Hablábamos, hoy, de monjas, su dulzura empedrada que cantaron Machado o García Lorca. Estos versos los cantaba (y los canta) mi madre, y aunque Joaquín Díaz lo intenta, no es lo mismo. Cierra el ciclo de romances —y va por ustedes.
Monja a la fuerza
Una tarde de verano
me sacaron de paseo
y al revolver una esquina
me encontré un convento abierto.
Salieron cuatro monjitas
todas vestidas de negro;
con una vela en la mano,
que parecía un entierro.
Me metieron en la caja
como si me hubiera muerto;
me encendieron cuatro velas
y me cantaron el credo.
Me sentaron en la silla
y me cortaron el pelo.
Pendientes de mis orejas
y anillitos de mis dedos;
lo que más sentía yo
era mi mata de pelo.
Una tarde de verano
me sacaron de paseo
y al revolver una esquina
me encontré un convento abierto.
Salieron cuatro monjitas
todas vestidas de negro;
con una vela en la mano,
que parecía un entierro.
Me metieron en la caja
como si me hubiera muerto;
me encendieron cuatro velas
y me cantaron el credo.
Me sentaron en la silla
y me cortaron el pelo.
Pendientes de mis orejas
y anillitos de mis dedos;
lo que más sentía yo
era mi mata de pelo.
1 comentario:
Linda viñeta y romance como broche de esta espléndida serie. La viñeta está bien escogida: ella es la mejor monja a la fuerza, la mejor denuncia de ese tremendo ritual en que una mujer se corta la cabellera y renuncia a sí misma.
Me pregunto: la monja de la viñeta ¿es la falsa monja, la monja obligada a serlo? ¿O su belleza no es sino la belleza real de las monjas, la clase de flor en la que se transforman, que nadie puede ver?
Me sumo a los poetas que así las han amado.
Saludos.
Grifo
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