sábado, 25 de febrero de 2012

Condiciones de luna (1/2)


Febril asunto. No pude terminar el día sin darle una forma a la obra que vino ayer a rondarme. Son dos actos y un mínimo prólogo. Aquí va la primera parte.

CONDICIONES DE LUNA

Tragicomedia mítica en dos actos

PRÓLOGO

[Escenario a oscuras. Va surgiendo una música infantil, de xilófonos y percusión metálica, como de llaves. Cuando lleva un rato, alguien canta o recita con voz contrastante, áspera, los versos de la famosa seguidilla:

Condiciones de luna
tiene mi amante,
tan pronto creciente
como menguante.]

[Más música. En el mismo tono de antes, pero más turbia. Ruido de pasos. Va entrando la luz.]

ACTO PRIMERO: MÍA

[La luz revela una habitación, con una cama y posters en las paredes. Todo muy teen, aunque con un toque de gusto mórbido: más emo y gótico que punk. Sentada en el centro de la cama, en posición semibúdica, está Sara, una chica guapafea, en pijama o salto de cama y maquillada en blanco y negro, con cierta saña. Se está comiendo una tableta enorme de chocolate Nestlé rojo.]

SARA. Siempre me ha gustado el chocolate. Empiezo una tableta y no puedo parar, directa hacia el ataque de acetona. Suerte que una pueda arrepentirse y limpiarse. Unos segundos ante la taza y como si nada.

[Entra en la habitación la psicóloga, Mía. Va vestida en un estilo a lo Trinidad Jiménez, en plan mujer liberada con su poquito de cuero, que le marca sobre todo el escote, poderoso y bien presente. Lleva un cuaderno de notas y un rotulador de punta fina.]

