domingo, 12 de septiembre de 2010

La novela instantánea


Yo no soy de ésos. Soy de aquéllos, o sea: los que entran en la Casa del Libro y esquivan las mesas de novedades, rumbo a la estantería más remota del sótano o el piso segundo, donde encontrarán o no (las más veces no) ese libro (pongamos: La noche de Walburga, de Meyrink) del que la mayor parte de la gente no ha oído hablar, ni se les espera, y que sin embargo.

Me sentí, pues, un poco extraño cuando ayer, nada más entrar, vi el libro que buscaba, el primero a mano derecha, lo separé de su torre clónica y me dirigí con él a la caja. Normalmente, le habría echado un ojo a las primeras páginas en el Metro y después, ya en casa, habría ido a parar a la sección dispersa en la que duermen varios libros que deben de ser interesantes (si no, por qué los compré), pero no terminan de hacerse urgentes.

El caso es que eché andar hacia Sol con el libro abierto, y seguía andando con él en mis manos media hora después, cuando llegué a casa de mis padres, en Marqués de Vadillo. Había caído el primer capítulo. 'Lo sabe'. Yo aún no lo sabía, pero empezaba a sospechar que el libro no me dejaría en paz. Así ha sido: el último capítulo, 'Lo que me queda por vivir', se cerró hoy a unos kilómetros de mi pueblo, sentado en el asiento del copiloto mientras giraba en la radio (¿qué habrán hecho los domingos para merecer esto?) el carrusel paradeportivo.

La novela de Elvira Lindo se podrá leer con más calma, pero leyéndola a ritmo febril, en dos días, me ha dejado la sensación de haberme metido de veras en la piel de otra persona, a tiempo casi completo. La conclusión es que mola, y mucho, ser Antonia-Elvira, aunque la experiencia es mucho más agridulce de lo que uno podía suponer.

Los profesores enseñamos siempre que la ventaja de un narrador en tercera persona es que podemos concederle la omnisciencia sin demasiado escándalo. La narradora y protagonista de esta novela no puede, en sentido estricto, saber qué piensan y sienten los demás salvo en la medida en que éstos lo demuestran, pero tiene un talento nada común para proyectarse en los otros e interpretar sus señales. Antes de convertirse en una herramienta profesional, la empatía debió de ser esto: un don a menudo doloroso para cambiar la perspectiva y asumir por un momento los intereses, prejuicios y deseos ajenos. El resultado es que todos los personajes están vivos: se les siente capaces de moverse en cualquier dirección (a veces lo hacen: alucinante el destape de Jabato en el capítulo 6, que altera decisivamente lo que creíamos saber sobre su vida), y hasta el que podría ser el villano de la historia (y hasta cierto punto lo es), el marido progre que no termina de decidirse entre la protagonista y otra mujer, nos resulta, si no simpático, difícil de condenar cuando la autora nos presenta tan bien la red de ideas y afectos en que se mueve.

Aunque los formalistas redujeran hace mucho tiempo los relatos posibles a un catálogo cerrado, la sensación que uno saca es que esta historia nunca la había leído. Ni ésta ni, desde hace muchos años, ninguna capaz de atraparme así, sin truco ni trampa. Ahora, claro, tendré que buscar las anteriores, en parte por ver si siento lo mismo y en parte por saborear las diferencias. Es lo que pasa con los literatos. Te fascinan, se hacen sitio en tu vida y se reproducen en tu sistema nervioso, inoculándote sus experiencias, enriqueciéndose y enriqueciéndote. Para colmo, no sueles tener ocasión de darles las gracias.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Una crítica genial. Un comentario estupéndo. No puedo estar más de acuerdo contigo. Me ha parecido un libro impresionante. Es dificil que un libro te haga sentir tanto, tan empático. Mientras lo leía me sentía Antonia. Genial. Simplemente genial.

Ana Jurado

Gharghi dijo...

En este caso puedes darle las gracias a Elvira. Está en Facebook. De vez en cuando leo alguno de sus maravillosos artículo.

Al59 dijo...

Gracias a ti, Gharghi. Tomo nota.

Al59 dijo...

Ana: eres muy amable. El empeño de trasladarnos al interior de alguien no es nuevo, pero pocas veces lo he visto tan conseguido. Mola pensar que habrá miles de lectores teniendo esa experiencia ahora mismo.

Isabel G.A. dijo...

He llegado aquí desde el blog de Joselu, me gusta el comentario que has dejado hoy. No me dí cuenta de que eras el autor de Campos de Fresa, ya me había acercado por aquí alguna vez.
Nunca hubiera leído el libro de Elvira Lindo, soy de las que va a la librería y pasa de determinados autores, ella estaba en mi lista, hasta hoy. En Santander es fiesta, mañana corro a comprar su libro del que tantas veces he pasado de largo. Me encanta encontrarme con críticas así, tan argumentadas. Gracias.

Al59 dijo...

Isabel: me alegra mucho leerte por aquí. Si lees la novela, no dejes de contarnos qué te parece. Entre lectores pasionales, ¡es tan divertido cambiar impresiones!

Manuel Sainz dijo...

Hola, he venido a parar aquí a través del muro de facebook de Elvira Lindo del que soy asiduo seguidor y en el que se ha publicado esta entrada de "campos de fresa", como bien sabrás. Te felicito por la reseña que aporta tu experiencia personal sobre ese libro que a mi también me ha emocionado mucho. Ojeando el blog he encontrado cosas de Garcia Calvo que me han gustado, textos y músicas que denotan una gran sensibilidad. Enhorabuena.

Al59 dijo...

Gracias, Ninguno.