miércoles, 4 de enero de 2012

Soy el espantapájaros


Me siento feliz en estos días de margen, en que no hay nada demasiado acuciante que hacer, y cabe por tanto seguir al corazón, como el caballero que deja que su montura decida el camino. Para restaurar el artículo sobre la metáfora de la Wikipedia, que estaba el pobre muy precario, he rescatado un libro que leí hace muchísimo, Metáfora y realidad, del filósofo estadounidense Philip Wheelwright.

Wheelwright va más lejos que Carlos Bousoño, el poeta de los 50 y autor de la Teoría de la expresión poética, que tanto ha hecho por aclararnos cómo funcionan estas cosas. Bousoño mantiene el sentido tradicional de la metáfora como asociación entre un plano real (aquello de lo que realmente estamos hablando) y otro imaginario o metafórico (cosas que se asemejan a aquello de lo que estamos hablando), y explica que la semejanza entre ambos planos o términos comienza siendo sensible (semejanza en la forma, el color, etc.) pero a lo largo de la historia de la literatura se vuelve cada vez más abstracta, hasta llegar al caso de la imagen visionaria, en que lo similar no son los dos términos, sino la respuesta emotiva que ambos nos provocan (el ejemplo célebre de Aleixandre, Un pajarillo es como un arcoiris, donde la única semejanza, dice Bousoño, es que ambos son cosas delicadas, puras o inocentes, que nos provocan ternura).

Wheelwright propone distinguir un tipo de metáfora, la diáfora, en que se asocian dos términos sin que haya entre ellos semejanza alguna, creando así una realidad nueva. No acierta, me parece a mí, a dar ningún ejemplo especialmente convincente, pero la memoria me ha traído uno que podría valer:

A mí me gustan los bocadillos
que solo tienen papel de plata.

Un bocadillo sin pan ni relleno, que no es en rigor tal bocadillo (como una silla sin patas, respaldo ni asiento), es ciertamente una realidad (o irrealidad) inédita. Se puede, por supuesto, argumentar que se trata de un objeto real y hasta trivial (un bulto de papel de plata que parece, por la forma, un bocadillo, pero al desenvolverlo resulta estar vacío), pero el poema no se detiene ahí: nos propone saltar a una realidad en que el papel de plata pudiera trasmutarse, pasando de envoltorio a ingrediente. Algo así como la percepción que tendría un niño al ver que el adulto anuncia que se va a comer un bocadillo y saca un objeto plateado, de apariencia metálica. Imagina entonces que va a morder la superficie brillante, y al ver que la aparta y saca de su interior un vulgar pan con fiambre, tortilla o similar sufre una discreta decepción. Esforzándose al bousoniano modo, llegaríamos a algo como Lo que más me gusta de los bocadillos es su envoltorio: parece que fuéramos a merendar plata.

En este ejemplo, y quizá también en los de Wheelwright, lo que se da es una suerte de contaminación entre la metáfora y la metonimia: se deshacen los límites que separan dos cosas próximas (el bocadillo y su envoltorio), yuxtapuestas, formando un continuo. En mi Devocionario pop hay un poema, de los que menos me molestan, que juega a lo mismo: recordando la canción de Syd Barrett, habla el espantapájaros y dice:

Soy el espantapájaros. Me ausento en cada vuelo.
Disuelto en cada prófugo, mi angustia siembra el cielo.

El espantapájaros y los pájaros que espanta forman así un continuo: el personaje inmóvil, clavado en la tierra y preso de su función, vive pendiente de los pequeños prófugos, única razón de su presencia en el huerto. Sigue su movimiento de huida con tal atención que lo vive como propio (o, sencillamente, no lo separa de sí), como el padre que siente vértigo al ver que su hijo se acerca al hueco de la escalera.

El movimiento nervioso, disperso, crea una analogía entre los dos terrenos: el sembrado real y el cielo que los pájaros siembran con su angustia (una angustia que es literal, de los pájaros asustados, pero aquí es también la del espantapájaros, incapaz de escapar definitivamente de su puesto y salir volando). La semilla cae sobre la tierra: los pájaros, en el poema, 'caen hacia arriba', como si alguien (el miedo) los esparciera por el cielo: ante la visión aterradora del espantapájaros suben, pero retroceden, asustando quizá a su vez a otros pájaros que no comprenden qué sucede.

La teoría, en fin, lejos de destruir el placer del texto, ayuda a localizar algunos de los hilos que lo mueven y nos permite seguir su movimiento. Es una sensación similar a la del análisis sintáctico, que nos acerca a lo que estamos diciendo desde una perspectiva completamente distinta al simple uso, y nos permite entrar en ello, desentrañar en parte su funcionamiento. No me extraña que el descrédito progresivo del análisis sintáctico (que va perdiendo importancia en el currículo de Lengua) vaya unido al del comentario de texto (que, siendo la única forma sensata de practicar el estudio de los textos literarios, pasa en nuestros días por un lujo que no podemos permitirnos).


6 comentarios:

Gharghi dijo...

Tus palabras son como un gato en mi mente. Mullido y suave pero presionando lo justo con sus patas al pasar. No queda claro si provocan sensación permanente. Quizás cierta nostalgia futura por el lenguaje escrito que uno siente como que va a a desaparecer.

Joselu dijo...

