Ayer, pequeño milagro: reunión de la tribu babeliana, formada por los amigos que empezamos a reunirnos hace más de veinte años para poner en común cuentos y poemas. La dispersión que traen los años no entiende otro correctivo que el ritual: así el de ayer, versión tardía del concurso de Nochevieja, que no pudo ser este año. Novedades de ahora y esas otras que trae el olvido: cosas que no recordábamos haber escrito, pero alguien conserva en la memoria o la carpeta. Va una de éstas: un poema (también canción) de Ricardo, cuyo título evoca el Relato de amor (endecha) del maestro.
Semimediopseudoendecha
¡Ay! dulce color de las tardes de invierno
que vuelves al filo de briznas de heno
prendidas apenas sobre los cabellos
trenzados caoba que tienen recuerdo
de otros más días tal vez más alegres
que ella y yo de la mano cogíamos verdes
hojitas de hierba, de sauce y alerces
que ahora ya secas y ajadas parecen
y acaso lo estén o quizá todavía
retengan un poco de la clorofila
que solía guardar yo en ambas pupilas
y ella en sus pechos de luna crecida.
O acaso es que has vuelto para comprobarlo,
o ver si de aquello aún queda algo
que buscar en mi centro, tal vez en vano,
que salvo haya sido del sabor amargo
que en mitad de la boca deja la duda
de haber sido o no al fin la pregunta
que plena y repleta tan sólo dibuja
el olvido de ser siempre siempre nunca.
Ven y pronuncia si puedes su nombre,
conjura acaso todo lo que esconde
o para por siempre de rondar mi casa
y deja al recuerdo que habite la estancia
chiquita y ajada donde permanecen
su sombra y su nombre siempre tan verdes
(hasta el día en que en juicio se pese mi muerte.)
¡Ay! dulce color de las tardes de invierno
que vuelves al filo de briznas de heno
prendidas apenas sobre los cabellos
trenzados caoba que tienen recuerdo
de otros más días tal vez más alegres
que ella y yo de la mano cogíamos verdes
hojitas de hierba, de sauce y alerces
que ahora ya secas y ajadas parecen
y acaso lo estén o quizá todavía
retengan un poco de la clorofila
que solía guardar yo en ambas pupilas
y ella en sus pechos de luna crecida.
O acaso es que has vuelto para comprobarlo,
o ver si de aquello aún queda algo
que buscar en mi centro, tal vez en vano,
que salvo haya sido del sabor amargo
que en mitad de la boca deja la duda
de haber sido o no al fin la pregunta
que plena y repleta tan sólo dibuja
el olvido de ser siempre siempre nunca.
Ven y pronuncia si puedes su nombre,
conjura acaso todo lo que esconde
o para por siempre de rondar mi casa
y deja al recuerdo que habite la estancia
chiquita y ajada donde permanecen
su sombra y su nombre siempre tan verdes
(hasta el día en que en juicio se pese mi muerte.)
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