Tradición Clásica. Además de los valores de ejemplo, de argumento, de alusión erudita u ornamental que el mito ofrece siempre, hay en las recreaciones órficas un componente mucho más fundamental, primario. Es materia poética misma por ser la representación del canto y por unir en su figura los dos arquetipos básicos capaces de explicar toda el alma humana: amor y muerte. Ya desde antiguo la figura de Orfeo adquiere un status especial en el ámbito de los seres mitológicos, diverso de dioses, hombres, héroes, seres de ultratumba, magos y adivinos, pero participando un poco de todos ellos.

Para recordar su figura, hagámoslo con su tal vez más hermosa recreación, en Virgilio, Geórgicas IV 467-526; tras toda su aventura en el infierno, donde puede acceder sólo a través del poder de la poesía, su fracaso se vierte en "los versos más tristes", sólo puede cantar (vv. 516-27 en versión de A. García Calvo):

Ni un amor doblegó su pasión, ni boda ninguna:
solo, los hielos del Norte y el Tánais nevicoso
y la llanura que nunca la escarcha escita abandona
él recorría, llorando perdida a Eurídica, el vano
don de Plutón. Despechadas de tal honor, las señoras
tracias, en medio del rito y orgía de Baco nocturno,
descuartizado al mozo por la ancha vega esparcieron.
Y aún después, la cabeza del claro cuello arrancada,
cuando por sus cabozos rodando el Hebro de Tracia
iba llevándola, "Eurídica" el frío son de la lengua,
"Ay Eurídica triste" exhalando el alma llamaba;
río abajo sonaba en la orilla "Eurídica" el eco.

La imagen no puede ser más sugerente, y así ha interesado siempre de muchas maneras, aunque en líneas generales podemos distinguir dos formas de "orfismo". La primera, más directa, es recobrar el mito apropiándoselo, una forma tradicional de influencia como la que hace Juan de Jáuregui en su _Orfeo_, llevándolo a su época, y lo presenta como un músico muy del XVII (_Orfeo_ IV 65 ss.):

Al pecho aplica la admirada lira
que en ligero cendal del cuello pende;
alguna luego de sus cuerdas mira
si a la precisa consonancia ofende;
áurea claver, tenaz, un nervio estira,
otro relaja; y, mesurado, atiende
siendo al examen árbitro el oído.

Ya que la lira, en corregidas vocesm
precursora del canto se adelanta,
y en perezosos puntos o veloces
suena la firme o trémula garganta,
fieras voraces, áspides atroces
tierno mitiga, sonoroso encanta;
llega su voz, en riscos y montañas,
a infundir vidas, a humanar entrañas.


De la figura comentaba Gerardo Diego ("El virtuoso divo Orfeo") que "quien en realidad toca ante Jáuregui es un diestro tañedor de la vihuela de arco del siglo XVI".

Junto a la apropiación estilística, está el uso poético de un argumento que reviste la intención lírica de un autor, y un ejemplo de esto, centrándose en la parte femenina del mito, es el soneto de Eurídice de Sophia de Melo Breyner-Andersen del que ya hablamos en otro lugar, pero que es necesario recordar aquí:

A Eurídice perdida en el aroma
y en las voces del mar buscaba Orfeo,
ausencia que poblaba tierra y cielo
y cubre de silencio el mundo entero.

Así bebí mañanas de neblina
y dejé de estar viva y ser yo misma
a la busca de un rostro que era el mío
que era mi rostro auténtico y secreto.

Mas ni en las olas ni en los espejismos
te pude hallar: se erguía solamente
el rostro puro y limpio del paisaje

y despacio tornéme transparente
como muerte nacida a imagen tuya
y en el mundo perdida estérilmente.


Pero cuando en una interpretación así entra ya la cuestión de la propia poesía, y se tratan además cuestiones más o menos mistéricas, es cuando en realidad gustamos ya de esa cualidad especial que decíamos tenía ese mito. Y es que Orfeo es del umbral, de los pocos que lo cruzan en ambos sentidos, y por eso es de dos mundos; así Rilke (Soneto a Orfeo, trad. propia):

¿Es él de aquí? No, sino que se cría
en ambos reinos su mayor naturaleza.
Las ramas de los sauces doblaría
quien sabe su raíz, con más destreza.

No dejéis en la mesa, al acostaros,
pan ni leche; a los muertos los convoca.
Pero él los conjura, y trastoca,
bajo los suaves párpados más claros

su aparición con todo lo visible,
y de tierra o de rombo, el hechizo
es para él de lógica invencible.

