domingo, 18 de octubre de 2009
Ni está el mañana (ni el ayer) escrito
Hay figuras que merecen volver. Lo merecía Hipatia, por supuesto (y sólo por eso habría que estar agradecido a Amenábar) y lo merece Juliano el Apóstata, a quien Gore Vidal dedicó una novela y Fernando Savater un drama, y a quien no haría daño una buena película. En ambos casos, se trata de peces que nadan contra corriente y acaban arrastrados por la presión de la historia. Por eso mismo, siguen siendo actuales, en el sentido menos trivial del término: no nos atrae en ellos el cumplimiento de la necesidad o el destino, sino la resistencia a aceptar lo injusto por mucho que se presente como inevitable (y tal vez lo sea). El progreso puede afirmar bien tranquilo que gentes así no le ayudaron en nada; y que, por eso mismo, le siguen molestando.
Molestan, por ejemplo, a los historiadores porque sus figuras se niegan a quedar reducidas a lo que de ellas se sabe, a un cómputo más o menos vasto, pero al cabo fijo, de rasgos, acciones y obras: a la menor oportunidad, cobran vida de nuevo como personajes de ficción e invitan a imaginar lo que realmente pasó como una posibilidad más de entre las infinitas, quizá no la más digna de relatarse, y desde luego no la única. De este modo, Platón rescató a Sócrates muerto, haciéndole protagonista de diálogos que (como diría el neoplatónico Salustio) no sucedieron jamás, pero son siempre; y es de sospechar que otro tanto sucedió con los discípulos del Galileo, convencidos también de que en su muerto particular había, cifrada pero perceptible, más vida que en sus verdugos. También en Luces de bohemia, Darío sigue vivo mientras Galdós ha muerto, y en general no hay relato basado en hechos pasados que logre vivir si los implicados en él no logran torcer en alguna medida el brazo de la Historia, dejando pasar algo que no esté previamente pasado y concluido.
Vaya esto por algunas de las críticas que va cosechando Ágora, por mostrar, por ejemplo, una Hipatia quince años más joven de lo debido. Ya puestos, cabrá sospechar que tampoco su identidad étnica o racial coincidirá con la de la actriz que la representa; peor aún, podemos acabar descubriendo que la Alejandría de la película es un decorado y que en realidad los implicados no hablaban en espofcont, sino en griego helenístico. Acabáramos.
Dicho esto, tampoco es bueno que la Hipatia de Amenábar acabe convirtiéndose en otra versión oficial, que se confunda con la historiográfica y acabe suplantándola. No sé si ese peligro existe (está claro, más bien, que hay voluntad de exagerarlo), pero en todo caso el fármaco más adecuado es llevar a primer plano otras Hipatias igualmente dignas de presencia. Así, frente a la mártir de la Ciencia que vio Sagan, conviene recordar a la protagonista de La perra de Alejandría de Pilar Pedraza, una filósofa cuyas preocupaciones neoplatónicas abarcan el mundo de Hécate y Dioniso (como, al parecer, las de la Hipatia histórica abarcaron a Hermes Trismegisto y los Oráculos Caldeos) y que, lejos de ser una vestal de hielo, vive más bien en un equilibrio febril y transitorio.
Uno, en fin, puede preferir una Hipatia soñada por Pedraza (o por Hillman, si se animara) a la de Sagan (de la que parece alimentarse, o eso dicen, Amenábar). En cualquier caso, no es mala noticia que este espectro no descanse en paz y siga apareciéndose a los descendientes de sus asesinos. Quizá acaben aprendiendo algo.
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5 comentarios:
Leo ahora al maestro GM: «La realidad es una fantasía con pretensiones».
En mi opinión, la película no falla porque sea más o menos fiel a las figura de Hipatia y a la Alejandría de su tiempo. Es endeble como obra de ficción, como relato. Aunque tenga momentos espectaculares y algunas escenas no carentes de intensidad. No queda claro si has visto la película, Al. Si es así, ¿qué te ha parecido?
No la he visto aún, Alfredo; aunque no por falta de ganas. La verdad es que me gustaría que fuera un peliculón; pero por lo que me vais contando, no parece que sea el caso. Aun así, celebro que el personaje salga a escena. (También me gustaría ver en ella a Akhenatón, por ejemplo.)
Yo vi la película el viernes. Me gustó. Salí soliviantado, eso sí: desde sus mismos orígenes el cristianismo está podrido; al menos desde que empezaron a coger poder sobre el estado.
El personaje de Hipathya me cayó simpático: imposible otra cosa con alguien que no ve diferencias entre su semejantes mas allá de sus capacidades personales.
Cualquier reivindicación de las luces contra las tinieblas religiosas será bienvenida, desde luego. Otra cosa es que las buenas intenciones no acaben empedrando el metraje de la película, como tantas veces ocurre al plantear una obra de tesis. Mucho me temo por voces cercanas y lejanas con autoridad que la película naufraga como tal, pero queda a salvo la hermosa, y hasta necesaria, intención del autor. Por otro lado, Alejandro, no es el espofcont de nuestro amado Agustín la lengua de los personajes, sino el inglés, y el doblaje otro crimen infame que se comete contra la integridad de una obra de arte.
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