Envidio ese talento de mi padre: trasmitir lo esencial y desdeñar la cáscara. No gastó un minuto en hablarnos del surrealismo y su historia: sin prólogo, nos enseñó aquella tarde a buscar piedras, en la certeza de que el juego enseña (en el sentido fuerte: muestra) la razón del juego y nos sitúa en el campo donde actúan, sin nombre que las falsee, las fuerzas en liza. Comenzamos buscando piedras bonitas, que mereciera la pena enseñar a los mayores —pero pronto sentimos un vértigo añadido, la sensación de que las piedras, lejos de ser una superficie inerte donde proyectar nuestro capricho, ejercían un complejo magnetismo, del que nosotros éramos sólo una capa más, superficial y reciente. Cuando llevabas un rato buscando, las piedras dejaban de ser algo que mostrar o amontonar, de vuelta, en un rincón: se trataba más bien de amuletos de los que uno sería en adelante reacio a desprenderse, objetos que no tenía sentido mostrar a nadie que no *comprendiera*.
El objeto de la Quest es variable, aunque (sospecho) no arbitrario. Alguna vez he visto una fiebre similar en los concursos de fotografía, en los que se invita a los chavales a recorrer las calles en busca de la imagen imprevista, fuera de catálogo. El trébol de cuatro hojas o cualquier otro mcguffin de ginkana puede servir, hasta cierto punto —pero hay en las piedras una cualidad especial que ninguno de sus rivales alcanza: son objetos sólidos, materialísimos, y sin embargo es la sospecha de algo psíquico, psicoideo, lo que vuelve a una de entre tantas tan significativa como una coincidencia o una rima inesperada.
La idea de la piedra permea otros tesoros: Excalibur o el Grial derivan, en algunas versiones, de una piedra caída del cielo, acaso de la frente del ángel (también) caído. Caída o lo contrario: emergida de las profundidades, donde la lava sirve como crisol de una alquimia sin texto.
He conservado durante muchos años en lugar preferente mis piedras. Las echo ahora de menos, como Penates o Lares que uno hubiera abandonado, por desidia, en el trastero. Pienso que la vida me dará la oportunidad de resarcirme, reemprender la búsqueda con los únicos capaces de perderse y guiarme. Entretanto, leo a Breton y admiro cada vez más su entusiasmo ejemplar, su resistencia. Vayan estas líneas en homenaje, también a él.
Cosa muy distinta es, nunca me cansaré de repetirlo, manifestar un interés de curiosidad por piedras insólitas, todo lo bellas que se quiera, pero a cuyo descubrimiento hemos sido ajenos, y ser esclavo de su búsqueda, para de tarde en tarde encontrar algunas, y aunque objetivamente valgan menos que las que ya se tenían. Entonces es como si se jugara algo de nuestro destino. Estamos, totalmente entregados al deseo, a la solicitación, y sólo en virtud de ello puede cobrar valor tan alto el objeto buscado. Entre él y nosotros se van a producir precipitadamente, por vía analogía, una serie de intercambios misteriosos.
(...) La búsqueda de piedras... determina el rápido paso de los que a ella se entregan a un estado segundo, cuya característica esencial es la extralucidez. Ésta, partiendo como un cohete de la interpretación de una piedra excepcional, abarca e ilumina las circunstancias de su hallazgo. En caso tal, tiende a suscitar una causalidad mágica, que supone la necesidad de intervención de factores naturales sin relación lógica con lo que está en juego, por lo cual desconcierta y confunde los hábitos de pensamiento, pero sin que por ello deje de subyugar nuestra mente (André Breton, Magia cotidiana, Madrid: Fundamentos, pp. 140 y 142).
7 comentarios:
Al: Acabo de encontrar unas cuarcitas con fósiles vegetales que te producen más sugerencias que la añoranza que destilan las fotografías antiguas.
Las piedras tienen memoria.
Teodoro Monod, que conocía bien el Sahara, contaba de la emoción que le provocaba levantar un guijarro que no había sido movido nunca hasta entonces, que llevaba siglos apoyado en una misma arena.
Los piedras son lustrosas cuando están mojadas y luego van opacándose según se secan. Pero ganan al contacto con la palma de la mano. Durante mucho tiempo, de cada caminata que hacía volvía con una piedra. He ido abandonado esa buena costumbre porque en este país en que vivo ahora hay muy pocas.
¿Serás Talvez Perdonado?
Sencillamente Te Propongo
Simplemente Te Prometo
Sólamente Tres Palabras:
Sólo Tendrás Piedras
-Sombría, Terrible Parábola-.
(Extracto de 'Ese Te Pe', de Rodrigo Lira.)
Uno de los recuerdos más vivos que tengo de la niñez es recorrer la playa de Cuchía, en Santander, leyendo aquella larga superficie como el campo de una batalla acaecida en tiempos remotos, cuyos restos se amontonaban en la arena: piedras, algas, maderas, botellas, hierros oxidados. Todo iba encajando, incluido el faro abandonado y los restos de una vía de ferrocarril que se perdía en el agua. Años después, una de las imágenes que más me impresionó fue aquella de Radio Futura: los desiertos son las playas del futuro. Leyéndola ahora me parece apocalíptica, pero en su momento se me hacía más bien promisoria (aunque es difícil explicar cómo).
¿Piedrófilos, piedristas, pedreños, pedernalescos, pedreros, cuál nos cuadra? He estado en la cima de dos volcanes, el Vesubio y el Teide, y de ambos he traído como único recuerdo una piedra surgida de las entrañas del planeta. Las tengo en mi mesa de trabajo, muy cerca. De vez en cuando las toco, y, sí, sé que están vivas, que arde el magma en ellas. Sin embargo, los cuadros de Antoni Pixot, en el Museo Dalí, me dejan del todo indiferente, como si fueran una traición a las piedras, un abuso.
Hermoso post, Alejandro. ¡Y hermoso padre! Padre negro fue, también, Breton, de quien nunca puedo dejar de recordar su Nadjia, ni cómo me transformó el modo de ver la realidad. De hecho, aún están más que vigentes las enseñanzas de esa herencia.
Te he leído y me ha dado por pensar que una piedra puede ser un haiku muy intenso
cuantos silencios
se rompen si te toco
la piedra vive
Perdón por el atrevimiento
Un abrazo, Al.
¿Qué podría decir? Gracias por compatir vuestra experiencia de esta magia cotidiana, como la llamaba Breton. Ahora echo de menos no tanto las piedras que ya tengo (en algún sitio), sino la costumbre de salir a buscarlas. Cuestión de tiempo, pero no sólo. Ay.
Publicar un comentario