jueves, 30 de octubre de 2014

Pan Bendito


Contar cuentos a mis niños cada noche me ha llevado a leer cientos de ellos en los últimos años. Mi último tesoro es un tomo en tapa dura de Siruela, los Cuentos populares de los gitanos españoles, recogidos por Javier Asensio García. Se trata de una obra maestra de su género, por la pulcritud con la que están recogidos los textos y por la riqueza de los mismos, que van de los cuentos maravillosos de toda la vida (de los que se aportan versiones que, al menos para el mundo payo, resultan a menudo novedosas) a otros muy divertidos sobre engaños y negocios turbios. Pero para mí la joya son los relatos del final que, más que cuentos, se acercan al formato de la leyenda, pues se trata de historias contextualizadas, narradas como reales, que a menudo le sucedieron a algún familiar del narrador, o incluso a él mismo.

Una de estas historias tiene que ver con el Pan Bendito, que da nombre al famoso barrio gitano de Madrid. Famoso y temido, aunque de adolescentes, por cuestiones de amistad y amor, mis amigos y yo anduvimos mucho por allí y jamás tuvimos ningún percance serio ni con los gitanos ni con otras gentes presuntamente peligrosas. Dice así el relato:

El pan protector

Esto le ocurrió a un gitano que acababa de hacer un trato muy bueno en una feria. Les había vendido a unos payos doce bestias.  Llegó a casa y empezó a darle vueltas a la idea de que, si los payos se arrepentían, iban a ir a buscarle para deshacer el trato. Así que le dijo a su mujer:
—Me voy de casa, no sea que los payos se echen para atrás.
Salió de noche, andando, andando, hasta que llegó a un caserón oscuro. Y no tembló:
—No le tengo miedo ni al lucero del alba.
Preparó una fogata con broza y paja para calentarse. Se puso a cenar lo poco que había podido llevarse de casa. En esto que oyó un murmullo de voces que no entendía y pensó: «¡Los payos!».
Rápidamente apagó el fuego con una pelota de trapo. Siguió oyendo los murmullos y pensó que los payos se acercaban. En lugar de salir por la puerta, subió por una escalera, se asomó a una ventana, dio un salto y cayó sobre el caballo. Entonces todos los gitanos llevaban faja, y como le había sobrado un trozo de pan y el pan es sagrado, no lo tiró. Se lo metió en la faja. Arreó el caballo y salieron camino adelante, pero al poco tiempo notó que el caballo se atollaba, que no podía seguir. «¿Qué pasa aquí?», se preguntó.
Entonces se dio la vuelta y vio el cuerpo de una persona que tenía la cabeza de cabrito y que le hurgaba en la faja.
Era cosa diabólica. Como el pan es sagrado, ese diablo, hasta que no le quitase el pan de la faja, no podía hacerle nada, y eso era lo que intentaba: arrojar el pan bendito al suelo. Pero el gitano se agarraba la faja y no dejaba que le tocasen el pan.
El diablo, visto que nada podía hacer, le gritó al oído, un grito estremecedor. Y el gitano murió del susto.

(Javier Asensio García, Cuentos populares de los gitanos españoles, pp. 277-8)

3 comentarios:

Joselu dijo...

¡Qué cuento tan extraño! Tengo un alumno gitano, aunque no de demasiadas luces, en clase. Vive en otro mundo, un parauniverso gitano en el que no podemos entrar. Suspende todo, su letra es terrible, su conducta es extraña. Está rodeado de payos por todos lados. A él no le interesan los estudios, solo está por mandato legal. Lo que quiere él es vivir como gitano, como el del cuento. Vender chatarra si toca. poder encender una fogata, tener un caballo. No sé si ponerles este relato en la próxima comprensión lectora. Me gustaría saber qué diría él. No obstante, es un cuento enigmático. Está la fogata, el trato con los payos, el caballo y el diablo que parece castigarle por lo que ha hecho y lo mata con un grito estremecedor. Es tan extraño que uno se queda con la mosca detrás de la oreja...

Al59 dijo...

Coincido contigo, Joselu. Toda la sección final del libro, la consagrada a leyendas, tiene un aire de extrañeza que no desmerece a las visiones del Romancero gitano de Lorca. Creo que el libro te encantaría. Y, por supuesto, si les expone al cuento, cuéntanos las reacciones. ¡Nunca se sabe! Ayer una muchacha marroquí nos contaba en clase la historia de 'La mujer poseída' que publiqué aquí hace unos días, añadiendo detalles como que la mujer diabólica tenía patas de vaca, y una compañera gitana la escuchaba con mucha atención y asentía, como dando a entender que ella también sabía de esas cosas. Fue bonito, porque en mi pueblo gitanos y moros no siempre hacen buenas migas. E intrigante...

Al59 dijo...

'Si les expones.' Qué rollo no poder editar los comentarios...