Leyendo a Víctor Peña (Obsolescencia programada)
medito sobre la propagación del aire frío
a cargo de esta bomba de calor que (el nombre
avisa)
perdió en alguna fuga sus poderes refrescantes.
Tendremos que cambiarla, y en ello estamos, de
hecho,
cuadrando presupuestos y achicando vacaciones
mientras leo los versos victoriosos. Me pregunto
por los poderes fácticos que aún tenga poesía
para cerrar o abrir nuestras ventanas condenadas.
A ello dedica Víctor el primer cuarto del libro:
el interrogatorio de las redes asociales,
el chivateo crónico (Fulano ha confesado
tal cosa
sobre ti; y estás a tiempo de negarlo).
La vida es lo que cuentas y su ansiado comentario
a cargo de aludidos, conocidos y asociados.
Hay otras dimensiones, sin embargo. Un reservado
donde emitir en negro las facturas del verano.
Es la segunda parte. Los venenos aliñados
nos llevan a ese piso que no tiene travesaños,
por el que paseamos nuestro vértigo, sin manos.
Una raya atraviesa las verrugas del lavabo
como en una canción de don Joaquín, el amnistiado.
Memorable poema el del drogata que está a punto
de hallar una respuesta cuando llaman a la puerta
y debe traspasarla para entrar en la tercera
y más grave sección de nuestras sátiras. La vida
de cada uno es solo una ilusión de la política
—la de vivir en paz, sin complicarse la existencia
con el hierro candente al que se aferra la
esperanza.
Mas eso es imposible, y lo sabemos. Pablo Iglesias
y Tsipras nos consuelan, pero pobres de nosotros
y de ellos, muchas veces preferimos abstenernos
a sentirnos velillas de esta torpe mojiganga.
(¿Es Aslan Errejón? ¿Existen piolets en Narnia?)
Como en aquel programa que nos trajo Lolo Rico,
cuando todo parece haber llegado a sus extremos,
llega la cuarta parte que (impudor) habla de
España,
el suelo donde, sucios, nuestros pies saben
clavarse
y donde los demonios, como genios, se cobijan
esperando la mano que los saque de la urna.
Mi patria:
mis alumnos y las pecas de mi novia,
confiesa Víctor (un piropo no hace daño a nadie
y así se lo aplaudimos): lo demás es casquería,
zahúrdas donde Évole no encontrará Mariano
que sea escrupuloso y al que no aguarde su
Bárcenas.
Pues tú que eres mi ejército y mis leyes y mi
patria,
campo de fresa a veces y otras pájaro o alcándara,
eres para el registro mercantil solo palabras
y por treinta monedas Putin hackeará tu alma.
Cautivo y desarmado, sin ejército, se queda
al borde de los créditos, expuesto a las reseñas,
dormido ya don Víctor: blanca peña sobre Peña,
la página lo acuna. Si este no es su mejor libro
(y en verdad lo parece: tanta tierna chicha enseña),
es porque ultima otro —o, descansándose, lo
sueña.
2 comentarios:
Parece interesante este poemario de Víctor Peña. Lo tendremos en cuenta. Me alegro de verte por aquí tras largo periodo de ausencia. Solo deseaba saludarte.
¡Salud, Joselu! Te lo recomiendo.
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