Nada muda su imagen verdadera,
sea en sepulcro, sea en cobertizo,
celebre anillo, fíbula o cratera.

Esa participación en los dos mundos, su carácter mistérico, es lo que divulgó toda la secta órfica y lo que ha cautivado también a todos los poetas que buscan una salvación; así era el Orfeo de Rilke, pero también el de Novalis, crípticamente aludido en el VI de sus Himnos a la Noche:

De costas lejanas, bajo el cielo sereno y alegre de
Hélade nacido, llegó a Palestina un cantor, y entregó su corazón
entero al Niño del Milagro...

La muerte nos anuncia eterna vida.
Tú eres la muerte y sólo Tú nos salvas.


Con esa peculiar interpretación religiosa que, si toma elementos del cristianismo (como éste los tomó en principio de las sectas órficas) lo funde en una concepción conciliadora, que elimina opuestos en figuras sincréticas, biformes como lo es la de Orfeo. También Orfeo, al decir de Marcel Detienne, (La escritura de Orfeo, trad. esp. Barcelona 1990) "reescribe los dioses de la ciudad", siendo síntesis de Apolo y Dionisos, de la armonía y de la oscuridad. Es esta parte oscura la que hoy nos interesa, y queremos entender oscuridad como decía Juan Eduardo Cirlot ("La oscuridad en la poesía", _Poesía_ 5-6 (1979-80); p. 120):  "Oscuridad se toma en el doble sentido de voluntad de entenebrecimiento exterior, y de abismación en hondanares que acaso valdría más ignorar";  pero frente a las reticencias estéticas o intelectuales que esto podría suscitar, aclara que "Puede que mucho de esto sea cierto, pero no es razón para prescindir de un factor de conocimiento y de comunicación esencial". Ciertamente, una mayor o menor dificultad en la poesía no nos exime de buscar su intención, cuando ésta se dice así porque así tiene que decirse: por eso la figura de Orfeo tiene un papel tan preponderante en la poesía oscura, o acaso es que la poesía se oscurece cuando aparece Orfeo, con su lado tenebroso, expresado a través de la clara armonía del verso. Poetas de los llamados "iluminados", "crípticos", "herméticos", "oscuros" en fin, porque tienen un mensaje profético sólo expresable en un lenguaje determinado, se han identificado siempre con Orfeo: así en el soneto El desdichado de Gérard de Nerval que recoge otros mitos frecuentes en su obra, pero que concluye con la figura de Orfeo y el paso del Aqueronte, la circulación entre mundos (trad. propia):

Dos veces vencedor yo crucé el Aqueronte
modulando por turno en la lira de Orfeo
suspiros de la Santa y los gritos del Hada


A veces es sólo la imagen poética de la bajada, sin referencia directa a Orfeo, lo que nos lleva sin embargo al terreno de lo órfico, a la iniciación mística que supone hundirse en las tinieblas, en la conciencia, para regresar otro, y así en el poema del portugués António Ramos Rosas, de su libro O incéndio dos aspectos (trad. de Ángel Crespo, al que Orfeo tenga en sus glorias):

Animado el poeta bajó
la horizontal escalera
al encuentro de la lámpara animal.

Baja hasta la tierra humedecida
buscando la pobreza de una lámpara
violeta
sobre una pierna soberbia allí perdida.

Baja
hasta que baja en la pobreza
de la faz de follaje negro
araña negra sobre aquella pierna
del cuerpo glorioso.


O la imagen del descenso que es central en estos versos finales del Himno del Gran Retorno de Ánguelos Sikelianós (trad. propia):

Cual mano que entre medias de las cuerdas de la lira
imagina tocar
igual mi corazón entero en cada astro que mira
se estremece de amar.

¡Hondo misterio! El pálpito universal al fondo
del cuerpo conocido
de entre la fuente de tu fuerza lo respiro hondo
de robustez henchido,

y pues que sin buscarlo yo del cielo alto me alcanza
y va hacia mí de frente
Amor armado, yo me agito y respondo a su danza
con armas de la mente.

Pues yo lo sé, que más allá del resplandor astral
cual águila acechante
me aguarda donde empieza la tiniebla divinal
mi propio yo formante...


