sábado, 30 de enero de 2010

Dos entrevistas a Agustin García Calvo


Con pocas excepciones, las entrevistas a Agustín García Calvo resultan instructivas, pero frustrantes. El periodista no suele conocer al entrevistado, o, peor, lo conoce demasiado bien: tiene formada una idea de él como personaje histórico y gloria de nuestras letras, e intenta aferrarse a ella mientras GC va rechazando sin contemplaciones los intentos de cosificarle como filósofo, literato o vip de la lucha antifranquista. A GC no le interesan las actualidades por las que el periodista le pregunta, y éste es incapaz de procesar las máximas que GC le va colando y que a veces, por falta de desarrollo, pueden parecer desvaríos o boutades.

Les traigo ejemplos de la regla y su excepción. Comienzo por lo segundo: una entrevista cómplice y despierta, recogida en la página web www.sinpermiso.info, que me brindó amablemente Aldeans (gracias) hace unos días.

Como ejemplo bastante benigno de lo primero transcribo esta entrevista, cuya gracia principal es que no estaba colgada hasta ahora en la red. Aparece en el libro de Fernando Clemente Morales Olas de mar en invierno. Monólogos y dialogos (1987-2004), publicado en 2005 por la Diputación de Badajoz, pp. 85-87.

*

AGUSTÍN GARCÍA CALVO

...se muestra en la evocación...

—Don Agustín, hay quien le ha calificado como el «hereje de nuestras letras».

—¿Un hereje literario? Hombre, espero que en alguna ocasión al menos haya sido un hereje o disidente más que literario, sobre todo, cuando me he visto en alguna ocasión como en el año 65 envuelto en un movimiento de los verdaderos herejes, que son la gente de abajo (en aquel caso los estudiantes en rebeldía en el momento de imponerse el Régimen que hoy padecemos). De manera que eso, respecto a la herejía y las herejías filosóficas o literarias, no me interesa mucho,

—¿Usted cómo se considera dentro del panorama literario y cultural de nuestro país?

—Yo, desde luego, procuro no considerarme. La figura del autor es un estorbo formidable. Es justamente lo que el aparato cultural desconoce, pero yo sí lo conozco; sé cuánto pesa la persona de uno y desde luego, por todos lo medios, procuro no incluirme en el panorama. Tampoco me dedico a lo anacoreta, al retiro, trato de meter la nariz de vez en cuando y esto es una difícil política de ten con ten, en la que me mantengo: hacer algo, tratar de hacer algo, aprovechando incluso, como en este mismo momento, algo de lo que pueda quedar en prensa o en radio, aprovecharlo, por si acaso, y calcular de tal manera que eso no implique venderme, meterme en la marcha del aparato cultural mismo, que cada vez odio de una manera más profunda y más popular.

—A mí me interesan los hombres agazapados, los que viven en su «dacha» al margen (le la plaza pública (entiéndase televisión, radio ... ) y que hablan -como es su caso- cuando deben hablar, no siempre, y que sueltan su látigo de crítica a estos tiempos.Por eso quería hablar con usted, don Agustín.

—Bueno, yo no soy ejemplo de los retirados en una dacha. No creo tampoco en el anacoretismo. No me fío nada de la opinión de uno, hay que recordar siempre lo de don Antonio Machado: «en mi soledad / he visto cosas muy claras / que no son verdad». Y por el contrario confío en lo que nos queda de pueblo y de común. En ese sentido, como te decía hace un momento, queda uno condenado a una política de ten con ten. No retirarse, no creer tampoco en el retiro de uno y al mismo tiempo intentar que las cosas que uno pueda hacer no signifiquen una venta a la Cultura y al Poder.

—¿Y por qué esa postura suya, por resentimiento? ¿Por qué? ¿Por qué no se vende usted al Régimen, a la Cultura?

—A lo que nos queda de pueblo, al corazón, al tuyo mismo, lo que te quede de corazón como a mí, no hay que preguntarle eso.El Poder es un engaño, la imposición de sustitutos de la vida, la venta de productos es un engaño perpetuo. El Poder está contra el pueblo, en una palabra, es tan claro que no hace falta argumentarlo. Y desde luego no hay ningún motivo personal. Más bien tendría que decir que me he visto con mucha frecuencia halagado por parte de algunas instancias del Poder, que por otra parte desprecio. El motivo es de más abajo, ya te digo, no hace falta preguntarlo. Es una evidencia de razón y de corazón que el Poder —y por tanto la Cultura a su servicio—, están en contra de lo que nos quede de vivo, de gente, de pueblo.

