Por un accidente en Correos, no me ha llegado hasta hoy este libro que encargué el 30 de enero. Mi admiración por Rodolfo Gil Grimau, estudioso del mundo musulmán y musulmán él mismo, y mi deuda con él las he explicado ya alguna vez. Añado ahora que la tirria cada vez mayor que siento por todo lo islámico, a raíz de las barbaridades cometidas con sus señas y de acuerdo con (cierta de forma de entender) sus principios, me ha hecho sentir cierto vértigo, cierto miedo a pasarme de frenada. Y eso me ha hecho buscar algunos libros de Gil Grimau, por ver si reencontraba en ellos aquella otra manera ilustrada de entender el Islam que siempre sentí y quise auténtica.
El primer libro en llegar fue Las puertas de los sueños, una novela de 1999 en la que Gil Grimau retrata y satiriza (con agudeza pero sin acritud) el ambiente de los españoles que viven en y de las instituciones culturales españolas en Marruecos; pero también (porque es el mismo) de los marroquíes que negocian (y a vecen trapichean harto suciamente) con ellas. No es una novela militante, aunque todos los que lo merecen reciben lo suyo: las muchachas occidentales que se echan un amante morito para entretenerse mientras preparan su boda con su novio español de toda la vida; los falsos musulmanes que predican en sus familias el rigorismo pero en realidad viven del contrabando y otras formas de corrupción, obsesionados con acabar su vida en un paraíso occidental para turistas adinerados; etc.
El llbro que me ha llegado hoy es más íntimo y secreto: se trata de un poemario que Gil Grimau solo hizo llegar en vida a un puñado de amigos. Una de ellos, María Dolores López Enamorado, lo publicó amorosa y póstumamente en 2009, en la editorial del Instituto Cervantes de Marrakesh, con un prólogo muy emotivo en el que evoca su relación con el autor e integrando a lo largo del libro varios dibujos de este.
De primeras, los poemas, breves y poco rítmicos, me dejaron frío. Leyendo un poco más, empecé a acordarme de mi amiga Marta Fuentes y pensé que quizá esta poesía, en lo que tiene de evocación de ciertos lugares y momentos cargados de magia, era más de su gusto que del mío. Un poco después, me di cuenta de que me empezaba a calar su manera de hacer (y, sintomáticamente, se me empezaban a ocurrir ciertos versos que tenían su aire...).
De los dos poemas que más me han gustado, traigo el que aparece en segundo lugar, dentro de los Poemas de la creación. Si se me permite la cursilería, es de dolorosa actualidad: porque en él Gil Grimau, que amaba y conocía bien el mundo antiguo (incluidas sus religiones y mitologías), evoca la sensación de comunión que el arqueólogo llega a sentir con las gentes cuyos restos descubre, estudia y conserva. Si alguien (yo mismo, acaso) se preguntara qué habría dicho Gil Grimau sobre las barbaridades del sedicente Estado Islámico contra los museos y ciudades de la antigua Mesopotamia, bien podría tomar esto como su respuesta.
VI
...Arqueólogo
Encontrar mundos dormidos en la arena sin cuenta de los tiempos,
ver en el polvo innumerable, que cubre las paredes,
los fantasmas de aquellos que las levantaron.
Hacer de cada grieta entre las piedras
un balcón, un santuario y un refugio
para verlos.
Y en fin, ser uno de ellos.
1 comentario:
Sin duda, no hay nada que nos sorprenda tanto como una conversión al Islam de alguien culto y sensible como es el caso de tu admirado Rodolfo Gil Grimau, que imagino que tendrá otro nombre islámico.
Entiendo que hay una guerra mundial en el interior del mundo islámico. Se enfrentan interpretaciones que pueden ser equivalentes a lo que significó el nazismo en occidente y otras interpretaciones moderadas, incluso laicas. El problema es que la brutalidad de los nazis islámicos es tal que ocultan el otro lado, que debe distinguirse claramente si quiere sobrevivir como civilización.
En cuanto al poema sobre los arquelólogos, yo tuve algún tiempo una amiga arqueóloga en Irak antes de la crisis de 1991. Ella anhelaba en convertirse en la amante de un beduino y vivir con él en su tienda. Ella era italiana y extremadamente culta e inteligente. Habremos de convenri que el Islam tiene algún magnetismo. Yo no se lo veo, pero debe existir.
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