sábado, 12 de agosto de 2006

La historia secreta del ratón Pérez


Nunca me han caído simpáticos. Comencé este blog hablando (mal) de ellos, y más de una vez me sorprendo silbando aquello de

Como eres pequeña y fea
y con malas intenciones,
te untas el culo con queso
pa que acudan los ratones.

Músicas ratoneras aparte, el último libro de José Manuel Pedrosa, encantador como todos los suyos, viene a reconciliarme con este animalejo, recordándonos que la simpatía por él (o al menos el deseo de propiciarlo) es cosa antiquísima y popular. Decir diente de ratón es decirlo de hierro, de oro, diamante. Un diente perenne, tan tozudo como el burro. Nosotros, tan dados a tropezar con la misma piedra (y, a la mínima, dejarnos los dientes) querríamos tomarle prestado al roedor (y al agua) esta paciencia implacable que erosiona y horada, haciendo trizas el obstáculo. Aunque el descontento popular tome, en ciertos momentos cumbre, la apariencia de un maremoto, su forma cotidiana es esta resistencia sorda, este poner chinitas en el camino de la máquina y cruzar los dedos en cada juramento de sumisión y amor al Poder. Más que cualquier recambio ideológico, la esperanza popular reside en que la maquinaria de la represión (y la reprensión) esté secretamente reblandecida por la poca fe de los que la engrasan. Cierto que este mismo escepticismo vuelve más flexible y audaz a un imperio (no a otra cosa se debe, según el buen Agustín, la cosmocracia de Occidente: a ese misma capacidad para maldecir de sí mismo que otros creen señal de decadencia), pero en el día a día es él quien vuelve vivible la tutela del Estado y sus paráfrasis. Atrapados en el queso, la vista se solaza descubriendo las galerías secretas por las que cabe aún moverse, haciendo camino machadiano cuando uno se da de bruces con lo desconocido (o al menos lo olfatea) y muerde con todas las ganas. Comerse el mundo, que lo llamaban. Non serviam -sed edam.

Nada de esto viene en el libro de Pedrosa: pero a estas cavilaciones y otras anima su persecución insaciable de la historia —él la llama mito— del ratón de los dientes. De entre todas las historias rituales, yo me quedo de momento con ésta en que el ratón deja paso a la gallina:

En los pueblos Djerma-Songay, cuando a un niño se le cae un diente, se le recomienda que lo guarde debajo de la almohada (...) Si se despierta en la madrugada, verá cómo, al primer canto del gallo, el diente se transforma en una gallina blanca (p. 105).

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cierto que Occidente se maldice, Al, creyendo con ello que ejerce su "capacidad crítica", que es la base, según algunos, de una democracia. Nunca llegaremos a saberlo porque aquel Aristóteles desapareció (otros dicen que nunca existió), pero creo que la base de la anhelada capacidad crítica occidental es, ante todo, reflexión sobre sí mismo (conócete a tí mismo)para que luego brote la risa, de nosotros mismos. No sé si voy muy desencaminada, pero tengo la sospecha de que este "circuito" queda bloqueado con determinada interpretación del cristianismo y su concepto de "la culpa". Al sentirse culpable de lo que uno es, del conocimiento de sí mismo, se bloquea la posibilidad de ejercer la "crítica" porque lo único que queda es maldecirse, bloqueando con ello el ejercicio de la libertad.

Anónimo dijo...

Acertadísima reflexión, ésta de considerar lo primero, "conócete a ti mismo". A la que yo añadiría esta de las Madres de Mayo: "yo, soy el otro".
Si en occidente nos detuviéramos más a aplicar la ética que subyace en ambas, ya que poseemos los medios económicos que pueden permitir este desembarco de "otra religión posible", a partir de la cristiana reconvertida en católica y protestante, etc., con sus absurdas normas basadas en el miedo y la culpa. Otra ética en la que, de aquellos diez mandamientos que nos vendieron como base de nuestro desarrollo moral, se obligara al cumplimiento de uno solo (sic: Leo Bassi, en su "Revelación"), que no recuerdo que número hace, pero que dizque pone "no matarás". Y lo demás, son milongas. Y los ratones, feos. Yo prefiero la ratesa de G.Grass, o, mejor, los rodaballos... Aunque voy a hacerme con este libro de Pedrosa, de quien yo no he leído nada. Pero el comentario que has hecho, Al, lo merece.
Salux&dientes, por lo que de ratones roedores resistentes tengamos, estética aparte, je,
drix

Anónimo dijo...

Eso es lo que me faltaba decir: en esa reflexión sobre sí mismo aparece el concepto de comunidad. En Kant aparece como "la desconocida razón común".

Y, también, siguiendo con su razonamiento, "la culpa y el miedo" son los principales agentes de control social.

Saludos.

Al59 dijo...

Quizá renegar expresa mejor que maldecir esa resistencia o reserva sorda a tomarse demasiado en serio que hace a la gente, a más de tolerante, tolerable. A veces nos lo quieren vender (y trastocar) como característica nacional ("todos los españoles son, en cierto modo, anarquistas natos") o sexual (Campoamor: dice el amor, muy bajo, a las mujeres / que hay un deber contrario a los deberes), pero son trampantojos. Es, sencillamente, una parte del almario irreductible que siempre se cisca, aunque sea por lo bajo, en lo más barrido y no acaba de creerse nada de lo que oficialmente debe creer. Hay quien lo llama pueblo, y no es mala opción.