Para mí fue extraño oír a un filólogo italiano -latinista- que obtuvo el doctorado en Barcelona con una tesis sobre Lupercio Leonardo de Argensola y brillante conocedor del teatro de Lope y de las crónicas de Indias, y que actualmente es profesor en la universidad de Cáceres, le oí decir que él ignoraba qué era un complemento directo, que en Italia no se le daba la relevancia que le dábamos en España y que no entendía.

No sé si el conocer el mecanismo interno de la lengua, ayuda a dominarla. Ignoro el conocimiento de sintaxis que poseía Cervantes o Quevedo. Tengo la impresión de que conocer cómo funciona un motor no ayuda a conducir bien, lo que se logra por un conocimiento intuitivo de los mecanismos del motor al que se sabe extraer el mejor rendimiento.

Una cosa son los estudiosos de la lengua como Bousoño y Wheelwright, y otra los poetas, que desarticulan el lenguaje llevándolo a sus límites de manera intuitiva.

En todo caso, la sintaxis me ha parecido siempre inquietante. Fui en algunas ocasiones profesor de lengua en COU con buenas experiencias, pero teniendo en cuenta que todo lo que se analizaba en clase era lo que yo llevaba preparado y que había analizado antes. Si en algún caso, había alguna duda, solía comentarlo con mis compañeros de seminario que eran lingüistas (yo me consideré siempre más de literatura) y tenían interpretaciones totalmente dispares unos de otros en casos que se salían un pelín de lo convencional. Una vez hubo un conflicto con una alumna y para contrastar la nota de sintaxis hice copias del examen para que las corrigieran mis cinco compañeros de departamento. Oscilaron entre el 7 y el 3. ¡Perfecto para resolver una duda sobre calificaciones!

Siempre he pensado que los profesores de sintaxis son unos farsantes, que se lo llevan todo preparadito, pero que serían incapaces de analizar los párrafos de una novela tomados al azar, o el lenguaje cotidiano en su simplicidad.

Sugerente la imagen del espantapájaros y el comentario correspondiente.

Al59 dijo...

Pues, con perdón, querido Joselu, el filólogo italiano mentía. Es imposible aprender latín sin saber sintaxis, y sin saber aplicarla a la peculiar morfosintaxis de esa lengua. Lo cual ya sería una razón suficiente para estudiar sintaxis: que sin conocer sus categorías, es imposible comprender cómo se construyen los enunciados de cualquier lengua. Pero no es el único motivo: lo que ofrece la lingüística es un acercamiento no utilitario a los enunciados, que intenta comprender cómo se forman y qué posibilidades de combinación tienen. Por eso choca con el enfoque (bastante burriciego, a mi juicio) que pretende sin más 'enseñar a hablar bien' (o a escribir bien) obviando el estudio de la gramática de la lengua en la que se pretende alcanzar cierta competencia.

Por otro lado, la lengua no está ahí solo para servirnos para esto o aquello: es también una maravilla natural a explorar, y su estudio no necesita más justificación que el de los astros, los elementos químicos o la lógica. O bien, en el estado que hemos alcanzado, la necesita toda, y ninguna le servirá: porque estamos en el triste deber de defender lo evidente contra un discurso apisonador que todo lo pone en duda menos su propio fundamento (¿para qué atenerse exclusivamente a lo práctico?, podríamos preguntar. Pues para eso: para eliminar cualquier capacidad de asombro ante lo que las cosas tienen de excedente, que sobrepasa cualquier uso que queramos encontrarles).

Al59 dijo...

Dicho eso, es cierto que el estudio de la sintaxis se adocena cuando las categorías aprendidas se practican exclusivamente con un corpus de oraciones inventadas ad hoc para ilustrar la teoría. Pero incluso en nuestros días, tan sublunares, en Extremadura (no sé en otras comunidades) la sección de sintaxis en la prueba de lengua de la PAU consiste en el análisis de una oración tomada del texto que se comenta. Un ejemplar natural, por así decir.

Joselu dijo...

Alejandro, en el caso de grupos de mayoría de inmigrantes con un pobre dominio del idioma en su inmensa mayoría, ¿crees conveniente orientar la enseñanza de la lengua en base a la morfología y la sintaxis? No es una pregunta retórica, es una duda tremenda que tengo en un grupo en que me estaba basando fundamentalmente en el uso y la competencia lingüística hasta que una alumna marroquí me ha reclamado estudiar eso de los sintagmas, que ella quiere aprender. Me temo que si me oriento en esa dirección, gran parte de la clase (un noventa por ciento o más) queden fuera de juego. Me gustaría saber tu opinión pues sé que has dado clase a grupos de inmigrantes.

Al59 dijo...

Lo que no veo, Joselu, es que se puedan (no ya deban, sino puedan sin más) separar las dos cosas. ¿Es posible enseñar a hablar (bien) sin que el alumno aprenda qué formas verbales hay (incluyendo las irregulares) y dónde se usa una u otra (morfología)? ¿Construirán bien las frases alumnos que no saben qué es la concordancia (sintaxis)?

El enfoque que prima la confrontación con los textos y la producción de oraciones sobre el aprendizaje de teoría gramatical ha llegado a la enseñanza de las lenguas clásicas (el libro de latín que yo utilizo este curso en 4º lo adopta, por ejemplo) y a mí me parece, en general, bien. Lo que no quita que los alumnos reciban con enorme alivio ese momento en que les explicas qué es el nominativo, el acusativo, etc., y comprenden por fin por qué la misma palabra aparece escrita de distintas formas a lo largo del texto.