miércoles, 29 de septiembre de 2010

Leyenda urbana


Últimamente se ha puesto de moda entre los colegas ir a confesarse con grabadora. La peña acude al confesionario con la intención de quedarse con el cura. Le cuentan, bajo secreto de confesión, burradas inhumanas, calientes y sucias. Se deleitan en todos los pormenores simulando vergüenza, haciendo pasar por suspiros lo que sólo son espasmos de risa, mientras la grabadora, a la vez, va dando testimonio del doble juego recíproco del cura, que se está inventando un escándalo con la intención de saborear hasta el más mínimo detalle.

Después, todos los amiguetes se ríen hasta revolcarse en carcajadas; y se reparten copias secretas de la cinta. Para entonces, suele aparecer algún colega que se presta al siguiente experimento. Si no se atreve nadie, la peña lo echa a suertes.

Es así como me tocó a mí y no pude negarme. La gente me dio ideas, todas ellas a cual más morbosa y excitante. Pero yo las rechacé todas y elaboré mi propia historia sin contársela a nadie, buscando siempre la sorpresa.... No vi muchos problemas. Todo era tan fácil como acudir a un confesionario previamente elegido, con grabadora y dominio de las ganas de reírse.

...Estuve brillante e impacté en el cura, que parecía un viejecillo medroso. Me crecí en la descripción de los pormenores. Incluso me hice de rogar por él con el pretexto de vacilar ante un ataque de vergüenza. Me sentí tan dueño de la escena que inventé cosas que no había imaginado ni tampoco hubiera podido imaginar. Me detuve en los matices y vueltas de escenas y sensaciones que nunca había experimentado, con la esperanza de que tampoco los hubiese experimentado mi confesor, que parecía virgen. Pero me entusiasmé tanto ante el temblor y el estupor del viejecillo, quise poner tanta emoción, que hasta llegué a matarla. Fue un crimen pasional, producto de la orgía. Lo pormenoricé: le había cortado el cuello primero; y, después, le había atravesado el corazón para asesinarla también en sentido satánico.

El viejecillo rugió de asco. Escuché un gorgoteo tenebroso, áspero, maledicente. Después, se hizo el silencio. Y, pasados unos momentos, aleteó un susurro de voz. Y la voz me pidió que lo contase todo a la policía.

—Padre, deme la absolución...

Pero él se negó a dármela. El susurro murmuró alegando que yo era un pervertido. Y no se me daría la absolución hasta no demostrar arrepentimiento. Tras esto, se negó a seguir hablando.
Asustado, abandoné la iglesia. Al salir a la calle, me asaltó un mal presagio. Por los motivos que fuese, la farsa había resultado inútil. La grabadora se me había atascado tras las primeras frases. Evité el encuentro con los amigos y deambulé sin rumbo por calles y calles sintiéndome cada vez más observado, más culpable, más criminal. ¿Qué había hecho de malo salvo el fracaso....? Era ya muy tarde cuando volví a mi casa. Había alguien apostado en una esquina lejana que se disipó cuando lo sorprendí. O así me pareció. Escapé a las preguntas de mis hermanos. Profundamente afectado, temiendo lo peor, me dispuse a abrir mi cuarto.

Nada anormal vi allí. Sólo un silencio de muerte. Sin apagar la luz, me encerré en la cama. Estaba tan cansado, tenía tanto miedo, tanta inseguridad... Pero no me dormí. Media hora después, sonó el teléfono. El teléfono...

Oí su voz asfixiada:

—Javier, lo hiciste mal conmigo, lo hiciste todo al revés... En vez de haberme pinchado en segundo lugar el corazón para que no siguiese viva, debiste haberme cortado el cuello para que no siguiera hablando....

Antonio

Todas las vacas saben volar. Pero no saben aterrizar.
2-6-02

2 comentarios:

Tsevanrabtan dijo...

Está muy bien.

Joselu dijo...

Bueno. ¡Pobre curilla! En el fondo siento ternura por ellos.