miércoles, 4 de noviembre de 2020

El cantar de los cantares

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 A cantar me ganarán,
pero no a saber cantares:
en mi casa tengo un arca
y encima siete costales.

(popular).

Percusión y canto son las formas esenciales de la música. Los instrumentos de percusión retienen hasta hoy su carácter de música en estado primitivo, reducida a su elemento fundacional: el ritmo. Y la voz humana es el único instrumento melódico que llevamos con nosotros en todo momento, y a imitación del cual se desarrollaron todos los demás (comenzando por los de viento, que la imitan tan de cerca que pueden casi considerarse una modulación especial de la misma). La cuerda más aguda del violín y la guitarra se llama aún cantarela, cantarina.

La canción es un género mixto, en el que confluyen como mínimo dos elementos: ritmo y melodía. En las nanas, eso es todo cuanto tenemos: la voz entona una sílaba que no pertenece a palabra alguna (na), y con ella se vale para trasmitir cariño y fascinar al niño. Incluso en las canciones más elaboradas, con letra, el tarareo de la nana reaparece en los coros, en forma de uuuúes, de aaaaahs, de duduás… Cuando no recordamos bien una letra, la tarareamos: la restituimos a esta lengua anterior a la lengua.

Cuando la canción se puebla de palabras propiamente dichas, con significado, entra en el terreno del poema (y este se interna en el seno de la música; del que, de todas formas, a diferencia de la prosa, nunca emergió del todo). Quien compone canciones, está pues emitiendo a la vez en dos canales, el gramatical y el musical, y eso le permite elegir entre muchas posibilidades: puede utilizar la música para resaltar la intención ya presente en la letra (que es lo que suele hacer cuando se musica un poema) o puede utilizar la letra para verbalizar emociones y sensaciones que ya están en la música (que es lo que sucede cuando le ponemos letra a una melodía). Por supuesto, es frecuente el caso mixto: uno tiene algo que no es todavía ni una letra ni una música, sino una sensación, una emoción, un aire, y busca en su instrumento cómo convertir eso en una melodía que sea, a la vez, un texto.

Aunque las metáforas relacionadas con el toreo y la caza están de capa caída (valga la paradoja), hay un parentesco indudable entre la composición y la caza: ambas necesitan una disposición activa, un concentrarse en lo que se está haciendo que excluye prestar atención a nada más, como si en ese momento nada más importara. Y en ambas es importante el trabajo previo de adiestramiento, la práctica, el conocimiento. Pero también es esencial el hallazgo, el contacto con algo que a veces está ahí, moviéndose tras los arbustos, y a veces no. De hecho, mientras el cazador sale a cazar (y necesita para ello de sus aperos), la composición muchas veces es resultado de una idea que asalta al compositor en cualquier momento, sin aviso, casi a traición.

Es famoso el caso de Vivaldi, que era sacerdote, y en alguna ocasión tuvo que abandonar la misa a la mitad porque se le acababa de presentar en la cabeza una melodía que no podía esperar (la Inquisición, alertada de este hecho, le excusó diciendo que Vivaldi es ante todo un músico; por lo tanto, un loco). Es como si el trabajador de la fábrica o del supermercado escuchara al pájaro que le llama en el bosque y abandonara su puesto para salir a cazarlo.

El impulso que lleva a componer una canción puede ser de muchos tipos: leer un graffiti, encontrar un anuncio de armas que asegura que La felicidad es un arma caliente, despertarse del sueño con una melodía en la cabeza…

La canción, en nuestra cultura, está tan ligada al amor que bien se la puede considerar una variante humana del cortejo: mientras otros animales bailan para seducir a su pareja, otros cantan (como las palomas, que cantalean), y entre ellos nosotros.

Es también una actividad próxima a la magia, de lo que da fe la lingüística. Engatusar fue alguna vez encantusar. Los en-cantamientos son fórmulas mágicas que se cantan, y el encantador un tipo especial de cantor o cantante. La exagerada cortesía francesa nos lleva a declararnos encantados de conocer a alguien, como si su presencia hechicera nos hubiera dejado fascinados con su encanto.

La raíz indoeuropea de la palabra canto, kan, se esconde además en palabras como acento, incentivo (que significa en origen el tono que se da para afinar un instrumento o un coro) y vaticinar (o sea, cantar el adivino, el vate, sus profecías). De cantar con el sentido coloquial de confesar la verdad sobre un crimen proviene, a través del francés chanson (canción), chantaje (o sea, la amenaza de cantar de plano). El chantre o canónigo es en origen el director de un coro eclesiástico. Los cantos religiosos son los cánticos por excelencia (que lo mismo pueden ser devotos que sacrílegos, como los que suelen aparecer en las películas de miedo, asociados al satanismo).

Hay, en fin, algo alado en el canto. El canto de los pájaros es pariente de nuestras canciones, y obsesionó al músico y sacerdote Oliver Messiaen (1908-1992), que encontró en esos cantos las claves de su peculiar acercamiento a la música sacra. (Entender el canto de los pájaros era en los mitos privilegio de aquellos que habían probado la sangre de un dragón, como Sigfrido.)

Cantiñas, cantes, canturreos, cantares son también la médula de la poesía popular. Como cantaban Grateful Dead, Let there be songs / to fill the air

 

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