Se acumulan los libros, pero no el tiempo (o el ánimo) para leerlos (apenas los de Dick, y ésos por prescripción casi facultativa). Algunos son bien galanos, como la edición de la poesía completa corregida de Juan Ramón Jiménez, Leyenda, que publicó por primera vez Antonio Sánchez Romeralo en 1978 y en el 2006 se vuelve a editar, muy mejorada, en Visor, por obra del ya fallecido Sánchez Romeralo y una gran filóloga, María Estela Harretche.
Este fin de semana, si los dioses no disponen otra cosa, vendrán los amigos con guitarras y violines, en buena hora —pero mi corazón se empeña en esperar (y desesperar) otras llegadas imposibles. Está todo en Juan Ramón, abriendo al azar. Aire triste, dice (Leyenda, pp. 153-4):
TODO LO QUE TIENE
¡Qué cerca está lo distante, en la noche azul y honda;
honda, que todo lo tiene en su gran fondo, que asoma
todo lo que tiene! ¡Todo! a nuestras lágrimas sólidas,
que ven, lo mismo que ojos, la vecindad más remota!
Vienen las almas que amamos, a las nuestras, como ondas
—de la vida, de la muerte, iguales en esta hora,
sueños las dos de lo mismo, con una idéntica forma—
y rompen en nuestra playa en espumas de congojas.
¡Qué cerca está lo distante, en la noche azul y honda;
honda, que todo lo tiene en su gran fondo, que asoma
todo lo que tiene! ¡Todo! a nuestras lágrimas sólidas,
que ven, lo mismo que ojos, la vecindad más remota!
Vienen las almas que amamos, a las nuestras, como ondas
—de la vida, de la muerte, iguales en esta hora,
sueños las dos de lo mismo, con una idéntica forma—
y rompen en nuestra playa en espumas de congojas.
11 comentarios:
Saludos, Al y demás amigos, tiempo después de que el otro blog me haya absorvido el sexo.
La verdad es que, leyendo el epistolario de JRJ, me asombra, ante todo, la escasa variación de su escritura y personalidad a lo largo de los años. El primer JRJ escribe, cartas y poemas, desde el mismo nivel que el más maduro. Es verdad que se notan ciertas ingenuidades juveniles en sus cartas de cuando era muy joven. Pero son inevitables. Y, rápidamente, las supo corregir. Para la época de Arias Tristes, está ya todo el JRJ de siempre y de después.
Deduzco que sufrió una hipermadurez precoz. No sólo un genio literario precoz (que, por ejemplo, Alberti también tuvo). También da síntomas de una madurez psicológica inusual desde su juventud. Y todo ello desequilibra, a su vez, un montón. Y su vida da fe de ello.
Saludos.
¡En "espumas de congojas" nada menos! Nunca te acaba de saciar Juan Ramón. Quizás ser poeta es tener el don de la palabra exacta. Y él abundaba en ellas, y era pródigo.
Saludos. La máquina de los comentarios no me reconoce como Juan Poz. ¿Me iré desescribiendo a mi pesar?
Bueno, el intercambio de cartas con la madre de Zenobia, cuando andaba detrás de pescar novia, es un sainete de lo más entretenido, con tremendos arranques de dignidad en los que Juan Ramón da todo por acabado, y al poco nuevas arremetidas contra el muro, que a ratos parece inexpugnable.
La correspondencia con María Lejárraga tampoco tiene desperdicio. ¡Qué bien conocía esta dama a Juan Ramón, y cómo toreaba sus manías e hipocondrias!
JRJ, por lo que veo en su epistolario, tenía una facilidad asombrosa para cortar definitiva y bruscamente con sus mejores amigos, como Gregorio Martínez Sierra y señora. Pero, parece ser, tenía la misma facilidad para reanudar la relación como si nada. No era tan malo. Sólo era raro.
Sufría ataque con convulsiones, amnesia, pérdida de consciencia, etc... Lo que le producía depresión e inclinación al suicidio (en una ocasión pasó dos? días bajo vigilancia médica). Los síntomas probablemente se calmaran en su madurez (habría que verlo en su epistolario de la época). Pero es cierto que padeció una fuerte epilepsia en su juventud (menciona 'auras de epilepsia'; pero no sólo 'auras', o sea, avisos; sino también aparatosos ataques) y que tuvo la salud neurológica tocada para los restos.
JRJ disfrutó de una clase de sensibilidad 'epileptoide', como la de tantos históricos, que se caracteriza por un profundo sentimiento de extrañeza ante el entorno; lo que comprende toda su etapa central, o sea: la época de Laberinto, Poemas mágicos y dolientes, etc...(incluido 'Estío', su última obra 'figurativa': véase en su 'Amanecer de Agosto' toda una descripción condensada de la extrañeza).
Juán Poz: el de la palabra exacta es una facultad característica de JR y de su sensibilidad, delicada y enferma. Pagó un precio.
Saludos.
Grifo
Un aspecto curioso del talento de Juan Ramón para los nombres es que los amigos le pedían títulos para sus obras (por otro lado, del mismo modo que corregía los poemas, se pasaba la vida cambiéndole el título a sus libros ya publicados).
