viernes, 21 de abril de 2006
Palabras encadenadas
Queríamos un libro informal, salvaje, incluso divertido, sobre la terapia, un libro que corra riesgos, rompa reglas, haga encenderse las luces rojas. Para hacer esto, optamos por un discurso hablado, entre amigos (y, por tanto, irreverente), y por la prosa conversacional propia de las cartas. ¿Por qué? Porque la psicoterapia quiere y exige ser cuestionada, e incluso atacada, de la forma que le es más grata: seria, contenida, educada —en otras palabras, como cualquier institución establecida, la industria de la psicoterapia quiere que nos dirijamos a ella aceptando sus códigos básicos de conducta y por tanto, por implicación, sus objetivos básicos de conducta. Pero si te pliegas a eso, entonces en vez de cuestionar esos códigos y objetivos estás quizá aceptándolos más de lo que crees, reforzándolos al jugar con sus reglas. (Michael Ventura y James Hillman, Llevamos cien años de psicoterapia y el mundo va a peor)
En 1984, de Orwell, se lleva al extremo este planteamiento: déjeme definir qué vocabulario es procedente y tú combínalo con libertad... Si el poder establecido consigue cerrar un código autorreferencial, de modo que hasta cualquier intento de rebelión tenga que utilizarlo, entonces todas las salidas quedan selladas.
Lo pensaba estos días a propósito de los disidentes cubanos. Resulta que cualquier persona que discrepe, en Cuba, de las directrices del Gobierno tiene dos posibilidades: intentar dejar claro que no es un disidente (haciendo crítica social / me perfumé de valiente: / creyeron que era disidente / y no era más que natural, canta Silvio Rodríguez) o aceptarse como tal. En ambos casos, uno se está definiendo en los términos que a la Dictadura castrista le son gratos: o uno está con la Revolución, y entonces cualquier crítica es meramente constructiva, cuestión de detalle, y será oportunamente tenida en cuenta si se vehicula por los conductos correctos (o sea, el Partido); o bien se declara disidente, es decir, enemigo de la Revolución —y entonces abre el camino a que lo aprisionen, censuren, humillen públicamente, exilien y detesten. Otra vez la mano de hierro y la de lana...
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2 comentarios:
Miro la noche y recuerdo, tatareo: noche infinita y breve... de Bergia y entonces te encuentro y te leo. Y es ahora cuando te descubro. Interesante.
¿Habrá una canción más bonita que ésa? Qué maravilla...
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