MÍA. Hola. ¿Diana? Soy Mía.
SARA. Diana no. Mis padres iban a llamarme Diana, pero al final me pusieron Sara. Una putada, la verdad. Diana es nombre de princesa, de diosa. Sara es nombre de gorda. Como Peggy.
MÍA. Así será, si así te parece. Yo soy Mía. Psicóloga y terapeuta.
SARA. Una matasanos, vaya. Te han avisado mis padres, ¿no? Por la movida de esta mañana.
MÍA: No soy una matasanos, Sara . Soy terapeuta junguiana. Terapeuta, que cura a la gente. Y junguiana, de Jung, el discípulo de Freud.
SARA: El que se tiraba a su paciente judía, sí. He visto la película. ¿Y cabe todo eso en tu tarjeta de visita?
MÍA: Disculpa. Como a los de la ESO hay que explicároslo todo...
SARA: No será a mí. Yo hice Cultura Clásica y Latín. Y este año, en Bachillerato, tengo Psicología.
MÍA: Pues sí que te inflas cuando quieres. No me extraña que me hayan llamado. ¿Qué estás comiendo? ¿Es lo mismo que vomitaste antes?
SARA: Te veo bien informada. Es chocolate, sí. El chocolate me encanta. Aunque es una mierda. No hay más que ver el color: cuanto más puro, más tenebroso. Y si hacen chocolate blanco, chocolate Michael Jackson, es precisamente por eso, por una mierda racista. Huyen de las tinieblas. Pregúntales a los colgados. Ellos le llaman mierda al chocolate. Y lo llevan en el culo cuando pasan la frontera.
MÍA: Ya veo. Impresionante. Una chica bulímica de 17 años que sabe decir culo y mierda. No sé si quedarme o salir huyendo. Lo mismo piso y me resbalo. A todo esto, Sara, ¿qué te pasa? Si es que lo sabes.
SARA: Pues claro que lo sé. Está fácil la cosa: yo no quiero ir a más.
MÍA: Te niegas a crecer.
SARA: Yo no sé que es crecer. Pero creo que es algo que el cuerpo hace solo, a su bola. Y no tiene nada que ver con engordar. A pesar del chocolate, yo era gordita de pequeña y después pegué el estirón y me hice más delgaducha. Eso es crecer.
MÍA: A veces. Pero crecer también es que te salgan curvas, hacerte una mujer.
SARA: Ya sé por dónde vas. La regla con sangre entra, y todo eso. Que, como es natural, nos tiene que llenar a todas de felicidad. Porque de eso se trata, ¿no?, siempre de llenarnos, de inflarnos para que ocupemos bien nuestro puesto. Y si no alcanza, ya nos darán rellenos o nos animarán a operarnos. ¡Tetas que no falten! ¡Hay que tenerlas siempre a mano!
MÍA: Tú también has tirado de teta, cuando eras cría.
SARA: Y ahora sigo bebiendo leche. De vaca... Lo que la mano no cubre…
MÍA (molesta): …no es teta, es ubre. Ya. Como las mías. ¿Quieres decir eso?
SARA: Te lo dices tú todo.
MÍA: Te traduzco. Aunque no lo creas, en eso consiste mi trabajo.
SARA: Venga. Voy a traducirte yo un poco lo que me pasa. Para que no digas que soy una adolescente confusa y todo eso. Lo que pasa es esto: que las princesas, las que vosotros llamáis anoréxicas y bulímicas, somos el Coco. Las nuevas brujas, las últimas revolucionarias. Os traemos el Apocalipsis a todas las viejunas que 'tenéis las cosas claras'. Nos tenéis miedo. Por eso censuráis nuestras páginas, como si fuéramos terroristas. Os obsesiona la idea de colocarnos un filtro. No queréis que pensemos por nosotras mismas, que hablemos entre nosotras y saquemos conclusiones. Pero, al final, nosotras mandamos: no es la moda quien nos hace así, sino nosotras las que dictamos la moda, como los gays. Sois vosotras las que generáis ideología para huir del espanto de estar cada vez más viejas y más gordas. No me extraña que nos envidiéis. Decís que tenéis una vida plena; pero queréis decir saturada. Así nos queréis a todas: polisaturadas. 'Pienso luego existo'. ¡A otro marrano con ese pienso!'
MÍA: Bah. En realidad, todo ese rollo autodestructivo es más viejo que el mear. Si hubieras vivido en el 77, en vez de una princesa ana-mía, serías una punki yonki.
SARA: Pues sí que me entiendes tú, perspicaz psicóloga. Yo estoy limpia. Si de algo no va mi rollo, es de meterme. Me horroriza la idea de meterme basura en el cuerpo.
MÍA: Pues eso pienso yo. Que tú meter, meter, nada...
SARA (ruborizándose): Vaya con la terapeuta. Ahora me sales con el psicoanálisis de toda la vida, machista y cutre.
MÍA: Por lo que he visto de tus andanzas en el chat, no pareces una santa precisamente. 'Guarriya17'. Yo no me pondría ese nick si no quisiera meterme un poco de alegría al cuerpo...
SARA: Bah. Me encanta poner burros a los tíos. Casi tanto como el chocolate. Pero me aburre la idea de hacer nada con ellos.
MÍA: ¿Hijos, por ejemplo?
SARA: O follar. Son todos unos brutos. Tengo yo mejor mano para esas cosas.
