sábado, 22 de abril de 2006

La caja de los truenos

Hay algo incontrolable, entrópico, en la evolución del significado de las palabras. Las hay que han terminado significando lo contrario de lo que una vez quisieron decir, como nimio (ayer «abrumadoramente prolijo» y hoy «sin importancia»). Otras, como falsos amigos, nos invitan a confiarnos y hacer una lectura apresurada.

Apócrifo es una de esas palabras. Hablar de evangelios apócrifos es hacerlo de evangelios «escondidos» —y eso sugiere enseguida la imagen de la Iglesia barriendo bajo la alfombra los restos de la sabiduría gnóstica.

Ben trovato —ma non vero. Fueron los propios gnósticos quienes llamaron así a sus escritos sagrados, considerando que debían esconderlos de ojos impíos o inexpertos. Apócrifo era para ellos sinónimo de esotérico, exclusivo para iniciados. Nada de repartir margaritas (o sea, perlas) a los cerdos.

Cuando alguien introdujo en una jarra los volúmenes que hoy llamamos la Biblioteca de Nag Hammadi y la enterró, el ocultamiento cobró un valor nuevo. Lo apócrifo pasaba a latente: el factor Cthulhu, como quien dice. ¿Cómo no recordar esas jarras, ollas, botellas o lámparas donde Salomón solía encerrar a los genios precitos, y cuyo descubrimiento viene a transformar la vida de quien las abre?

Es tentador pensar que los heresiólogos, como Ireneo de Lión, se sonrieran pensando que ellos sí que iban a esconder (y cómo) aquellos textos, borrándolos del mapa. Pero probablemente marramos. En su dialéctica no se trataba de esconder, sino de exponer, sacar a la luz aquellos textos (que resumen, parece que sin demasiada trapacería, y a veces citan fielmente) para que se viera lo que realmente daban de sí aquellas presuntas maravillas. Otro patrón mítico, por lo demás: el oro subterráneo de las hadas que se vuelve plomo (o estiércol) al contacto de la luz del día.

La voluntad de destrucción parece haber sido posterior, cuando ya no se piensa en lo herético como una ignominia oculta a desvelar y ventilar en la plaza pública, sino una planta maligna que desarraigar y extinguir. Lo que queda son cenizas de Drácula: por pocas que sean, siempre demasiadas. Se trata entonces de matar lo muerto, por eso mismo inmortal. Callar sobre los gnósticos, como quien evita mentar la bicha, es invitar a soñar sus libros perdidos, que urgen una reinvención.

Así que asistimos, hoy, a un cambio de estrategia que es en realidad un regreso al lugar del crimen: volver a exponer y analizar lo que fue (en cuidada edición de la BAC) para que se vea qué feo fue el difunto y qué poco se perdió con su muerte. Algo como esos desaparecidos orwellianos de 1984 que, tras años de tortura en el Ministerio del Amor, reaparecen del olvido para confesar su maldad e insignificancia.

Hoy hay sitio para todo: mientras los vulgarizadores del cuarto milenio reescriben los Evangelios Apócrifos como si fueran obra de Blavatsky o de los apóstoles de Ummo, los apologistas de la fe trabajan para convencernos de que son tardíos, sectarios e infieles a la Historia: existen, qué remedio, pero cuán deficientemente. Casi se borran solos...

¿Moralejas? Valga ésta: terminar siendo pasto de esta tropa no es mal castigo para la vanidad de aquellos enterados. Claro que quizá fuera un verdadero irónico quien, junto a las pruebas de una tradición disidente que otros querían borrar, encerró unas páginas de La República platónica: la más lograda apología de la censura, la reescritura interesada de la historia y el muñimiento de mitos ad hoc —todo en boca de un Sócrates que es ya él mismo sucedáneo y pretexto.

7 comentarios:

Víctor Manuel dijo...

No estoy de acuerdo con tu visión de los textos apócrifos, pero sí en que es asunto que debe exponerse y considerarse. La historia deja bien claro que hubo una selección de textos, y bien pudiera hablarse de calidad como motivo de esa selección, si no tuviéramos acceso a lo demás para ver que la calidad es por lo menos sinónima, si no mayor.

Me gustó tu bitácora.

Al59 dijo...

Víctor: hubo selección, sin duda, pero no creo que 'calidad' sea la palabra apropiada. Creo que es más bien una cuestión de ortodoxia / heterodoxia, es decir, una determinada manera de 'hacer Iglesia' que se impone sobre otra. Una victoria anunciada, si se tiene en cuenta que desde el principio la visión gnóstica fue (y estaba orgullosa de ello) minoritaria. Para los lectores de hoy, los textos gnósticos tienen el atractivo innegable de ofrecer una visión alternativa y menos conocida de la historia sagrada. Además, han inspirado creaciones perdurables, como el Demian de Hesse, e influido en pensadores como C.G. Jung. Quizá mis palabras (por aquello de intentar ponerme en el lugar de unos y otros y comprender sus valoraciones) hayan resultado equívocas. El elitismo de los gnósticos y su convicción de haber alcanzado la Verdad absoluta me parecen, desde luego, ridículos —pero no por eso dejan de interesarme (y, a veces, fascinarme) sus planteamientos, en lo que tienen de genuina aventura espiritual.

nube de colores dijo...

Me he sumergido "Ciento Volando" Me encanta!

Al59 dijo...

Es que semos muy bergianos :-) Por cierto que hay más canciones (y más recientes) a disposición pública (y gratuita) a través de EMule.

nube de colores dijo...

Me encantaría poder tenerlas para escucharlas en mi i-pod pero no las veo, imagino que depende del servidor ¿cómo las busco? Gracias!!!

Al59 dijo...

Es que andan por ahí los sonetos de Sabina, que se llaman también Ciento Volando, haciéndonos desleal competencia (¡de poco nos valió pedirnos el nombre antes que él!). Pero estar estamos: cuando vayas a hacer la búsqueda, en tipo de documento escoge Archivo. Además de lo de Sabina, te aparecerán (espero) un archivo en formato zip y tres en formato rar. Los títulos son:

Por amor a lo que venga
Antología (2000-2005)
De tierras y gentes extrañas
Las hadas de tu templo

El primero es un disco en estudio y los otros tres, maquetas (en orden cronológico: Hadas - Antología - De tierras).

Suerte y buen provecho!!!

nube de colores dijo...

Los encontré! Ahora a esperar...qué apetecible para esta tarde lluviosa.