Así que la bajada es conocimiento de uno mismo, que a lo que nos quiere obligar la poesía. Medio de conocimiento es también la experiencia órfica para Carles Riba, que en la X de las Elegías de Baskerville recurre a Orfeo para expresar su sentido salvífico muy relacionado con Rilke como él mismo reconocía:

Dioses fraternos, así tras beber e inundarme en mi propio
puro retorno, pasé dentro del alma hasta allí
donde moráis, más allá de la infancia, vosotros conmigo
en la sonrisa de estar ciertos, un solo final,
yo el glorioso instrumento y vosotros amor...


Esta tendencia órfica es la que se advierte en algunos libros como El  jardín de Orfeo de Antonio Colinas, que recoge motivos muy clásicos con los salvíficos del dolor y la muerte; una muestra con el poema Órfica:

Cerrado el alto muro del jardín
fundido ya mi fuego con su fuego,
llega la noche y oigo unos pasos
que descienden de espacios siderales,
que hacen crujir serenas las esferas.
Es Orfeo, Orfeo: la Armonía.
Orfeo, que adormece o torna beodos
a animales y a plantas, que del alma
humana arranca con trinos y músicas
—sueño tras sueño, espina tras espina—
todo el dolor que supura del mundo.


o el extensísimo poema Doce de los órficos de José Lezama Lima, tan fabuloso que merece estudio aparte (aquí sólo se apunta para que el lector inquieto corra a leerlo).

Pero dentro de la poesía oscura no queremos dejar de referirnos al ya mencionado Juan Eduardo Cirlot, que también merece un estudio más a fondo; en cuanto a Orfeo, tiene al menos tres tratamientos del tema en su poesía; el primero en su libro Árbol agónico (de 1942-45), y que se inserta junto a otros poemas mitológicos a La Pitonisa, Apolo Musageta, Medea, etc.:

ORFEO

Del viviente silencio que los cuerpos sollozan,
del canto palpitante de los bosques reunidos,
del himno acumulado, solar, por las llanuras,
Orfeo, en la ribera del fuego, extiende el grito.

Al rumor del incendio, las rojas, degradadas,
las azules y negras bestias, mansas acuden;
los pájaros descienden, y los árboles sufren:
los oscuros cipreses de ensueño disonante.

La subceleste calma de los sagrados valles
lenta vibra, sublime de espumas y laureles,
y, en el desnudo espacio, cristales y palomas,
ambos gimen, prendidos en el pulso severo.

Sonidos inmutables doran sordas montañas,
y pechos, y cabellos, que a su luz resplandecen.
El dolor ha encontrado la fuente, y el espejo
en el camino profundo donde no se destruyen.

Mujeres de ceniza, pastores enterrados,
sueñan cielos de plata a través de la arena.
Sus pupilas resecas se inundan de jacintos,
y en la orilla del río las cañas se estremecen.

El mar es un lamento que corta las magnolias,
y el aire es un gemido que las estatuas muerde,
pero tiene el abismo del hombre otra violencia
con que expresar la sangre que invade sus paisajes.

El siguiente es un libro entero, de 1970, Orfeo, con casi todos sus poemas en tercetos sin rima aunque también con cuartetos y algún alejandrino, pero que recuerda el estilo de las fábulas antiguas aunque en un lenguaje altamente hermético: aquí se da la vuelta al tema del autoconocimiento que veníamos viendo y propugna (algo así como nuestro Agustín García Calvo) un desconocerse, un des-saberse, comenzando el libro con una autocita que dice: "Niégate a ti mismo y síguete", y que se dedica, mistéricamente, "A Eurídice-Perséfone". Yo remito a su lectura, pues el desarrollo de la idea es largo, pero quiero recordar al menos un verso tan revelador como éste, que tan bien cantaría, un poner, Silvio Rodríguez:

Mi máscara es la lira: yo mato cuando canto
aunque esa muerte sea también mi propia muerte.

Por fin, de 1972 el libro Ocho homenajes (que los incluye a Dante Gabriel Rossetti, Scriabin, Nerval, Schoenberg, Tasso y Wagner, o sea, muy músico y muy mistérico), comienza con este soneto a Orfeo, que ya lo dice todo:

Lejos está la sombra que me mira,
perforadas montañas la circundan;
hay olas escarlatas, y se inundan
las órbitas de todo cuanto gira.

En sangre y resplandor flota la lira,
las cuerdas y planetas se secundan
y el orbe gemirá cuando se hundan.
Una cabeza muerta que respira

canta en mi corazón donde la sangre
en el mar de sus ojos, de su boca.
Una cabeza sola a la deriva.

Quiero que mi cabeza se desangre,
me quiero convertir en una roca;
mas que mi voz no yerta sobreviva.