MÍA. Y te sobrarán dedos.
SARA: Sin faltar, ¿eh? Yo no te he pedido que vengas.
MÍA: Algunos dirían que sí. Que, de hecho, todo lo que has hecho, lo sepas o no, es una llamada de atención. Cada vez que vomitas o te niegas a comer, estás pidiendo ayuda. Marcando mi teléfono.
SARA: ¿Ah, sí? ¿Y a qué me vas a ayudar tú?
MÍA: No lo sé. ¿A aclararte, por ejemplo?
SARA: Yo tengo las cosas muy claras.
MÍA: Y el chocolate espeso. Ya veo las manchas.
SARA: Y dale con el tema. Qué golpe bajo. ¿Es por lo de las tetas de antes?
MÍA: Todo es posible.
SARA: Mira, en el fondo es muy sencillo. Yo no quiero ponerme como tú, ni como mi madre. No quiero ser como vosotras.
MÍA: ¿No será que no sabes lo que quieres ser?
SARA: A lo mejor. ¿Tan malo es eso? Te veo venir. Tú crees que yo me odio o algo así, que odio ser humana.
MÍA: Algo hay de eso.
SARA: Pues no. ¿Como era aquello? No soy de piedra. 'Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?'
MÍA: Qué redicha eres. 'Si nos pincháis...' ¿Y si te abrazo?
SARA (incómoda): ¿Y por qué me ibas a abrazar?
MÍA: ¿Y por qué no?
SARA: ¿Porque no eres mi madre? ¿Porque no me gustas? ¿Porque no te conozco de nada?
MÍA: Pues menos mal que la convencional y la estrecha soy yo.
SARA: Y una maldita metomentodo. Una mercenaria del amor. El puto humanitarismo, a sueldo. Como una máquina. Yo marco, mi madre echa la moneda, y por la ranura sale una psicóloga interina dispuesta a abrazarme. Así funciona el amor. Entrañable.
MÍA: ¿Tanto miedo te da dejarme entrar? ¿Es para tanto?
SARA: No me digas más. No me dolerá. Solo la primera vez. Es cuestión de dilatar el conducto.
MÍA: Primero, lubrificarlo. Pero el cuerpo, si le dejas, ya se encargará de eso. No tengo prisa, Sara. No te propongo nada artificial.
SARA: Todo. Todo es artificial. Que vengas a verme. Que finjas que te importa lo que me pasa. Que te paguen por ello. ¿A ti te parece normal eso?
MÍA: ¿Ahora queremos ajustarnos a las normas? ¿A las de quién?
SARA: No sé. Tú a las del libre mercado, supongo.
MÍA: Ya. Tú eres más del estado del malestar.
SARA: Y tú una mala profesional. ¿No te han enseñado a no implicarte emocionalmente con tus pacientes?
MÍA: ¿Ahora me vas a enseñar a hacer mi trabajo? Mira, a lo mejor lo que me han enseñado es que mis pacientes deben implicarse emocionalmente conmigo, si queremos que haya algún avance.
SARA: Ya. Pero ¿tú? ¿Tú también vas a hacer como tu maestro, enamorarte de tus pacientes?
MÍA: ¿Estoy enamorada de ti porque te quiero dar un abrazo? Menos mal que no he traído un anillo para pedirte en matrimonio.
SARA: Qué bonita eres. ¿En eso consiste ser psicóloga, en dar cortes?
MÍA: Tú tienes un ego bien gordo. Igual no le viene mal un recorte que otro.
SARA: Y luego dices de mis amigas del Tuenti. Pues mira, ninguna es la mitad de falsa que tú. Lo que dicen, lo sienten.
MÍA: Hay mucha verdad suelta. Y poco control de calidad.
SARA: Ya. Tu mentira es buena. Universitaria. Sin colorines ni cursilerías.
MÍA: Entre otras cosas.
SARA: Pues yo me quedo con la verdad de mis amigas. Ellas entienden lo que me pasa, porque les pasa también a ellas.
MÍA: ¿Ahora es cuando me toca decir a mí que yo también he sufrido? Vivir es sufrir, Sara. No solo, pero en buena medida.
SARA: Pues sufre tus movidas, y déjame de una vez con las mías.
MÍA: Solo el médico herido puede curar.
SARA: ¿Y para eso me quieres curar tú? ¿Para seguir sufriendo?
MÍA: Míralo de otro modo. Sea lo que sea lo que te pueda ofrecer esta situación, esta experiencia, ya lo has pasado. Medita sobre ello. Aprende lo que puedas y pasa página. Sufre (y disfruta) por otra cosa.
SARA: Ya. La que vosotros elijáis por mí.
MÍA: Otra cualquiera, Sara. ¿Tanto mola esta?
SARA: Pues sí. Tú no lo entiendes, pero sí. Mola sentirse viva. Mola que nadie te entienda. Mola hacerse cortes y sentir que sangras.
MÍA: Pero no mola nada que te abracen.
SARA: Si es el abrazo del oso, no.
MÍA: Pues nada. Te quedas sin abrazo. Ya es la hora. Me voy.
SARA: Qué pena. ¿Ya se me ha acabado el crédito? Tengo aquí una hucha. ¿La rompo y te compro una hora más?
MÍA: Una hora no puedo darte. Te queda un minuto de prórroga. Dime lo que quieras, si quieres, y piensa en lo que hemos hablado. Y cambia de chocolate. Es tontería montar el número por una tableta tan cutre.
SARA: No quiero nada.
MÍA: Eso me temo. Que te lleves dos tazas. Adiós. Lo siento.

1 comentario:

Gharghi dijo...

A falta de la otra mitad la cosa promete. Ya casi me imagino viéndola en escena.