Sí, Al: es cierto que JR tenía una facilidad asombrosa para los títulos (todas las subdivisiones de sus obras van marcadas con títulos). Sabemos todos el problema que representa el 'título' de la obra en una obra poética. El título enuncia el tema, el 'contenido', asunto, eje de referencias, etc, etc... O sea: todo aquello de lo que la Poesía carece. La Poesía no tiene 'contenido' ni tema ni asunto sino ella misma. En cambio, el invento del 'libro de poemas', muy posterior a la Poesía y al Poema, necesita de un eje unitario, ¡no en tanto que poemas!; pero sí en tanto que 'libro', colección, reunión, ramo, etc..., formado por una razón, una idea, una fuente, etc..., sin la cual los poemas pueden quedar en florituras aisladas del estilo.
De ahí la importancia de los títulos. Creo que JR no intentaba explicar con títulos las obras desde fuera de ellas (como se suele hacer: el poeta evalúa desde fuera, del tipo: La Realidad y el Deseo, un gran acierto). Sino que el título de sus obras poéticas era también un verso más de las mismas. Y por eso resultaba inagotable. Es mi opinión.
Saludos.
Grifo
Creo que voy a quedarme unos días más con Juan Ramón. Me encanta leer lo que Poz y Grifo dicen sobre él (muy bien visto lo de los títulos-poemas), y me encanta leer sus obras. Confieso que lo hago estos días por razón profesional, buscando ejemplos de tipos de verso y estrofa; pero al final me demoro siempre más de lo debido, y vuelvo ya por puro gusto. Cómo no hacerlo con poemas como éste (también de su primera etapa; cada vez tengo más claro que es mi predilecta).
—¿Sabremos nosotros, vivos,
ir adonde está ella?
—...Pero ella sabrá venir
a nosotros, muerta.
En Leyenda, entre otras cosas, el poema se alarga (sin necesidad, a mi juicio) y recibe título:
EL PASAJE
¿Sabré yo, el triste, ir
ir adonde está ella?
(¡Qué cruce subterráneo
de belleza y de pena;
qué aéreo tropezarnos!)
—Ella sabrá venir
a mí, que es eterna muerta.
únicamente he pasado muy por encima de tu mundo pero, aún así, me guardo la dirección en el bolsillo
saludos
—¿Sabremos nosotros, vivos,
ir adonde está ella?
—...Pero ella sabrá venir
a nosotros, muerta.
Curiosísimo caso el de este poema, Al. Si la memoria no me falla, es de cualquiera de sus dos primeros libros; impresentables aún, pero con aciertos de esta magnitud, sólo propios del JR tardío y depurado. De él sólo conozco esta versíón. La citada de Leyenda me es desconocida. Pero estoy de acuerdo totalmente: sale perdiendo en el cambio. Cómo es posible... (cómo pudiste hacerlo, jotaerre...). Precisamente este poema saca su efecto de la brevedad absoluta (y la sencillez y reducción de la línea), que permite la contraposición eficaz de los términos clave: 'ir-nosotros-vivos / venir-ella-muerta'.
De otra manera, la contraposición se difumina. Y se pierde todo el efecto, que sólo obra cuando se da la contraposición brusca.
JRJ, en su segunda etapa, vive en Madrid. Grave error. Pierde el contacto con la naturaleza, que se reduce a las macetas que cultiva en su terraza de la calle Velázquez (una de sus casas). Su poesía nunca puede ser 'abstracta' sin dejar de ser suya. Su poesía está en la naturaleza (se admiten jardines y parques, pero no terrazas ni invernaderos). Su poesía y sensibilidad no se pueden transplantar. Fue un error vivir en Madrid. Su poesía de la segunda parte suena a naturaleza (porque sigue apareciendo, aunque reducida a los mínimos elementos) enjaulada entre el cemento urbano. A mis quince años, recuerdo, sentí muchísima pena al asistir retrospectivamente al cambio y comprender el contraste entre Moguer / Madrid.
Saludos, amigos.
Grifo
No sé yo si llamarlos impresentables, Grifo. ¡Abundan tanto los aciertos! Otro más:
Silencio. Sólo queda
un olor de jazmín;
lo único igual a entonces,
a tantas veces, luego,
¡sinfín de tanto fin!
Lo que sí se entiende es que JR abominara retrospectivamente de ese período medio en que acabó fatigando todos los recovecos del alejandrino. Pero aún ahí hay mucho que rebañar. Tal que ayer me reía en soledad con aquel poema suyo sobre la monja y el mal poeta (que es él mismo). En breve en sus pantallas...
Al: como 'impresentables' aludo a sus dos primeros libros de poemas (incluido también 'Rimas', el tercero). Es verdad que contienen aciertos. Es porque los escribió él, Juan Ramón Jiménez Mantecón, y no Villaespesa.
Ahora bien: el poema de la monjita y el 'mal poeta' ('¿...No oye Vd., mal poeta / qué fervor pone en el precioso estribillo...?') es posterior, si es que hablamos del mismo poema. Se trata de un poema de época de Laberinto (el esplendor del alejandrino) y que perteneció a un libro que quedó inédito; y que sólo he leído en Antologías. Y que, por supuesto, es un poema divertidísimo. No sé si hablamos del mismo. Pero, sea el que sea, estoy deseando leerlo.
Saludos.
Grifo
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