Yo no sé hasta qué punto pueda tener la poesía ese valor salvífico, pero sí que esa actitud del poeta logra creaciones tan impresionantes como éstas; luego, dejamos los versos y nos vamos a beber unos vinos, sin angustiarnos mucho con la muerte y el otro lado, porque como ha escrito nuestro amigo Alejandro

La mariposa muere mientras gustas
el polvo delicado de sus alas.
Sal ya de mi memoria, oh tú, viajero.
Tras estos versos, mira, ya no hay nada.

(Rafael Herrera, «Orfeo y la poesía oscura», en El mundo de ultratumba en la Antigüedad. Actas del 8º Coloquio de Estudiantes de Filología Clásica, Valdepeñas: 1996, pp. 33-40).

viernes, 10 de junio de 2016

Los trenes de Tozeur


Por orden de quien no puede evitarlo,
se hace saber que el cielo es un erial,
que es pecado mortal cruzar los dedos
 para mentir sin nubes y que el tiempo
es un camino múltiple en que todo
se tuerce, se bifurca, se entrevera
hasta volver en sí, cual burra al trigo.
Se hace saber que todo es espejismo:
un sueño del oasis esta ruta
y el hombre cuya sed colma el desierto.

martes, 7 de junio de 2016

domingo, 5 de junio de 2016

Mano a mano (IV)


Ten a mano lo poco que precisas
para tender la mano a las que llegan
sin saber si es a ti a quien se dirigen.
Una vez, nada más, podrás rozarlas.
Y ellas decidirán si se te entregan
o bajan en la próxima parada.

martes, 31 de mayo de 2016

Mano a mano (III)


Hay que echar una mano en todo empeño 
como se echan monedas en el pozo 
que empapa con su sombra los deseos. 
Un empeño (que no un triste proyecto) 
nunca sabe qué quiere, ni qué dan 
de sí sus aguas súbitas, sin rédito.

lunes, 30 de mayo de 2016

Mano a mano (II)


Llevarnos de la mano es otra forma de volar. 
Quizá Orfeo llevaba la sombría 
de Eurídice en la suya. Quizá el tacto 
volviéndose tangible en el umbral 
le hizo mirar atrás (como si coges 
la mano de tu niño o de tu amor 
y la sientes helada, como un ancla 
que no puedes dejar abandonada, 
y vuelves hacia tu ella tu calor, 
el saldo corporal de tu esperanza).

domingo, 29 de mayo de 2016

Mano a mano (I)


Una pareja es algo más que un par
—o tal vez algo menos. Una mano
no puede acariciar su soledad
ni pueden dos, si son del mismo cuerpo,
ir a estrecharse o mantener un pulso.

sábado, 28 de mayo de 2016

Mas, que nada


¿Es mejor el poema que te doy
que el que no llego a hacer? ¡Menos es nada!,
decimos, pero no hay mansión más amplia
que ese blanco que envuelve las palabras
—y acaso sea eso de morir
la forma de mudarse a esa morada
desde donde decir es decidir
en qué letra aflorar: cosa de nada.


viernes, 27 de mayo de 2016

En boca de lobos



No está viva la herida si no duele
ni es tu nombre tu nombre si no sientes
cómo te llama desde cada esquina,
tu ser en otros labios que te copian
como el agua acostumbra con la luna.
¡Tú en labios de cualquiera! Qué derroche
ese beso implacable que hace suyas
tus gracias. No es extraño que los dioses
guardaran en secreto sus vocales
—y que el amante invente ese otro nombre
para guardar en sí lo que tan solo
permites que hasta él llegue. Nadie dice
su nombre ante el espejo sin dudar.
Tal vez ante tu luz también él duda.

miércoles, 25 de mayo de 2016

You're so vain (you thought this little song was about you)






No me atrevo a decírtelo. ¿Qué culpa
tienes tú de que sienta lo que siento?
La luz ciega o nos falta y no culpamos
por ello a las estrellas. Desde lejos
(tan lejos como puedo) te atesoro,
tomando de ti solo lo que dejas
en público usufructo. No eres mía
pero en mí te entrometes, te complicas
sin piedad en mi amor o mis recuerdos,
ocasión de un afecto que asesino,
de un verso que no dice la que eres
pero eres tú también. Descanse en orden,
meciéndose en los números sin número
que rigen las palabras. Mientras tanto,
un día de los días tú las lees
y dudas si eres tú. Tal vez lo creas