Creo ser el primero que se ocupa en la Red de este volumen, el más reciente de la editorial zamorana Lucina, en la que Agustín García Calvo publica sus libros. Quizá porque el maestro da para alimentar (con variable fortuna) todos los géneros, Lucina sólo ha dado entrada a otros dos autores vivos: su compañera de muchos años, Isabel Escudero, y el joven poeta Miguel-Ángel Velasco, autores de Coser y cantar y El dibujo de la savia, respectivamente. Supone, pues, una novedad este Safo en Madrid, firmado por Rufa Sánchez-Uría, una poetisa hasta ahora desconocida de la que en vano buscaremos noticias en la breve introducción que García Calvo ha puesto al volumen. Rayando la descortesía, explica el poeta que este poemario le llegó como tantos otros que poetas noveles desorientados dirigen a Lucina, y que de hecho se trata de poesía literaria, versolibrista, de la que en principio no le interesa en absoluto. Sin embargo, se confiesa fascinado por el detalle de que la autora no consignara señas donde devolverle el envío, indicando en cambio que «en el improbable caso de que decidiera sacarlos en LUCINA, ya me enteraría por las librerías habituales». Tan inusual desapego, sumado a la fuerza y sentido de los versos, le decidió a publicar, «no sin dudas», estos poemas, por los que asoma a ratos una historia de amor sáfico.
La falta de galantería de García Calvo y su insistencia en que resulta imposible localizar a la autora tienen una explicación fácil, que me abstengo de detallar. Baste decir que los versos, sin ser siempre isosilábicos, tienen un ritmo bien marcado, y que no renuncian a vestirse de temporada con las galas de la rima. En su prólogo, reproduce García Calvo unas palabras de la autora en las que explica que le remitió el libro «por lo mucho que a su obra le deben estos desmelenados versos»; sin embargo, él no ve más huella que el uso que Sánchez-Uría haya podido dar a los fragmentos de Safo que tradujo en su volumen de Poesía antigua, y alguna idea más bien política que poética extraída de sus libros azules o de la Tertulia del Ateneo madrileño. Queda en manos del lector hallar ulteriores conexiones, que no faltan, entre maestro y discípula.
Autorías aparte, el libro recompensa al lector curioso con poemas oportunos como éste. Los que hemos paseado por las anchas barandillas del Viaducto antes de que Álvarez del Manzano prohibiera asomarse por ellas agradeceremos, creo, que alguien ponga por escrito unas palabrillas sobre el tema.
Por vivir ya que parece
que hay que vivir en algún sitio
no estaba no nada mal esto
de vivir en un alto de las Vistillas
a la vista de las grandezas
del Palacio de Oriente
de la Almudena y San Francisco
y por detrás la Ópera
cascarones de fe en la gloria
que la guardan ya muerta
y bueno era también de ida o vuelta
pasar ligera por el viaducto
viendo de soslayo en lejanía
la desgarradura de los montes
hacia los cielos de poniente
ahora ya no ahora
las estadísticas de suicidios
como los malos boxeadores
que ponen la guardia donde
han recibido el golpe
han movido a las autoridades
a montar sobre las barandillas
unos altos parapetos
de recio plástico vidrioso
que hagan sumamente dificil
encaramarse en el ferviente anhelo
de acabar con todo
y desanimen a cualquier presunto
de arrojarse al espacio
como si la muerte
para atraer a su regazo frío
a los enamorados que a millares
le cría la ordenación del mundo
tuviese alguna preferencia
por un sitio ni otro
o que le hiciera falta preparar
unos u otros medios
fáciles y baratos
o tósigos o revólveres
o gas doméstico o cordel
de seda ni ningunas
tentaciones suplementarias
el caso es que ya me la han quitado
la modesta alegría
de volver a mi cuchitril
solo de toda ella
trotando por el borde del abismo
canturreando entre dientes
sin pensar en nada.
que hay que vivir en algún sitio
no estaba no nada mal esto
de vivir en un alto de las Vistillas
a la vista de las grandezas
del Palacio de Oriente
de la Almudena y San Francisco
y por detrás la Ópera
cascarones de fe en la gloria
que la guardan ya muerta
y bueno era también de ida o vuelta
pasar ligera por el viaducto
viendo de soslayo en lejanía
la desgarradura de los montes
hacia los cielos de poniente
ahora ya no ahora
las estadísticas de suicidios
como los malos boxeadores
que ponen la guardia donde
han recibido el golpe
han movido a las autoridades
a montar sobre las barandillas
unos altos parapetos
de recio plástico vidrioso
que hagan sumamente dificil
encaramarse en el ferviente anhelo
de acabar con todo
y desanimen a cualquier presunto
de arrojarse al espacio
como si la muerte
para atraer a su regazo frío
a los enamorados que a millares
le cría la ordenación del mundo
tuviese alguna preferencia
por un sitio ni otro
o que le hiciera falta preparar
unos u otros medios
fáciles y baratos
o tósigos o revólveres
o gas doméstico o cordel
de seda ni ningunas
tentaciones suplementarias
el caso es que ya me la han quitado
la modesta alegría
de volver a mi cuchitril
solo de toda ella
trotando por el borde del abismo
canturreando entre dientes
sin pensar en nada.
1 comentario:
Las descripciones del Oeste de Madrid tienen, si están bien hechas como ésta, un gran encanto; porque la zona tiene un enorme encanto. Y el mejor azul de fondo de toda la historia de la pintura. No es poco.
Saludos.
Grifo
Publicar un comentario