sábado, 10 de enero de 2015

Tertium datur



Dos razones para no considerarme 'ateo'.

Una, relativamente superficial: no me defino por la cosmovisión (que no comparto) de una comunidad a la que no pertenezco. Tampoco me considero payo, infiel o rostro pálido —aunque entiendo que gitanos, musulmanes o indios americanos puedan colocarme ahí, en su tablero, que no es el mío.

La otra es más profunda, y llevo años intentando explicármela a mí o a otros, con éxito discreto. Hago otro intento. Mi incomodidad viene de que para negar (como hace el prefijo a-) algo, tendría que estar ese algo claramente definido (y en ese sentido, como bien hacía constar Unamuno, siendo Dios una idea, no podría dejar de corresponderle la existencia que a tales entes ideales corresponde, llámese M2 o como buenamente queramos). Pero si algo me parece haber sacado en claro tanto de los razonamientos del maestro Agustín como de la lectura de los antropólogos e historiadores de las religiones es que aquello que dio lugar al surgimiento de la idea y palabra 'Dios' (el 'teo' de 'ateo') es previo y exterior a tal concepto, del mismo modo que antes de que la gente tuviera la palabra 'escalofrío' ya sentía algo que le hizo acuñar una palabra para poder hablar de ello. 'Dios' es, pues, un intento de referirse a algo: y ese algo es precisamente lo que, por exclusión, no forma parte de la realidad (lo desconocido, lo llamaba el maestro zamorano): algo percibido como desbordante, inmanejable, rebelde a cualquier intento de ponerle límite o regla. Visto así, solo cabría ser 'ateo' en el sentido en que los griegos utilizaban la palabra: abandonado de los dioses, huérfano de esa sensación o percepción, tan humana y general por otra parte. Y uno no es eso, o no lo es siempre.

Por aquello del tertium datur, da entonces uno a veces en llamarse pagano: lo cual es una forma de decir que siendo sensible y hasta drogodependiente de eso a lo que 'Dios' acaso alude (y que a mí se me manifiesta sobre todo a través del arte y la mitología, pero no solo), no por ello se ha hecho creyente de ninguna de las religiones que ofrece el menú, ni dado a crear otra nueva. Lo cual pienso que le debe pasar a muchísima gente: que tampoco es que necesitemos un término para llamarnos o identificarnos —pero sí andamos quizá un poco cansados de tener que explicar que ni sí ni no ni no contesta.

1 comentario:

Alfredo J Ramos dijo...

Se agradece la claridad meridiana del relato. Y su valentía, digamos, moral. Tirando de la tal vez única ciencia exacta en el terreno filológico, es decir, la etimología (y sin caer, Aa me libre, en pecado de etimolatría), la única religión con la que verdaderamente me siento relugado es el entusiasmo, siempre provisional y a menudo tornadizo, pero en verdad imprescindible para que el mundo, la experiencia de él, tenga algún sabor. Por lo demás, y aunque suene a chiste (humor de los humores), mi condición de pagano se me revela en toda su crudeza cada vez que recibo una nota admonitoria de Montoro (y no han faltado últimamente). Es un disfrute leerte, amigo. Que no decaiga.