Hay un disco por el que mucha gente le conoce: Canciones y Soliloquios de Amancio Prada...

—Sí, hizo un disco con varias de las canciones de Soliloquios y luego otro que se llamaba De amor y celda. Sí, Amancio Prada ha sido dentro de ciertos círculos relativamente popular.

—¿Cómo recuerda aquella experiencia musical?

—No la recuerdo, porque estoy en ella siempre. Ahora mismo acabo de terminar en Madrid un cursillo de cinco lecciones llamado Música ex lingua, tratando de mostrar cómo la melodía, la prosodia gramatical de las lenguas, puede ser una inspiradora de músicas, o por lo menos de melopeyas —como llamo a esa especie de situación intermedia entre el habla y el canto—. Mi relación con la música ha sido, por tanto, constante desde el principio; eso me ha llevado también a la obra que estoy tratando de terminar ahora y de publicar: el Tratado de rítmica y prosodia y de métrica y versificación. Y me ha llevado también a tratar con músicos como es el caso de Amancio Prada, que lo conocí en París, y antes con Chicho Sánchez Ferlosio, del que el propio Amancio y algunos más cantan algunas melodías suyas como «El mundo que yo no viva» y algunas otras cosas por el estilo. Sí, ha sido rica y sigue siéndolo mi relación con la música.

—Canta Amancio Prada un verso suyo que dice: «Juraría que he sido feliz / una vez en la tierra...» ¿Así es, don Agustín?

—Sí. Bueno, eso es un juego que se entiende bastante bien. Tiene relación con lo que te estaba contando, de que una vida de veras no admitiría computo y por tanto tampoco registro histórico. Uno tiene una impresión, a veces, de lo que dice el «juraría», de que se ha producido eso que nunca en la realidad -compatible con la realidad- puede producirse.

—Y hay otro verso cantado en ese disco que afirma: «Sólo de lo negado canta el hombre, / sólo de lo perdido, / sólo de la añoranza, siempre de lo mismo...».

—Sí. Ese lo canta con una música del propio Chicho Sánchez Ferlosio. Es el poema con el que inicié esa primera recopilación de Canciones y soliloquios.

—¿Sólo de lo negado canta el hombre?

—Sí. Sólo de lo negado canta el hombre, es decir, de la negación de la Realidad. Para mí, eso que se llama poesía con un nombre un tanto prostituido me parece que sólo podría valer en la medida que una canción, unos versos, de alguna manera, acierten a descubrir la falsedad de la realidad. La negación de esa falsedad es de todo lo que nos es dado como positividad, por un lado, en eso de la poesía, y por otro lado en el razonamiento, en la lógica. De eso se canta, de eso se razona. La negación, el no, es lo único que nos queda de vivo y popular.

—¿Cómo recuerda usted los años 60, cuando fue expulsado de la Universidad junto a López Aranguren y Tierno Galván?

—La expulsión fue una mera anécdota histórica que no cuenta para nada. Pero en cuanto al pronunciamiento de los estudiantes en el 65 en California y en Madrid y después en Alemania, en Francia al final, es algo que lo recuerdo no como una historia, lo estoy recordando constantemente como algo vivo. Como un testimonio [de] que a pesar de toda la potencia, toda la imposición del aparato del Poder, siempre queda algo que está vivo, que se remueve y que puede, ocasionalmente, levantarse contra ello. Aquello se produjo en los inicios de la imposición de este Régimen del Bienestar que hoy padecemos, pero, por supuesto, es imprevisible en cualquier momento que pueda producirse.

—¿Aquello qué fue: un espejismo, una utopía, una realidad?

—Había por debajo algo en muchos muchachos que sentían lo que se nos venía encima, con la imposición de este Régimen, que justamente se estaba imponiendo por todas partes entonces. Había algo que sentía eso y, naturalmente, trataba de decirlo y de incluso actuar, hasta cierto punto, en contra de esa imposición. Eso sigue vivo siempre, por debajo de la conformidad y por debajo de la sumisión a este aparato.

—Pero, en general, ¿aquellas ideas no han quedado olvidadas en el baúl de los recuerdos?

