Islas paradisíacas, salvajes y primitivas, pero equipadas con los dispensadores de confort más avanzados: hoteles, yates, equipos de buceo. Como aperitivo, la imagen de una palmera, las aguas transparentes de una cala o un grupo de nativos amaestrados que se disponen a representar ante el turista sus danzas y rituales.
Así nos las vende la publicidad de las agencias de viajes. Pero así han sido siempre, en cierto modo: la isla de clima tropical o mediterráneo es el lugar perfecto donde colocar al buen salvaje que soñara el filósofo ilustrado Rousseau (encarne éste en las tribus primitivas, sin estropear por la civilización, o en el europeo abandonado en ellas que, obligado a volver a los orígenes, como Crusoe, se encuentra a sí mismo). Una suerte de reserva natural donde hombre, fauna y flora se conservan en estado paradisíaco.
Como buen locus amoenus, la isla así entendida, en su vertiente más soft, es el lugar idóneo para el romance, la luna de miel o el flirteo en un ambiente muelle y lujoso. La música de Island in the sun, de Weezer (2001), consigue, a pesar de una letra casi inane, o por eso mismo, evocar eficazmente la magia de estas islas de postal, donde no hay otra cosa que hacer que amar y disfrutar el momento:
When you’re on a holiday,
you can’t find the words to say,
all the things that come to you
and I wanna feel it too.
On an island in the sun
we’ll be playin' and havin' fun
and it makes me feel so fine
I can’t control my brain
When you’re on a golden sea,
you don’t need no memory;
just a place to call your own
as we drift into the zone.
On an island in the sun…
We’ll run away together,
we’ll spend some time forever
we’ll never feel bad anymore.
On an island in the sun…
We’ll run away together…
We’ll never feel that anymore.
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