En una ocasión, en la portada de un libro de García Lorca, me encontré con un dibujo que resultó ser del propio Lorca. Y pensé que aquel dibujo casaba totalmente con su escritura, y que separar una expresión artística de la otra (su poesía por un lado; sus dibujos, por otro) era una manera de mutilar la comprensión cabal de ambas. Con la obra de nuestro querido Aker sucede algo similar, solo que en su caso el mensaje estético que complementa de manera sustancial lo que escribe no está en sus ilustraciones (aunque es probable que también practicara con esmero ese arte), sino en su propia manera de trazar las letras, en lo que llamamos, con algún sinsabor, su caligrafía. (Y con el sinsabor no me refiero principalmente al sentido etimológico de la escritura: 'escritura hermosa', 'belleza de la escritura', que es incompleto pero defendible; sino a sus connotaciones escolares, que sugieren que alguien tiene 'buena caligrafía', una caligrafía esmerada, cuando escribe siguiendo los cánones de los cuadernillos en que aprendió a trazar las letras.)
La caligrafía de Aker no es, en ese sentido, 'esmerada'; sino algo mucho más interesante. Revela su estética, su gusto por la expresión elegante, bienhumorada, misteriosa pero comprensible (él combatía el prestigio de los enigmas irresolubles: le gustaba tanto localizarlos como resolverlos). Sus poemas parecen más suyos y más plenos cuando se leen en su versión manuscrita; y cualquier edición que de ellos se hiciera debería incluir, si no todos los textos en esta versión, al menos una muestra suficiente de su peculiar naturaleza.
En la entrada anterior, nos prometía Joaquín Salado localizar en su archivo la versión manuscrita del poema de Aker sobre el Arqueópterix. Gracias a su buen hacer, aquí lo tenemos hoy, tal como luce en su escritura original.
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