—No hay ideas que valgan. Aquí no había ideas. Se puede ver bien que, incluso en los letreros más afortunados que los chicos pintaban por las paredes, no se puede decir que haya ideas: hay una negación, una denuncia de las ideas dominantes, y eso, la verdad, no puede morir. La negación no puede morir nunca porque la falsedad continúa, la falsedad de la Realidad; y por tanto, la posibilidad de decir NO de una manera o de otra está siempre ahí. No tiene sentido pensar que se trate de unas ideas muertas o de una creencia o de una utopía. Simplemente, esa posibilidad abierta de negación de la Realidad.

—¿En qué ha cambiado el Hombre? ¿O lo que ha cambiado es la Sociedad únicamente?

—Yo no creo en eso del Hombre ni de la Sociedad. Estoy contra el Hombre. Eso son ideas. Ideas acerca de la Humanidad, de la Historia de la Humanidad. Son ideas, y por tanto falsedades. Lo importante es que, aparte del Hombre y sus pretensiones de animal racional, de dominar el mundo, de destruirlo, aparte de eso queda algo de verdad a lo que aluden palabras como «lo común», «lo pueblo», que generalmente está contra esas falsas realidades. La Historia del Hombre y de la Humanidad es una tristeza, como sabes, es una serie de desgracias, de montajes, de ilusiones que han traído consigo guerras o ejecuciones, para después descubrirse en la etapa siguiente que todo aquello no valía nada y que había que inventar otros trampantojos por el estilo. ¿Para qué te voy a recordar lo que es la Historia, no? Por fortuna, todo eso no son más que ideas falsas y siempre queda algo vivo por debajo.

—Usted descree de la Democracia, del Yo, del Amor, de la Tecnología, del Tiempo, de la Historia... ¿En qué cree Agustín García Calvo?

—Bueno, creer no puedo creer en nada, por supuesto. Como soy un miserable ciudadano, igual que cualquiera, nunca me acabaré de quitar del todo los restos de la fe. Pero, por supuesto, me parece que esta labor de descreer, aunque sea interminable, es la única que merece la pena. Hay que descreer, por ejemplo, del Individuo para que yo, que no soy nadie, pueda de alguna manera vivir yo, que no soy nadie, que es cualquiera que dice «Yo»; es a lo que aludo como pueblo. Es preciso descreer del Individuo, de la Democracia, del Hombre, y éste es un ejemplo entre todos los demás. Se trata de eso, de descreer, que es una labor que nunca se termina, en la que están al mismo tiempo lo que nos queda de corazón y de razón, pero que es interminable y siempre por desgracia se sigue creyendo.

—¿Por qué le interesa tanto el lenguaje? ¿Qué atesora el lenguaje además de palabras?

—Ahí es donde está, por así decirlo, la habitación más visible, la morada más visible de eso a lo que aludo como pueblo y que no es individuos ni conjunto de individuos. En la lengua de verdad, no en la escritura, no en la cultura, no hay quien mande, no hay amo que mande, no hay Dios que mande. Es algo que hacemos así de bien gracias a que no sabemos cada uno, personalmente, lo que hacemos con todo ese artilugio complicado de la gramática y la lengua. Ahí es donde está el aliento de esa verdad que no existe, que se contrapone a la falsedad existente. Es normal que desde pronto haya sentido este amor por eso que nos queda de lengua viva, ese verbo que se encarna cada vez que viene a parar un niño a este mundo: la encarnación del verbo.

—¿Cuál es el adjetivo más acertado para calificar al Hombre?

—Falso creído.

—«Hay un misterio en esto de la memoria...» Con estas palabras inicia usted su Registro de recuerdos. ¿Cuál es ese misterio?

—Sí. Hay una memoria muerta, que es la memoria de la biografía, de la autobiografía, de la historia, regida por el futuro, que es la primera forma del tiempo vacío: la muerte (todo futuro es muerte), y frente a ella, a pesar de esa perpetua tendencia o necesidad de reducirse a tiempo vacío, frente a ella sigue algo misterioso viviendo, algo que se muestra en la evocación (por contraponerlo a la historia, al registro histórico). La evocación es con lo que he tratado de jugar en ese libro que mencionas.

—Que por cierto, ¿por qué subtitula este libro como Contranovela?

—Porque la novela se adscribe de ordinario al procedimiento de la Historia. Es decir, que el que sea ficticio el argumento no importa para nada, lo importante es que se desarrolla según las reglas de un tiempo histórico, de un tiempo medido, y por tanto, está claro que mi intento en ese libro es lo contrario: es romper con la reducción a historia de la memoria, del recuerdo.

—Cierra su Contranovela con estas palabras: « ... un libro que a gentes cualesquiera les valga de algo, no para entretenimiento ni cultura, sino para placer y descubrirniento de lo falso de sus vidas...»

