miércoles, 10 de agosto de 2011

Leyenda urbana


Hay ángeles buenos y malos, y de algún buzón de Madrid sé yo que me tuvo persuadido, por años casi, que comunicaba directamente con el fuego central de la tierra, y que toda palabra escrita que allí se aventurase acabaría consumida en pavesas, mientras mi novia la esperaba días y noches.

Pedro Salinas, El defensor.


Hay una continuidad, un aire de familia, entre las historias populares, las que inventan los niños y las que vivimos en sueños. La ocurrencia de Salinas tiene ese sabor: no creo que brotara de su conocimiento de los materiales clásicos sobre estos asuntos, aunque sin duda los conocía bien: las entradas al Hades que se situaban en varias ciudades del mundo antiguo, la costumbre de abandonar en las tumbas mensajes dirigidos a los muertos y a los seres divinos del Más Allá (mensajes que, a veces, ardían en la pira funeraria, pasando así a otro plano). Uno de mis alumnos, este curso, sorprendió al bregado folklorista Pepe Pedrosa con una historia que se contaba en su pueblo, y que comparte el mismo tono: al cambiar de lugar las farolas (¿o eran los semáforos?), habían descubierto que al pie de varias de ellas había enterrados varios cadáveres sin identificar. (Al pie del monte Calvario, recordarán Vds, ardía la calavera de Adán; y en ella, se dice, hundía sus raíces la Cruz de Cristo). Cuando me tocó dar Historia, el primer año que di clase, allá en Montijo (y en verdad hay pocas cosas que me caigan tan lejanas como dar Historia), entre las muchas cosas sensatas y necias que leí sobre los megalitos estaba esa idea de que constituían una suerte de ascensores con tres paradas: el mundo celeste, el nuestro y el ctónico. Pumbi, o las Embrujadas, le habrían sacado jugo a la idea.

La imaginación, en fin, restituye la corriente entre todos los territorios. Tal vez ésa sea su función más profunda. Agosto y su tesoro me ha traído más de una vez esas sorpresas. Tenderse en el parque, ya de madrugada, y sentir cómo las farolas toman su fuerza del suelo y brillan, casi fosforescentes, sobre la yerba mojada. La razón acaba dándose a estas conjeturas: la energía que llega de las raíces a la flor y la que fluye por una conducción eléctrica es, en último extremo, la misma: un regalo del Sol, que se prodiga, como el Ser Emanador de las viejas teologías, en orgasmo perenne.

2 comentarios:

Joselu dijo...

Por esas energías telúricas que nos alimentan, que vienen del interior de la tierra, del Sol o de los quarks que son el último misterio de nuestro vacío interior... por los sueños, enigmas de cada noche en que somos creadores muy por encima de lo que creemos ser en la vida real y concreta... Por esos estados leves de fe, de misticismo, de psicodelia, de abstracción en los elfos, las hadas, los ogros, los ángeles, los pequeños dioses que pueblan nuestra realidad compleja.

Al59 dijo...

Brindemos por ellas, sí. Un abrazo, Joselu.