Como todos los músicos aficionados, he compartido más de una vez con mis semejantes los tres acordes de un blues (o un rock), suficientes para hallar una lengua común y dar en doce compases (y unos tres o cuatro minutos) una vuelta completa al espacio y el tiempo. Pero nunca, o casi, me he atrevido a componer nada que siguiera este patrón: impone demasiado pensar que si lo haces, tienes detrás tantas buenas canciones. Es prácticamente imposible no acabar saqueando alguna, o al menos sonar de tercera o cuarta mano, completamente banal.
El caso es que hoy estuvo conmigo mi amigo Paco, con su charango, y cuando estaba a punto de irse me puse a trastear con el instrumento y me salió un riff —un sonsonete entre étnico y blusero que no dejó de incordiarme durante las cuatro horas siguientes. Como ellas mandan, acabé sentándome a escribir la cosa. Y así suena: algo como el encuentro imposible entre What I'd Say, de Ray Charles, y Within You, Without You, de los Beatles.
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