—Sí. Ya lo has dicho. No lo puedo decir mejor en este momento... (Risas)... A lo mejor, si me paro a pensarlo podría mejorar la formulación, pero de momento vale.

—Y finalmente, don Agustín, ya no le canso más, ¿hay motivos para la esperanza?

—No, no. Para la esperanza en el sentido de futuro, desde luego nada. Para eso hay todos los malos motivos. La esperanza como expectativa es simplemente el tiempo vacío, desde aquí hasta la muerte. La esperanza es el trozo de tiempo vacío que se nos da en todo su peor sentido.

—Don Agustín, ha sido un placer.

—Para mí también. Saludos.


6 comentarios:

Unknown dijo...

Al,
es cierto eso que dices de las entrevistas. A veces he tenido la sensación de que enviaban a los más tontos a entrevistarle, y siempre me ha hecho gracia ver como Agustín "vivito y coleando" se les iba de las manos a esos "entomólogos" del periodismo cultural.
Por cierto, en esa primera entrevista, toca un asunto que siempre me ha intrigado y que tiene que ver con esa defensa suya de la técnica poética. Y es que él parece reivindicar una cierta ortodoxia rítmica y métrica por las mismas razones que otros, en el extremo opuesto (pienso en los surrealistas, por ejemplo), la rechazaban. El caso es que nunca me he sabido manejar con esa paradoja, y ahora que tengo un poeta a mano, no puedo evitar trasladarle esa extrañeza. En fin, Al, ¿cómo se come eso?

Al59 dijo...

Hay ahí una paradoja, sí, porque los inventores del verso libre (del término en sí y de las producciones que primero se llamaron así) fueron los poetas simbolistas, lo mismos que se declaraban partidarios de la música sobre todas las cosas. No se trataba entonces de liquidar los lazos de la poesía con la música, sino de volver ésta más sutil e impredecible, huyendo del sonsonete. Siempre había habido esa tendencia: frente al soneto o el romance, la silva, el fluido rítmico en que no puedes saber de antemano ni la medida ni la rima (o no) del verso siguiente. La idea primera es más bien colorista (con la polirritmia, se hace más evidente el ritmo, del mismo modo que la modulación llama la atención sobre la tonalidad), pero con el tiempo la cosa se resuelve en sentido contrario: un ritmo cada vez menos marcado, eso que llama Cernuda 'la música callada'. En Cernuda o Juan Ramón, por ejemplo, lo que hay es una suerte de silva de versos impares (incluyendo entre ellos el alejandrino: 7 + 7), preferiblemente blancos. Por supuesto, si te pasas de sutil llega un momento en que ya no hay tal música, o al menos ya no se distingue cualitativamente del ritmo de la prosa, que también lo tiene. Luego llega el problema de los poetas que ya no se han educado en las artes rítmicas y quieren ser sutiles sin haber aprendido antes a ser exactos.

Así en dos patadas, yo diría que la cosa va por ahí. Por supuesto, aciertos y errores caben en todos los tipos de poema: desde el que utiliza una forma con solera al que se acoge a una musicalidad meramente intuitiva.

Unknown dijo...

Entiendo. Aunque no deja de sorprenderme. Porque parece que lo que se persigue, en todo caso, es una especie de liberación de lo no consciente. Eso era lo que pretendían los surrealistas con la escritura automática. Y para eso mismo le sirven a Agustín precisamente los mecanismos rítmicos. En fin, no le doy más vueltas. Y muchas gracias por la explicación.

Al59 dijo...

Mejor démosle vueltas, ¿no? Bien lo merece. Escribí hace unos años un artículo sobre el (des)encuentro del surrealismo con la poesía tradicional, popular, y allí hablo sobre la rima y el metro y su correlación con el azar objetivo y la escritura automática. Si conservo el texto electrónico, lo subo. Si no, dame un correo-caracol, de los de toda la vida, y te envío una separata. Para quien tenga biblioteca pública a mano, la referencia es ésta: Alejandro González Terriza, «Surrealismo, folclore y poesía del 27», Boletín de la. Fundación Federico García Lorca, 39-40 (2006), pp. 113-133.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Editorial Lucina dijo...

Página personal de Agustín García Calvo y Editorial Lucina: www.editoriallucina.es
Nuevo blog de la editorial: http://agustingarciacalvo.blogspot.com/ con noticias, recitaciones, novedades....